miércoles, abril 30, 2008

Crónica esotérica de un suicidio anunciado... —un cuento para bloggers...

Llevaba unos días pensando muy seriamente cerrar su blog, es decir finalizar su aventura literaria y las de sus personajes. No estaba cansado ni le había huido la inspiración, por supuesto; Pablo escribe desde hace más de treinta años todos los días, poco mucho, bueno o malo o regular, pero escribe y lee todos los días de su vida… así que es muy difícil por no decir imposible que un día no sepa qué escribir o cómo hacerlo… Tenía otros motivos, había otras causas… En realidad había comenzado a valorar esta posibilidad luego de leer un e-mail remitido por una de sus más fervientes lectoras, conspicua escritora, que cada fin de semana le escribía largas y siempre incisivas reflexiones sobre sus textos, además de reñirle cariñosamente sobre su prodigalidad como escritor de blogs y alertarle sobre la fatiga o el tedio que tarde o temprano aquejan a algunos escritores en este medio. Aquella carta le conmocionó…

En su escrito, Gavina Encallada —que así se apodaba su brillante “pepita grillo” literaria— le atribuía poseer ya uno de esos blogs de culto que se trasmiten de boca a oído (es un decir) por foros de internautas y aparecen en las listas de algunos gurus de la ciberblogosfera. Pablo desconfía de los halagos, conoce su narcótica dulzura, los ha disfrutado tantas veces en su vida profesional... aun con todo los agradece en silencio, le estimulan a entregarse más si cabe. No obstante le “corren” un poco esas palabras que destilan tanta admiración como agradecimiento, le sucede lo mismo con los regalos inesperados, no sabe muy bien por qué —con lo que domina el lenguaje este hombre, se queda mudo en esas situaciones; qué curioso… Luego de esta primera declaración, Gavina Encallada le confiaba una experiencia reciente: “No hace mucho, vagabundeando por Internet, fui a parar a un blog que me llamó mucho la atención y, pese a no ser comparables, lo relacioné rápidamente con el tuyo. Su autor había colgado una última entrada en noviembre de 2007 y en ella se despedía de lectores y fans (curioso paralelismo con tu blog en cuanto a la pléyade de abducidas). Después de leer allí un considerable número de entradas vencí mi incomprensible reticencia a enviar comentarios y, con la sensación de que había estado visitando la tumba de un héroe anónimo, dejé unas flores sobre ella. Todavía hoy algunos visitan ese túmulo esperando el milagro de la resurrección”… Leyendo este último párrafo Pablo supo con absoluta certeza que él también “se suicidaría” joven y héroe, en la flor de su vida como blogger; intuía qué iba a suceder pronto, todavía no conocía cuándo…

Dado su tropismo por los temas simbólicos y su carácter ritualista, de inmediato empezó a pensar en ese cuándo indeterminado. Debía corresponderse con algún número mágico, sagrado, de eso estaba totalmente seguro… Pablo piensa que ciertos números, ciertas imágenes y palabras, son la cifra del mundo, su clave secreta; a encontrarlos, a reconocerlos, ha dedicado buena parte de su vida, su tiempo libre, sus conocimientos y memoria… —podría escribir un tratado sobre sus métodos y verificaciones; incluso una novela sobre las auténticas razones, los aspectos “mágicos”, de muchas de sus decisiones profesionales, el sentido oculto de la mayoría de sus proyectos… Luego de repasar su lista de números “idóneos” para el sacrificio de su blog, llegó a la conclusión de que éste tendría que ver con el número 13. Y no sólo porque en la cultura occidental (y sus actuales ramificaciones globalizadoras) el trece sea un número fatal de mala suerte, sino precisamente por su ambigüedad y trasfondo mágico-secreto que Pablo tan bien conoce.

El folclorismo numérico cristiano supone que la fatalidad del trece proviene de la misma Cena Santa con trece comensales, antesala del sacrificio y muerte de Jesús… Ha sido tal la histeria desatada con el trece en nuestra era que se evita en muchas series corrientes: por ejemplo en las filas de asientos de los aviones, en muchos hoteles o rascacielos no existe el piso 13, algunos personajes se refieren a él como 12+1, otros evitan casarse cualquier día trece (y si es martes peor). De echo existe una fobia al número trece —triscaidecafobia—, como existe otra al 666, o número de la bestia, desde luego mucho más difícil de escribir y sobre todo pronunciar correctamente de un tirón: hexakosioihexekontahexafobia… “Peces lleva, cuando el río suena”: en el mismo Código de Hammurabi se omite el número 13; la Muerte es el número XIII del Arcano Mayor del Tarot (la única lama que no viene “nombrada”) —aunque no se trate de una carta de por sí “mala”, ya que anuncia transformación y cambio, a nadie le gusta que la muerte le venga a visitar antes de tiempo, incluso a su tiempo, ¿no?... Bueno, en México la muerte es otra cosa —es tan dulce…

Sin embargos para otras culturas, otras gentes, el trece es un número “clave”, revelador, llave maestra para desvelar múltiples secretos ocultos, verdades “sagradas” que confirman el carácter transcendental —más allá de lo meramente físico y material— del universo y todo lo que en él se contiene. Parece ser que está relacionado con lo cósmico y astrológico: el mismo niño Jesús recibió a los Reyes Magos el día 13 tras su nacimiento, cuenta la leyenda cristiana; en realidad los signos del Zodiaco son 13, ya que Géminis es doble; trece “meses” de veinte días constituyen un año —260 días— en el Calendario Sagrado Maya, esa civilización mesoamericana que tanto nos fascina a Pablo como a mí, y a Bruno Llanes, por supuesto; también trece son los ciclos lunares de 28 días que constituyen un año solar en el calendario Dreamspell, acaso más preciso que el calendario Gregoriano… El número 13 es lunar, femenino, sin duda; así como el 12 es solar, masculino. No es extraño pues que los relojes —un invento tan masculino, machista como pocos— tengan esferas divididas en doce sectores, sus horas… Las mujeres son más sabias, ellas inventaron el tiempo, no los relojes… Sus ciclos diarios siempre tienen una hora de más (ningún hombre sabe qué hace una mujer con su hora de regalo; es su capricho, su secreto). Los hombres suelen ser puntuales, es decir llegan a su punto precisamente sin retardo; la mujeres siempre llegan a tiempo… a su tiempo, que no es lo mismo.

En la Cábala judía cada letra representa un número; si sumamos los números de la palabra UNO en hebreo nos da como resultado 13… Para los masones el trece es el número de las grandes transformaciones y grandes cambios, de algún modo el símbolo de la vida eterna. El dólar norteamericano es un buen ejemplo de este “decir” y “saber” ocultados; algo obvio dada la fundación del nuevo estado y sus símbolos por fracmasones e intelectuales ocultistas. En la parte posterior del billete de un dólar —la imagen más vista, a la vez que menos leída de la cultura visual estadounidense— podemos ver el águila blanca “agarrando” por un lado 13 flechas y por otro una rama de olivo con 13 hojas y 13 frutos; la coraza del águila es un escudo con 13 barras y sobre su cabeza reconocemos una aureola-constelación de 13 estrellas, por cierto componiendo una estrella de David, la formada por dos triángulos equiláteros invertidos atravesándose superpuestos; al otro lado del águila vemos la pirámide escalonada que lleva hacia el conocimiento gnóstico, simbolizado por el gran ojo que todo lo ve y mira a lo lejos —la pirámide tiene 13 escalones o peldaños… Y como slogan central: ONE —UNO— es decir trece… Qué curioso que para unos —quizás entre los más sabios— el trece signifique unión (simbolon), sea un número “clave” que une… y para otros —la mayoría indiferenciada— signifique lo contrario, implique desunión (diábolon), fatalidad negativa… En alemán, por ejemplo, del trece se dice “Dreizhen its des Teufels Dutzend” (trece es la docena del diablo)…

Una vez que Pablo decidió que el trece sería el número base, le fue fácil adivinar cual sería la cifra final incluida en esta serie: 13, 26, 39, 52, 65, 78, 91, 104, 117, 130, etc… Dado que hacía tiempo había publicado su entrada número 52 —cuyo críptico simbolismo evidentemente sus lectores no habían entendido— su mejor elección posible sería 104. Es decir, se convenció “suicidar” su blog coincidiendo con la entrada número 104, que además debería concordar con el día 104 desde la creación de su blog. Nada más tomar esta decisión Pablo abrió su archivo de Blogger para consultar su posición en este calendario cuenta-atrás… Faltaría a la verdad si no dijera que le inquietó más de lo esperado descubrir que faltaban pocos días y escasas entradas para alcanzar esa fatídica (aunque voluntaria) cifra que pondría fin a su existencia como personaje y autor de un “blog de culto”, quien sabe si también para siempre en la blogosfera. Esta certeza sumió en tal tristeza a Pablo que durante tres días con sus correspondientes noches no pudo articular palabra alguna ni escribir una sola letra; aquellos días fueron ni más ni menos un estar en coma, o peor aún: un ser enterrado en vida (paralizado por el miedo, mudo; consciente de su destino, aterrorizado)…

Antes comenté que la civilización Maya poseía un conocimiento matemático-astrológico realmente excepcional y disponía de varios calendarios que lo expresaban. Seguramente el más significativo es el Calendario Sagrado —Tzolkin o Cholquij— de 260 días (trece ciclos de veinte días cada uno). La observación astrológica y su sistematización teórica llevaron a los mayas a conocer el movimiento de los planetas, sus ciclos anuales alrededor del sol, por ejemplo Venus. Parece ser que la importancia del número trece vendría dada por la combinación del año venusino (de 584 días terrestres) con el terrestre (de 365 días). El máximo común divisor de ambas cifras es 73 —584/73=8; 365/73=5—, la suma de sus productos sería 13 (8+5)… La combinación del sistema vigesimal maya con este módulo 13 da como resultado 260 —lo que coincide casi plenamente con el ciclo de dos cosechas de maíz en las tierras mayas, y lo que es más sorprendente, con el ciclo de gestación de un ser humano… La combinación de años sagrados de 260 días y solares de 365 días da como resultado ciclos unitarios de 52 años llamados “haz” o “nudo” —xuihmolpilli—… El final de cada ciclo de 52 años era un tiempo de miedo y malos presagios, se pensaba que podía ser el final del cosmos, del mundo conocido. Así mismo, el total de días en cinco años venusinos igual al de ocho años terrestres nos proporciona interesantes sugestiones: si se entiende que el día de nacimiento de una persona es su “día signo” (tonalli), las características matemático-astrológicas de este día-signo concurren sólo exactamente cada 65 ciclos de Venus, cada 37.960 días, lo que es lo mismo 104 años solares… Lo más sorprendente es que los ciclos solares de 365 días, el “Sagrado” de 260 días y el de Venus de 584 días coinciden sólo tras haber transcurrido dos “siglos” mayas de 52 años, es decir exactamente cada 104 años…

Todas estas condiciones simbólicas y correspondencias numéricas decidieron por completo a Pablo a “suicidar” su blog bajo el signo del 104. Con aplomo consultó el calendario, contó los días desde que apareció Trébol de cuatro hojas —que así se llamaba su Cuaderno de Bitácora— y fijó el día exacto de su “magnicidio”. Luego en Wikipedia interpretó los oráculos del día “D” que le confirmaron lo propicio del día para desaparecer; más aún: ese día también era múltiplo de 13, precisamente el día medio de un año “sagrado” según el calendario Maya… —esta verificación, además de dejarle estupefacto y asombrado, le produjo un intenso escalofrío que recorrió todo su cuerpo con exasperante lentitud… Es un escalofrío de muerte, pensó, sin equivocarse…

