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lunes, mayo 05, 2008

De pintura, mecánica cuántica y espejos que se penetran... Una teoría especular sobre el arte y el amor...

El domingo pasado discutía con Marcos, Eva, Irene y Victoria Antonina acerca de pintura, de arte, y la función de los críticos y teóricos en la reflexión colectiva sobre el hecho mismo de crear. Marcos e Irene me echaban en cara la inconsistencia de nuestros argumentos, nuestra subjetividad, al enjuiciar una obra de arte. Qué curioso que sean precisamente los artistas —pura subjetividad— quienes se quejen de la presunta subjetividad de sus críticos, que les reclamen interpretaciones científicas, opiniones “objetivas”… Así que estos días he estado preparando este texto de respuesta (no sé si también como justificación)… ¿Quieres ciencia, Marcos? Pues toma ciencia y mecánica cuántica por un tubo… Ojalá entiendas así un poco mejor cual es mi posición y cual es la tuya en este triángulo amatorio-artístico que componemos tú, yo y nuestra común amante: el arte, la pintura… Arte, Ciencia, Amor… —qué hermoso triángulo equilátero sin pies ni cabeza…

Una pintura sólo es "pintura" para el pintor antes de ser vista por alguien que no es su creador… Cuando la vemos, la observamos y contemplamos, no deja de ser pintura pero se modifica con nuestra mirada; decimos que se trata de un “cuadro”, tiene unos límites determinados desde nuestro punto de vista. Los límites de una pintura para su pintor y para su observador son distintos, no coinciden. Todo esto tiene que ver con las enseñanzas de la mecánica cuántica y el complejo de teorías e hipótesis que van haciendo sus estragos “empotradas” en su autoridad. Tópicamente se ha considerado que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg —uno de los pilares de la Mecánica Cuántica matemática— supondría que el hecho mismo de observar perturbaría la realidad, es decir el instante y el estado de la cosa. No podemos pues conocer la posición exacta de una partícula —tema principal para la física—, tan sólo su trayectoria probable. La naturaleza de nuestra mirada, estrictamente visual, modificaría en algún grado al objeto observado, su espacio-tiempo.

El Principio de Incertidumbre procede de la necesidad de medir cualquier fenómeno para objetivar su realidad fenomenológica. Para ver algo, un electrón por ejemplo, es necesario que un fotón choque con él, con lo cual está modificando su posición y velocidad. Por el mismo hecho de realizar la “medida” el experimentador-observador modifica los datos, introduce un error imposible de reducir a cero, por muy pequeño que sea su desplazamiento. Y aun con todo debemos medir-observar para dimensionar una realidad física. La física no estudia la “realidad” en abstracto sino los fenómenos observables. En palabras del físico Niels Bohr, uno de los padres de la Cuántica, “Nada existe hasta que es medido”… La realidad es lo que cada observador mide… Lo que para nuestra reflexión significaría que una pintura sólo existe como realidad “cuadro” cuando es vista, observada, contemplada… su realidad es lo que cada observador ve —la realidad de una pintura “vista” es la de su observador, que es muy distinta por supuesto a la de su creador; y además hay tantas otras realidades como observadores mirones tiene… Lo que en un salto mortal interpretativo significaría que cada pintura es para cada uno en medida de sus preguntas, o sus respuestas particulares, diferenciado/as y distinto/as. Una pintura vista, interrogada, es un oráculo sin validez universal.

Además no es posible observar simultáneamente la velocidad y la posición de una partícula; algo así como que no es posible “medir” la realidad material de la cosa y su sentimiento, o uno o lo otro, o contaminarían y alterarían más si cabe nuestra percepción ya de por sí subjetiva… ¿Debemos pues tirar la toalla en nuestra pretensión de mirar al universo de una pintura, al universo mismo como imagen? Yo creo que no… —“Insisto, luego existo”—, también a Einstein le parecía un absurdo porque hay realidades concretas independientes del observador. Por ejemplo la realidad de una pintura para su pintor es una realidad concreta independiente del observador que no le observa mientras la crea; incluso podríamos aventurar la posibilidad de que hay realidades fragmentadas, momentos, estadios, en los que el propia artista no ve lo que pinta sino que se deja llevar por una especie de impulso externo y/o interior que hace que pinte sin saber, abandonado a su suerte o qué sé yo de esoterismos…

