
Quiero relacionar nuevamente esta inefable noción de sospecha y curiosidad con los celos… y los celos con las celosías. Los celos: un querer saber y no querer saber… Las celosías: que dejan ver y a la vez velan la mirada… ¿Qué son el arte y la literatura sino una teoría de celosías que ocultan y dejan ver según se esté a un lado u otro de ellas? ¿Qué son el arte y la literatura sino el resultado de una inmensa e insatisfecha curiosidad? ¿Qué son el arte y la literatura sino un sistema de creencias?... El arte, la literatura… larga cadena de respuestas y preguntas curiosas… territorios fértiles para el cultivo de la sospecha y la aventura de la interpretación… ¿Quieres que mis palabras atraviesen tus vacíos e iluminen tu oscuridad?… Deja pues penetrarte de una puñetera vez, que las palabras inseminen tus desiertos (el eco de mis palabras lejanas ocuparán el lugar de tu silencio a voces)…
Una de las principales sospechas de Nietzsche —el gran Maestro de la sospecha— se encara con el lenguaje. Sospecha que el lenguaje no dice exactamente lo que dice; o, dicho de otra manera, piensa que el sentido que se manifiesta convencionalmente en el lenguaje es un sentido menor que interviene como máscara de otra infinidad de sentidos posibles… Esta primera y fundamental sospecha nitzscheana respecto del lenguaje se extiende también a los otros estados de las cosas que hablan y no son lenguaje… En el mundo encontramos muchas cosas que hablan y que sin embargo no son lenguaje convencional; o producen sentidos y significaciones de modo no verbal. Por ejemplo las vísceras de las bestias o el vuelo de los cuervos que la pitonisa y el sacerdote mago interpretan, las series de números o palabras encriptadas que el cabalista ordena, la espuma en la cresta de las olas o el rumor de la arena en la cima de una duna que advierten y orientan al marinero y al tuareg en sus viajes por sus desiertos, o los extraños acontecimientos cósmicos que anuncian el encuentro necesario de dos seres que hasta entonces jugaban ensimismados con el humo de sus cigarrillos o sus posos de café…
Estas sospechas de Nietzsche —la del lenguaje y la de otras cosas que hablan sin ser lenguaje— coinciden en la presunción de que los signos no son nada simples ni benévolos sino algo complejo y escurridizo, encubridores de otras realidades… Hay en las palabras y en los signos algo ambiguo, el olor de lo oculto, que nos disuade de la idea de que sólo existe una única realidad tras el velo transparente de sus palabras y que detrás de ellas aparecerá un único significado indudable y definitivo… Para Nietzsche el signo, por su opacidad y vocación de máscara, adquiere una función nueva, pone en cuestión la creencia de que a cada significante le correspondería un significado más o menos elocuente y preciso. El signo pasa a ser entonces un juego de fuerzas reactivas, fuerzas al servicio de la adaptación complaciente. Estas fuerzas son evidentemente históricas y culturales, no obedecen a un destino, a una predeterminación ni a un accionar trascendente, sino al azar de una lucha desigual… Como en esta lucha estamos comprometidos los sujetos, la interpretación debe interpretarse a sí misma… El que traduce, el que interpreta —el intérprete— es el principio de la interpretación; siempre se interpreta desde alguien, desde algún lugar, desde un tiempo determinado... Es decir: por un lado la interpretación no tiene fin, y por otro se genera y reproduce en un espacio abierto que incluye al propio intérprete (en realidad se trataría de una interpretación “cuántica”)… La muerte de la interpretación consistiría en creer que hay signos originarios y arquetípicos, válidos por sí mismos, sin sujetos que los hayan inventado o sujetos que los relean desde sus múltiples perspectivas. Nosotros somos obviamente quienes sostienen los signos y por supuesto su interpretación… Son los artistas, los que escribimos, quienes sostenemos nuestro pesado mundo de signos poéticos al tiempo que robamos el fuego sagrado para dar calor e iluminar al mundo de los humanos espectadores ávidos de respuestas… Ah, los artistas, los que escriben… siempre ocupados en nuestras tareas heroicas.
Y la verdad… ¿Cómo no sospechar de la verdad?... De esa verdad tal como nos la ha legado el pensamiento tradicional, que concibe lo verdadero como algo universal indefinible y abstracto, que pretende que sólo se puede reconocer como sentimiento o sensación, que exige creencias ciegas o lealtades relativas... Sin embargo las presuntas “verdades” se enuncian y construyen desde realidades objetivas y materiales, es decir desde posiciones de poder... —como algo que en una determinada situación histórica (en un tiempo y espacio concretos) se considera verdadero, “bueno”, legítimo, dogmáticamente… Detrás de cada verdad como imagen dogmática del pensamiento está aquello de lo que hay que sospechar: lo que está oculto e interviene desde la impunidad de las sombras… Hay que sospechar de la ingenua “bondad” de ciertas “verdades” y denunciar el autoritarismo de los discursos de quienes se declaran poseedores de alguna verdad (filosófica, estética, científica, política, religiosa) que aspira a imponerse absolutamente… Yo siempre pongo en sospecha todo aquello que se manifiesta como “políticamente correcto”, por ejemplo… esas estúpidas afirmaciones de borregos y cabestros que no se detienen ni un momento a leer la historia, la ciencia, la biología, a interpretar con la lógica y el sentido común, y se dedican a trasmitir y pontificar estupideces bajo la forma de verdades absolutas (en realidad son fanáticos funcionales, tontos “útiles” de ese fanatismo al que me refería en uno de mis textos); y lo más tragicómico es que lo hacen con buena intención… Si al menos tuvieran suficiente vergüenza intelectual para reconocer sus errores… o, mejor aún, no fueran tan impacientes en escribir lo que todavía no saben leer… En fin… intentan transmitir la verdad, a veces lo hacen incluso de oficio, y no saben siquiera cuáles son algunas de sus propias verdades más relativas… Tal como enseñas, aprendes… (y viceversa)…
Entre las interpretaciones posibles yo suelo elegir aquellas vías que me llevan a espacios más abiertos, que restauran un mayor número y calidad de evocaciones de mi memoria, que estimulan mi deseo de encontrar(me) y reconocer(me)… Por ejemplo: me atraen los artistas y las obras que se expresan por metáforas, por palabras que parecen sin sentido a primera vista y luego, tras la mirada atenta, me regalan todos los sentidos posibles a elegir… incluso algunas veces con humor, con sus bromas y divertidos “juegos de manos”… Me gusta sospechar divertido… Qué voy a hacer de mí, si me gustan tanto tus pechos intactos por mis manos… —sí, mujer, esas que tanto conocen tus ojos insatisfechos y una vez soñaste no hace poco…