No hay que dar más vueltas o buscar otros motivos o razones (sic) para este “suicidio anunciado” de Trébol de cuatro hojas —y si los hay, creo que debemos respetar el silencio e intimidad del suicida… Sí, Pablo podría haber tomado otra decisión menos radical: por ejemplo continuar su vida como personaje de blog hasta su segura muerte como ser humano —lo que de algún modo hubiera conferido status de natural a su muerte virtual… Tampoco era una actividad que le consumía mucho tiempo; disponía del suficiente y con casi total libertad para seguir una buena temporada más, si no al mismo ritmo de creación, sí al menos con exquisita constancia y notable calidad formal… Por supuesto no estaba frustrado en sus expectativas: su éxito y aceptación, el gran interés, incluso devoción, de muchos de sus lectores por sus textos superaba con creces lo que había soñado o esperado apenas tres meses antes… Quizás ese sentimiento de aceptación y reconocimiento de los demás le proporcionaba, paradójicamente, el suplemento de convicción que necesitaba para llevar a cabo su plan sin previsibles debilidad o arrepentimiento… Aun con todo algunos signos en los últimos días le confirmaron que era lo mejor que podía hacer…

No sé… pequeños detalles, alguna escaramuza dialéctica, cosas aparentemente nada graves pero que ahora le herían más que antes: la desaparición y cierre de algunos blogs que frecuentaba, el silencio de algunos de sus más “leales” lectores y lectoras o su falta de comentarios —en algunos casos parecía ser una “represalia” a su propio silencio y desatención ante algunos textos ajenos tan estupidamente provocadores como innecesarios —¿tendría que ver con los celos?; qué cosas tan raras a la vez que corrientes suceden en este mundo… Tampoco entendía muy bien cómo algunos blogs realmente mediocres eran tan frecuentados por gente inteligente, con evidentes criterios literarios, que depositaban en ellos enormes comentarios siempre elogiosos… Pablo no entendía cómo podían hacer esto a la vez que se excusaban de la incomparecencia a su propio blog por falta de tiempo… También estaba un poco cansado de hacer periódicas rondas de “visita” a sus blogs favoritos (u otros con cierto interés) para recordarles que “todavía existía”… A Pablo le gustaba leer tanto como escribir, recorría los blogs siempre con atención y la esperanza de encontrar textos e imágenes memorables, en estos meses tuvo suerte de encontrar auténticas maravillas que le conmovieron, proporcionándole grandes momentos de placer y anónima complicidad… Pero entendía que no era posible continuar así indefinidamente en ese ir y venir “protocolario”… A lo peor había confiado excesivamente en la lealtad de los lectores, incluso más que la de una amante… —pero si Pablo sólo quiere que le dejen al menos un “hola” de saludo… o un adjetivo singular: ¡Hermoso! por ejemplo… poco más...

Los días siguientes a su decisión Pablo se dio pena y le dieron pena sus lectores más entusiastas… Se prometió no dejarles huérfanos por un tiempo, escribirles a sus correos personales, enviarles algún original de vez en cuando, frecuentarles en sus blogs aun con un segundo pseudónimo. Algo así como permanecer cerca de ellos como un fantasma bueno o un ángel de la guarda literario… No lo tiene claro todavía a escasos días de su suicidio. Espera decidir al respecto poco a poco según vaya viendo sus comentarios… Qué duro es decir adiós, poner punto final, qué miedo, dios… Y aun con todo sabemos que un día moriremos sin importar nuestra opinión ni nuestros sentimientos… Que todo libro tiene sus últimas palabras; toda pintura su caligrafía definitiva… Quizás la diferencia es que un escritor de libros o un artista no necesitan morir al terminar su obra, inmolarse con ella… Un escritor de blogs sí, Pablo sí: necesita morir para renacer… es el Ave Fénix, la reencarnación de Nahahuátl… tu medicina, su veneno… su víctima, su verdugo…

—¿Si el día-signo en que nacemos condiciona nuestro destino, el día-signo de nuestra muerte condicionará nuestro recuerdo? Qué misterios tienen la vida como la muerte…


Dibujo: "Libro de Horas", 1991-92

martes, abril 29, 2008

M A R... F I L...


Con la pluma estilográfica que me regalaste
caligrafío caligramas en el cuaderno de papel de Amalfi
que me regalaste cuando me regalabas… mar-fil

Vuelvo a escribir otra vez en este libro con tinta de calamar.
Quizás deje vivir unas horas los acentos de fuego
y el metálico vocerío de las campanas (graves)…
Humo-olor-palo-de-rosa: la hoguera por donde asciendo…

Un libro a medio leer
y un libro a medio hacer...

A veces no hay nada que decir...
Tampoco las grullas van por ahí todos los días
con sus picos y sus plumas
contando historias a las camelias y mandarinos.

Escribo:
En esta parte del mundo
el azul se evapora más lentamente.

Escribo:
Sé que estoy bien, feliz (creo),
con la piel humedecida por las lluvias de primavera...

Escribo:
No temas, mi amor...
le decía la víctima a su verdugo
con los ojos bien abiertos
inundados en lágrimas.

Alguna vez leí que una lágrima al derramarse / convierte al ojo en un signo de interrogación... / Una lágrima acusa para siempre y pone en tela de juicio / todos los poemas, los amaneceres más lentos, / las historias apasionadas que nos contamos veloces un día. / Llora y callarán las palabras su escándalo esta noche.

Escribo:
Mis ojos han sido testigos
de que la ternura habla el lenguaje de las caricias:
no sentimos el amor por el tacto, no…
sino por la mirada que nos confirma
el reencuentro de nuestras pieles.

—No escribo para mover montañas ni para entrar con el pie derecho en los diccionarios y enciclopedias; tampoco por soberbia intelectual, curiosidad existencial o para salir del anonimato. Te equivocas si piensas eso de mí… ¿O a esta altura de la lectura no sabes para quién escribo? Estoy a tu izquierda, posado: reconoce mi aliento (en tu oído); sacúdeme de tus pestañas… Soy esa palabra que obsesionada caligrafías hace días: mar-fil… (hace días, horas, ahora mismo, es lo mismo, da igual: somos instantes suspendidos sobre el columpio de nuestras palabrasraras)…

Escribo:
En la habitación azul cobalto de las porcelanas chinas
Debussy vino a cenar esta noche...
Spleen en Mallorca…



Foto: "Pluma blue", enero 2004

domingo, abril 27, 2008

Esta tarde voy a escribirte sobre paisajes... —Bueno... también sobre sexo y romanticismo (pero no te alarmes, es sólo una introducción).


Domingo, día del señor Pau Llanes… Es una tarde preciosa: luminosa, azul, tibia… Escribo relajado después de almorzar generosamente y tras haber asistido emocionado al tiempo que desilusionado a la última carrera de Fórmula Uno (por TV, claro, sigo encallado en Mallorca). Prefiero escribirte que hacer siesta.

Lo primero que te quiero decir es que me sorprendió la numerosa participación (las visitas y comentarios) a mí último texto acerca del romanticismo, sobre los “románticos profesionales”… Fue un texto que decidí escribir estimulado por uno de los primeros comentarios a mis relatos erótico-pornográficos. Aquel comentario decía algo así como: “sí, divertidos, pero ¿y el romanticismo?... Entonces me dije, ¿y por qué no?... ¿Quieres romanticismo? Pues toma romanticismo… A lo peor me pasé… pero el resultado, en cuanto participación de mis lectores, me confirma que el “tema” está en el aire y que todo/as se han sentido implicado/as o reconocido/as de algún modo… Para cerrar el capítulo sólo quiero hacer dos o tres comentarios propios: primero: que “románticos profesionales” (o “vampiros emocionales” o “canallas sublimes”) los hay mujeres y hombres (no es sólo una condición límite del sexo masculino), que sus objetivos son los mismos aunque sus estrategias sean diferentes, y que no necesariamente pertenecen al tramo de edad digamos de madurez… Yo me he encontrado con auténticas “vampiras sublimes” de veintitantos años, con experimentadas “románticas profesionales” de treintaitantos, con depredadoras de cuarenta y cincuenta… El cuerpo tiene edad, el alma no.
Segundo: mis relatos eran ejemplos de sexo sin amor… reales como la vida misma. Y muy placenteros, ¿no?... Hay amor con sexo y amor sin sexo… como hay sexo con amor o sin él… ¿Quién no ha hecho sexo, sólo sexo nada más que sexo? Así que no entiendo algunos comentarios críticos al respecto… ¿O es que masturbarse es un acto de amor propio? Tampoco creo que sea necesario estar enamorado de uno mismo para darse placer… ni satisfacerme con romanticismo… Dale al cuerpo lo que el cuerpo necesita y al alma lo que te exige… —no al revés…
Por último, a los que me preguntan sobre mi carácter romántico o no, les aconsejo lean mis textos agrupados en los temas “amores” y “amor”… Pau Llanes conoce y sabe por experiencia propia de todo eso… Ha amado tanto como le han amado —ni más ni menos—, es y ha sido amador y amante; se ha enamorado tanto como ha enamorado… Lo que Pau Llanes exige al amor es que sea memorable; si no es así, mejor sexo, puro sexo, divertido, con imaginación y de calidad (así mismo memorable)… El sexo con amor es un acto de extrema generosidad, de mutua atención y cuidado, compartirse física y emocionalmente. Hacer sexo "sólo sexo" es otra cosa: un pacto “aquí y ahora” por placer y, desde luego, un excelente ejercicio pedagógico entre dos seres que “se enseñan” y “aprenden” al tiempo que se complacen… Para hacerse sexo se requiere sobre todo querer aprender tanto como querer enseñar. Los cómplices sexuales que se disfrutan al máximo son quienes se entregan a su juego sin competir, compartiendo sus habilidades, disfrutando tanto de sus sorpresas como de la curiosidad de sus respectivos cuerpos. Lo ideal es poder alternar sin solución de continuidad los papeles de maestro/a y aprendiz/a en el juego sexual… para ello nada mejor que tener suficientes “conocimientos técnicos”, experiencia y “know how”. El mejor sexo se obtiene aplicando en cada situación el método más adecuado: inductivo, deductivo, analítico y/o sintético. Se folla metódicamente, con método y técnica… Sin embargo para amar no hay método ni experiencia que valgan: se ama holísticamente, en totalidad, pura intuición… Se ama aun sin conocer… Conocer no es lo mismo que saber… ¿Me expliqué bien? ¿Me entiendes?

Bueno… te cuento más cosas: ayer estuve en el campo: caminando, oliendo, compartiendo sensaciones con mi compañía, recolectando paisajes… Hablamos mucho de paisajes escritos y paisajes pintados, representados, resumidos en imágenes. Todavía están calientes las palabras que nos hemos dicho al respecto, los pensamientos que las indujeron. Me gustaría compartir contigo todo esto —estás tan lejos, como invisible. Ahora quiero escribirte sobre paisajes… Por principio, desconfío de las palabras demasiado totalizadoras que lo quieren abarcar todo, mostrar todo, decir todo: Arte, Cultura, Naturaleza, Paisaje… Qué fácil sería escribir “Todo es paisaje”, pero sería una estúpida pedantería, una afirmación sin garantías… Es necesario encontrar algún punto de partida eficaz que nos ayude a construir lenguaje (literatura). Borges lo hacía preferentemente a partir de los diccionarios y enciclopedias, porque allí las palabras están ordenadas al menos por su contigüidad léxica que no de significados. A mí también me gusta consultar los diccionarios, exprimirlos, como a Borges. Y de entre todos ellos, declaro mi especial admiración y confianza por el Diccionario de Uso de Español de Doña María Moliner; casi siempre encuentro en sus definiciones un argumento suficiente… No es así en este caso. La mayoría de definiciones y acepciones de “paisaje” que plantea Doña María son muy parciales, hace demasiadas referencias a lo rural, al campo. No obstante hay una que me da que pensar: “El campo considerado como espectáculo”… Sí, de eso hablábamos, de paisajes para ver y sentir.