Volviendo al observador-mirón: el Principio de Complementariedad según Bohr dice que no es posible observar algo “para verlo como partícula y onda” a la vez. Si hacemos un experimento visual: al ver algo, su complementario está oculto, está detrás… Según la relación de indeterminación de una cosa, cuanto más te fijas en una cosa más borrosa se vuelve la otra, su complementaria… El universo sería pues un lugar borroso, cuanto más te acercas más se diluyen sus contornos —como nos sucede con una pintura. Desde los científicos y filósofos griegos creíamos que podíamos comprender el universo, mirarlo, observarlo, reflexionar acerca de él, sobre sus leyes y excepciones, comprender su funcionamiento (mecánica). Pero todo esto hace aguas con la Cuántica: no podemos saber qué cosa es una cosa, dónde está, cómo de rápido se mueve, etc. Parece que cuanto mejor podemos observar —con la evolución de nuestras prótesis físicas y mentales— peor observamos “lo otro”… ¿El universo se oculta de nosotros? ¿Una pintura se oculta, se esconde, se repliega, en cuanto nuestra mirada es presuntamente más certera? ¿Ésta es la entropía de un crítico de arte: que cuanto más y más profundamente mira la pintura, ésta se repliega y no ve nada más que borroso? El crítico es aquel que enjuicia con criterio… lo que supone que está provisto de suficientes métodos e instrumentos para analizar complejamente la complejidad de una obra de arte… Pero si no puedo “medir eso” que se llama arte y además “altero y perturbo” su realidad con sólo intentarlo, ¿qué hacer?...

Ahí está la cuestión… Describir no tiene objeto, y sirve para bien poco ya que mis datos serían necesariamente erróneos. Criticar-chismorrear sus entretelas no tiene sentido, no tiene que ver con la pintura misma sino con su creador, y eso es coto cerrado de psicoanalistas lacanianos y se ponen hechos una fiera cuando alguien se entromete en sus vedados (o les confunden con su verborrea)… Sólo me quedan dos operaciones en las que por otra parte creo a pies juntillas: “Sismografíar” —que fonéticamente en castellano se parece a “chismografear” pero es otra cosa: detectar cambios de estado, “catástrofes”, temblores de inquietud— y sobre todo ESCRIBIR —que es mi particular modo de crear especularmente en diálogo con la obra de arte objeto de mi curiosidad y admiración… Eso es lo que hacemos los críticos-escritores-creadores: reflexionar y escribir nuestras reflexiones con la esperanza de que la imparable mecánica creativa del universo, del arte, de la pintura, mantengan sus movimientos constantes, más allá de la inercia de su primer impulso, y aseguren su indeterminada existencia… Todo es espejo en los límites y en su interior, todo se refleja porque todo se encuentra y cruza alguna vez surfeando sobre nuestras miradas… —Y no quiero hablar aquí y ahora de la Gorgona Medusa, que eso tiene más que ver con la representación y la figura que con la indeterminada abstracción pictórica.

Menos mal que —volviendo a la Mecánica cuántica y sus matemáticas— las definiciones y principios han sido releídos con mayor precisión y reinterpretados lejos de su primer radicalismo: por ejemplo decir que “el Principio de Incertidumbre se produce porque al medir la posición de un electrón se modifica su estado” es incompleto, por lo tanto falso… La interpretación más ajustada de las relaciones de indeterminación sería que existe “un límite fijo para la precisión conjunta de las mediciones de la posición y momento lineal del electrón”… Algo así como que el desplazamiento del centro de nuestras miradas es mínimo (aunque distinto); pero eso sí, ese desplazamiento supone discurrir por dimensiones distintas —la obra y su observador— cuya única reconciliación se produce en la experiencia del espejo… Las cosas no son idénticas, ni por supuesto la realidad y su imagen reflejada. Digamos que se necesitan una a la otra, mirarse a los ojos, pero no se “aman”, no pueden fundirse en una cosa idéntica “a sí mismas”. Sólo una cosa, una pintura, es idéntica a sí misma; lo otro son experiencias ante el espejo: cosas parecidas, semejantes en un grado suficiente para nuestras exigencias, clónica o intercambiables, plagios, símbolos, signos lingüísticos que las representan… —todo eso; pero no idénticas… Igual que cada observador es sólo idéntico a sí mismo, cada pintura es sólo idéntica a sí misma… y cada una dice las cosas de una manera distinta independientemente de lo que quiera decir… En pintura, y sobre todo la de orden abstracto, lo importante y sustancial no es “qué quiere decir” la obra, sino “cómo lo dice”…

Bueno, también están los artistas pintores que las han creado y dicen que han querido decir no sé qué… Pero ellos/as ya han tenido su tiempo, su oportunidad. Ahora es otro tiempo y otro lugar distinto al de su creación. No han sido expropiados, por supuesto; les quedan sus derechos morales, los materiales, el derecho de tanteo… Pero cuando el artista decide exhibir su creatura debe entender y asumir que inaugura un nuevo triángulo fatal “amatorio-artístico”, lo que requiere establecer un nuevo estatus de “amor-pertenencia” y convivencia: a) la esposa/marido creador/a; b) la “obra” seductora (la que atrae la mirada); c) el amante observador, sean cuales sean sus géneros y condición sexual… En el “hogar” del taller de artista es inviolable su estatuto de pareja de hecho, el que constituyen el creador y su obra. Fuera de este territorio conyugal, es el paraíso de los amantes que se miran y reflejan punto por punto, simétricos, pero no iguales, invertidos, es decir que se necesitan penetrar y complementar para constituir un todo-mínimo —un agujero negro en el centro del universo que atraiga hasta la luz que quisiera escapar de su gravedad… El Amor absoluto es ese “punto negro” que crean, penetrándose, dos seres ciegos e invisibles. Más o menos lo que sucede cuando disponemos dos espejos cara con cara, superficie con superficie: nada se refleja, nada se ve, nada se dice…

