jueves, enero 31, 2008

Amanece sobre el Kwai River...


Amanece sobre el Río Kwai. Es el primer día de 1996. La visión de aquel amanecer sigue siendo una de las más bellas sensaciones de toda mi vida. He visto muchos amaneceres desde entonces, la mayoría antes de acostarme tras noches de ojos abiertos o qué te voy a contar que no sepas tú... Pasé tres días inolvidables en aquellas selvas, hasta me persiguió una elefanta mamá por acercarme demasiado a su elefantito (de 200 ks. por lo menos).

Amanecía poco a poco, con pereza... la superficie del río, excepcionalmente inmóvil a estas horas, era un puro espejo pulido de reflejos rosa-anaranjados... de vez en cuando algunos vencejos (o me lo parecían) planeaban sobre las aguas rozándolas apenas con la punta de sus alas, cortando limpiamente por segundos este espejismo de la mañana con tan sutiles bisturís... El más atrevido vino luego a posarse al raft-house, mi casa flotante; se quedó un rato, nos miramos... Todavía no sabía hablar ni descifrar el lenguaje de los pájaros... Guardo esta imagen entre las más hermosas de mi vida...
Foto: Amanecer en el Kwai River, Thailandia; enero 1996

Se llamaba Lucy Landim...



Se llamaba Lucy Landim, había nacido en Torres Vedras, Portugal, hacía veinticinco años; el 9 de agosto de 2007 voló desde su apartamento de Playa de San Juan en Alicante hacia la nada desconocida… Cuando supe de su muerte, cómo, hacía ya más de un mes que se había producido; no podía creer la noticia —nunca queremos creer los acontecimientos irreversibles. Su último mensaje lo había recibido a finales de julio pasado; le contesté diciéndole que estaba en la isla, que no podríamos vernos por un tiempo más o menos largo. No recibí otro mensaje de Lucy… No quiero ahora escribir acerca de los motivos de su elección, la situación que estaba sufriendo, guardo para mí estos pensamientos, mis suposiciones, mi amargura…

Durante este tiempo que me falta Lucy he pensado muchas veces hacerle un homenaje a mi manera —algo creativo, que le gustara, como recuerdo emocionado a esta hermosa mujer que amaba cantar y bailar sobre todo lo demás y cuya vida creíamos era una fiesta permanente. ¡Qué equivocados estábamos, tan distraídos en nuestros estúpidos asuntos! Sigo pensando en ese proyecto; debo hacerlo, se lo merecía; espero hacerlo pronto con la ayuda de mis amigos que la conocieron y disfrutaron su arte y su boca grande, sus risas-carcajadas y lengua de trapo, su mirada de gatita mimosa o de pantera…

Ayer mismo, no sé por qué, me puse a buscar en mis archivos cosas de Lucy: fotos, correos, maquetas de sus músicas. Luego busqué en Internet: qué decepción… sólo había una entrada en Google que tuviera que ver con ella, la de su amiga DJ-Sandrinha-Diva que le recuerda en su página web en un sencillo y muy emotivo album de fotos de Lucy, y con su música, por supuesto —http://-tuma-.hi5.com/friend/109827063--Dj-Sandrinha-Diva--Profile-html… Esta casi total ausencia de referencias a Lucy en la web me ha encorajinado, más todavía si cabe, y animado a hacer algo por fin… Lo primero es esta nota de recuerdo, algunas de sus fotos; pronto vendrán otras cosas, dedicatorias, escrituras…

Ojalá Lucy pueda verse y leerme allí donde esté; ojalá pueda recibir y tomar estas palabras que le envío en los mismos Archivos Akasa, la indeterminada memoria del universo, donde todo se guarda y permanece, el espacio psíquico en donde se fijan las huellas de todo lo que ha sido, es, será… —No sé tu dirección actual, Lucy, ni siquiera tu número de teléfono o cuenta de e-mail para enviarte un sms o un correo. Por eso se me ha ocurrido enviarte este mensaje al universo transparente, al Éter, a Akasa, que sé que tarde o temprano lo encontrarás, nos reencontraremos… Kisses, Lucy… Cuídate… TQ.

miércoles, enero 30, 2008

CELOS Y CELOSÍAS...


A ver, dime... ¿Qué son los celos sino un ver y no querer ver; un saber y no querer saber? Puras celosías, cobardes estrategias de cobardes mirones... Ven con los ojos ciegos a mí o serás invisible toda tu cobarde vida sin sentido...

La Venezia invisible y la Venezia de los ojos…




Hace más de treinta años que Italo Calvino publicó Le cittá invisibili, sin embargo mi primera lectura de este fascinante libro de viajes imaginarios fue muy posterior, en 1983. Entonces anoté en su última página una frase que con el paso del tiempo reconozco como una fatal y feliz premonición, una profecía íntima y doméstica, si se quiere, pero no por ello carente de trascendencia y misterio: “Recorreré ciudades y paisajes escribiendo tu nombre en las plazas y en los cruces de caminos; seguiré una ruta insospechada; en mi atlas de bolsillo podrá leerse tu nombre, Venezia, dibujado con torpe caligrafía; ¿recordaré el punto de partida de este viaje fantástico? 21- Junio”. Confieso que desde aquel día, por increíble que parezca esta insólita fidelidad y extraña mi perversa insistencia, no he dejado de escribir las siete letras de Venezia con todo tipo de acrósticos en mis más diversas literaturas y anudado irreversiblemente sus vocales y consonantes a mi biografía… Éste ha sido un secreto celosamente guardado en la soledad del alma (agridulce silencio). Incluso diría que Venezia ha sido mi único lugar común aun a pesar de mi promiscuidad como viajero, ese ir y volver como si nada... —ay, mis vagamundeos.

Así ha sido desde que llegué por primera vez a sus islas y ríos aquel “ferragosto” de 1978, hace tanto tiempo. Es cierto que tal revelación la reconocí leyendo el libro —y de ahí mi promesa—, al fin al cabo su protagonista es un viajero veneciano, Marco Polo, y las ciudades invisibles que describe tienen un algo o un mucho de su ciudad de origen, incluso podrían ser réplicas de algunos de sus fragmentos y avatares posibles; además Marco Polo sueña con volver, como todos los viajeros con corazón; y yo sueño con volver a Venezia, que es mi matria, siempre que puedo o para siempre. Pero este sentimiento de pertenencia absoluta y feliz abandono a sus misterios lo tuve ya mi en primera noche aquel verano, cuando entré a la gran Plaza exactamente a media noche y las roncas campanas de bronce tañeron en honor del hijo pródigo que vuelve a casa y cientos de palomas me saludaron en vuelo rasante sin ni siquiera rozar ninguno de mis cabellos. Esa noche y los días sucesivos fui experimentando los prodigios uno tras otro que inauguraron nuestro destino en común; entonces no sabía, sólo sentía y dejaba que los milagros fluyeran a su aire. Cuántas cosas he vivido en esa ciudad… Treinta años son casi toda una vida, y como en la vida misma he creado cosas memorables en Venezia y para Venezia. Unas están en los libros y en los archivos; otras las conocemos yo y otros pocos cómplices de mis secretos; las más, las guardo para mí sólo, ni siquiera me atrevo a escribirlas… Bueno, alguna vez sí lo he hecho, lo estoy haciendo ahora mismo… pero son historias encriptadas en otras historias ajenas, retazos autobiográficos desvelados en otros asuntos menos poéticos, experiencias sublimes disfrazadas de anécdotas banales. Con el tiempo me he convertido en un maestro en componer acrósticos, palimpsestos, en cifrar mensajes ocultos para la eternidad… Qué remedio…