Se me ha ocurrido ensayar una definición propia sobre el paisaje que quiero regalarte: “Paisaje: una visión fragmentada de la naturaleza y el mundo que nos rodea e incluye”… Es decir el paisaje como algo que se ve y por supuesto se interpreta —elegimos nuestro punto de vista, los ángulos de visión, acotamos su amplitud (“enmarcamos” nuestra mirada)… Se trata de fragmentos de realidad que ordenamos, componemos, relacionamos, comparamos… Fragmentos de la naturaleza: pero no sólo la espontánea y libre, la que se entiende como no construida ni intervenida directamente por el hombre, sino también la alterada mínimamente todavía comparable en muchos aspectos a la naturaleza salvaje, o domesticada con cierto amor y compromiso (aunque utilitarios), como por ejemplo el campo, lo rural… Y también fragmentos del mundo que serían el resto que no es naturaleza extendida, donde aparece lo construido, lo urbano, el interior de nuestros territorios domésticos, nuestras casas y sus patios, los parques y jardines… Una naturaleza y un mundo que nos rodean e incluyen, escenarios de nuestros pasos, donde caminamos o nos movemos… ese círculo vital cuyos radios son nuestras miradas y sentimientos particulares y su centro un eje móvil que se desplaza, parásito, con nuestro cuerpo… Un mundo-paisaje-circular que nos afecta e incluye, nos pertenece y le pertenecemos, como un punto pertenece por igual a su circunferencia y la línea tangente que le acaricia…

Es evidente que esta idea sobre el paisaje parte de una convicción profunda: “El paisaje es humano, o no lo es”. Lo que quiero decir es que el paisaje sólo existe en cuanto es visto, leído e interpretado —por el contrario la Naturaleza, el resto del mundo, siguen existiendo aun sin nuestras miradas e interpretaciones. El paisaje sólo es un estado circunstancial, no una condición esencial en la Naturaleza… Los paisajes en cuanto humanos están habitados, han sido habitados o lo serán. Ya habitamos un paisaje con sólo verlo; nuestros ojos son una prótesis, nuestras máquinas para grabarlos y reproducirlos, las prótesis de una prótesis fisiológica. Deseamos y hacemos todo lo posible por grabar sus rasgos —apuntes del natural, fotografías, videos, esos escritos a vuela pluma—, inventamos intangibles mnemotécnicos antes que desaparezcan sus efímeras sensaciones, acaso con la secreta intención de restaurar con su magia los sentimientos que nos conmovieron… Ay, esos recuerdos tan volátiles, tan distraídos que por nada se confunden entre ellos, intercambian sus secretos con total promiscuidad. Si no fuera por las imágenes, esas cosas que llenan los museos, los libros, las bibliotecas, nuestra vida de buhoneros, todo sería un irresoluble caos de recuerdos confundidos… —hasta los deseos más esperanzados serían sólo recuerdos olvidados.

Pero no nos engañemos: no hay imagen que represente al mundo en su totalidad. Igual que el arte no es una copia facsímile del mundo tampoco lo es un paisaje. Repito: lo que vemos y seleccionamos fragmentariamente de la naturaleza y el mundo que nos rodea sólo es una interpretación, una representación visual, desde un precario punto de vista determinado —todo punto de vista tiene tiempo y espacio concretos, coordenadas provisionales; nos movemos demasiado… Acaso esta fragilidad de la realidad contemplada, de la naturaleza “vista e interpretada” en sus paisajes, conmovió al arte y su mirada hacia este tema-sujeto. El arte siempre ha querido crear imágenes perdurables, incluso signos emblemáticos que nos encadenen a su recuerdo a perpetuidad. Para ello debió liberarse de los detalles insignificantes, las prolijas descripciones, las trampas de las ciencias analíticas y la física óptica. La visión del arte es más bien una pura interpretación extrasensorial que una percepción estrictamente de los sentidos… Es más bien una sospecha que hay algo invisible dentro o más allá de lo que se ve… Ya sabes —te lo he dicho en otras ocasiones— que al Arte lo represento emblemáticamente por medio de una celosía —que deja ver y no deja ver— y lo dramatizo en una escena de celos —cuando quiero saber y me duele saber… En fin, no sigo por este camino; ya ves a dónde me puede llevar mi pasión por los paisajes, por sus representaciones: lejos, muy lejos, arriba, quizás sobre las nubes y la niebla…

Todo paisaje es subjetivo —como estado de necesidad del “yo” que aspira a reconocerse en él—, una pura interpretación… “El ojo en el arte es ciego”, afirmaba con evidente exageración Gombrich. Tampoco en el paisaje es posible una visión puramente física. No es posible una hipotética mirada mecánica desprovista de intención, pura y descontaminada de memoria, de recuerdos, en la que esté ausente la facultad de la imaginación. La mirada del paisaje, como en el arte, es subjetiva… Con frecuencia confundimos lo que es un mero reconocimiento visual con el puro conocimiento (científico o no), lo que ha supuesto múltiples y persistentes errores y paradojas sobre la realidad. Lo que vemos es sólo un fragmento parcial de una realidad más compleja, apenas un estímulo precario en un contexto determinado, que descubrimos no siempre ingenua y autónomamente sino más bien al contrario. Comúnmente consideramos el sentido de la vista como el primero y el más inmediato de nuestros sentidos, el que nos comunica con mayor eficacia con el mundo exterior; pero esto no es cierto. Mirar, ver y conocer se entremezclan peligrosamente, a veces se contradicen cuando vibran a su antojo, insolidarios…

Muchas de nuestras ideas y convicciones avaladas sólo por el sentido de la vista son superficiales apariencias de imagen, construcciones mentales a partir de modelos visuales dados, asumidos y aprendidos sin reservas. Y es que además de visto todo paisaje debe ser leído: es un texto visual que requiere su propio código de interpretación de la realidad, un complejo sistema de trascripción que relacione formas y contenidos aparentemente dispares, incluso excepciones, algo así como una fórmula infalible para ordenar el mundo en todas sus facetas y posibilidades; pero a su manera, según su lengua familiar. Desde la destrucción de la Torre de Babel cada uno interpreta el mundo como le dicta su lenguaje —lo que explica los convencionalismos culturales, estéticos, nada universales, que dieron lugar a los paisajes pintados de Oriente y Occidente, su particular evolución divergente hasta estos tiempos de presunta indiferenciación y globalización genérica…

—¡Vaya! Me he pasado… te he escrito demasiado; cuánto tiempo te he hecho perder… Bueno, otro día te escribiré un poco más de mis paisajes favoritos, esos que fui recolectando por mi vida de viajero compulsivo, nomadeando, vagamundeando, antes de encontrarte al fin cuándo y dónde sea… ¿Dónde estás? Envíame por favor tu paisaje favorito; descríbemelo o regálame una de sus imágenes —tal vez así te encuentre más fácilmente y comience a vivirlo, a habitarlo, aun en tu ausencia… Te esperaré allí mientras te desembarazas de tus bagajes inútiles… No tardes. O pensaré que no me has leído hasta el final, hasta estos tres últimos puntos suspensivos…


Fotos: de la Serie "Paisajes de Mallorca"; enero-julio 2004

viernes, abril 25, 2008

Sobre los "románticos profesionales" y sus peligros...

¿Os habéis encontrado alguna vez con un/a romántico/a profesional en vuestra vida? Seguro que sí… los hay por todas partes; tienen un especial olfato para oler tragedias existenciales, momentos de debilidad… Desde luego no todos los “románticos” son “románticos profesionales”, su tipología es muy variada, la mayoría son inofensivos, incluso entrañables: los “melancólicos”, los “literarios”, los “estéticos”, los “enamorados del amor”, etc.; es de los “profesionales” de quienes te tienes que guardar, son peligrosos, te pueden hacer daño, mucho daño, si les dejas entrar en tu vida y “okuparte” sin solución… Te voy a definir y describir por encima a un romántico de esos, para que te cuides…

Pero antes voy a apuntarte algo sobre el romanticismo no sea que confundamos las palabras y nos hagamos un lío… Una cosa es tener impulsos románticos de vez en cuando, vivir situaciones amorosas idealizándolas, como de novela —“roman” en francés— y otra cosa vivir en un permanente estado romántico… Todos somos románticos funcionales, pero algunos lo son por necesidad… y entre ellos algunos por oficio… Una cosa es “estar” romántico y otra “ser” romántico… Ser romántico es abandonarse a lo desconocido, a lo inconsciente, a lo irracional. Es un estado de ánimo que se vive con total voluptuosidad, sin reparos ni subterfugios, disfrutando cada momento de una especie de naufragio existencial en el que la realidad va a la deriva y amenaza estrellarse contra las crestas de la vida… Por lo general, para un romántico no cabe la hipótesis de que pueda existir “un hoy”, una realidad inmediata, que puedan ser considerados motivo de interés o desee contemplar con ilusión. Sólo el pasado —recordado con amargura— y el futuro, siempre incierto, que intuye desgraciado y terrible, poseen la dignidad y gravedad suficientes para ser tenidos en cuenta, para conmoverle… Su tragedia es la de no saberse confinado en los estrechos territorios de su memoria —mordisqueada— y su deseo —volatilizándose—, ambos angustiosos y abismales… no sabe vivir el tiempo real, el que es, el que debería compartir con “los otros”. El romántico aspira a solucionar su angustia, a salvarse, sin apenas un compromiso moral que le reconcilie con su tiempo y con los demás… Es un egoísta por carácter y necesidad —es su naturaleza—, aislado y atemporal…

El “romanticismo profesional” es una perversión del romanticismo, su grado más patológico y dañino. En primer lugar es un espectáculo que requiere actores excepcionalmente dotados para la auto compasión y la soledad. Sus protagonistas pasan todo el tiempo lamentándose de las injusticias, las villanías, las adversidades del destino irremediable… Tantas veces han puesto a prueba la lealtad y amor de sus víctimas que al final sólo han quedado a su lado las traiciones e indiferencia de sus amantes… Ni siquiera les vale el suicidio a estos bufones del amor… tan aparentemente dueños de sí, tan comediantes. El suicidio es un pretexto que se escribe, se confiesa con lágrimas en los ojos, se amenaza, pero que nunca ha de tomarse en serio en labios de estos embaucadores de sentimientos. El suicidio es un último remedio que exige no obstante algún tipo de remordimiento… —algo que el suicida romántico no está dispuesto a sufrir; nada que no esté estrictamente estipulado en su ventajoso contrato con la vida.

Para quienes crean que la humanidad es estúpida, ser “romántico profesional” es su mejor opción posible. No hay nadie más ambicioso e implacable que esos románticos. Su aparente y bien estudiado carácter auto destructivo reducirá a escombros todas las ilusiones de quienes tuvieron la temeridad de compadecerles e intentar su salvación. La proverbial avidez de poseer que delata a estos enfermos del espíritu sólo es comparable a su disposición natural a abandonar maltrechas todas aquellas almas que han manoseado y despilfarrado. Y no les importa haberlo perdido todo, al contrario… en esta indigencia, en esta insensatez, se convencen de que han triunfado, aplacan su ansiedad, al menos momentáneamente, antes de pertrechar nuevos horrores, más sutiles profanaciones en la ingenuidad de sus víctimas…

El “romántico profesional” reclama para sí todo el afecto y ternura que le salen al encuentro, sin merecerlos. Con ellos fabrica trampas inverosímiles, espejismos confortables, mentiras en las que enredar y confundir a cualquier idiota que haya pretendido salvarle con su piedad y ridícula esperanza. Con los románticos no se juega ni se puede sufrir en broma. Su estrategia más eficaz consiste en hacernos creer que necesitan nuestro amor, nuestra admiración desembarazada de toda sospecha… que somos —dicen— el único refugio seguro en donde poder depositar sus solemnes confesiones… Cuánta falsedad y astucia para hacerse amar por quien sólo aspira a hacerse odiar después tras su traición… Qué perversa inteligencia, dios… Y qué placer tan refinado el de conquistar nuevamente la confianza de quien se ha abandonado (únicamente por capricho, sin importarle lo más mínimo su amargura) para multiplicar su sufrimiento hasta límites insospechados con el miedo de un último y definitivo abandono… —¿recuerdas el libro, la película, Amistades peligrosas? Las víctimas de un “romántico profesional” sobreviven lastimosamente aquejadas de miedo al amor para siempre…

El “romántico profesional” vive en un continuo desamor camuflado de hermosas palabras y estudiadas caricias. No hay nada más despreciable que un poema de amor escrito por tales mercenarios de la mezquindad —ni tan doloroso como el recuerdo de sus orgasmos. Deliciosos orgasmos y palabras de un romántico seductor: cicatrices abiertas, ácidos desgarros que el tiempo dejará intactos sin cura, para los que nada sirve el simulacro de la venganza o la heroicidad del olvido. ¡Cómo hace el amor, como escribe del amor, un “romántico profesional”!