Escribir amar es como escribir saber… Un aforismo taoísta dice: “No podemos ver el color del cántaro porque estamos dentro de él”… —qué desconcertantes estas metáforas taoístas. Del mismo modo —continúo— tampoco podremos saber qué hay dentro del cántaro si no nos asomamos… —aun con riesgo de perecer en el intento ahogados en el pozo-cántaro; algo así como en el mito de Narciso. Pero no el más común que se cuenta, sino en la versión de Pausanias, geógrafo y escritor griego, quien refiere que Narciso tenía una hermana gemela que murió joven dejando a su hermano desconsolado. Un día Narciso creyó ver a su hermana en su propio reflejo (eran gemelos) y no sabiendo de esta experiencia especular de la imagen gemela cayó al pozo intentando recuperar a su hermana; es decir en un acto de amor, compasión y melancolía… La vida es eso ni más ni menos: amar, recordar, disfrutar y/o padecer solo y/o acompañado… Mientras te reconozcas en el espejo estás vivo… Vivir es mirarme en tus ojos cada mañana al despertar… —un “miracle”. Cuando los demás te recuerden sólo en tus reflexiones escritas y tus imágenes reflejadas habrás muerto hace tiempo… Morir es transformarse en un “miroir”…


(Este texto se lo dedico a Malena la Porteña y a sus alumnos que sé que me leen y discuten en sus clases; a Paulina, que participa en una exposición que se inaugura este próximo jueves en Lima... y a todos que han hecho del arte y escribir sobre arte su modo particular de ser y estar en el mundo... Ah, se me olvidaba... y a Marcos e Irene que se casan en julio).

Fotos: "Roma Mirall", mayo 2007. "Tokyo Mirror Night", junio 2004

martes, abril 22, 2008

Tercera y última conversación sobre estética... —te prometo que mañana escribiré dos cuentos eróticos... ¿Vendrás?

La estética del siglo XX privilegió la dimensión psicológica del arte y la belleza; más que especular sobre la naturaleza intrínseca de la obra de arte, los autores han preferido considerar la experiencia del observador ante tal realidad, su interpretación y visión subjetivas, su carácter vivencial —hasta cierto punto, heredados del Romanticismo. A esta concepción “vivencial” de arte se refiere Heidegger, considerándola una de las características principales de la sociedad moderna. No obstante también encontramos en Heidegger aportaciones más esencialistas, no tan “vivenciales”, con respecto al arte. Para Heidegger, existe el artista, existe la obra y desde luego existe el arte, un tercer elemento gracias al cual ambos se sostienen. Este planteamiento, aparentemente inocente, tiene como finalidad “romper la especularidad metafísica entre el objeto y el sujeto”. El arte no se agota en la subjetividad del artista y tampoco se halla íntegramente en su creación objetiva. El arte remite a un “modo del ser”. Por supuesto que las obras de arte son “cosas” como el resto de las cosas comunes, pero son cosas que no se agotan en su mero carácter de cosas. Heidegger comienza admitiendo que la obra de arte es una cosa que recibe algo añadido, un suplemento que la convierte en alegoría o en símbolo de otra cosa. “Las cosas están mucho más próximas de nosotros que cualquier sensación”. Nunca oímos “ruidos puros”, sino el rechinar de los goznes de una ventana, el motor de un coche, el maullido del gato. Hay que esforzarse por encontrar el punto en que la cosa “reposa en sí misma”. Las cosas, en su insignificancia, parecerían resistirse a ser pensadas. Y justamente en esta resistencia, en esa reserva quiere Heidegger que encontremos su esencia. “Ha sido la obra de arte —asegura Heidegger— la que nos ha hecho saber lo que es de verdad un zapato” (…) “En la obra no se trata de la reproducción del ente singular que se encuentra presente en cada momento, sino más bien de la reproducción de la esencia general de las cosas”.

Nietzsche fue uno de las principales referentes del pensamiento de Heiddeger, y el primero en hacer una contundente crítica al pensamiento romántico sin caer en los prejuicios positivistas de la época. Quizás la principal aportación de Nietzsche a la historia del pensamiento, y más aun a la del “ser y estar en el mundo”, fue la noción de nihilismo. El nihilismo, la pérdida de sentido de valores, tal como lo define Nietzsche, sería el impulso esencial de la historia, la condición necesaria del devenir histórico: “¿Qué significa nihilismo?: Que los valores supremos han perdido su valor. Falta la meta, falta la respuesta al por qué”. ¿Esta intuición sobre la falta de valores tiene algo que ver con el abandono del camino de la verdad, de la belleza, en el arte? El arte es, para Nietzsche, una “religión de la apariencia”. La apariencia no es lo contrario de la verdad, sino su expresión. Lo que aparece —la superficie— tiene una profundidad metafísica. El arte no quiere imponer sus constricciones, no quiere “conocer” ni quiere “dirigir”: sólo quiere que las cosas, todas y cada una de ellas, puedan ser… El arte deja de copiar el mundo —o de sintonizar con el transmundo— para convertirse en “modelo para la vida”. El arte, para Nietzsche, es la fuerza antinihilista por excelencia, es la “voluntad de fiesta” que estimula sin cesar a la vida. Frente a la religión, que gira en torno a la “devoción”, el arte incita a la “creación”… Se trata de un proceso creativo hasta cierto punto agónico, siempre girando sobre sí mismo. Interrogándose sin cesar… y siempre irónico (consciente de su propia imposibilidad para responderse por completo)…

