

Nietzsche fue uno de las principales referentes del pensamiento de Heiddeger, y el primero en hacer una contundente crítica al pensamiento romántico sin caer en los prejuicios positivistas de la época. Quizás la principal aportación de Nietzsche a la historia del pensamiento, y más aun a la del “ser y estar en el mundo”, fue la noción de nihilismo. El nihilismo, la pérdida de sentido de valores, tal como lo define Nietzsche, sería el impulso esencial de la historia, la condición necesaria del devenir histórico: “¿Qué significa nihilismo?: Que los valores supremos han perdido su valor. Falta la meta, falta la respuesta al por qué”. ¿Esta intuición sobre la falta de valores tiene algo que ver con el abandono del camino de la verdad, de la belleza, en el arte? El arte es, para Nietzsche, una “religión de la apariencia”. La apariencia no es lo contrario de la verdad, sino su expresión. Lo que aparece —la superficie— tiene una profundidad metafísica. El arte no quiere imponer sus constricciones, no quiere “conocer” ni quiere “dirigir”: sólo quiere que las cosas, todas y cada una de ellas, puedan ser… El arte deja de copiar el mundo —o de sintonizar con el transmundo— para convertirse en “modelo para la vida”. El arte, para Nietzsche, es la fuerza antinihilista por excelencia, es la “voluntad de fiesta” que estimula sin cesar a la vida. Frente a la religión, que gira en torno a la “devoción”, el arte incita a la “creación”… Se trata de un proceso creativo hasta cierto punto agónico, siempre girando sobre sí mismo. Interrogándose sin cesar… y siempre irónico (consciente de su propia imposibilidad para responderse por completo)…
Hay que considerar al nihilismo como un proceso histórico, el de desvalorización de los valores considerados hasta entonces —en cada momento— como supremos, los principios que sostienen lo que de ser tienen los entes, todo lo que sirve como modelo de lo que es, es decir lo verdadero, lo bello y lo bueno. Más que decadencia, este movimiento de desvalorización sería para Nietzsche la legitimación misma de la historia occidental, su lógica interna. No desaparece el mundo con la desvalorización de lo que constituían los valores supremos; aparecen valores nuevos. La negación de los antiguos valores es afirmación de nuevos valores, una “transvaloración” de anteriores valores… Este nihilismo trágico no busca que el mundo recupere su valor: no se trata, en la nueva instauración de valores, de reemplazar los antiguos por nuevos, sino de efectuar una inversión en el modo de valorar, un cambio de sensibilidad, una transformación o revolución estética…
Con Nietzsche el arte deja de ser divertido, virtuoso, ejemplar… El arte no tiene por qué embellecer al mundo, sino fundirse en él, devolverle de una vez el espíritu al cuerpo, tanto tiempo disociados… Frente a la frivolidad burguesa de un “arte por el arte”, reconocemos ahora un arte insubordinado que arroja a nuestra mirada imágenes humanas, demasiado humanas; en este estado de ser “en y con” el mundo, buscar la belleza, expresarla, no deja de ser un ejercicio de crueldad… Esta insumisión del arte al gusto burgués, al poder, explicaría el interés del “oficialismo bienpensante” —lo que hoy llamaríamos “lo políticamente correcto”— por desactivar la carga corrosiva y letal del arte comprometido reduciéndolo a un asunto “de extravagantes”, “diabluras” divertidas, pasatiempos de intelectuales y exquisitos… El arte era para el poder establecido algo absolutamente improductivo; en ello radicaba precisamente su poder de subversión. Algo muy distinto a lo que sucede en la actualidad, según mi opinión, en donde el sistema del arte se ha convertido en uno de los cómplices más dóciles de la sociedad postmoderna tardo capitalista, quien mejor la retrata, quien mejor representa el estado de simulación generalizada que la caracteriza… —también las simulaciones del poder institucionalizado.
Lyotard define el arte moderno como aquel que "consagra su ‘pequeña técnica’, como decía Diderot, a presentar qué hay de impresentable. Hacer ver que hay algo que se puede concebir y que no se puede ver ni hacer: Éste es el ámbito de la pintura moderna"… En muchos aspectos este “presentar lo impresentable” tiene que ver con la concepción de lo sublime en Kant —el sentimiento de lo sublime, decía Kant, tiene lugar cuando la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto que, aunque sea en principio, venga a establecerse de acuerdo con un concepto… Si el arte moderno es en alguna medida sublime, lo es porque en todo momento hace alusión a lo impresentable. Pero esta alusión la realiza de forma negativa, presentando formas visibles. La pintura abstracta no es sino un grado de expresión de estos principios, ya que en ella se presenta algo evitando la figuración y la representación. Algunas tendencias del arte contemporáneo son incomprensibles si no se reconoce esta vocación por lo sublime.