Estos románticos depredadores son maestros en el arte de creerse sus mentiras. Nadie sabrá nunca cuando sufren o cuando gozan realmente. Sus gargantas encadenan carcajadas y gemidos con la misma sonoridad... Dicen ¡ay, qué dolor! como podrían decir “te quiero” o “soy el ser más feliz del mundo”… Su sentimentalismo es un narcótico que anestesia a las víctimas y les impide escapar mientras todavía hay tiempo. Destilan una poderosa droga sentimental de sabor agridulce que, propagada por lenguas y pabellones auriculares, adormece los sentidos, sobre todo el sentido común... Un susurro, apenas una sílaba, pueden derribar la más sólida arquitectura humana y la más firme de las voluntades. Dejarse seducir por la voz de un romántico apasionado o por su mirada es saberse infeliz más tarde o temprano, enteramente suyo, humillado… No hay nadie que merezca tal sacrificio, ni siquiera quien te hizo soñar de verdad por primera vez… Al fin y al cabo un sueño es un milagro por el que no vale la pena suicidarse… ¿O sí?... El Amor es otra cosa… ¿no?


Dibujo: de "Libro de Horas", 1991-92

miércoles, abril 23, 2008

Lo prometido es deuda... Pórtico a dos relatos eróticos después de mis conversaciones sobre estética... Disculpen la frivolidad: es primavera...

Lo prometido es deuda y quien avisa no es traidor… Llevaba yo un tiempo queriendo publicar alguna historieta erótica, incluso ligeramente pornográfica, y no encontraba ocasión… Desde luego no quería se entendiera como una frivolidad, que significara mi blog a los ojos de cualquier curioso como un blog de relatos eróticos… Me gusta leer de vez en cuando relatos eróticos; me los encuentro sin mayor esfuerzo cada vez que paseo por estos mundos comunales de blogs y bitácoras, los disfruto… Durante un tiempo fui incluso coleccionista de videos y DVD’s pornográficos paradójicamente intelectuales… Pero debo confesar que le tengo mucho respeto a la literatura erótica, y mira qué he leído: desde mi venerado Marqués de Sade a Almudena Grandes y Eduardo Mendicutti, a Henry Millar y Anaïs Nin, todo Bukovsky y Jean Genet, a Alberto Ruy Sánchez y Melissa Panarello, a Kawabata, a Osvaldo Lamborghini y Diamela Eltit, el Satiricón de Petronio y el Decamerón de Bocaccio, la Historia de O de Dominique Aury —el más erótico, el mejor, a mi entender—… y hasta la correspondencia amorosa de Joyce, entre otras joyas… Pero me cuesta escribir un relato erótico con sexo explícito, lo confieso… Debe ser por las palabras típicas de cualquier historia erótica medianamente descriptiva: que si hacer el amor o joder o follar… que si coño, polla, verga o vagina o concha o cualquiera de los sinónimos y neologismos que nombran nuestros genitales y sus contigüidades físicas o léxicas, qué más da… que si teta, poto o culo; que si meter o sacar; chupar, mamar o penetrar… y tantas otras que conforman el thesaurus especializado de palabras-recurso para cualquier relato erótico y/o pornográfico que se precie… Tampoco es por pudor, que no lo tengo más de lo debido —y en mi caso es bien poco lo que debo a la vergüenza social… No sé por qué pero no me siento cómodo escribiendo historias erótico-pornográficas… —pasajes eróticos sí, apuntes, sensaciones, instantes, impromptus… Creo que, en erotismo, lo que más me gusta y mejor me define es escribir haikus eróticos, soy una especie de coleccionista de erotismo bonsái… Un día de estos os doy a leer algunos ejemplos... ¿vale?

Bueno, pues aquí estoy otra vez a juicio de vuestros comentarios (con letritas o en silencio, qué más da)… Son dos relatos erótico-pornográficos que conforman un díptico, que es como me gusta representar el amor y el erotismo —recordad por ejemplo el que considero mi mejor relato escrito para este blog: Historia de un amor que vivieron unas horas y sobrevivió toda una vida... El primero lo empecé a escribir hace unos años como una versión algo exagerada de un episodio autobiográfico; no fue exactamente en un supermercado —esa imagen me la dio otro relato erótico que leí entonces—, pero la secuencia de los hechos fue muy semejante a la que describo… El segundo es muy reciente, prácticamente de cuando empecé a escribir este blog. Ambos los he retocado y adoptado a este formato en que nos leemos: reducidos y ahorrando pasajes innecesarios… No sé por qué, pero el segundo lo siento más íntimo que el primero, y eso que es un ejercicio minuciosamente descriptivo de detalles; acaso también más mío —¿será por su tono decididamente irónico? Qué cosas tiene la mimesis, proyectarnos y reconocernos en el otro…

Pienso que es el momento oportuno para darlos a leer colectivamente: habéis pasado estoicamente toda una iniciación en los desiertos de la estética tras haber leído “a pelo” mis últimas tres entregas acerca del arte, la belleza, etc. Os habéis empachado (supongo) de todas esas citas y reflexiones de Platón y Aristóteles, de Kant y Hegel, de Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Lyotard y tantos otros… Me habéis acompañado mientras escribía de la muerte, de la vida y la maceración del deseo… sobre las utopías y las atopías… comulgado conmigo y con Bruno Llanes e incluso compartido nuestro viaje místico, nuestro exilio existencial, también tuaregs a vuestra manera… Así que os merecéis un descanso, seguro que sí… Son dos historias intrascendentales… acaso lo mejor que pienso de ellas es que son divertidas, o me lo parecen… —el amor y el erotismo deben ser divertidos, dar risa, dibujar sonrisas, o no hay quien los aguante… No creo que resistan la criba estrictamente literaria cuando decida antologizarme; pero de lo que estoy seguro, absolutamente seguro, es que cuando vayáis al supermercado, por el sector de frutas y verduras, y veáis un hombre o una mujer que os mira con cierto descaro, recordareis esta aventura erótica de Pau Llanes… —qué cosas tiene la literatura… Ojalá algún día alguien me pregunte si soy Pau Llanes mientras hago la compra dos veces por semana en Mercadona… Eso es mejor que el Cervantes… ¡Feliz día del Libro, de la lectura! Rose=Eros para ti…

Los dos relatos eróticos Aventura caníbal en el supermercado I y II los podéis leer a continuación, más abajo, en los anteriores post… Los he compuesto así para vuestra comodidad… primero uno y luego el otro, por supuesto… jajaja

Foto: "Mercado de verduras y frutas en Belem", Brasil; abril 2006

Aventura caníbal en el supermercado... (I)

Pasaba por el estante de los zumos de frutas cuando el carrito del supermercado se negó a andar. Una rueda se había atascado en una bolsa despanzurrada de magdalenas que algún crío —pensé—, inconsciente o travieso, habría arrojado al suelo. Me agaché para solucionar el problema, tiré a un lado el amasijo informe, y ya me alzaba… cuando de pronto algo me detuvo y fijó mi atención de inmediato: era el culito de una mujer que se inclinaba delante de mí dándome la espalda… su braguita era de color verde musgo y su media melena color caoba con reflejos dorados… Incluso me sorprendí de mi sorpresa paralizante… tanto es así que no supe mirarla de reojo sino con los ojos bien abiertos.

Las curvas de su trasero, sus muslos, me provocaron deliciosas sensaciones eróticas. Llevaba una falda muy corta, a todas luces insuficiente para contener la consistente redondez de sus nalgas, soportar la tensión de su gesto despreocupado al avanzar el cuerpo hacia el interior del contenedor de los mariscos congelados —¿o era una estantería con latas de oferta? (ya no recuerdo el detalle, hace tanto tiempo)… En esa postura forzada, sus piernas me parecieron realmente hermosas e interminables. Aun sin ver su rostro, quise imaginarla poderosamente atractiva, seguro de no equivocarme. En eso estaba, en inventar su belleza, cuando la mujer volteó su cara hacia mí y me miró con desprecio al adivinar mis pensamientos. Entonces me sentí avergonzado frente a sus ojos castaños almendrados… —podían haber sido también verde musgo, pensé entonces. Me había atrapado in fraganti, ay, con mi portentosa imaginación entre sus muslos… Decidida, enfiló hacia la sección de los detergentes. Yo por mi parte, una vez recuperado de aquel inesperado impacto erótico, y sintiéndome todavía algo ridículo por este lance desigual de miradas, retomé las prioridades de mi lista de la compra y me encaminé al estante de las mermeladas…

Nos volvimos a encontrar diez minutos después en el puesto de las frutas y verduras. Yo manoseaba la dureza de unos melocotones cuando ella, un poco más lejos, se disponía a pesar un racimo de plátanos de Canarias… Ausente la dependienta, tomó uno de aquellos alargados frutos amarillos, lo peló con descarada naturalidad y le dio un furtivo mordisco. Un segundo después sus ojos volvieron a encontrarse con los míos; ahora era yo quien la atrapaba en un acto clandestino y placentero… pero lejos de inmutarse, aquella hermosa mujer (que lo era, más de lo que había imaginado) empezó a acariciar el plátano con sus labios, su boca recorría de arriba abajo el alargado fruto ya mordido, mientras entrecerraba los ojos con aparente éxtasis. Era evidente que más que excitarse —que lo hacía— jugaba conmigo a seducir nuevamente mi mirada, a estimular otra vez mi imaginación… Entonces fui yo el que se dio la media vuelta y me alejé, convencido de mantener con esta actitud mi dignidad y devolverle en su justa medida aquel desprecio con el que me había regalado hacía un rato…

Circulé con el carrito hasta llegar al extremo opuesto del supermercado. Todavía confundido y desorientado por aquellos encuentros con la desconocida mujer caoba dorada-verde musgo, compré comida para cocinar en el microondas aunque lo tengo estropeado hace un par de meses, seis botes de refrescos dietéticos —aunque los detesto— y cinco docenas de pinzas para tender la ropa… entre otras inutilidades y excesos. En eso estaba, en mi aturdimiento, cuando sentí un fuerte impacto de alguien que me empujaba con carrito y todo hacia una puerta entreabierta que llevaba al almacén interior del super… Era ella, esa mujer de mis recientes deseos y turbaciones, que frenética e impaciente se abalanzaba sobre mí con todo su cuerpo y la media despensa en su carro, ambos, irrefrenables…

Al atravesar el umbral del almacén, afortunadamente tropezamos y caímos sobre unos grandes sacos de legumbres y vegetales… judías verdes, berenjenas, pepinos, lechugas, calabacines, cogollos de Tudela, amortiguaron aquella derrota inesperada de nuestros cuerpos, casi sepultándonos en vida en la oscuridad del almacén trasero... No la podía ver, pero sentía su cuerpo caliente sobre el mío. Por instinto, para no rodar al suelo, me sujeté a una forma redondeada… pensé que era un hombro, luego una pantorrilla, un pecho, no sé… para darme cuenta al fin que era una de sus nalgas, una parte de su culito, ahora más prieto y tenso, atrapado a duras penas por sus braguitas (color verde musgo, recordé)… Temí por un instante que alguien del super nos hubiera visto penetrar furtiva y desordenadamente al almacén… pero mi miedo se desvaneció de inmediato al separar con mi cabeza sus piernas… El aroma de aquellas verduras era encantador y excitante: besé aquellos muslos hasta las ingles, mordisqueé las puntillas de las escarolas y los rizos de las ensaladas a la vez que orillaba con mi lengua los bordes de sus braguitas y sentía el roce delicioso de sus pelitos erizados y el sabor salado de su piel de gallina…

Volteé su cuerpo, o yo no sé qué hice… y tiré abajo, o arriba, sus braguitas de una vez… Frente a mi ceguera sentí el olor de su sexo abierto, húmedo, profundo… Recordando el episodio de la sección de frutería, comencé a solazarme en aquel festín de frutas imaginables: higos, fresas, mandarinas, kiwis, albaricoques, nísperos frescos y duros… Mis labios acariciaban y besaban sus otros labios… mi lengua se entretenía en aquel laberinto de pliegues y recovecos deliciosos… mi boca bebía sus jugos más íntimos… —qué extraño, de pronto todos mis recuerdos saben a fresa, huelen a fresa, hasta tengo semillas de fresa entre mis dientes todavía ahora… Luego de un rato, ni muy largo ni muy corto, ella comenzó a apretar más fuerte mi cabeza con sus piernas, hasta que sollozó en un evidente orgasmo que casi me cuesta la vida, tal era el poder de sus muslos y la extraordinaria ventosa de su sexo abierto asfixiándome… La hermosa mujer naufragaba de placer en un océano de vegetales...