Hay que considerar al nihilismo como un proceso histórico, el de desvalorización de los valores considerados hasta entonces —en cada momento— como supremos, los principios que sostienen lo que de ser tienen los entes, todo lo que sirve como modelo de lo que es, es decir lo verdadero, lo bello y lo bueno. Más que decadencia, este movimiento de desvalorización sería para Nietzsche la legitimación misma de la historia occidental, su lógica interna. No desaparece el mundo con la desvalorización de lo que constituían los valores supremos; aparecen valores nuevos. La negación de los antiguos valores es afirmación de nuevos valores, una “transvaloración” de anteriores valores… Este nihilismo trágico no busca que el mundo recupere su valor: no se trata, en la nueva instauración de valores, de reemplazar los antiguos por nuevos, sino de efectuar una inversión en el modo de valorar, un cambio de sensibilidad, una transformación o revolución estética…

Con Nietzsche el arte deja de ser divertido, virtuoso, ejemplar… El arte no tiene por qué embellecer al mundo, sino fundirse en él, devolverle de una vez el espíritu al cuerpo, tanto tiempo disociados… Frente a la frivolidad burguesa de un “arte por el arte”, reconocemos ahora un arte insubordinado que arroja a nuestra mirada imágenes humanas, demasiado humanas; en este estado de ser “en y con” el mundo, buscar la belleza, expresarla, no deja de ser un ejercicio de crueldad… Esta insumisión del arte al gusto burgués, al poder, explicaría el interés del “oficialismo bienpensante” —lo que hoy llamaríamos “lo políticamente correcto”— por desactivar la carga corrosiva y letal del arte comprometido reduciéndolo a un asunto “de extravagantes”, “diabluras” divertidas, pasatiempos de intelectuales y exquisitos… El arte era para el poder establecido algo absolutamente improductivo; en ello radicaba precisamente su poder de subversión. Algo muy distinto a lo que sucede en la actualidad, según mi opinión, en donde el sistema del arte se ha convertido en uno de los cómplices más dóciles de la sociedad postmoderna tardo capitalista, quien mejor la retrata, quien mejor representa el estado de simulación generalizada que la caracteriza… —también las simulaciones del poder institucionalizado.

Lyotard define el arte moderno como aquel que "consagra su ‘pequeña técnica’, como decía Diderot, a presentar qué hay de impresentable. Hacer ver que hay algo que se puede concebir y que no se puede ver ni hacer: Éste es el ámbito de la pintura moderna"… En muchos aspectos este “presentar lo impresentable” tiene que ver con la concepción de lo sublime en Kant —el sentimiento de lo sublime, decía Kant, tiene lugar cuando la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto que, aunque sea en principio, venga a establecerse de acuerdo con un concepto… Si el arte moderno es en alguna medida sublime, lo es porque en todo momento hace alusión a lo impresentable. Pero esta alusión la realiza de forma negativa, presentando formas visibles. La pintura abstracta no es sino un grado de expresión de estos principios, ya que en ella se presenta algo evitando la figuración y la representación. Algunas tendencias del arte contemporáneo son incomprensibles si no se reconoce esta vocación por lo sublime.

¿Y en este vagamundear del arte por la vida y la historia, admirado por el cuerpo o el espíritu, representando lo aparentemente real o divagando acerca de lo impresentable, dónde quedó la belleza? ¿Qué belleza o virtud o bien moral puede regalarnos el arte moderno? Thomas Mann, sutil pensador y autor de obras inolvidables —La Montaña mágica, por ejemplo— plantea sugestivas relaciones entre la belleza, la vida (como realidad) y el espíritu… Thomas Mann se interroga sobre el problema de la belleza: “El problema de la belleza consiste en que el espíritu concibe como ’belleza' a la vida, mientras que ésta concibe como 'belleza' al espíritu...” (...) “Pues la nostalgia va y viene entre el espíritu y la vida. También la vida reclama al espíritu. Dos mundos, cuya relación es erótica sin que la polaridad sexual sea clara, sin que uno represente al principio masculino y el otro al principio femenino; eso son la vida y el espíritu. Por eso no hay entre ellos una unión, sino la breve y embriagadora ilusión de la unión y el entendimiento, una eterna tensión sin solución”. El arte sería algo así como la atracción erótica de la vida hacia el espíritu, del espíritu hacia la vida, entre el espíritu y la vida… ''Y sin embargo es esto lo que hace al arte tan digno de ser amado y ejercitado; es esta maravillosa contradicción de que sea o pueda ser a la vez deleite y tribunal condenatorio, prez y loor de la vida mediante su placentera imitación y aniquilación crítico-moral de la vida, lo que hace que obre suscitando placer en la misma medida en que despierta la conciencia”… No obstante, aunque parezca destilarse cierta actitud positiva hacia el arte y sus virtudes “terapéuticas” sobre la libido existencial, Thomas Mann no espera mucho de su capacidad para remediar otras angustias y peligros: “El arte es el último en hacerse ilusiones con respecto a su influencia sobre el destino de los hombres. Desdeñoso de lo malo, no ha podido nunca detener el triunfo del mal. Preocupado por dar un sentido, no ha podido nunca evitar los más sangrantes sinsentidos. No constituye un poder, es sólo un consuelo”…