Por supuesto que debo mucho a la guía de ciudades invisibles de Calvino, sobre todo en cómo escribo y de qué escribo, además de hacerme conocer y sentir Venezia de un modo más esencial a la vez que íntimo, tramada de recuerdos y deseos a partes iguales, vasos comunicantes, sin perder por ello el placer de reconocerla y reescribirla en cada una de las crónicas y literaturas que leí en este tiempo… Del libro, aprendí por ejemplo a citar sin referirme al origen de mis palabras, a recolectar frases y disponerlas a mi antojo, fuera de contexto, o a combinarlas en una contigüidad poética inquietante, pero sin malicia. En otro orden de cosas, en lo existencial, supe por sus páginas por qué es necesario buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y aprendí que hay que hacerles durar y darles espacio… También supe por el libro que la vida —como los espacios vividos, los libros, la pintura y todos aquellos objetos y pensamientos que son fruto de la creación emocionada de un ser humano— está entretejida de miedos y valentías ninguno más destacado o decisivo que el otro, derrotándose, venciendo al unísono; de recuerdos necesarios y olvidos sucesivos; de tedio y deseos y esperanzas en justa proporción, incluso de paradojas inverosímiles que nos orientan más certeramente cuando todo parece confuso e irresoluble… Supe que no disfrutamos recorrer la vida porque sí, pero tampoco porque no… que el placer no se debe sólo a la recompensa del conocimiento ni siquiera a nuestro propio entusiasmo —por ejemplo al llegar a una nueva ciudad y reconocer y saber interpretar su plano, al penetrar por primera vez en sus monumentos, al descifrar sus ritmos y armonías o seguir de memoria el hilo de sus narraciones; el placer está en creer que las cosas del mundo responden a nuestras preguntas… Supe por fin que por muy engañosas que sean las perspectivas de la vida y nos provoquen innumerables maravillas hipnóticas, o nos parezcan absurdas sus reglas y a veces herméticos sus argumentos, debemos aceptar que son realidades necesarias e indiscutibles; y dejar hacer al destino, que él sabe de estas cosas, que es su oficio… Tan estúpido resulta negar y ocultar lo posible como resistirse a lo inexorable: “Las cosas aparentes son la visión de las cosas invisibles” (Anaxágoras). También pude resolver con su consejo, de un tirón, el enigma de por qué los futuros no realizados son sólo ramas del pasado, ramas secas, y que el “allá” es un espejo en negativo en donde el viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá…

En realidad Le città invisibili es una guía para ojear con la mirada profunda, un tratado sobre los misterios que no sabemos adjetivar ni falta que hace… acaso también, no es seguro, un instrumento eficaz para estimular todo tipo de elucubraciones sobre el ser y estar en el mundo, o el objeto de la creación, o los múltiples sentidos de la verdad y sus camaleónicas contingencias… Durante años este breviario laico ha sido como un espejo opaco y mate al que enfrenté algunas de mis preguntas más impertinentes y curiosidades, también un eco a media voz de mis susurros, testigo de algunas de mis esperanzas y temores más obsesivos… Mientras tanto, por la vida, por el mundo, he ido decorando y subrayando con lápices y tintas de colores todas sus palabras, los puntos, las comas, las sombras de sus acentos; he abierto y manoseado sus hojas al azar y encontrado al instante los epígrafes buscados, intuidos, siempre obedientes —humildes y hasta fieles— a la urgente llamada de mis dudas e ignorancias. Es como si cada párrafo, cada frase, cada palabra, fueran teselas de un fantástico mosaico inventado para la adivinación y la estrategia de la memoria —o tal vez del olvido, tan contiguos y sucesivos— cuyo poder se aloja tanto en el todo como en cada uno de sus fragmentos… En todo momento he reconocido tu nombre, Venezia, en sus líneas como en las de mi mano… —escribo Venezia y en ti leo todos tus nombres que te pertenecen.

Alguna vez dije que la vida es como un viaje entre dos ciudades con nombre de mujer… A los verdaderos viajeros nos place andar y desandar el camino trazando rutas sinuosas e imprevisibles, incluso irreproducibles e indescifrables a su fin, sin etapas ni jornadas convenidas, haciendo caso omiso a la brújula, a las bondades evidentes de la geometría o nuestras nociones de trigonometría y lógica. A menudo vivimos la vida como prófugos, escapados… dilatando el tiempo de ser y parecer libres, borrando huellas y tejiendo laberintos en los que el pasado y el devenir se confunden, inextricables. Vamos merodeando barrios y alrededores, rozando tangencialmente las murallas derruidas de las ciudades, penetrando en los callejones sin salida o cruzando sus plazas abiertas —lo mismo diría de los desiertos, los océanos, las selvas y cordilleras— dibujando informes arabescos sin querer, figuras de absurda simetría caligrafiadas a nuestro paso… Recorremos la vida del centro a la periferia, de las fronteras al centro del universo, fabricando criptosistemas aun sin saber sus reglas; son corazonadas, amor… Se vive como se escribe un libro, como se lee… Un libro de viajes no sólo es un cuaderno de recuerdos con flores prensadas entre sus páginas, aunque lo parezca…

Fotos: Venezia, enero 2004

Carta desde Estambul en invierno...


Cualquiera te dirá que Estambul es una ciudad reclinada sobre el Mar de Mármara y el Cuerno de Oro. No sé si la conoces, y si es así, qué te voy a contar… Hermoso Mar de Mármara: tres veces Mar… Mar… Mar… Te confieso que me fascina esta palabra, lo que representa, es como una señal que aviva mi interés; será por eso que me atraen sobre todo los nombres de mujer que huelen a mar (o lo contienen): Marta, María, Marina, Margarita o “Marsherezade”, por ejemplo. En Estambul en invierno, como ahora, me gusta pasear cuando la tarde languidece y la humedad hace sus estragos previsibles por su orilla occidental; camino hacia la niebla y entro en la niebla sin cuidado… Los camareros de los chiringuitos dejan que llegue la noche prometida sin aspavientos, sin gritos ni muecas ni sonrisas-reclamo para sus mercancías, se abandonan confiados a su suerte, apenas ponen atención en los escasos transeúntes que por allí paseamos casi invisibles… Las gaviotas siguen con su escándalo, los perros en su vagabundeo por los montones de basura. En invierno Estambul es tan gris y melancólica como Venezia.

No sé si sabías que Estambul es una de mis ciudades preferidas, de esas que se añoran y desean a distancia y volvemos siempre que podemos para estar por estar y dejar pasar los días sin otro motivo que nos distraiga. Me gusta volver de vez en cuando, que no pase mucho tiempo para que no cambie demasiado. No quiero alojarme, y alojar a Estambul, únicamente en mi memoria… Desde cualquiera de los hoteles de mis perezas los templos de tu imaginación están a un paso, un santiamén. Unas veces me alojo en el Ayasofia Pansyons (cerca del Topkapi, en la callecita de las maravillas y casitas de madera) y otras veces en El Yesil Ev (Green House), muy cerquita del primero. Me gusta la decoración otomana tardía, tan decadente a la vez que sutil, las habitaciones tapizadas en seda o terciopelo damasquinado, las maderas de limoncillo y palo de rosa, las incrustaciones de madre perla y nácar. En Estambul puedo dar rienda a mi cínico romanticismo, solo o acompañado, como quieras. En cada viaje a Estambul inauguro o invento amantes; o ellas me inventan a mí, que es lo mismo dada la voracidad de nuestra imaginación para derrotarnos sobre los cubrecamas y sábanas recreando nuevamente nuestros cuerpos. Estambul es una pura y permanente invención o una serie de deliciosas realidades y derrotas encadenadas con eslabones de seda, que para el caso es lo mismo —¿no se trata de renacer?