¿Y en este vagamundear del arte por la vida y la historia, admirado por el cuerpo o el espíritu, representando lo aparentemente real o divagando acerca de lo impresentable, dónde quedó la belleza? ¿Qué belleza o virtud o bien moral puede regalarnos el arte moderno? Thomas Mann, sutil pensador y autor de obras inolvidables —La Montaña mágica, por ejemplo— plantea sugestivas relaciones entre la belleza, la vida (como realidad) y el espíritu… Thomas Mann se interroga sobre el problema de la belleza: “El problema de la belleza consiste en que el espíritu concibe como ’belleza' a la vida, mientras que ésta concibe como 'belleza' al espíritu...” (...) “Pues la nostalgia va y viene entre el espíritu y la vida. También la vida reclama al espíritu. Dos mundos, cuya relación es erótica sin que la polaridad sexual sea clara, sin que uno represente al principio masculino y el otro al principio femenino; eso son la vida y el espíritu. Por eso no hay entre ellos una unión, sino la breve y embriagadora ilusión de la unión y el entendimiento, una eterna tensión sin solución”. El arte sería algo así como la atracción erótica de la vida hacia el espíritu, del espíritu hacia la vida, entre el espíritu y la vida… ''Y sin embargo es esto lo que hace al arte tan digno de ser amado y ejercitado; es esta maravillosa contradicción de que sea o pueda ser a la vez deleite y tribunal condenatorio, prez y loor de la vida mediante su placentera imitación y aniquilación crítico-moral de la vida, lo que hace que obre suscitando placer en la misma medida en que despierta la conciencia”… No obstante, aunque parezca destilarse cierta actitud positiva hacia el arte y sus virtudes “terapéuticas” sobre la libido existencial, Thomas Mann no espera mucho de su capacidad para remediar otras angustias y peligros: “El arte es el último en hacerse ilusiones con respecto a su influencia sobre el destino de los hombres. Desdeñoso de lo malo, no ha podido nunca detener el triunfo del mal. Preocupado por dar un sentido, no ha podido nunca evitar los más sangrantes sinsentidos. No constituye un poder, es sólo un consuelo”…
“El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”… —quien así se expresa es Arthur Coleman Danto, uno de los más influyentes críticos y teorizadores sobre el arte contemporáneo en las últimas décadas y autor del polémico artículo El final del arte (1984) de gran trascendencia en el debate sobre el arte actual. Sobre la belleza, por ejemplo, Danto reconoce que en la actualidad “la belleza casi ha desaparecido del discurso artístico. Era algo que preocupaba a principios de siglo, pero ahora la gente se queda atónita si se le habla de este tema. Ha desaparecido. Sigue habiendo alguna conexión entre arte y belleza, pero no es tan profunda como antes” (...) “En mi opinión, si la gente vuelve al concepto de belleza hay que plantearse qué significado tiene ahora el concepto de belleza. Qué propósito cumple o para qué sirve esta belleza. El arte es una propuesta, no sólo objetos bellos. Si lo son es porque esto contribuye a su significado artístico”... ¿Cualquier objeto puede ser una obra de arte? “Sí —responde el crítico norteamericano— cualquiera puede serlo, pero eso no quiere decir que cualquiera lo sea. Hay unas restricciones, pero lo que no hay son limitaciones en relación a qué aspecto podría tener este objeto artístico. Por ejemplo, este cenicero que está encima de la mesa no es arte ahora en cuanto objeto, pero no sé si podría serlo en otro contexto. Diría que habría que plantearse qué significa y cómo está conectado con la obra del artista y su contenido” (…) “En nuestra narrativa, al principio sólo la mimesis era arte, después varias cosas fueron arte pero cada una trató de extinguir a sus competidoras, y finalmente, se volvió claro que no había constreñimientos filosóficos o estilísticos. La obra de arte no tiene que ser de un modo especial. Y éste es el presente y, como dije, el momento final de la narrativa maestra. Es el fin del relato”… La crónica de una muerte anunciada a la cual Danto dedica los últimos párrafos de su artículo El final del arte: “… puedes ser un artista abstracto por la mañana, un realista fotográfico por la tarde y un minimalista mínimo por la noche. O puedes recortar muñecas de papel, o hacer lo que te dé la real gana. Ha llegado la era del pluralismo, es decir, ya no importa lo que hagas. Cuando una dirección es tan buena como cualquier otra, el concepto de «dirección» deja de tener sentido. La decoración, la auto-expresión y el entretenimiento son, obviamente, necesidades humanas perdurables. El arte siempre tendrá un papel que desempeñar si los artistas así lo desean. Su libertad acaba en su propia realización, pero siempre dispondremos de un arte servil. Las instituciones del mundo del arte (galerías, coleccionistas, exposiciones, publicaciones periódicas), que han predicado y señalado lo nuevo a lo largo de la historia, se marchitarán poco a poco. Es difícil predecir lo feliz que nos hará esta felicidad, pero fíjense en cómo ha hecho furor la gastronomía en el tradicional modo de vida americano. En cualquier caso, ha sido un inmenso privilegio haber vivido en la historia”… —Confieso: es un inmenso privilegio sobrevivir todavía en los últimos estertores del arte y la belleza…
Fotos: de la serie "Mis paseos por el MoMA de New York"; enero 2005