Surgí de su sexo y de un montón de judías verdes para tomar aire… abracé a mi amante desconocida, la besé en sus labios superiores todavía intactos y puse sus pantorrillas sobre mis hombros… al tiempo que ella me desnudaba no sé cómo… A estas alturas de nuestra aventura ya poco nos importaba si había alguien alrededor o si nos miraban desde la penumbra de aquel oscuro recinto de nuestro amor inesperado. Poco a poco fui penetrando en sus húmedas profundidades, suave aunque decidido… En aquel túnel de su feminidad me moví con placer, me rocé, acaricié, salí y entré con generosidad y puntualidad exquisitas; creo que me alojé en sus más escondidos y secretos pasadizos, ella me guiaba, yo la seguía obediente, aprendiz de sus movimientos maestros... Así me encontraba de a gustito… cuando nos sentimos desfallecer en nuestros vegetales apoyos, rodando casi por tierra sobre berenjenas, alcachofas, lechugas y dios sabe que otras especies de la huerta… Apenas pude asirme a sus caderas y ella a mi cuello… apretándonos sin precaución y con el mayor placer de nuestros cuerpos… ¡Qué fantástico resbalón en estas verdes arenas movedizas!

Quedamos los dos cara a cara, apenas iluminados por las débiles reverberaciones de la pantallita de luz de emergencia… Le acaricié el pelo, lo retiré atrás de su frente, nos sonreímos… Enseguida ella tomo mi sexo con sus manos, lo comenzó a acariciar y a frotarlo con ese ritmo que tanto me gusta, suave pero enérgico… se agachó y lo tomó entre sus labios… arriba, abajo… con creciente energía… a veces lo mimaba con la punta de la lengua… Otra vez recordé la escena de la frutería: su boca jugando con el plátano de Canarias… sus mordiscos… sentí al máximo todas sus húmedas caricias en mi sexo tieso y duro a no poder más… —confieso que en su boca caníbal experimenté límites desconocidos de sensualidad y placer, nadie me había devorado hasta entonces con tan delicada glotonería, con hambre de alma, qué ternura la de su lengua... No pude más: aun sin querer, por instinto; salí amable de entre sus labios y la atraje otra vez hacía mí con fuerza, penetrándola al sur de su cuerpo… Ella me esperaba abierta de par en par, su sexo todavía inundado… Nos sacudimos con furia, nos estrujamos el alma a la vez que nuestros cuerpos excitados casi en el vértigo del abismo suicida... De un golpe nos derramamos, todo… —así, amor, le decía, me decía, así… dámelo todo, tómame todo, así—… y su cuerpo y el mío se estremecían en escalofríos y calenturas sin solución de continuidad jaleados por el eco escandaloso de nuestros gemidos… Ella gritó algo en una lengua extraña mientras saltaba con su culo certero sobre mi sexo todavía poderoso y se abrazaba a mi cuello... Yo ya sólo vivía para sus pechos, de ellos bebía esperanza: los exprimía solícito, succionaba sediento, mordía con mis labios sus pezones, uno y otro aleatoriamente, con las últimas fuerzas que me quedaban… En uno de aquellos espasmos incontenibles aplastamos algunas cajas de galletas sobre las que habíamos caído por fin…

Descansamos por algunos minutos en aquel lecho informe y despanzurrado, en silencio… Nos acariciábamos la punta de las yemas, los codos, los sobacos, la nuca, las rodillas, la punta de la nariz… Luego nos vestimos con cierta prisa, preocupados entonces —qué locos— que pudiera entrar alguien en el almacén arrasado por el huracán de nuestro deseo… Reconozco que me enterneció ver cómo mi felina amante se ajustaba sus braguitas verdes-musgo ante mis ojos asombrados de tanta sensualidad... fue un acto íntimo que hizo con absoluta confianza, decorándolo con una sonrisa de ángel… —sin duda el más precioso colofón posible a nuestra aventura amorosa… Salimos del oscuro almacén uno tras el otro, ya repeinados… Ella me apuntó en un papel su nombre —Véronique— y un número de teléfono… me lo dio y nos despedimos con un pícaro beso en las mejillas, todavía calientes… Nos olimos... guardamos nuestros olores en la memoria profunda… Mientras se alejaba, volteó su rostro y me sonrió nuevamente… Yo le lancé un beso con la punta de mis dedos…

Desde entonces, todas las tardes, a eso de las seis y media, más o menos, Véronique y yo nos encontramos en cualquier Mercadona que nos apetece antes de devorarnos deliciosamente donde nuestra imaginación haya convenido… Qué rabia que haya domingos en todas las semanas de nuestra vida caníbal… Todos los domingos, ayunamos… qué remedio…

Aventura canibal en el supermercado... (II)

Acababa de poner en el carrito cuatro cajas de zumo de frutas y me encaminaba sin prisa hacia la sección del pescado y mariscos frescos mientras observaba distraída las estanterías de las salsas de tomate, de tomate triturado, los pimientos morrones y los de piquillo enlatados, y luego todas esas salsas embotelladas o en sobrecitos: pesto, boloñesa, carbonara, bechamel, roquefort, guacamole, romesco, al curry, salsa rosa, Chutney… y las mayonesas y mostazas… Cuántas botellitas, cuántos frascos, pensaba, y qué ricas combinaciones con el pescado que voy a comprar y los mariscos… ummm… Ojala encuentre peces frescos, nada de congelados, para regalarme este fin de semana, sola al fin, en mi casita… Ay, cómo me encantan estos sabores a mar salada y jugar en mi boca con unos trocitos suficientemente duros y consistentes, unos fríos, otros templados, marearlos con mi lengua y mis labios antes de masticar y estrujarlos definitivamente en mi paladar… ummm… —se me hacía la boca agua, rebosaba saliva salada, de tanto placer gastronómico con sólo imaginarlo… En eso estaba cuando me paré frente a una repisa baja con grandes cestas de metal con latas y más latas amontonadas de atún natural y caballa, mejillones en salsa de vieira, calamares y chopitos en aceite de oliva, sardinas y sardinillas, y no sé cuántas especialidades de una marca muy conocida que recientemente había cerrado tras una huelga demasiado salvaje, según leí en los periódicos… ¡Qué bien! Estaban al 50%, dos por una del mismo tipo y calidad… me puse a revolver para hacer parejas —pero qué incómodas estas cestas tan bajas…

Estaba así inclinada, rebuscando, cuando presentí la mirada de alguien detrás recorriendo la piel de mis piernas, desde los tobillos a las cimas redondeadas de mis muslos, es decir mi culo… Recordé que llevaba una faldita un poco corta, sí, acaso demasiado corta para estos ejercicios dentro de las cestas metálicas… De pronto un súbito calor monzónico y un ligero terremoto desde el centro de mi vientre, inesperados, se pusieron de acuerdo para conmoverme y sacarme desconcertada del feliz ensimismamiento en que me encontraba: me quemaba la piel y temblaban las piernas sólo con imaginar esa mirada imaginaria… —pero si sólo era un presentimiento…

Sin embargo prolongué un poco más mi postura, forzándola ligeramente, agitando levemente mi faldita de pequeñas palas por ver si su aleteo abanicaba mis nalgas y daba un respiro a mi piel enrojecida; necesitaba un alivio para mis piernas… Entonces experimenté esa dulce sensación, la calma tensa tras el primer trueno de la tormenta, y me gustó sentirme observada por detrás: al mismo tiempo vestida por la mirada de un hombre y desvestida por sus pestañas… Estaba guapa aquella tarde, con el cabello recién lavado, bien peinado y relucientes mis reflejos dorados, con la faldita que había comprado en Caramelo que me sentaba estupendamente… Una faldita suficiente, ni muy corta ni tampoco larga, a esa altura de mis muslos en la que yo sé que los hombres se arrojan al vacío o se encaraman a mis pechos en un pis pas… Ah, y las sandalias de tiritas estampadas de piel de guepardo con la cuña japonesa y una pulserita de abalorios sobre el tobillo… Mi vientre se estremeció —ay, pensaba en mi braguita tanga de color verde musgo… Y sentí que aquella (todavía) imaginaria mirada se bañaba en mar salada, nadaba en la superficie de mi piel surfeando sobre las olas de mi sudor… —qué sofoco… No sé qué hacer… Voy a darme —y a darle, si existe “él”— un poco más de tiempo, me dije… Quise imaginar cómo de penetrantes eran sus ojos, hasta dónde habían llegado en su atrevimiento, si eran antiguos o inexpertos, brillantes como soles o apagados como estrellas en la niebla… No pude aguantar más mi curiosidad y me giré de pronto con una torsión violenta de cuello sacudiendo mi media melena como hacen las chicas en los documentales de Play Boy —estoy segura que a cámara lenta todavía se podrían apreciar algunos restos microscópicos de champú desprendiéndose sobre las ondas de mi cabello desplegado en un delicado fractal de reflejos iriscentes…

Sí, un hombre: “él”, me estaba mirando —lo presentía, lo intuía, estás cosas las sabemos no sé por qué las mujeres… “Y ahora qué”… le dije con mis ojos retadores… Los suyos estaban abiertos de modo tan absurdo, sorprendidos por mi reacción, tan expectantes… que casi se corre pero de vergüenza y de sentirse así de ridículo desojado entre mis muslos… Mantuve la mirada unos segundos como pude, más por curiosidad que por afán de torturarle y hacer pagar su descaro; no me sentía incómoda ante aquel desconocido… Era un hombre maduro pero de aspecto juvenil, barba corta, fuerte cuello, ojos profundos, de mediana estatura y complexión atlética, vestido informal con un suéter negro y pantalones de loneta caquis… —“No está mal el pollo”, me dije, sin perdonarle la mirada—… y seguí mi camino como si nada… Si el destino lo quiere ya nos encontraremos más adelante, donde sea, cuando sea…