Es innecesario que te describa la redondez de las cúpulas y la agudeza de los alminares hacia el cielo, que te guíe en un recorrido turístico por Hagia Sophia, la Mezquita Azul y por casi todas las mezquitas de casi todos sus sultanes y los serrallos y la Biblioteca; hace tiempo que dejé de visitar monumentos en Estambul. Tampoco el Gran Bazar, el Kapali Çarci, es el lugar que más frecuento —prefiero otros bazares, otros zocos de mis otras ciudades: Kairuán, Marrakech, Jerusalén, El Cairo… Aun con todo, de vez en cuando, merodeo por algunos de sus rincones más auténticos y me detengo a manosear libros editados en Londres o Berlín, a acariciar sus encuadernaciones, o paso horas rebuscando antiguos platos y azulejos de Iznik y Ragges, encontrando figuritas de alabastro, de sardónice, de malaquita, de esas que uno no puede pasar de largo como si nada. Tengo la vida llena de libros, de encuadernaciones, de raras porcelanas y esculturitas en piedras preciosas. Colecciono recuerdos y los amontono a su capricho… —a menudo los recuerdos se confunden entre ellos.

Prefiero perderme en el Bazar Egipcio, en el de las especias, y dejarme llevar por los olores y los colores del pimentón y el comino, por la canela y el curry, el jengibre, los tés y manzanillas, las legumbres, los granos de café… y las sonrisas de las mujeres y sus blancas ferocidades… y sus ojos tristes y profundos. Al salir del tumulto siempre hay un “lokanta” en el que reposar y comer cualquier plato del día: casi siempre verduras y hortalizas, ensaladas de tomates, berenjenas y garbanzos, aderezadas por la “tahina”, la crema de semillas de sésamo… y huevos o arroz, y cordero deshuesado con dátiles, ummm… y bebiendo “ayran” o té, y regalándome a los hojaldres y las delicias turcas… ummm… —qué delicioso simulacro de cuerpos devorándose, caníbales insumisos e insatisfechos.

Cuando estoy solo en la ciudad, muchas noches salgo a vagamundear sin rumbo por la Istiklal Caddesi hasta que no puedo más de tanto bullicio; luego voy a esconderme en alguna taberna subterránea a mirar. No sé que me pasa en Estambul —o en Venezia— cuando estoy solo. Parezco un caracol con su inmensa esfera de los recuerdos espirales a cuestas, tan refugiado y ensimismado que hasta me hago invisible frente a los cristales de los escaparates; así que no me queda más remedio que mirar y hacer que me miren para saberme aquí y ahora y no en las demás ciudades de mis fechorías o a la cintura de los amores que fueron para siempre mientras duraron o a la sombra de sus lejanas estaturas. Me entretengo a mi manera tejiendo fantásticas telas de araña para atrapar al aire nuevos ojos verdes, negros, azules, avellanas con miel, de esos que andan por ahí buscando sonrisas desconocidas. Las aventuras más apasionadas nacen de miradas furtivas, da igual si descaradas o agazapadas tras un discreto velo de aparente indiferencia, que te convocan sin más garantía que su belleza a una cita urgente e inaplazable sólo apta para gente con corazón de verdad. Y es que en una mirada sabemos ya cómo se enredarán luego nuestras pestañas, cómo nos escalaremos temerarios y arrojaremos suicidas al pozo hondo del placer aquella noche, y si habrá o no después un último cigarrillo… incluso adivinamos en un abrir y cerrar de ojos la partitura de sus gemidos y el guión de nuestras palabras de adiós o hasta luego sin mucha convicción ni esperanza. En Estambul —como en Venezia— ninguna mujer puede ser confundida con una puta ladrona aunque te haya robado el alma para siempre o dejado en la más completa ruina por un beso de esos que nunca aprenderemos a contar con palabras ni falta que hace. Quien ama tan locamente no tiene derecho a reclamar luego su alma o su fortuna o la exacta verificación de todas esas promesas que se dicen por decir cuando se finge estar enamorado.

Estoy seguro que si vienes a Estambul querrás ir a los baños turcos para hermosear tu piel y tu vientre, dejar pasar dulcemente el tiempo en el hamman… sin duda excitada, impaciente y nerviosa, deseando ya mismo las desconocidas caricias que te esperan aún no sabes dónde, si en su hotel, si en el tuyo o en una preciosa buhardilla con vistas al Bósforo en el barrio de Babek —ay, estas mujeres que parecen niñas; como si fuera la primera vez que tus muslos y tu espalda fueran a tensarse por el placer de un amor de una sola noche, de esos a primera vista que no duelen… Deja hacer a esas mujeres grandes del hamman, son maestras en los misterios del cuerpo y sus secretos más íntimos, deja que te descubran tus preciosos resortes escondidos que desconocías por unas liras… Seguro que entre la espuma y las manos de esas mujeres te sorprenderás lloriqueando entre risas, estremeciéndote no sólo con escalofríos… Amando tu cuerpo en sus manos aprenderás a regalarte derrochadora más tarde…

Ve tú a saber si alguna vez próxima nos encontraremos en Estambul. Al fin al cabo un día de estos nos encontramos frente a frente leyéndonos sin querer, reconocimos nuestras palabras desconocidas, qué milagro, aunque no es lo mismo… Ojalá pueda guiarte por los laberintos de Agatha Christie en mi hotel preferido, en el Pera Palas —qué pena que todavía siga cerrado por reformas; habrá que esperar un tiempo, ten paciencia mujer. A lo mejor nos ayudamos por unos días, cómplices, a cometer un asesinato irresoluble, el de la soledad… Te prometo que no habrá armisticios ni treguas. Soy un conversador desalmado, un viajero despiadado, un amante de los de antes de la guerra… Soy Pau Llanes, el alquimista, el que cambia el valor de las palabras sólo con escribirlas. Pero eso tú ya lo sabes, lo vas descubriendo poco a poco mientras sueñas estar en Estambul sobre el tapiz volador de mi literatura… Qué te voy a decir que no hayas descubierto en una mirada…

Ven pronto, cuando quieras… Besos húmedos y salados desde Estambul.

martes, enero 29, 2008

Gracias por ser y por estar... (aunque no tengamos cuerpo todavía).