El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”… —quien así se expresa es Arthur Coleman Danto, uno de los más influyentes críticos y teorizadores sobre el arte contemporáneo en las últimas décadas y autor del polémico artículo El final del arte (1984) de gran trascendencia en el debate sobre el arte actual. Sobre la belleza, por ejemplo, Danto reconoce que en la actualidad “la belleza casi ha desaparecido del discurso artístico. Era algo que preocupaba a principios de siglo, pero ahora la gente se queda atónita si se le habla de este tema. Ha desaparecido. Sigue habiendo alguna conexión entre arte y belleza, pero no es tan profunda como antes” (...) “En mi opinión, si la gente vuelve al concepto de belleza hay que plantearse qué significado tiene ahora el concepto de belleza. Qué propósito cumple o para qué sirve esta belleza. El arte es una propuesta, no sólo objetos bellos. Si lo son es porque esto contribuye a su significado artístico”... ¿Cualquier objeto puede ser una obra de arte? “ —responde el crítico norteamericano— cualquiera puede serlo, pero eso no quiere decir que cualquiera lo sea. Hay unas restricciones, pero lo que no hay son limitaciones en relación a qué aspecto podría tener este objeto artístico. Por ejemplo, este cenicero que está encima de la mesa no es arte ahora en cuanto objeto, pero no sé si podría serlo en otro contexto. Diría que habría que plantearse qué significa y cómo está conectado con la obra del artista y su contenido” (…) “En nuestra narrativa, al principio sólo la mimesis era arte, después varias cosas fueron arte pero cada una trató de extinguir a sus competidoras, y finalmente, se volvió claro que no había constreñimientos filosóficos o estilísticos. La obra de arte no tiene que ser de un modo especial. Y éste es el presente y, como dije, el momento final de la narrativa maestra. Es el fin del relato”… La crónica de una muerte anunciada a la cual Danto dedica los últimos párrafos de su artículo El final del arte: “… puedes ser un artista abstracto por la mañana, un realista fotográfico por la tarde y un minimalista mínimo por la noche. O puedes recortar muñecas de papel, o hacer lo que te dé la real gana. Ha llegado la era del pluralismo, es decir, ya no importa lo que hagas. Cuando una dirección es tan buena como cualquier otra, el concepto de «dirección» deja de tener sentido. La decoración, la auto-expresión y el entretenimiento son, obviamente, necesidades humanas perdurables. El arte siempre tendrá un papel que desempeñar si los artistas así lo desean. Su libertad acaba en su propia realización, pero siempre dispondremos de un arte servil. Las instituciones del mundo del arte (galerías, coleccionistas, exposiciones, publicaciones periódicas), que han predicado y señalado lo nuevo a lo largo de la historia, se marchitarán poco a poco. Es difícil predecir lo feliz que nos hará esta felicidad, pero fíjense en cómo ha hecho furor la gastronomía en el tradicional modo de vida americano. En cualquier caso, ha sido un inmenso privilegio haber vivido en la historia”… —Confieso: es un inmenso privilegio sobrevivir todavía en los últimos estertores del arte y la belleza…

Fotos: de la serie "Mis paseos por el MoMA de New York"; enero 2005

lunes, abril 21, 2008

Hoy, lunes, sigo hablándote sobre estética... No basta con amar si quieres aprender el Arte de Amar...