Dejé el pescado y el marisco para más tarde y viré hacia la sección de los detergentes, más neutra y segura que la de las langostas, bogavantes, almejas, navajas, gambas rojas de Denia y atunes mediterráneos… Entre los detergentes, suavizantes y lejías no dejé de pensar en el desconocido —“qué descaro, me gusta”… Sabía que nos íbamos a encontrar, ensayaba qué le diría… Así se me pasaron los minutos en un santiamén divagando entre mis preguntas y sus respuestas imaginarias. Hasta que lo vi de nuevo en la frutería… ay, qué suerte, en la frutería… Él estaba manoseando unos melocotones y entonces se me ocurrió provocarle sin compasión… Tomé un racimo de plátanos de Canarias y los fui a pesar a su vista. Antes de depositarlos sobre la balanza automática cogí uno, el más grande, y comencé a pelarlo como distraída, a mordisquearlo sólo la puntita, para luego embocarlo más decididamente todo lo largo de su cuerpo duro deliciosamente curvado… Me estremecí consciente de lo que hacía, mis pezones se erizaron autónomos, disfruté de la fruta tanto como de que me mirase complacido “mi” extraño… Pero qué rabia; en un cerrar de ojos (aún en éxtasis) advertí sorprendida que se alejaba, que me daba la espalda… Ahora me sentía yo ridícula con un plátano casi entero en mi boca y sus maltrechas peladuras rebosando mi mano desnuda, puño en rostro…

Otra tempestad de calor monzónico y un nuevo terremoto interiores revolvieron mis entrañas y enrojecieron mi piel avergonzada… pero no sólo por vergüenza o su desaire… Sentía la necesidad de poseer a este hombre, no sé si a cualquier otro hombre, aquella tarde en el supermercado… Basta de dudas, juegos infantiles e ingenuas picardías —cómo me excitaba aquel juego erótico, más de lo que jamás hubiera imaginado… Aturdimiento, urgencia, tensión, ceguera, deseo… y yo qué sé… Estaba resuelta a terminar como dios manda lo que había iniciado hace un rato aun contra mi voluntad… Sería gula, lujuria, no sé… o todos los pecados capitales campando al unísono por Mercadona… “pero a ese tipo me lo hago como sea”, me dije convencida… “va a conocer en carne propia lo peligroso y letal que es abrir la caja de Pandora de una mujer como yo, y más en primavera”, le advertía en silencio, “será memorable o no será”, concluí con un mantra…

Cerca de la sección de carnes y embutidos descubrí una puerta entreabierta que daba al almacén. Imaginé de inmediato que la descuidada abertura daba a un paraíso en penumbra apenas transitado, lleno de corredores y cámaras secretas en donde perdernos, un laberinto de cajas y lechos de verduras en donde yacer, una fantástica máquina de sensaciones, de olores fundiéndose y confundiéndose con los de nuestras pieles y sexos exhalando sus más íntimos perfumes… Y así, sin pensarlo dos veces, arrebatada me fui directa hacia el madurito y lo arrollé con mi carro mientras le tomaba por el brazo y arrastraba hacia el interior del santuario sin palabras, para qué… Ya dentro, tropezamos o no sé si le empujé yo, irrefrenable y fuera de mis casillas. Por fortuna caímos sobre unos grandes sacos de legumbres y vegetales que amortiguaron el trompazo seguro; era como una inmensa cama con sus cojines y almohadas de berenjenas, lechugas, endivias, calabacines… un lecho de lentejas y judiones de La Granja, que lejos de incomodarme masajeaban todos mis músculos con inusitada eficacia antes de aquella batalla de cuerpos que deseaba fuera campal y sin treguas… Me abracé a él con todos mis miembros (no sé cuántos, perdí la cuenta), lo atrapé con mi tela de araña de pelitos erizados, me refroté hasta hacer fuego con las rodillas en sus muslos… Ay, me cogió el culo con sus manos, qué felicidad… cómo me gusta que mis nalgas se transformen en un culo con todas sus letras por la gracia de las manos de un hombre… —qué magos algunos hombres…

En un momentico sentí el sexo duro de mi presa sobre mi vientre; el mío latía ya rítmicamente bajo el escaso vestido, terso y duro también, creciendo hacia dentro, más dentro de la carne incluso… Le sentí suspirar cuando arrancó el pequeño triángulo de mi tanga verde musgo que guardaba, es un decir, mi umbral más estrecho… Temblé, me estremecí un poco, y no pude hacer otra cosa sino entregarme completamente al tacto (al suyo, al mío) con todas las potencias de mi piel y mis membranas… Mi boca fue directa a su boca, certera… Era una boca sabia, ardiente, repleta de dientes mordedores y una lengua decididamente invasiva, pero suave, ligeramente azucarada… Sorbió mis labios hasta la última gota de silicona (es una metáfora, claro)… Mientras, nuestros dedos hacían y deshacían en la oscuridad trampas y nudos salomónicos como si nada, a veces eran garras, otras lianas de plumón… tejían alfombras voladoras para nuestros sentidos desbocados…

En una de esas cayó sobre su espalda una caja de frutas, liviana, pensé, pues ni se inmutó… Tanteé a su lado y descubrí que eran fresones —de Ubrique, deduje por su textura, tersos y duros… Cogí uno por el rabo verde y me lo metí en la boca para compartirlo con mi amante… ummm, qué hambre teníamos, dios… Luego cogí uno más, gigante, y lo encajé en el pequeño umbral de mi hendidura más íntima; con un enérgico tirón de cabeza abajo le invité a un delicioso banquete de fresa, no hizo falta que le explicara más, entendió este gesto con inteligencia y se dispuso a devorarme caníbal, qué dientes… Quitó el inútil rabo con sus blancas ferocidades e introdujo todo el fresón en mi cuerpo abriendo de par en par mis labios grandes con los suyos no menos grandes bajo sus bigotes… Qué delicia, entraba y salía con ritmo preciso, una vez y otra empujado por el poderoso émbolo de su lengua… después se lo comió entero privándome por un momento de aquel dulce amasijo de fruta ya despachurrada —qué vacío, aunque sólo fue un instante… No sé si por compasión o por gula volvió a meterme su lengua hasta no más poder mientras bebía el zumo de nuestras frutas y rechupaba cualquier carnosidad de mi sexo macerado… Se lo bebió todo, se lo comió todo, qué hambre este hombre…

A estas alturas yo toda era un mar dulce y rojo, imposible de cruzar sin quedar ahogado para siempre… No podía contener el tsunami que se avecinaba, ni quise… Tomé más fuerte su cabeza con mis manos y le apresé con mis muslos… —qué sofoco, qué rico orgasmo voy a tener, si lo sé… ay, qué posturita más tonta… Fue intenso, integral, un orgasmo de raíces y hasta en los ovarios… Deseé que su lengua entrase hasta la mía escalando por dentro por mis entrañas, que se quedara allí para siempre —sí, ya sé, que para siempre es un decir— o al menos no se retirara en un par de horas… ummm… no lo hizo, fue lo mejor que hizo en su vida sin saberlo…

Por primera vez nos miramos directamente a los ojos sin otro pretexto que hacerlo y nos sonreímos aún mudos… Nos desnudamos rápidos y experimentados —bueno, lo que quedaba por desvestir… Me puso las piernas verticales sosteniendo el cielo y de inmediato me penetró como si supiese el camino de sobras, qué decisión… Yo por mi parte también le metí mis dulces dedos en su boca que me lo agradeció sediento chupándolos hasta los huesos… Entraba y salía como si fuera su casa —qué okupa, señor—…unas veces enérgico, otras suavemente, unas lento, otras aceleraba… era un delirio… así, mi reciente orgasmo se prolongaba y multiplicaba con cada una de sus sacudidas… Me exprimía los pechos como si fueran naranjas de Xativa, redondas y tiesas, todo jugo… y yo le pellizcaba sus pezones que me parecieron pequeños clítoris y le gustaba, cómo le gustaba… Qué bien entraba por mis valles inundados, por los más estrechos cañones de mis ríos interiores, qué placer cuando me rozaba con la proa de su barco… Ay, me estaba corriendo nuevamente, mejor aún, no había dejado de correrme ni con su lengua húmeda ni con su espada de fuego… —ay, otra vez—… qué posturita más tonta… —“vamos”, “vamos”, “dámelo todo”, le decía ya con palabras, en francés de la Martinique…

Así estaba otra vez estremecida cuando no sé cómo nos dimos un revolcón y caímos por un costado de nuestro lecho improvisado —qué orgasmo, qué ostia, señor, si no hubiera sido por aquellos sacos de vegetales de la huerta… Menos mal que me había corrido un microsegundo antes… El pobrecito no, tenía cara de asustado; pero ni se le notaba en su sexo —qué valiente este barco y sus marinería… Así que me puse a recompensarle por su bravura, su decisión pirata… Lo tomé entre mis labios y lo metí de una vez hasta mi garganta profunda, qué rico, qué tieso… con la punta de mi lengua lo mimaba, con mis dientes corregía sus desviaciones, arriba y abajo, lo comía como el plátano de Canarias —qué dulce, como su lengua… Cómo le gustaba, cómo nos gustaba, ambos caníbales carismáticos… Su ritmo se aceleraba en cada mamada —reconocía esos movimientos compulsivos que anteceden al éxtasis de un macho—, me disponía a beberle yo ahora hasta la última gota… qué rico… Su sexo también sabía a fresa…

Pero no, mi víctima tenía sangre fría y su lechecita no estaba todavía a punto por suerte… Salió su sabroso músculo de mi boca sin violencia, al contrario, y me atrajo otra vez hacia él, penetrándome desde abajo… Yo le esperaba con mi sexo abierto —hacia ya no sé cuándo era puerto franco para este huésped de barba recortada—, desde luego hidratado y lubricado, a sus órdenes y dictados… Me penetró con un sencillo movimiento de esgrima y yo me agarré a su cuello para no caer despeñada en aquel abismo de sensaciones increíbles… Mi culo comenzó a moverse alrededor y arriba-abajo de su mástil, entonces el eje de nuestro universo; sus manos me guiaban… Nos sacudimos con furia, nos estrujamos lo que quedaba de nosotros, nos jaleábamos cada uno en su lengua: “Vamos, vamos, sigue, amor… dámelo todo, tómalo todo… así, un poco más, no falta nada, vamos a corrernos, sí, sí, ya… ya…dios, amor”… —y nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo inextricable, consumidos por la misma calentura, acoplados nuestros gemidos; no cabía ni una paja entre su vientre y el mío (¿y para qué nos íbamos a meter una paja ahora en esta situación? —qué cosas tiene la literatura… Pues eso, que nos corrimos y estremecimos con inmenso escalofrío… Más que una pequeña muerte nos regalamos un chorro de vida… —que falta nos hacía, pienso hoy…

Descansamos por algunos minutos en aquel lecho informe y despanzurrado, en silencio… Nos acariciábamos la punta de las yemas, los codos, los sobacos, la nuca, las rodillas, la punta de la nariz. Luego nos vestimos con cierta prisa, preocupados entonces que pudiera entrar alguien en aquel almacén arrasado por el huracán de nuestro deseo… Me ajusté como pude mi tanga color verde musgo ante sus ojos asombrados... Lo hice como colofón de nuestra aventura y regalo a sus ojos, un acto íntimo, testimonial, de felicidad, qué menos… Al fin y al cabo todo había comenzado al mirar mis braguitas, ¿O no?... Salimos del almacén uno tras el otro, ya vestidos y repeinados… Le miré fijamente por unos segundos que me parecieron una eternidad y descubrí que tenía ojos de distinto color, uno azul oscuro y el otro marrón avellana; me conmovió esa mirada tan desigual, me enamoró como me miraba… Le apunté en un papel mi nombre —Véronique—y el número de mi teléfono móvil… Lo tomó con una dulce sonrisa y nos despedimos con un pícaro beso en las mejillas, todavía calientes, ardiendo… Nos olimos… todavía guardo su olor, aquel olor, en mi memoria profunda… Mientras me alejaba, volteé mi rostro y le regalé mi sonrisa más desnuda. Él me lanzó un beso con la punta de sus dedos —qué precisión, me dio en medio de la diana del coeur— y me dijo con voz grave, seguro de sí: “Me llamo Pau, no me olvides”…

Desde entonces, todas las tardes, a eso de las seis y media, más o menos, Pau y yo nos encontramos en cualquier supermercado antes de devorarnos deliciosamente donde nuestra imaginación haya acordado… Qué rabia que haya domingos en todas las semanas de nuestra vida caníbal. Todos los domingos, ayunamos… Bueno, no importa, se me ha ocurrido cómo solucionar este despropósito laboral. He encontrado un 24 horas en Santa Catalina y ya he pactado con la dueña que haga la vista gorda los domingos cuando vayamos a hacer la compra (ahora ya juntos, de la mano)… Qué contento se va a poner Pau; los domingos sólo comeremos dulces y pasteles… Sí, ya sé, Pau es diabético… pero yo soy su insulina: nada mejor que tenerme a mano para siempre… —uy, sí, lo siento: “siempre” es una coquetería… jajaja… ¿Y qué?… me da igual lo que escribió Kundera en La insoportable levedad del ser acerca de la coquetería… Lo nuestro es Amor Caníbal

martes, abril 22, 2008

Tercera y última conversación sobre estética... —te prometo que mañana escribiré dos cuentos eróticos... ¿Vendrás?