Amanece… Ya son media docena de amaneceres en poco más de una semana… Unos fueron al final de una noche de insomnio y/o celebración (de la vida); otros, como hoy, un despertar con la luz… He estado estos últimos días ocupado en estar con la gente y compartir sus alegrías, en algunos momentos en provocarlas… Me gusta la risa de la gente, ya lo sabes; también hacer payasadas y juegos de manos para desatarlas… Estoy feliz y aun con todo fatigado: casi no he dormido estos días, o lo he hecho a destiempo… Todavía me quedan uno o dos días más de anarquía, ojalá aguante el cuerpo y no tenga que pagar sus impuestos con gravámenes indeseables; mi única culpa ha sido ser generoso sin medida ni cautela, derrochador… Mañana jueves se casan dos buenos amigos: Marcos e Irene… llevamos dos días de “vísperas” y supongo que hasta el domingo viviremos otros tres días de celebraciones entusiastas… Y es que en estos tiempos de “individualización” y “seguridad preventiva” casarse por primera vez a los cuarenta años es un acto de extrema generosidad, casi un compromiso heroico, desde luego un acontecimiento… Entonces no puedo por menos que expresarlo con mi cuerpo, excediéndome… En realidad nuestro cuerpo es el lugar existencial desde donde no sólo contemplamos la vida y el mundo que luego serán paisajes, sino sobre todo experimentamos nuestra subjetividad transfigurada (objetivada a través suyo y en sus sensaciones): es el principal “meeting point” con la vida y el “otro” que esperamos… el “habitat” que compartiremos mientras dura el encantamiento de una relación de pareja sin fecha de caducidad a priori… que permanecerá fiel tras la despedida y el silencio (cuando acontecen y nos quedamos vacíos)… También sentir nuestro cuerpo es la evidencia de nuestra soledad, me faltó decir… Sólo existe un objeto que nos es conocido directamente, sin mediación: el propio cuerpo —creo que te escribí sobre ello en uno de mis textos. Schopenhauer decía que el sujeto puede considerar el cuerpo como un objeto más entre los objetos, pero en su interioridad el cuerpo se revela intuitivamente como voluntad objetivada. Nosotros en tanto que cuerpo nos sentimos vivir, somos voluntad que se ha hecho visible… Desear nuestros cuerpos, nuestras imágenes que lo figuran, sus detalles que lo representan, es una evidencia de nuestra voluntad de encontrarnos, de habitarnos de algún modo… Tampoco hay razones para ello, ni para qués ni por qués en principio: el fondo del mundo no entiende de razones, no es causa ni efecto, es pura irracionalidad… Tampoco la voluntad tiene límites, es absolutamente libre, es un aspirar sin término, un perpetuo querer. Cada satisfacción es el punto de partida para un nuevo querer y cada insatisfacción provoca un gran dolor. Y cuando no hay objetos que desear o cuando se consiguen rápidamente, el individuo siente un vacío aterrador… Pero seguimos deseando, expresamos nuestra voluntad de encontrarnos con alguien desconocido que a lo mejor compartirá nuestra vida (nos compartiremos, habitándonos) por un tiempo, o para siempre, es un decir… Qué deliciosos (y a la vez inquietantes) misterios cuando te dices, piensas en ello, ¿Será el hombre, la mujer, de mi vida?... Estoy seguro que estas reflexiones de mañana temprana no vienen a cuento sólo porque Marcos e Irene se casan en unas horas (aunque las provocaron)… No escribo linealmente a estas horas… lo hago a borbotones (estoy seguro que me entiendes)… Creo lenguaje para que me entiendas… El lenguaje es un elemento de trueque por el que percibimos el mundo y lo compartimos. Nuestra percepción del mundo requiere un espectador para autentificarlo y con él todos nuestros significados impregnados de experiencias subjetivas y “vivencias-con-los-demás”… Tú, los “demás”, los “otros”, al estar situados en este mismo mundo gracias al lenguaje (al escribirnos y leernos; al hablarnos y escucharnos), al “encarnarlo” como yo, os convertís en mis cómplices, incluso en una extensión de mí mismo, para percibir la complejidad del mundo (no sólo de “mi” y “tu” mundo)… Yo, percibiendo y escribiéndote a estas horas de la mañana, soy un “yo expandido” en ti, querida… Preciosa mañana con olor a leche fresca, café, canela y menta… Me fascinan estas horas alrededor del amanecer (y las temo, entregado, porque desvelan mis pudores)… Es como si las primeras luces de la mañana —aunque débiles y tímidas— iluminaran nuestras figuras a contraluz y delinearan precisamente nuestros perfiles, al tiempo que trasparentan levemente nuestra alma dejando entrever algunos de nuestros secretos... —sí, esa hermosa luz que casi todas las mañanas inaugura mi isla y sus paisajes, la alborea de color pomelo y albaricoque... A estas horas de mi vida tienes los mismos colores y transparencias de estos primeros minutos de tu amanecer en mi pensamiento, y sus sabores... Conozco de ti lo que el sabor de estos jugos revelan al paladar de mi imaginación: una mezcla acidulada y ligeramente agridulce, sabor de mañana recién despertada, albores... Sabores, intuiciones, sospechas... sí, “sabor a sospecha”... —me gusta esta palabra y su indeterminación, la ambigüedad de la sospecha, su sabor a pomelo-albaricoque, esa inexplicable sensación de misterio y la excitación que sentimos al intuir lo desconocido, que nos lleva a arriesgarnos sin saber muy bien qué buscamos, si buscamos algo, o si sólo nos sentimos imantados y succionados por la estela de las cosas todavía invisibles… Sospecho que somos diferentes (a los demás) y no nos somos indiferentes… Esto es suficiente por ahora… 7h.37 m. (te escribo)…
Foto: "En el chilli out"

Yoko Ono: Play it by Trust


Play it by Trust —“Juega con confianza”—es una de las obras más conocidas de Yoko Ono, recreada en diferentes ocasiones y con muy distintas formas y apariencias desde su primera presentación en Londres en 1966. En esta versión creada por Yoko Ono en la década de los 90’, sillas y mesas están pintadas de blanco; en el sobre de la mesa, integrado en él, reconocemos un tablero de ajedrez cuyas casillas son todas de color blanco, evitando así la dualidad y contraste visual de los cuadrados negros y blancos. Todas las figuras son blancas también. La instalación plantea una nueva alegoría y experiencia sobre la vida y las relaciones interpersonales y sociales a través del juego compartido, y más concretamente del ajedrez. Desgraciadamente este juego ha sido interpretado desde su invención como una infeliz metáfora de la lucha por el poder y una sublimación del enfrentamiento original de dos dualidades seminales aparentes antagónicas —el bien y el mal, la luz y las tinieblas, etc.; titánica competición que inevitablemente finaliza —aun a pesar del interludio de “las tablas”— con la victoria y derrota de alguno de los contendientes, lo que provoca angustia y malestar durante todo su proceso. Yoko Ono, al abolir el territorio de las sombras sobre el tablero de ajedrez y la negrura de las figuras (personajes) que dramatizan el juego, nos regala un nuevo sentido para el juego: aquí no habrá vencedores ni vencidos, en unas cuantas jugadas confundiremos nuestras figuras sin importarnos, incluso discutiremos divertidos sobre quién mata a quién para resucitarnos luego en paz con una fanfarria de carcajadas… En Play it by Trust no hay contrincantes sino compañeros de juegos por y para la vida, silencios cómplices, sonrisas compartidas, deseos y esperanzas mariposeando… Para participar en esta simulación de armonías, jugar con desconocidos sin cautelas ni prejuicios ni estúpidas precauciones que nos embarazan de pudor, incluso desterrar el miedo que nos angustia sin querer nada más cruzar dos miradas inesperadas por la calle… sólo se requiere confianza. ¿Juegas?
Play it by Trust de Yoko Ono. Museum of Contemporary Art, Tokyo; junio 2004

Alquimias duchampianas y el lenguaje de los pájaros.

Algunos autores han querido ver —y hemos visto— en Marcel Duchamp (1887-1968) una voluntad de alquimia. Esta voluntad de hacer y expresarse con sentido y claves alquimistas se manifestaría ya en sus primeras pinturas simbolistas, por ejemplo en Chico y chica en primavera (1911), obra que parece haber realizado expresamente como regalo a su hermana Suzanne con motivo de su matrimonio. Para Arturo Schwarz esta pintura preludia los otros grandes temas del Gran Vidrio y deja ver algunos de los secretos psicológicos y filosóficos que conforman la urdimbre íntima (interior y profunda) en donde Duchamp tejió su particular tela de araña existencial y estética. En su monumental catálogo razonado y biografía de Marcel Duchamp —The Complete Works of Marcel Duchamp (publicado en 1970 y revisado y aumentado en 2000 )— Schwarz dedica un extenso comentario a esta temprana obra de Duchamp con la intención de revelar su contenido simbólico y referencias poco convencionales: la cábala, los textos gnósticos, la mitología griega, la simbología tántrica, el budismo, los Upanishad, la alquimia, Platón, Freud, Jung, Mircea Eliade, etc. Entre las interpretaciones más sugestivas que Schwarz hace de este cuadro estaría la de reconocer una especie de “confesión inconsciente” de la pasión incestuosa de Marcel por su hermana Suzanne, que representaría metafóricamente y sublimaría a través de imágenes simbólicas relacionadas con la antigua teoría y práctica de la Alquimia. Schwarz ve en este cuadro —y no cuesta mucho seguirle— el Árbol de la Vida en el centro del Paraíso, la esfera de vidrio (alambique) conteniendo el Mercurio, la pareja alegórica de “hermanos” alquimistas que representan el incesto alquímico cuyo fruto será el andrógino original, y cuántas cosas más… También Ulf Linde y John Golding, entre otros, han explorado este presunto territorio alquímico duchampiano con argumentos suficientes y convincentes que sin embargo no han satisfecho ni a su biógrafo más conspicuo, Calvin Tomkins ni a gente tan próxima al artista como Paul Matisse, hijastro de Marcel y editor de sus Notas póstumas, quien cree que Duchamp no tenía el menor interés por los saberes esotéricos. Tomkins por su parte ridiculiza las hipótesis de Schwarz y nos remite a la autoridad de las propias palabras de Marcel Duchamp a Robert Lebel:”Si he practicado la Alquimia ha sido de la única manera que puede practicarse hoy, es decir, sin saberlo”. También en esta afirmación (no exenta de ambigüedad) se fundamenta Juan Antonio Ramírez para relativizar la inspiración y la presencia de lo alquímico en el “corpus” filosófico y estético de Duchamp: “Lo más lógico me parece suponer que Duchamp, en su breve periodo simbolista, ojeara algunos libros de alquimia y esoterismo (eso estaba en el aire), y que algún trasunto de ello quedó en el cuadro que comentamos. Eso no nos obliga a aceptar que el artista quiso representar entonces todo lo que puede desprenderse de un estudio serio de los textos alquímicos, pues sus conocimientos del asunto debieron ser bastante superficiales. Esos vagos coqueteos esotéricos habrían sido conscientemente suprimidos y sepultados cuando superó esa etapa simbolista, de modo que si hubo algo de alquimia en sus obras ulteriores (y sobre todo en el “Gran Vidrio”) habría sido, efectivamente, “sin saberlo”.

