


Lo primero que te quiero decir es que me sorprendió la numerosa participación (las visitas y comentarios) a mí último texto acerca del romanticismo, sobre los “románticos profesionales”… Fue un texto que decidí escribir estimulado por uno de los primeros comentarios a mis relatos erótico-pornográficos. Aquel comentario decía algo así como: “sí, divertidos, pero ¿y el romanticismo?... Entonces me dije, ¿y por qué no?... ¿Quieres romanticismo? Pues toma romanticismo… A lo peor me pasé… pero el resultado, en cuanto participación de mis lectores, me confirma que el “tema” está en el aire y que todo/as se han sentido implicado/as o reconocido/as de algún modo… Para cerrar el capítulo sólo quiero hacer dos o tres comentarios propios: primero: que “románticos profesionales” (o “vampiros emocionales” o “canallas sublimes”) los hay mujeres y hombres (no es sólo una condición límite del sexo masculino), que sus objetivos son los mismos aunque sus estrategias sean diferentes, y que no necesariamente pertenecen al tramo de edad digamos de madurez… Yo me he encontrado con auténticas “vampiras sublimes” de veintitantos años, con experimentadas “románticas profesionales” de treintaitantos, con depredadoras de cuarenta y cincuenta… El cuerpo tiene edad, el alma no.
Segundo: mis relatos eran ejemplos de sexo sin amor… reales como la vida misma. Y muy placenteros, ¿no?... Hay amor con sexo y amor sin sexo… como hay sexo con amor o sin él… ¿Quién no ha hecho sexo, sólo sexo nada más que sexo? Así que no entiendo algunos comentarios críticos al respecto… ¿O es que masturbarse es un acto de amor propio? Tampoco creo que sea necesario estar enamorado de uno mismo para darse placer… ni satisfacerme con romanticismo… Dale al cuerpo lo que el cuerpo necesita y al alma lo que te exige… —no al revés…
Por último, a los que me preguntan sobre mi carácter romántico o no, les aconsejo lean mis textos agrupados en los temas “amores” y “amor”… Pau Llanes conoce y sabe por experiencia propia de todo eso… Ha amado tanto como le han amado —ni más ni menos—, es y ha sido amador y amante; se ha enamorado tanto como ha enamorado… Lo que Pau Llanes exige al amor es que sea memorable; si no es así, mejor sexo, puro sexo, divertido, con imaginación y de calidad (así mismo memorable)… El sexo con amor es un acto de extrema generosidad, de mutua atención y cuidado, compartirse física y emocionalmente. Hacer sexo "sólo sexo" es otra cosa: un pacto “aquí y ahora” por placer y, desde luego, un excelente ejercicio pedagógico entre dos seres que “se enseñan” y “aprenden” al tiempo que se complacen… Para hacerse sexo se requiere sobre todo querer aprender tanto como querer enseñar. Los cómplices sexuales que se disfrutan al máximo son quienes se entregan a su juego sin competir, compartiendo sus habilidades, disfrutando tanto de sus sorpresas como de la curiosidad de sus respectivos cuerpos. Lo ideal es poder alternar sin solución de continuidad los papeles de maestro/a y aprendiz/a en el juego sexual… para ello nada mejor que tener suficientes “conocimientos técnicos”, experiencia y “know how”. El mejor sexo se obtiene aplicando en cada situación el método más adecuado: inductivo, deductivo, analítico y/o sintético. Se folla metódicamente, con método y técnica… Sin embargo para amar no hay método ni experiencia que valgan: se ama holísticamente, en totalidad, pura intuición… Se ama aun sin conocer… Conocer no es lo mismo que saber… ¿Me expliqué bien? ¿Me entiendes?