Es cierto que el arte se ha ocupado durante mucho tiempo en revelar, representar o alcanzar la belleza —o se ha justificado como un medio privilegiado para tales objetivos. Pero ni el concepto clásico de “mimesis”, ni siquiera su acepción decimonónica que valoraba tanto la imitación de la realidad como la interpretación subjetiva de la naturaleza por el artista, son suficientes para explicar este tropismo hacia la belleza. Además, buena parte de los pensamiento estéticos y movimientos artísticos del siglo XX recorrieron caminos alternativos que nada o muy poco tienen que ver con la “imitación” de la naturaleza, sino todo lo contrario… El simbolismo, el cubismo, el Dadà y el surrealismo, los distintos conceptos y expresiones abstractos, por ejemplo, se enfrentaron radicalmente con aquella concepción del arte como imitación, e incluso como reflejo distorsionado del mundo real; sus intenciones eran bien distintas. El cubismo es un buen ejemplo de ello, representando un mundo ya decididamente fragmentado tras la explosión de las “Grandes Verdades” (entre ellas las estéticas) por el impacto decisivo de aquel nuevo estado de cosas y pensamientos: la segunda revolución industrial, el nuevo impulso tecnológico, el asentamiento de la nueva economía liberal librecambista, el desarrollo capitalista, los conflictos más evidentes de la lucha de clases, el evolucionismo darwiniano, el marxismo, el nihilismo “nietzscheano”, el psicoanálisis, y muy pronto el relativismo y la mecánica cuántica… Y es que las ideas tampoco pueden durar y servir eternamente, aunque se adapten “miméticamente” a las circunstancias…

¿Y por qué la belleza? ¿Qué es la belleza? ¿Aquello que, además de bueno, es agradable —como afirmaba Aristóteles? ¿O “sólo lo feo es bello” —según la provocación de A. Solin? ¿Qué verdad representa la belleza? Si el arte aparece como una ilusión alejada de la realidad o como un mejoramiento (ilusorio) de esta realidad, haciéndola bella, ¿no estaremos también aceptando que la belleza no es sólo un atributo de la verdad sino también de la ficción? ¿Podemos seguir sosteniendo, como hacía Hegel y el idealismo alemán, que la verdad es una condición necesaria de la belleza, que la vocación del arte es el descubrimiento de la verdad? ¿Dónde habita la belleza, cómo se manifiesta, cómo y por qué la reconocemos, por qué nos conmueve todavía?

Desde la Antigüedad la belleza se ha refugiado en conceptos tales como “armonía”, “simetría”, “proporción”. Esta visión cuantitativa y numérica de la belleza reconocible en el orden, proporción canónica e interrelaciones armónicas y/o simétricas entre las partes ya fue defendida por Platón —“La conservación de la medida y la proporción es siempre algo bello”— y por Aristóteles —“La belleza consiste en una magnitud y disposición ordenadas”—, y también por Plotino, que a la mera proporción y orden de las cosas agregó significativamente la existencia de un “alma” que se expresa a través de ellas y las ilumina. Esta nueva noción de iluminación es la que llevó a Tomás de Aquino a ratificar que “a la razón de la belleza y el decoro concurre la claridad y la debida proporción” y a definir sencilla y rotundamente que la belleza es “el esplendor de la forma”.

¿Pero de qué belleza hablaban nuestros maestros clásicos, a qué se referían? ¿A una belleza real diferente de una abstracta? ¿A una belleza física distinta de una belleza espiritual, como los estoicos? ¿A la belleza que descansa en los números, en el cuerpo, en el alma, en la gracia? Ya en el siglo XVII, se hablaba de belleza esencial y natural, de belleza placentera y belleza útil o conveniente, rara o novedosa. Poco después Sulzer distingue ya en la belleza la variada condición de lo elegante, lo espléndido, lo apasionado… así, hasta llegar a Hume y su radical subjetivismo: “La belleza no es ninguna cualidad de las cosas en sí mismas. Existe en la mente que las contempla, y cada mente percibe una belleza diferente”. Subjetivismo al que parecen enfrentarse Baumgarten y Hegel con sus hipótesis de belleza-perfección y belleza-ideal: “La belleza es la idea absoluta en su apariencia sensorial” (Hegel). En resumen, una evolución histórica en apariencia contradictoria

No nos debería sorprender considerar la belleza como un término equívoco, bien al contrario; acaso sea su ambigüedad, su polisemia, su histórica y característica desemantización las que la identifican y convierten en una eficaz figura retórica. La belleza es como un rostro de mil caras (esquivas), un cuerpo en permanente e imprevisible metamorfosis, un alma indeterminada y transparente… La variedad de objetos y cosas, de ideas, sensaciones y sentimientos, pensamientos, que se atribuyen la belleza (o que adjetivamos como bellos) demuestran esta diversa extensión y “modulación” de la belleza. Junto a la belleza geométrica y proporcionada de las formas, la simetría, la armonía, a las que antes me he referido, aparecen ya en el mundo clásico romano, y luego posteriormente en el mundo medieval, otros nuevos conceptos que merodean o atraviesan los territorios indeterminados de la belleza: “lo sublime”, el encanto, la atracción y la gracia, lo decorativo (bonito), el ornamento, el decoro y la “dignidad” de las cosas, la sutileza, lo esmerado, e incluso la “aptitud”… una variedad de belleza sobre todo reconocible en la arquitectura, que designaba indistintamente la adecuación a un fin, la aptitud social o la utilidad práctica de un objeto. Entre estos conceptos que participan de múltiples maneras de los valores indefinidos de la belleza o, más bien, la identifican, quizá sean “la sublimidad” —la hipótesis de “lo sublime” como “capacidad de entusiasmar y elevar el espíritu, unida a la grandiosidad del pensamiento y la profundidad de las emociones” (Tatarkiewicz)— y su “aptitud” o utilidad, los que representarían los límites imprecisos de la belleza; límites casi siempre opuestos, antagónicos, tradicionalmente considerados en las antípodas del territorio de significación de la belleza, y que modernamente hemos intentado conciliar y aproximar en las, así mismo, indefinidas “repúblicas” del arte y el diseño —lo útil, y además bello—, desdibujando sus fronteras convencionales…