¿Sabía o no sabía Marcel Duchamp? ¿Qué sabiduría antigua buscaba y/o quería revelar? ¿Acaso su vida y proyecto artístico, heterodoxos como pocos, fueron exclusivamente el resultado de una fantástica serie de coincidencias (inconscientes) en los caminos y tradiciones del gnosticismo? Yo creo que Duchamp “sabía” y quería “saber”… No sé si hasta el punto de ir a Munich en 1912 a la búsqueda de un manuscrito alquimista que le habría servido de guía durante toda su vida y guión de su “opera magna”, como aseguraba Jack Burnham en sendos artículos en Artforum… pero “sabía”. No hay más que mirar de otro modo sus grandes obras, interpretar con otro sentido sus grandes “operaciones” de metamorfosis de la realidad profunda de las cosas, leer y escuchar de otra manera sus “ready made” verbales, sus homofonías. Marcel Duchamp fue un alquimista del verbo y de las imágenes, de los objetos sencillos transformados en objetos de arte por la voluntad de arte de su creador, en eso no cabe la menor duda… Y si no es por medio de esta clave alquimista o de similar raíz, esotérica, ¿cómo si no podríamos interpretar algunas de sus obras capitales, como el Gran Vidrio de La mariée mise à nu par ses célibataires, même, la Boîte in valise o Étant donnés, por ejemplo? ¿Cómo podríamos entonces traducir y reconocer el doble significado de sus más inquietantes “ready made” lingüísticos, sus sorprendentes homofonías y juegos políglotas, si no reconocemos esta voluntad de encriptar y desvelar mediante la Langue des oiseaux —la “lengua de los pájaros” utilizada por los alquimistas y los iniciados desde tiempos inmemoriales)? Agua lleva, cuando el río suena…

Marcel Duchamp sin duda conocía la “Langue des oiseaux” de los alquimistas y se expresó secretamente (herméticamente) con ella en muchas de sus obras. Sirvan de ejemplo y recordatorio algunas de sus más conocidas obras en las que podemos interpretar con sencillez esta doble o múltiple lectura de las cosas siguiendo las pautas y códigos propios de la “lengua secreta”. En Tonsura, por ejemplo, la acción que Georges de Zayas realizó sobre el cráneo de Duchamp al afeitarle el cabello en forma de estrella para significar que en su idea la pintura se localiza en el cerebro, que es una cosa mental, jugando con las palabras “etoile” (estrella, en francés) y “a toile” (una tela, en inglés), en su particular “franglés” o lengua híbrida, es decir antigua “lengua de los pájaros”… En su “ready made” rectificado Apolinère Enameled, en donde repinta la marca de pintura industrial “Ripolin” para realizar un homenaje a Guillaume Apollinaire, autor de Calligrammes, seguramente también conocedor del lenguaje de los pájaros... O aún más elaboradamente en su ready made L.H.O.O.Q., estampa de la Gioconda de Leonardo a la que Duchamp dibuja unos bigotes y perilla y escribe en su base las siglas “L.H.O.O.Q”, lo que puede trascribirse fonéticamente en inglés por “Look” (mirada); pero también según las reglas de la lengua de los pájaros, leyendo rápidamente en francés estas letras, se crea una nueva frase cuya trascripción sería “elle a chaud au cul” (ella tiene el culo caliente); o leyendo las iniciales a la inversa —es decir “de culo”— componemos “QOOHL”, lo que puede interpretarse fonéticamente como “cool” (“fresco”, pero también “descarado”, o sinónimo de algo bonito y atractivo), pero también como “cule”, es decir “culo”… Es así —a veces alterando ligeramente las palabras por otras correspondencias fonéticas en francés o inglés, indistintamente, o alternando sus significados o provocando jeroglíficos icónico-verbales que revelan inesperadas asociaciones y sorprendentes significados— como Marcel Duchamp utilizaba los métodos de la antigua “langue des oiseaux”, vehículo de expresión privilegiada de los tradicionales y modernos alquimistas…

Acaso uno de los ejemplos más fascinantes lo encontramos en su obra Fresh Widow (1920) y en la invención de su “alter ego” Rose Sélavy. El interés de esta obra radica no sólo en su representatividad como objeto duchampiano, un reade mady rectificado, sino sobre todo por su significación lingüística. Siguiendo su “plan” de alquimia verbal, inventar inquietantes o divertidas asociaciones de palabras y jugar con las homofonías —“homófono”: aplicado a palabras con mismo sonido aunque se escriban de distinto modo o signifiquen cosa distinta—, Duchamp crea su Fresh Widow a partir de una broma fonética del gusto del genial artista francés, mezclando intencionadamente sonidos, contaminaciones fonéticas entre dos lenguas distintas, significados paradójicos, perversas asociaciones de ideas y palabras, etc. El objeto artístico, una ventana francesa —“french window”— pasó a convertirse en una “fresh widow” (una viuda fresca, alegre). Abundando en la broma, Duchamp le comentó en una ocasión a Arturo Schwartz que le hubiera gustado ser “fenêtrier” (ventanero), lo que también podría traducirse como “viudero”, alguien que vive de las viudas, un “mantenido” o “chulo viudas”… Lo cierto es que Duchamp siempre fue un mantenido —de alguna viuda, soltera, divorciada, de quien saliera a su paso y se enterneciera con este dandy del arte, de sus fieles coleccionistas: el matrimonio Arensberg, Catherine S. Dreier… al fin y al cabo necesitaba muy poco para vivir y tampoco daba muchos problemas dada su proverbial indiferencia… No obstante creo que también podemos interpretar Fresh Widow en sentido alquímico: cruzando las palabras “fresh-french-widow-window” nos encontramos con sugerentes construcciones semánticas y neologismos, como “fresh wind out” ( es decir, que corra aire fresco) o “wind down” (“reducir poco a poco”, que es una de las operaciones alquímicas)… Bueno, también “fresh wind on” siginificaría “enrollarse frescamente como las persianas” —que a lo peor es lo que hacemos los devotos duchampianos como yo… De todos modos Duchamp siempre reclamó esa necesaria corriente de aire fresco para el arte, para vivir; así lo confesó en un diálogo con Pierre Cabanne: “Me gusta vivir, respirar, más que trabajar (...) si usted quiere, mi arte podría consistir en vivir: cada segundo, cada respiración es una obra que no se inscribe en ningún lugar, la cual no es ni visual ni cerebral. Una especie de euforia constante.