Bueno… te cuento más cosas: ayer estuve en el campo: caminando, oliendo, compartiendo sensaciones con mi compañía, recolectando paisajes… Hablamos mucho de paisajes escritos y paisajes pintados, representados, resumidos en imágenes. Todavía están calientes las palabras que nos hemos dicho al respecto, los pensamientos que las indujeron. Me gustaría compartir contigo todo esto —estás tan lejos, como invisible. Ahora quiero escribirte sobre paisajes… Por principio, desconfío de las palabras demasiado totalizadoras que lo quieren abarcar todo, mostrar todo, decir todo: Arte, Cultura, Naturaleza, Paisaje… Qué fácil sería escribir “Todo es paisaje”, pero sería una estúpida pedantería, una afirmación sin garantías… Es necesario encontrar algún punto de partida eficaz que nos ayude a construir lenguaje (literatura). Borges lo hacía preferentemente a partir de los diccionarios y enciclopedias, porque allí las palabras están ordenadas al menos por su contigüidad léxica que no de significados. A mí también me gusta consultar los diccionarios, exprimirlos, como a Borges. Y de entre todos ellos, declaro mi especial admiración y confianza por el Diccionario de Uso de Español de Doña María Moliner; casi siempre encuentro en sus definiciones un argumento suficiente… No es así en este caso. La mayoría de definiciones y acepciones de “paisaje” que plantea Doña María son muy parciales, hace demasiadas referencias a lo rural, al campo. No obstante hay una que me da que pensar: “El campo considerado como espectáculo”… Sí, de eso hablábamos, de paisajes para ver y sentir.
Se me ha ocurrido ensayar una definición propia sobre el paisaje que quiero regalarte: “Paisaje: una visión fragmentada de la naturaleza y el mundo que nos rodea e incluye”… Es decir el paisaje como algo que se ve y por supuesto se interpreta —elegimos nuestro punto de vista, los ángulos de visión, acotamos su amplitud (“enmarcamos” nuestra mirada)… Se trata de fragmentos de realidad que ordenamos, componemos, relacionamos, comparamos… Fragmentos de la naturaleza: pero no sólo la espontánea y libre, la que se entiende como no construida ni intervenida directamente por el hombre, sino también la alterada mínimamente todavía comparable en muchos aspectos a la naturaleza salvaje, o domesticada con cierto amor y compromiso (aunque utilitarios), como por ejemplo el campo, lo rural… Y también fragmentos del mundo que serían el resto que no es naturaleza extendida, donde aparece lo construido, lo urbano, el interior de nuestros territorios domésticos, nuestras casas y sus patios, los parques y jardines… Una naturaleza y un mundo que nos rodean e incluyen, escenarios de nuestros pasos, donde caminamos o nos movemos… ese círculo vital cuyos radios son nuestras miradas y sentimientos particulares y su centro un eje móvil que se desplaza, parásito, con nuestro cuerpo… Un mundo-paisaje-circular que nos afecta e incluye, nos pertenece y le pertenecemos, como un punto pertenece por igual a su circunferencia y la línea tangente que le acaricia…
Es evidente que esta idea sobre el paisaje parte de una convicción profunda: “El paisaje es humano, o no lo es”. Lo que quiero decir es que el paisaje sólo existe en cuanto es visto, leído e interpretado —por el contrario la Naturaleza, el resto del mundo, siguen existiendo aun sin nuestras miradas e interpretaciones. El paisaje sólo es un estado circunstancial, no una condición esencial en la Naturaleza… Los paisajes en cuanto humanos están habitados, han sido habitados o lo serán. Ya habitamos un paisaje con sólo verlo; nuestros ojos son una prótesis, nuestras máquinas para grabarlos y reproducirlos, las prótesis de una prótesis fisiológica. Deseamos y hacemos todo lo posible por grabar sus rasgos —apuntes del natural, fotografías, videos, esos escritos a vuela pluma—, inventamos intangibles mnemotécnicos antes que desaparezcan sus efímeras sensaciones, acaso con la secreta intención de restaurar con su magia los sentimientos que nos conmovieron… Ay, esos recuerdos tan volátiles, tan distraídos que por nada se confunden entre ellos, intercambian sus secretos con total promiscuidad. Si no fuera por las imágenes, esas cosas que llenan los museos, los libros, las bibliotecas, nuestra vida de buhoneros, todo sería un irresoluble caos de recuerdos confundidos… —hasta los deseos más esperanzados serían sólo recuerdos olvidados.