Kant es uno de los grandes autores que reflexionaron sobre la belleza y “lo sublime”, incluyéndolos entre sus juicios estéticos y añadiendo nuevas sugestiones y categorías, como la del “gusto”, que han tenido gran influencia en la filosofía estética hasta nuestros días. Para Kant, el “juicio del gusto” no presupone una representación bajo un concepto determinado, sino que afirma una relación entre la representación y una satisfacción especial “desinteresada”; la satisfacción estética la puede provocar un objeto que aunque no tenga función alguna posee una intención en su forma, una cierta totalidad formal ordenada para su comprensión y admiración —tiene una “intencionalidad sin intención”. Así mismo, el juicio del gusto se diferencia del mero placer sensible porque no impone obligación alguna de aceptarlo ni exige ser respaldado por razones… Ningún argumento puede obligar a nadie a estar de acuerdo con un juicio de gusto, pero su lógica da pie a una aceptación general: por ejemplo, “esta flor es bella” —esto no significa que cuando nos sentimos impresionados por una cosa podamos garantizar que todos los demás se sienten afectados de la misma manera, sin embargo sí podemos garantizar que la posibilidad general de compartir conocimientos presupone en cada uno de nosotros una cierta cooperación en un entendimiento e imaginación universales, es decir que todo ser racional posee la capacidad de sentir, en adecuadas condiciones de percepción, esta armonía a través de sus facultades cognoscitivas. Por ello, un verdadero “juicio de gusto” puede aspirar legítimamente a ser verdadero para todos, a consumar su condición de “universalidad subjetiva”.

El sistema idealista mejor articulado fue sin duda el de Hegel. Para Hegel, la “Idea” —el concepto en su más elevado estadio de desarrollo dialéctico— se encarna en formas materiales en el arte, esto es la “belleza”. Cuando lo material es espiritualizado en el arte se da a la vez una revelación cognoscitiva de la verdad al tiempo que una “revigorización” del espectador. Para Hegel la misma naturaleza era un producto del espíritu o el resultado de la acción de la historia, por tanto no existiría diferencia objetiva entre belleza natural y la belleza artística: “Sólo lo espiritual es verdadero. Lo que existe sólo existe en la medida de su espiritualidad. Lo bello natural es, pues, un reflejo del espíritu. Debe ser concebido como un modo incompleto del espíritu, como un modo contenido en él mismo en el espíritu, como un modo privado de independencia pero subordinado al espíritu”.

En muchos sentidos las tesis hegelianas venían a superar aquellas ideas de Kant sobre la belleza y la reflexión estética. Kant quería distinguir entre dos tipos de belleza, una natural y otra artificial o artística. Kant fundamentaba en el “gusto” la facultad de reconocer y apreciar la belleza natural; la belleza artística, sin embargo, construida esencialmente desde lo cultural, histórico y los valores sociales, tenía como fundamento al “genio”. Aunque las ideas hegelianas intentaban superar las de Kant, éstas resistieron y sirvieron de base a buena parte del sentir romántico en el arte. La doctrina del gusto como vivacidad de las “facultades del alma” abría las posibilidades de una estética sostenida por “el hacer” y “sentir” del genio… Al otorgar al “genio” la capacidad “de expresar sin conocimiento ni ciencia la armonía anímica y de esta forma incendiar el ánimo y templar el carácter” quedó expedita la vía hacia una estética romántica —en la que el genio es la principal sustancia en la producción de una obra de arte y el juicio estético sobre ella tiene como principal referencia la propia vida del artista. En el sentimiento romántico de raíz postkantiana, el arte sólo podía tener como objeto la vivencia, su sentido era provocar una experiencia vital “fuerte” e intensa capaz de conmover la existencia y transformar esencialmente nuestras actitudes frente a la vida —las del artista y las del espectador conmovido. Este pensamiento contaminó eficazmente el sentir moderno en sus orígenes, nacido en las interioridades del Romanticismo y diseminado en sus secuelas, sobreviviendo con gran fortuna y con múltiples acentos particulares hasta nuestros días a través de algunos de los grupos y movimientos de vanguardia más significativos del siglo XX. Y no sólo desde el lado de los artistas, sino sobre todo desde el juicio que le merece a la sociedad el hacer y el sentir de los artistas y el objeto de su creación. Como en otros casos, la mirada de la generalidad social sobre el arte y los artistas ha sido —es, todavía— más romántica e irracional que la de sus descreídos y privilegiados intérpretes y creadores…

Dibujo: "Fryzjer" (Serie Grandes Viajes), Izabella Jagiello, 2007

domingo, abril 20, 2008

Primero una imagen sin palabras... y luego hablamos de estética, ¿vale?...