Debemos considerar también muy significativa esta obra porque en ella aparece por primera vez el nombre de “Rose Sélavy”, el extraño personaje inventado por Duchamp, su homónimo más activo durante años ya que firmó en su nombre y con su nombre “hermético” muchas de sus obras desde entonces. Rose Sélavy es también un nombre producto de una homofonía: “c’est-la-vie” (“es la vida”, en su traducción del francés). Rose Sélavy sería pues “Rosa Eslavida”... Pero conociendo las perversiones lingüísticas de Duchamp —también él era “Marcielo Delcampo”—, intuimos otros muchos sentidos ocultos escondidos en este nombre “secreto”. Al escribir “Rose”, permutando las letras de esta palabra, Duchamp podía referirse también a “eros” (el amor erótico) —como él mismo puso de manifiesto años después, casi al final de su vida, en la portada del volumen II del libro que hizo con Arturo Schwartz sobre el Gran Vidrio: en la portada escribió “éros c’est la vie” (el amor es la vida)…—y no es de otra cosa sobre la que trataron sus obras, y muy especialmente su obra “programática”, el Gran Vidrio. ¿Acaso hay alguna alquimia más poderosa que el amor?...

Pero “conociendo” a Duchamp no es arriesgado suponer que todavía guardaba un movimiento oculto más allá de su generosa revelación. Creo que este misterio se oculta en otra de las permutaciones posibles con las letras de la palabra Rose: “Oser” (“atreverse”) o “Soer”, que en realidad se trataría de una simple trascripción fonética de la palabra francesa “soeur” (hermana). Voilà! Como antes he señalado, una buena parte de la crítica interesada por el Duchamp más secreto ha puesto de relieve las íntimas conexiones entre el Gran Vidrio —La mariée mise à nu par ses célibataires, même— y la hipótesis de unas extrañas relaciones con su hermana Suzanne. A simple vista, al descifrar este jeroglífico contenido en “Rose”, podríamos concluir que se trata de una confesión de su amor erótico con su hermana Suzanne, que de esto trataría el Gran Vidrio. No obstante me inclino a pensar en la existencia de un mensaje todavía más profundo y hermético… Para ello voy a retomar el nombre completo de su homónimo “Rose Sélavy” y traducir literalmente con estas claves: “Atreverse al amor erótico con la hermana es la vida”… —me parece demasiado truculento… ¿Y si la palabra “vie” (vida) la cambiáramos por otra similar, “voie” (vía), por ejemplo, y uniéramos los tres significados posibles de la palabra “Rose”?: Atreverse al amor fraternal es la vía… Me da un escalofrío esta intuición, lo confieso…

Si queremos, podemos interpretar este mensaje como una declaración “alquimista” de Duchamp. De este modo se estaría refiriendo indirectamente al “rebus”, al andrógino, la pareja hermética de la alquimia que asumía la tarea heroica de crear algo trascendente más allá de los límites razonables. Una vía en la que se proponía la unión mística de la pareja predestinada, cuyo primer fruto debería ser el “rebus”, el andrógino, el producto simbólico de la conjunción alquímica del Azufre y el Mercurio, de la unión psíquica de los dos componentes del alma, masculino y femenino —“animus” y “anima”, según Jung. La unión mística y real, también sexual, de los esposos —que debían tratarse como hermanos, iguales— les ascendía a un estadio superior, les hacía recuperar el estado de andrógino original, dispuestos a recobrar la fuente olvidada de la inmortalidad, aquella que es capaz de convertir al iniciado en amo de todas las fuerzas de la naturaleza. Esta “vía de la mano izquierda” —la pareja de esposos transfigurados tras el rito místico de los esponsales divinos, según la simbología del tantrismo— es distinta a la “vía de la mano derecha”, la del absoluto ascesis corporal propio de los monjes y alquimistas solitarios que “obraban” el casamiento místico, alquímico y psíquico de los componentes masculino y femenino de su alma en el interior de uno mismo. Es probable que esta reunificación de lo masculino y lo femenino en el alma del monje místico es lo representaría la imagen del mismo Duchamp travestido y transfigurado en “Rrose Sélavy”, fotografiado por Man Ray en 1921.

Sobre esa vía del ascesis, esa vida ascética, habla el personaje principal de Víctor —la obra teatral escrita por su amigo y cómplice H. P. Roche, cuyo protagonista está indudablemente inspirado en Duchamp: “El amor, una ascesis. Su supresión, otra ascesis. (...) Hay que evitar vivir mucho tiempo juntos. Es preciso saber abandonarse para poder reencontrarse. Hay que evitar devorar al otro o desear ser devorado.” Desde luego su historia sentimental jalonada de efímeras parejas tiene más de misticismo que de relación afectiva convencional, incluso en sus dos “extraños” matrimonios… Acaso fue una excepción en esta serie de uniones circunstanciales o matrimonios “fraternales” su apasionada relación y amor secreto con Maria Martins, la hermosa, inteligente y fascinante artista esposa del embajador brasileño en Washington, amante de Duchamp en New York durante unos meses realmente memorables en la vida del artista, y que fue su inspiración en la concepción y representación formal de su última gran “obra hermética”, Étant donnés , que fue realizando en secreto durante más de veinte años hasta su muerte.

Por último, reafirmarme en mi creencia que Duchamp fue alquimista (moderno) aunque lo negara —porque siempre hay que negar los grandes secretos— o hiciera bromas al respecto —porque las risas confunden eficazmente las confidencias de la lengua de los pájaros… El arte, el amor la magia de la alquimia, qué tres poderosas terapias homeopáticas para cambiar el mundo, el valor de las cosas, la vida… —Ay, si encontrara una Sherezade cuyo nombre respondiera a estas iniciales sagradas, AAA, o las contuviera uno de sus apellidos o yo qué sé… No tardes en aparecer más de lo debido, por favor…


Foto: La mariée mise à nu par ses célibataires, même o Gran Vidrio (1915-1923). Philadelphia Museum of Art; enero 2005

lunes, enero 28, 2008

Chucherías y espejitos zacatecanos...



Ya sólo pienso en regalarte chuches y globos de colores... Te escribiré mientras tanto...

ACERCA DE LOS ESPEJOS Y LA IMAGINACIÓN

La ciudad de Valdrada, según nos la describe Italo Calvino en su libro Ciudades Invisibles, fue construida a orillas de un lago y posee la extraña cualidad de reflejar en tal espejo de agua punto por punto su planta, todos sus relieves y elementos arquitectónicos, pero también el interior de sus habitaciones, las perspectivas, los pavimentos y cielos rasos, incluso los actos de sus habitantes son a la vez ese acto y su imagen especular, gracias a la habilidad de sus fundadores o al capricho inexplicable de los dioses que iluminaron su construcción.

Escribe Calvino que “cuando los amantes mudan de posición los cuerpos desnudos piel contra piel buscando cómo ponerse para sacar más placer el uno del otro, cuando los asesinos empujan el cuchillo contra las venas negras del cuello y cuanta más sangre grumosa sale a borbotones, y más hunden el filo que resbala entre los tendones, incluso entonces no es tanto el acoplarse o matarse lo que importa como el acoplarse o matarse de las imágenes límpidas y frías en el espejo”. Pero aunque pudiera parecer irrefutable, las dos ciudades gemelas no son iguales: “nada de lo que existe o sucede en Valdrada es simétrico”, ni todo lo que fuera del espejo parece tener sentido “resiste cuando se refleja.