La estética del siglo XX privilegió la dimensión psicológica del arte y la belleza; más que especular sobre la naturaleza intrínseca de la obra de arte, los autores han preferido considerar la experiencia del observador ante tal realidad, su interpretación y visión subjetivas, su carácter vivencial —hasta cierto punto, heredados del Romanticismo. A esta concepción “vivencial” de arte se refiere Heidegger, considerándola una de las características principales de la sociedad moderna. No obstante también encontramos en Heidegger aportaciones más esencialistas, no tan “vivenciales”, con respecto al arte. Para Heidegger, existe el artista, existe la obra y desde luego existe el arte, un tercer elemento gracias al cual ambos se sostienen. Este planteamiento, aparentemente inocente, tiene como finalidad “romper la especularidad metafísica entre el objeto y el sujeto”. El arte no se agota en la subjetividad del artista y tampoco se halla íntegramente en su creación objetiva. El arte remite a un “modo del ser”. Por supuesto que las obras de arte son “cosas” como el resto de las cosas comunes, pero son cosas que no se agotan en su mero carácter de cosas. Heidegger comienza admitiendo que la obra de arte es una cosa que recibe algo añadido, un suplemento que la convierte en alegoría o en símbolo de otra cosa. “Las cosas están mucho más próximas de nosotros que cualquier sensación”. Nunca oímos “ruidos puros”, sino el rechinar de los goznes de una ventana, el motor de un coche, el maullido del gato. Hay que esforzarse por encontrar el punto en que la cosa “reposa en sí misma”. Las cosas, en su insignificancia, parecerían resistirse a ser pensadas. Y justamente en esta resistencia, en esa reserva quiere Heidegger que encontremos su esencia. “Ha sido la obra de arte —asegura Heidegger— la que nos ha hecho saber lo que es de verdad un zapato” (…) “En la obra no se trata de la reproducción del ente singular que se encuentra presente en cada momento, sino más bien de la reproducción de la esencia general de las cosas”.

Nietzsche fue uno de las principales referentes del pensamiento de Heiddeger, y el primero en hacer una contundente crítica al pensamiento romántico sin caer en los prejuicios positivistas de la época. Quizás la principal aportación de Nietzsche a la historia del pensamiento, y más aun a la del “ser y estar en el mundo”, fue la noción de nihilismo. El nihilismo, la pérdida de sentido de valores, tal como lo define Nietzsche, sería el impulso esencial de la historia, la condición necesaria del devenir histórico: “¿Qué significa nihilismo?: Que los valores supremos han perdido su valor. Falta la meta, falta la respuesta al por qué”. ¿Esta intuición sobre la falta de valores tiene algo que ver con el abandono del camino de la verdad, de la belleza, en el arte? El arte es, para Nietzsche, una “religión de la apariencia”. La apariencia no es lo contrario de la verdad, sino su expresión. Lo que aparece —la superficie— tiene una profundidad metafísica. El arte no quiere imponer sus constricciones, no quiere “conocer” ni quiere “dirigir”: sólo quiere que las cosas, todas y cada una de ellas, puedan ser… El arte deja de copiar el mundo —o de sintonizar con el transmundo— para convertirse en “modelo para la vida”. El arte, para Nietzsche, es la fuerza antinihilista por excelencia, es la “voluntad de fiesta” que estimula sin cesar a la vida. Frente a la religión, que gira en torno a la “devoción”, el arte incita a la “creación”… Se trata de un proceso creativo hasta cierto punto agónico, siempre girando sobre sí mismo. Interrogándose sin cesar… y siempre irónico (consciente de su propia imposibilidad para responderse por completo)…

Hay que considerar al nihilismo como un proceso histórico, el de desvalorización de los valores considerados hasta entonces —en cada momento— como supremos, los principios que sostienen lo que de ser tienen los entes, todo lo que sirve como modelo de lo que es, es decir lo verdadero, lo bello y lo bueno. Más que decadencia, este movimiento de desvalorización sería para Nietzsche la legitimación misma de la historia occidental, su lógica interna. No desaparece el mundo con la desvalorización de lo que constituían los valores supremos; aparecen valores nuevos. La negación de los antiguos valores es afirmación de nuevos valores, una “transvaloración” de anteriores valores… Este nihilismo trágico no busca que el mundo recupere su valor: no se trata, en la nueva instauración de valores, de reemplazar los antiguos por nuevos, sino de efectuar una inversión en el modo de valorar, un cambio de sensibilidad, una transformación o revolución estética…

Con Nietzsche el arte deja de ser divertido, virtuoso, ejemplar… El arte no tiene por qué embellecer al mundo, sino fundirse en él, devolverle de una vez el espíritu al cuerpo, tanto tiempo disociados… Frente a la frivolidad burguesa de un “arte por el arte”, reconocemos ahora un arte insubordinado que arroja a nuestra mirada imágenes humanas, demasiado humanas; en este estado de ser “en y con” el mundo, buscar la belleza, expresarla, no deja de ser un ejercicio de crueldad… Esta insumisión del arte al gusto burgués, al poder, explicaría el interés del “oficialismo bienpensante” —lo que hoy llamaríamos “lo políticamente correcto”— por desactivar la carga corrosiva y letal del arte comprometido reduciéndolo a un asunto “de extravagantes”, “diabluras” divertidas, pasatiempos de intelectuales y exquisitos… El arte era para el poder establecido algo absolutamente improductivo; en ello radicaba precisamente su poder de subversión. Algo muy distinto a lo que sucede en la actualidad, según mi opinión, en donde el sistema del arte se ha convertido en uno de los cómplices más dóciles de la sociedad postmoderna tardo capitalista, quien mejor la retrata, quien mejor representa el estado de simulación generalizada que la caracteriza… —también las simulaciones del poder institucionalizado.

Lyotard define el arte moderno como aquel que "consagra su ‘pequeña técnica’, como decía Diderot, a presentar qué hay de impresentable. Hacer ver que hay algo que se puede concebir y que no se puede ver ni hacer: Éste es el ámbito de la pintura moderna"… En muchos aspectos este “presentar lo impresentable” tiene que ver con la concepción de lo sublime en Kant —el sentimiento de lo sublime, decía Kant, tiene lugar cuando la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto que, aunque sea en principio, venga a establecerse de acuerdo con un concepto… Si el arte moderno es en alguna medida sublime, lo es porque en todo momento hace alusión a lo impresentable. Pero esta alusión la realiza de forma negativa, presentando formas visibles. La pintura abstracta no es sino un grado de expresión de estos principios, ya que en ella se presenta algo evitando la figuración y la representación. Algunas tendencias del arte contemporáneo son incomprensibles si no se reconoce esta vocación por lo sublime.

¿Y en este vagamundear del arte por la vida y la historia, admirado por el cuerpo o el espíritu, representando lo aparentemente real o divagando acerca de lo impresentable, dónde quedó la belleza? ¿Qué belleza o virtud o bien moral puede regalarnos el arte moderno? Thomas Mann, sutil pensador y autor de obras inolvidables —La Montaña mágica, por ejemplo— plantea sugestivas relaciones entre la belleza, la vida (como realidad) y el espíritu… Thomas Mann se interroga sobre el problema de la belleza: “El problema de la belleza consiste en que el espíritu concibe como ’belleza' a la vida, mientras que ésta concibe como 'belleza' al espíritu...” (...) “Pues la nostalgia va y viene entre el espíritu y la vida. También la vida reclama al espíritu. Dos mundos, cuya relación es erótica sin que la polaridad sexual sea clara, sin que uno represente al principio masculino y el otro al principio femenino; eso son la vida y el espíritu. Por eso no hay entre ellos una unión, sino la breve y embriagadora ilusión de la unión y el entendimiento, una eterna tensión sin solución”. El arte sería algo así como la atracción erótica de la vida hacia el espíritu, del espíritu hacia la vida, entre el espíritu y la vida… ''Y sin embargo es esto lo que hace al arte tan digno de ser amado y ejercitado; es esta maravillosa contradicción de que sea o pueda ser a la vez deleite y tribunal condenatorio, prez y loor de la vida mediante su placentera imitación y aniquilación crítico-moral de la vida, lo que hace que obre suscitando placer en la misma medida en que despierta la conciencia”… No obstante, aunque parezca destilarse cierta actitud positiva hacia el arte y sus virtudes “terapéuticas” sobre la libido existencial, Thomas Mann no espera mucho de su capacidad para remediar otras angustias y peligros: “El arte es el último en hacerse ilusiones con respecto a su influencia sobre el destino de los hombres. Desdeñoso de lo malo, no ha podido nunca detener el triunfo del mal. Preocupado por dar un sentido, no ha podido nunca evitar los más sangrantes sinsentidos. No constituye un poder, es sólo un consuelo”…

El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”… —quien así se expresa es Arthur Coleman Danto, uno de los más influyentes críticos y teorizadores sobre el arte contemporáneo en las últimas décadas y autor del polémico artículo El final del arte (1984) de gran trascendencia en el debate sobre el arte actual. Sobre la belleza, por ejemplo, Danto reconoce que en la actualidad “la belleza casi ha desaparecido del discurso artístico. Era algo que preocupaba a principios de siglo, pero ahora la gente se queda atónita si se le habla de este tema. Ha desaparecido. Sigue habiendo alguna conexión entre arte y belleza, pero no es tan profunda como antes” (...) “En mi opinión, si la gente vuelve al concepto de belleza hay que plantearse qué significado tiene ahora el concepto de belleza. Qué propósito cumple o para qué sirve esta belleza. El arte es una propuesta, no sólo objetos bellos. Si lo son es porque esto contribuye a su significado artístico”... ¿Cualquier objeto puede ser una obra de arte? “ —responde el crítico norteamericano— cualquiera puede serlo, pero eso no quiere decir que cualquiera lo sea. Hay unas restricciones, pero lo que no hay son limitaciones en relación a qué aspecto podría tener este objeto artístico. Por ejemplo, este cenicero que está encima de la mesa no es arte ahora en cuanto objeto, pero no sé si podría serlo en otro contexto. Diría que habría que plantearse qué significa y cómo está conectado con la obra del artista y su contenido” (…) “En nuestra narrativa, al principio sólo la mimesis era arte, después varias cosas fueron arte pero cada una trató de extinguir a sus competidoras, y finalmente, se volvió claro que no había constreñimientos filosóficos o estilísticos. La obra de arte no tiene que ser de un modo especial. Y éste es el presente y, como dije, el momento final de la narrativa maestra. Es el fin del relato”… La crónica de una muerte anunciada a la cual Danto dedica los últimos párrafos de su artículo El final del arte: “… puedes ser un artista abstracto por la mañana, un realista fotográfico por la tarde y un minimalista mínimo por la noche. O puedes recortar muñecas de papel, o hacer lo que te dé la real gana. Ha llegado la era del pluralismo, es decir, ya no importa lo que hagas. Cuando una dirección es tan buena como cualquier otra, el concepto de «dirección» deja de tener sentido. La decoración, la auto-expresión y el entretenimiento son, obviamente, necesidades humanas perdurables. El arte siempre tendrá un papel que desempeñar si los artistas así lo desean. Su libertad acaba en su propia realización, pero siempre dispondremos de un arte servil. Las instituciones del mundo del arte (galerías, coleccionistas, exposiciones, publicaciones periódicas), que han predicado y señalado lo nuevo a lo largo de la historia, se marchitarán poco a poco. Es difícil predecir lo feliz que nos hará esta felicidad, pero fíjense en cómo ha hecho furor la gastronomía en el tradicional modo de vida americano. En cualquier caso, ha sido un inmenso privilegio haber vivido en la historia”… —Confieso: es un inmenso privilegio sobrevivir todavía en los últimos estertores del arte y la belleza…

Fotos: de la serie "Mis paseos por el MoMA de New York"; enero 2005

lunes, abril 21, 2008

Hoy, lunes, sigo hablándote sobre estética... No basta con amar si quieres aprender el Arte de Amar...