Pero no nos engañemos: no hay imagen que represente al mundo en su totalidad. Igual que el arte no es una copia facsímile del mundo tampoco lo es un paisaje. Repito: lo que vemos y seleccionamos fragmentariamente de la naturaleza y el mundo que nos rodea sólo es una interpretación, una representación visual, desde un precario punto de vista determinado —todo punto de vista tiene tiempo y espacio concretos, coordenadas provisionales; nos movemos demasiado… Acaso esta fragilidad de la realidad contemplada, de la naturaleza “vista e interpretada” en sus paisajes, conmovió al arte y su mirada hacia este tema-sujeto. El arte siempre ha querido crear imágenes perdurables, incluso signos emblemáticos que nos encadenen a su recuerdo a perpetuidad. Para ello debió liberarse de los detalles insignificantes, las prolijas descripciones, las trampas de las ciencias analíticas y la física óptica. La visión del arte es más bien una pura interpretación extrasensorial que una percepción estrictamente de los sentidos… Es más bien una sospecha que hay algo invisible dentro o más allá de lo que se ve… Ya sabes —te lo he dicho en otras ocasiones— que al Arte lo represento emblemáticamente por medio de una celosía —que deja ver y no deja ver— y lo dramatizo en una escena de celos —cuando quiero saber y me duele saber… En fin, no sigo por este camino; ya ves a dónde me puede llevar mi pasión por los paisajes, por sus representaciones: lejos, muy lejos, arriba, quizás sobre las nubes y la niebla…
Todo paisaje es subjetivo —como estado de necesidad del “yo” que aspira a reconocerse en él—, una pura interpretación… “El ojo en el arte es ciego”, afirmaba con evidente exageración Gombrich. Tampoco en el paisaje es posible una visión puramente física. No es posible una hipotética mirada mecánica desprovista de intención, pura y descontaminada de memoria, de recuerdos, en la que esté ausente la facultad de la imaginación. La mirada del paisaje, como en el arte, es subjetiva… Con frecuencia confundimos lo que es un mero reconocimiento visual con el puro conocimiento (científico o no), lo que ha supuesto múltiples y persistentes errores y paradojas sobre la realidad. Lo que vemos es sólo un fragmento parcial de una realidad más compleja, apenas un estímulo precario en un contexto determinado, que descubrimos no siempre ingenua y autónomamente sino más bien al contrario. Comúnmente consideramos el sentido de la vista como el primero y el más inmediato de nuestros sentidos, el que nos comunica con mayor eficacia con el mundo exterior; pero esto no es cierto. Mirar, ver y conocer se entremezclan peligrosamente, a veces se contradicen cuando vibran a su antojo, insolidarios…
Muchas de nuestras ideas y convicciones avaladas sólo por el sentido de la vista son superficiales apariencias de imagen, construcciones mentales a partir de modelos visuales dados, asumidos y aprendidos sin reservas. Y es que además de visto todo paisaje debe ser leído: es un texto visual que requiere su propio código de interpretación de la realidad, un complejo sistema de trascripción que relacione formas y contenidos aparentemente dispares, incluso excepciones, algo así como una fórmula infalible para ordenar el mundo en todas sus facetas y posibilidades; pero a su manera, según su lengua familiar. Desde la destrucción de la Torre de Babel cada uno interpreta el mundo como le dicta su lenguaje —lo que explica los convencionalismos culturales, estéticos, nada universales, que dieron lugar a los paisajes pintados de Oriente y Occidente, su particular evolución divergente hasta estos tiempos de presunta indiferenciación y globalización genérica…
—¡Vaya! Me he pasado… te he escrito demasiado; cuánto tiempo te he hecho perder… Bueno, otro día te escribiré un poco más de mis paisajes favoritos, esos que fui recolectando por mi vida de viajero compulsivo, nomadeando, vagamundeando, antes de encontrarte al fin cuándo y dónde sea… ¿Dónde estás? Envíame por favor tu paisaje favorito; descríbemelo o regálame una de sus imágenes —tal vez así te encuentre más fácilmente y comience a vivirlo, a habitarlo, aun en tu ausencia… Te esperaré allí mientras te desembarazas de tus bagajes inútiles… No tardes. O pensaré que no me has leído hasta el final, hasta estos tres últimos puntos suspensivos…
Fotos: de la Serie "Paisajes de Mallorca"; enero-julio 2004