Italo Calvino apenas nos escribe sobre los habitantes de Valdrada. De sus palabras sólo deducimos que allí viven amantes y asesinos, y que disfrutan del placer de contemplarse en la comisión de los actos que les inducen sus instintos naturales, sus pasiones. Yo creo que Calvino ocultó deliberadamente la genealogía de estos ciudadanos y que todos ellos, también amantes y asesinos en sus ratos libres, son en realidad descendientes de una antigua estirpe de exiliados que un día lejano abandonaron un innombrable país de brumas y tinieblas permanentes. Buscando su deseada tierra prometida, nomadeando por tiempos y paisajes hostiles, creyeron encontrar aquí el lugar propicio para ejercitar su extraordinaria virtud, para cuyo ejercicio fueron creados, y por cuya causa debieron escapar y sobrevivir penosamente: la Imaginación… —esa inmensa facultad de inventar imágenes desde el absoluto vacío de la nada, desde las insondables profundidades del corazón y el espíritu. No podían ser otros… esos coleccionistas de espejos y espejismos…

Sólo quienes disfrutan del placer de hacer y deshacer imágenes con tanta naturalidad y llevan en la sangre la astucia particular de confundir, y confundirse, lo imaginado con lo realmente existente, pueden celebrar la perversión de mirarse constantemente a los ojos sin amarse. Los habitantes de Valdrada imaginan —se imaginan— para saberse vivos (reflejados) y descubrir las cosas que van a acontecer, y aquellas que pudieron ser... si el destino y el miedo no hubieran intervenido. Así, en una misma mirada, confirman su cordura, al tiempo que restituyen la virtud de haber sido a lo que nunca fue… y —benditos visionarios— disfrutan con la experiencia visual de lo deseado todavía intacto…

No hay rutina en Valdrada porque siempre hay nuevas perspectivas y nuevas realidades imaginadas que afloran y se ensamblan con las contiguas sin solución de continuidad. Nada vuelve porque nada empieza de la misma manera, ni nunca hubo dos imágenes iguales… ni dos amantes, ni dos asesinos, en los que confundirse.

En Valdrada sus habitantes pasan la tarde sentados ante el lago haciéndose compañía…

Fotos de calle en Zacatecas, México, abril 2007

domingo, enero 27, 2008

Homenaje y recuerdo con tristeza a Franco Monti. El amigo que se nos fue de viaje…




Franco Monti se ha ido de viaje y no creo que vuelva… No obstante le esperaré el resto de mi vida recordándole, que es lo que se hace en estos casos cuando un amigo se muere, se va para siempre, y nos hunde en la tristeza aun sin querer…

Franco Monti (Milán 1931-Ibiza 2008) fue un personaje y artista excepcional, difícilmente clasificable con parámetros convencionales. De formación científica y clásica y estudios superiores en antropología y etnografía, siempre mantuvo un especial interés por la escultura: al principio como devoto de la escultura moderna (a través de su pasión por el arte antiguo más esencial, cicládico, egipcio, sumerio); luego como especialista e investigador del arte africano; y en las últimas décadas como artista escultor creador de obras dotadas de un extraordinario poder de atracción formal y estético, de gran pureza e indiscutible verdad…

Desde 1954 que hizo su primer viaje a África, y durante treinta años, Franco Monti realizó una fecunda labor como antropólogo especialista en arte africano hasta el punto de ser considerado como uno de los más profundos conocedores de este complejo y plural arte, lo que le supuso el reconocimiento internacional como reputado perito, asesor de grandes colecciones tanto de museos públicos como privados, y la posibilidad de convertirse él mismo en uno de los mayores coleccionistas en arte africano. Esta preferencia de Franco Monti por el arte de África la compatibilizó a partir de 1959 con su dedicación —también intensa— al arte mexicano precolombino, alcanzado así mismo un gran nivel y obteniendo grandes logros como asesor de colecciones internacionales.

Aunque Franco Monti se relacionó con la escultura desde joven y conoció y trató a lo largo de toda su vida a grandes artistas y escultores como Giacometti, Chillida, David Smith, Lucio Fontana, Mario Negri, Marino Marini, Manzú, etc., su última dedicación a la creación escultórica se hizo exclusiva desde los años 80’. En esta elección sin duda tuvo mucho que ver su alejamiento de África (al ver casi perdido aquel mundo que conoció y vivió como pocos, me confesó) y su definitivo afincamiento en Ibiza a partir de entonces. Ibiza ha sido el hogar fijo del nómada Monti desde los años 80’, un lugar todavía especial para él, alejado del bullicio y las legiones de jóvenes turistas; un lugar en donde nuestro querido y admirado artista valoraba “su clima, su luz límpida, casi de alta montaña, el silencio y el mar siempre en los ojos que propician una atmósfera congenial” a su trabajo… Franco ha cerrado los ojos en Ibiza exhausto de mirar el mar y sus avatares tanto tiempo como le regaló la vida, a veces tacaña y despiadada con las almas grandes… —te recuerdo como si me miraras de frente esta mañana: cuánta bondad en tus ojos, qué rostro tan angelical de pugilista y aventurero, Dios…

Franco fue pues un artista excepcional, tanto como lo fue como hombre… Creo que uno de los aspectos fundamentales de las esculturas de Franco Monti deriva del material que había elegido para trabajar y experimentar: el hormigón coloreado con pigmentos, del cual era un consumado maestro. Al respecto Franco nos describía con todo detalle, sincero hasta hartarse, el proceso completo de sus creaciones, los métodos y técnicas con los que trabajaba este material todavía no suficientemente valorado ni reconocida su nobleza:

Tras soñar una escultura, llega la racionalización, los dibujos. Con lápiz señalo cuatro puntos en el espacio que tiene que estar comprendida la obra. Dibujo una forma que se aproxima a la final, porque he de hacer un encofrado y rellenarlo de hormigón. Una vez seco, quitaré el encofrado y empezaré a esculpir. El encofrado me da una aproximación de la forma, pero no es la forma definitiva. Utilizo piedra pequeña, grava, de diferentes medidas, según quiero una superficie más o menos tosca.. Y lo fraguo con cemento y arena o polvillo de piedra… El hormigón después de trabajado endurece constantemente y puede alcanzar el punto máximo de dureza treinta años después. Utilizo cemento blanco de fuerte presa. Coloreo de manera muy estudiada, con un porcentaje de pigmentos muy calculado. No supero este porcentaje, si no hay una saturación que puede dar una reacción contraria. Se mezcla con la grava y con el mortero. Se trabaja a mano, con la azada, para distribuir bien el color… El molde tiene que estar preparado minuciosamente para aguantar el gran peso y el empuje hacia el exterior del hormigón. Es un trabajo que requiere un gran cuidado, el mínimo olvido se paga, que el molde se me ha abierto o reventado algunas veces. Pongo pesos adecuados que bloquean al suelo el encofrado. Cuando se llena, hay que hacerlo rápidamente. Empiezo con una tonalidad, luego otra, que no se mezclen demasiado pronto ni demasiado tarde: Éste es el lado artesanal, el noventa por ciento del arte al final es artesanía. Hay que saber hacer bien las cosas.