Es cierto que el arte se ha ocupado durante mucho tiempo en revelar, representar o alcanzar la belleza —o se ha justificado como un medio privilegiado para tales objetivos. Pero ni el concepto clásico de “mimesis”, ni siquiera su acepción decimonónica que valoraba tanto la imitación de la realidad como la interpretación subjetiva de la naturaleza por el artista, son suficientes para explicar este tropismo hacia la belleza. Además, buena parte de los pensamiento estéticos y movimientos artísticos del siglo XX recorrieron caminos alternativos que nada o muy poco tienen que ver con la “imitación” de la naturaleza, sino todo lo contrario… El simbolismo, el cubismo, el Dadà y el surrealismo, los distintos conceptos y expresiones abstractos, por ejemplo, se enfrentaron radicalmente con aquella concepción del arte como imitación, e incluso como reflejo distorsionado del mundo real; sus intenciones eran bien distintas. El cubismo es un buen ejemplo de ello, representando un mundo ya decididamente fragmentado tras la explosión de las “Grandes Verdades” (entre ellas las estéticas) por el impacto decisivo de aquel nuevo estado de cosas y pensamientos: la segunda revolución industrial, el nuevo impulso tecnológico, el asentamiento de la nueva economía liberal librecambista, el desarrollo capitalista, los conflictos más evidentes de la lucha de clases, el evolucionismo darwiniano, el marxismo, el nihilismo “nietzscheano”, el psicoanálisis, y muy pronto el relativismo y la mecánica cuántica… Y es que las ideas tampoco pueden durar y servir eternamente, aunque se adapten “miméticamente” a las circunstancias…

¿Y por qué la belleza? ¿Qué es la belleza? ¿Aquello que, además de bueno, es agradable —como afirmaba Aristóteles? ¿O “sólo lo feo es bello” —según la provocación de A. Solin? ¿Qué verdad representa la belleza? Si el arte aparece como una ilusión alejada de la realidad o como un mejoramiento (ilusorio) de esta realidad, haciéndola bella, ¿no estaremos también aceptando que la belleza no es sólo un atributo de la verdad sino también de la ficción? ¿Podemos seguir sosteniendo, como hacía Hegel y el idealismo alemán, que la verdad es una condición necesaria de la belleza, que la vocación del arte es el descubrimiento de la verdad? ¿Dónde habita la belleza, cómo se manifiesta, cómo y por qué la reconocemos, por qué nos conmueve todavía?

Desde la Antigüedad la belleza se ha refugiado en conceptos tales como “armonía”, “simetría”, “proporción”. Esta visión cuantitativa y numérica de la belleza reconocible en el orden, proporción canónica e interrelaciones armónicas y/o simétricas entre las partes ya fue defendida por Platón —“La conservación de la medida y la proporción es siempre algo bello”— y por Aristóteles —“La belleza consiste en una magnitud y disposición ordenadas”—, y también por Plotino, que a la mera proporción y orden de las cosas agregó significativamente la existencia de un “alma” que se expresa a través de ellas y las ilumina. Esta nueva noción de iluminación es la que llevó a Tomás de Aquino a ratificar que “a la razón de la belleza y el decoro concurre la claridad y la debida proporción” y a definir sencilla y rotundamente que la belleza es “el esplendor de la forma”.

¿Pero de qué belleza hablaban nuestros maestros clásicos, a qué se referían? ¿A una belleza real diferente de una abstracta? ¿A una belleza física distinta de una belleza espiritual, como los estoicos? ¿A la belleza que descansa en los números, en el cuerpo, en el alma, en la gracia? Ya en el siglo XVII, se hablaba de belleza esencial y natural, de belleza placentera y belleza útil o conveniente, rara o novedosa. Poco después Sulzer distingue ya en la belleza la variada condición de lo elegante, lo espléndido, lo apasionado… así, hasta llegar a Hume y su radical subjetivismo: “La belleza no es ninguna cualidad de las cosas en sí mismas. Existe en la mente que las contempla, y cada mente percibe una belleza diferente”. Subjetivismo al que parecen enfrentarse Baumgarten y Hegel con sus hipótesis de belleza-perfección y belleza-ideal: “La belleza es la idea absoluta en su apariencia sensorial” (Hegel). En resumen, una evolución histórica en apariencia contradictoria

No nos debería sorprender considerar la belleza como un término equívoco, bien al contrario; acaso sea su ambigüedad, su polisemia, su histórica y característica desemantización las que la identifican y convierten en una eficaz figura retórica. La belleza es como un rostro de mil caras (esquivas), un cuerpo en permanente e imprevisible metamorfosis, un alma indeterminada y transparente… La variedad de objetos y cosas, de ideas, sensaciones y sentimientos, pensamientos, que se atribuyen la belleza (o que adjetivamos como bellos) demuestran esta diversa extensión y “modulación” de la belleza. Junto a la belleza geométrica y proporcionada de las formas, la simetría, la armonía, a las que antes me he referido, aparecen ya en el mundo clásico romano, y luego posteriormente en el mundo medieval, otros nuevos conceptos que merodean o atraviesan los territorios indeterminados de la belleza: “lo sublime”, el encanto, la atracción y la gracia, lo decorativo (bonito), el ornamento, el decoro y la “dignidad” de las cosas, la sutileza, lo esmerado, e incluso la “aptitud”… una variedad de belleza sobre todo reconocible en la arquitectura, que designaba indistintamente la adecuación a un fin, la aptitud social o la utilidad práctica de un objeto. Entre estos conceptos que participan de múltiples maneras de los valores indefinidos de la belleza o, más bien, la identifican, quizá sean “la sublimidad” —la hipótesis de “lo sublime” como “capacidad de entusiasmar y elevar el espíritu, unida a la grandiosidad del pensamiento y la profundidad de las emociones” (Tatarkiewicz)— y su “aptitud” o utilidad, los que representarían los límites imprecisos de la belleza; límites casi siempre opuestos, antagónicos, tradicionalmente considerados en las antípodas del territorio de significación de la belleza, y que modernamente hemos intentado conciliar y aproximar en las, así mismo, indefinidas “repúblicas” del arte y el diseño —lo útil, y además bello—, desdibujando sus fronteras convencionales…

Kant es uno de los grandes autores que reflexionaron sobre la belleza y “lo sublime”, incluyéndolos entre sus juicios estéticos y añadiendo nuevas sugestiones y categorías, como la del “gusto”, que han tenido gran influencia en la filosofía estética hasta nuestros días. Para Kant, el “juicio del gusto” no presupone una representación bajo un concepto determinado, sino que afirma una relación entre la representación y una satisfacción especial “desinteresada”; la satisfacción estética la puede provocar un objeto que aunque no tenga función alguna posee una intención en su forma, una cierta totalidad formal ordenada para su comprensión y admiración —tiene una “intencionalidad sin intención”. Así mismo, el juicio del gusto se diferencia del mero placer sensible porque no impone obligación alguna de aceptarlo ni exige ser respaldado por razones… Ningún argumento puede obligar a nadie a estar de acuerdo con un juicio de gusto, pero su lógica da pie a una aceptación general: por ejemplo, “esta flor es bella” —esto no significa que cuando nos sentimos impresionados por una cosa podamos garantizar que todos los demás se sienten afectados de la misma manera, sin embargo sí podemos garantizar que la posibilidad general de compartir conocimientos presupone en cada uno de nosotros una cierta cooperación en un entendimiento e imaginación universales, es decir que todo ser racional posee la capacidad de sentir, en adecuadas condiciones de percepción, esta armonía a través de sus facultades cognoscitivas. Por ello, un verdadero “juicio de gusto” puede aspirar legítimamente a ser verdadero para todos, a consumar su condición de “universalidad subjetiva”.

El sistema idealista mejor articulado fue sin duda el de Hegel. Para Hegel, la “Idea” —el concepto en su más elevado estadio de desarrollo dialéctico— se encarna en formas materiales en el arte, esto es la “belleza”. Cuando lo material es espiritualizado en el arte se da a la vez una revelación cognoscitiva de la verdad al tiempo que una “revigorización” del espectador. Para Hegel la misma naturaleza era un producto del espíritu o el resultado de la acción de la historia, por tanto no existiría diferencia objetiva entre belleza natural y la belleza artística: “Sólo lo espiritual es verdadero. Lo que existe sólo existe en la medida de su espiritualidad. Lo bello natural es, pues, un reflejo del espíritu. Debe ser concebido como un modo incompleto del espíritu, como un modo contenido en él mismo en el espíritu, como un modo privado de independencia pero subordinado al espíritu”.

En muchos sentidos las tesis hegelianas venían a superar aquellas ideas de Kant sobre la belleza y la reflexión estética. Kant quería distinguir entre dos tipos de belleza, una natural y otra artificial o artística. Kant fundamentaba en el “gusto” la facultad de reconocer y apreciar la belleza natural; la belleza artística, sin embargo, construida esencialmente desde lo cultural, histórico y los valores sociales, tenía como fundamento al “genio”. Aunque las ideas hegelianas intentaban superar las de Kant, éstas resistieron y sirvieron de base a buena parte del sentir romántico en el arte. La doctrina del gusto como vivacidad de las “facultades del alma” abría las posibilidades de una estética sostenida por “el hacer” y “sentir” del genio… Al otorgar al “genio” la capacidad “de expresar sin conocimiento ni ciencia la armonía anímica y de esta forma incendiar el ánimo y templar el carácter” quedó expedita la vía hacia una estética romántica —en la que el genio es la principal sustancia en la producción de una obra de arte y el juicio estético sobre ella tiene como principal referencia la propia vida del artista. En el sentimiento romántico de raíz postkantiana, el arte sólo podía tener como objeto la vivencia, su sentido era provocar una experiencia vital “fuerte” e intensa capaz de conmover la existencia y transformar esencialmente nuestras actitudes frente a la vida —las del artista y las del espectador conmovido. Este pensamiento contaminó eficazmente el sentir moderno en sus orígenes, nacido en las interioridades del Romanticismo y diseminado en sus secuelas, sobreviviendo con gran fortuna y con múltiples acentos particulares hasta nuestros días a través de algunos de los grupos y movimientos de vanguardia más significativos del siglo XX. Y no sólo desde el lado de los artistas, sino sobre todo desde el juicio que le merece a la sociedad el hacer y el sentir de los artistas y el objeto de su creación. Como en otros casos, la mirada de la generalidad social sobre el arte y los artistas ha sido —es, todavía— más romántica e irracional que la de sus descreídos y privilegiados intérpretes y creadores…

Dibujo: "Fryzjer" (Serie Grandes Viajes), Izabella Jagiello, 2007