Si tuviéramos que catalogar las referencias fundamentales de Monti y su escultura, además de las antiguas culturas (cicládica, egipcia, sumeria) y el arte y el espíritu esenciales africano y precolombino a los que antes me he referido, habría que señalar objetivamente a Brancusi, Melotti, David Smith, Richard Serra, Fritz Wotruba, Oteiza, Chillida… todos ellos también artistas esenciales, creadores de formas puras, germinales, idealizadas. J. F. Yvars, gran conocedor de la obra de Franco Monti y autor de una espléndida e insuperable biografía sobre nuestro artista, apunta con acierto que “los objetos de arte de Franco Monti asumen la contradictoria entidad de su origen singular: son formas de la materia, pero así mismo presencias reales en el espacio. Pero además, son también figuras fuertes”… El profesor y crítico valenciano nos argumenta al respecto señalándonos que “en la escultura arcaica —sumeria, egipcia, prehelénica, cercano oriental y en menor medida asiática— la materia es forma y la forma se convierte en la materia misma, configurando un todo significativo, un idéntico ser sensible. La experiencia africana ha propiciado en Monti el descubrimiento esencial que convierte esa materia-forma en presencia real, en un derivado de significaciones jamás diáfano, en progresiva condensación”…

Franco Monti creó naturalezas escultóricas como la naturaleza ha creado a través del tiempo formas que adjetivamos como escultóricas. El tiempo de un hombre, de un artista, es distinto que el de la naturaleza… La inteligencia del artista, su voluntad de arte, su sensibilidad, han obtenido el milagro de que una obra de arte sea creada apenas en unos días, en unas semanas… cuando la naturaleza y sus elementos han necesitado millones de años. El tiempo no es el gran escultor, al menos no lo es para un artista, por supuesto no lo fue para Franco Monti. Lo esencial es intemporal, eterno… Ay, la eternidad, ese sentimiento en un instante único suspendido inmóvil sobre el abismo del tiempo que fluye irrefrenable…

Nos quedamos huérfanos de Franco, enmudecieron sus palabras francas. Aquella sonrisa que contagiaba nuestros labios aun sin querer desgraciadamente ya sólo es un recuerdo —hermoso, recuerdo al fin al cabo… ¿Con quién, que sea cómplice y maestro, conversaré yo ahora acerca de la eternidad? Sí, ya sé, Franco… nos dejaste tus creaturas para que te representen mientras estás de viaje explorando el universo indeterminado que soñaste recorrer sin prisa una vez acabaras la tarea de vivir demasiado. Te damos las gracias, Franco, por tu conmovedora generosidad… y por tu sabiduría. No te preocupes, Franco, tranquilo, hombre; seguiremos esperando a la sombra de tus esculturas —las de hormigón y las africanas, todas tuyas—, asombrados, aprendiendo de ellas en tu ausencia de la eternidad y sus misterios, sosegando la impaciencia, forjando la voluntad con el martillo de la realidad de nuestros días solitarios, tan pesado como certero. Cuánto aprendí de ti y tú sin saberlo… Vuelve invisible a África, tu Penélope… Seguro que allí comenzaste a desvelar algunos de los secretos de la eternidad en tus noches solitarias a la intemperie, abovedado por un cielo infectado de luciérnagas gigantes, acunado por el escándalo del silencio… Hay noches tan solas que hasta uno se pone a hablar con las piedras para hacerse compañía. A veces las piedras —y las estrellas— te cuentan sus secretos, los de la naturaleza, los del universo… Y es que las piedras no piensan, pero existen; y cuentan, locuaces, sus secretos a quien las quiere escuchar… Dicen que saber escuchar, entender esto, es amar la naturaleza, penetrarla con amor… Es posible que sea así. Ama y haz (crea) lo que quieras allí donde estés… Hoy te eché en falta un día más, Franco del alma, amigo, maestro…

Fotos de Franco Monti y sus esculturas en su territorio en Ibiza. Máscara africana de muerto...

sábado, enero 26, 2008

En la tierra de los huicholes






Fotos: Amanece en la tierra de los huicholes en la Sierra Madre Occidental. Mi "residencia" huichol. Preparando la partida. En el territorio Wirikuta. Don Benito en el Santuario del Monte Quemado. Cazando peyote en el desierto de Real de Catorce... México, abril 2007

Mi perro Paul Klee



Mi perro se llamaba Paul Klee; sí, con nombre y apellido... ¿Qué pasa? Murió hace dos años pero no murió como un perro... No me acostumbro a su ausencia, ni lo haré... Todavía creo verle en mis madrugadas de insomnio a mi lado, persiguiendo luciérnagas por esos mundos de dios a mi paso, los dos desvelados, o por el jardín retozando zalamero, como de peluche... Dicen que nos parecemos a nuestros perros... Yo me parezco a Klee y me gusta, incluso llevo su nombre en secreto anudado al cuello... ¿Qué más se le puede pedir a un amo?
Paul Klee, Südliche Gärten, 1919. Acuarela s/p; 9,5x7,5 in. Col. Heinz Berggruen, París

HISTORIAS DE UN TUAREG EXISTENCIAL (I)

Hace años atribuí a Paul Morand una frase que hice mía nada más leerla: “El mundo es un libro del cual no se ha leído nada más que la primera página si no se ha abandonado alguna vez el lugar en dónde nacimos.” Con ella compuse un poema íntimo acerca del amor y el sentimiento amoroso:

POEMA DE UN VIAJERO

Paul Morand afirma que el mundo es un libro
del cual no se ha leído nada más que la primera página
si no se ha abandonado alguna vez el lugar en donde nacimos.
Viajar es leer el libro del mundo. La vida es un viaje.
Viajar, más que un placer, es un deber...

El descubrimiento de una nueva ciudad,
la sorpresa ante un paisaje desconocido que nos conmueve,
sin duda modifican la percepción del lugar anterior del que venimos.
El viajero parece que sólo disfruta
en la ausencia y con la distancia... recordando.

Como en el amor...
Como cuando se escribe un poema de amor...


Tiempo después de escribir este poema tuve la fortuna de comprar a un vendedor ambulante de New York, en Broome St., un hermoso ejemplar ilustrado de The Garden of Kama de su edición de 1920. Un exlibris en el reverso de la portada delataba una anterior propiedad de este libro en manos de William & Florence Morden, de los que por ahora desconozco su biografía. Curiosamente, la leyenda impresa en este exlibris es aquella frase que atribuí a Morand al inicio de mi poema: “The world is a great book of wich they who stay at home read only a page”. Entonces no sabía —y divagaba al respecto— si Morand tuvo alguna vez este libro en sus manos; si fue él o fueron los Morden los que escribieron por primera vez esa inspirada frase que luego yo hice mía y la proclamaba como verdad irrefutable...

Hace unos meses, rebuscando entre unas páginas de Internet que se referían a Marinetti y sus manifiestos futuristas, tuve la gracia de encontrar un pequeño texto en italiano (ya no recuerdo a cuento de qué) reproduciendo exactamente esa frase que durante tanto tiempo me ha conmovido y dudaba en atribuir a Paul Morand, a los Morden o a la madre que les parió... Mi sorpresa fue mayúscula al ver a quién en realidad se atribuía la paternidad de tan afortunado pensamiento: nada más ni menos que a San Agustín, doctor de la Iglesia … —qué fiasco, y que soberbia recompensa a mi curiosidad durante años... La resolución del enigma me defraudó un poco. Confieso que me hubiera satisfecho cualquier otra solución razonable, incluso las más extravagantes o románticas. Por ejemplo, que Florence Morden hubiera sido amante de Paul Morand en el tiempo que éste residió en New York y que en una de sus noches de amor y éxtasis cualquiera de los dos hubiera regalado al otro estas palabras… ¿Y por qué unos amantes se van a regalar pensamientos y palabras de tal calibre existencial tras vaciarse en la boca de su amor escondido?... Es que los amantes hacen cosas tan extrañas; a veces se dicen frases enigmáticas y siembran rocío en sus pieles por el puro placer de hacer florecer la sonrisa en sus labios, por ejemplo. Decirse que el mundo, al amor, es un libro del cual no se ha leído nada más que la primera página si no se ha abandonado alguna vez el lugar en dónde nacimos… es como decirse “Quiero leerte, que me leas, hasta el oscuro punto final de nuestro libro de las horas por venir”… —pues vaya impertinencia, pienso, susurrarse estas cosas sobre el lecho y sus cubrecamas… Bueno, tampoco es tan grave: los amantes se dicen, se hacen, se inventan juegos de palabras y frases aparentemente inocuas (o grandilocuentes) para esconder y despistar sobre su estado de felicidad. Tienen miedo que al declararse felices algún dios les castigue con su inmensa ira y aplaque sus celos divinos silenciándoles para siempre, condenándoles a la invisibilidad eterna, una ceguera más profunda y terrible que su propia ceguera de enamorados…
Aquí y ahora sólo pienso en ti… mi lejana Sherezade.