Dibujo: "Peón", Izabella Jagiello, 2007

jueves, abril 10, 2008

La decadencia de la mentira y sus utopías... O cómo hago alquimias con mi cuerpo al atardecer.


Oscar Wilde criticaba al realismo por su vana intención de representar únicamente la realidad; lo que para él no tenía ningún mérito y, además, con el paso del tiempo dejaría de ser verosímil e inteligible… Para el genial autor irlandés, el objetivo del arte debe ser la mentira, es decir dar a conocer la belleza de las cosas falsas (inventadas, de ficción, ideales). Wilde defiende la mentira en el arte: sólo se puede representar la belleza mintiendo y falseando la realidad. Sin mentira no hay arte; es decir la mentira y la poesía son artes… Aún más radical, argumenta que a la larga la vida y la naturaleza imitan al Arte, y no al contrario, como se ha entendido tradicionalmente: “Mirar una cosa es muy distinto a verla. No se ve nada hasta que no se ve en algo su belleza. Entonces, y sólo entonces, la cosa comienza a existir. Actualmente la gente ve la niebla no por sí misma, sino porque los poetas y pintores han mostrado la misteriosa belleza de sus efectos. Probablemente ha habido niebla por siglos en Londres… Pero ninguna la vio hasta ahora, ni sabíamos casi nada de ella”… Con estas premisas Oscar Wilde planteaba aspectos de gran interés, por ejemplo la preeminencia de la interpretación sobre el hecho en sí mismo, una interpretación de la realidad según códigos establecidos, aprendidos, incluso asuntos relativos a la mecánica cuántica y a las condiciones de observación de los fenómenos. La realidad no es necesariamente como la creemos ver, sino lo que interpretamos de ella o cómo la representamos… —por lo que adquiere total sentido la reivindicación de Wilde de una mirada artística, la necesidad de un canon artístico, sobre otras consideraciones meramente naturalistas.

La decadencia de la mentira fue uno de los textos predilectos de Wilde, sin duda uno de los mejores de crítica estética. Es un brillante alegato contra el arte realista de su tiempo, que mediante el “culto monstruoso de los hechos” pretendía ser el espejo de la vida y se arrogaba capacidad suficiente para representarla con mayor precisión… Para Wilde, sus cultivadores “acaban por escribir novelas tan semejantes a la vida que no hay modo de creer en su verosimilitud”. Por eso el Arte nunca debe imitar a la vida, pues “el Arte no expresa nunca otra cosa que a sí mismo”. Oscar Wilde cree que cuando el Arte renuncia a su medio principal, la imaginación, está abocado a un completo fracaso. Su propuesta es “intentar la renovación del antiguo arte de la Mentira” —un deber irrenunciable, ya que la mentira es el modo más elevado y el fin propio de todo Arte que se precie…

Acusando al arte naturalista de fines del siglo XIX, Wilde llega a sostener que el Arte es superior a la Naturaleza, incluso que la vida misma es “alumna” del Arte, que aprende de nuestra mirada artística. Su elogio a la mentira tiene que ver con su reivindicación de la belleza más allá de su realidad natural —cuando Wilde habla de mentira hay que entender “reelaboración” de la realidad, idealización, ficción, recreación de una nueva realidad artística “inventada”, es decir en muchos aspectos mentiras, construcciones mucho más que descriptivas de la naturaleza y la realidad de los hechos que acontecen. Oscar Wilde reclama la necesidad de “artistas totales”, completos, que sepan ser también críticos de su propia expresión. Reclama un arte fuera de la moral —amoral, no inmoral—, ocupado sobre todo en crear estados de ser, de ánimo, existenciales, universales, que no pueden estar mediatizados por la moral ni las costumbres de cada tiempo, sus convencionalismos. Un arte y una estética “amorales” que operen en el sentido de crear la utopía de una sociedad libre de constricciones prácticas, dedicada a la contemplación, al placer. En esta “amoralidad” entendida por Wilde como violación de las reglas, está el progreso… Su Utopía era una sociedad artística no materialista, sostenida por la alegría, el placer, los valores artísticos de la imaginación y la invención, con tiempo necesario para la reflexión y la propia expresión, ese impulso incontenible de la expresión artística, de revelar aquello que todavía la naturaleza, la vida, el mismo arte, no han mostrado… la voluntad de auto realizarse a través de la creatividad individual y el espíritu crítico… —Miénteme, mi amor, y dime que yo soy tu Utopía… hay días en las que una mentira mueve más que cien carretas, es decir que un par de tetas bien puestas…


Fotos: "Alquimias en el río Negro", Amazonas, Brasil; abril 2005

miércoles, abril 09, 2008

Breve parábola sobre el optimismo... —y por favor, léeme con un poco de atención, ¿vale?


El espacio de una pintura, una literatura, la música —como su volumen—, son el resultado de la superposición e interacción de distintos planos de intervención, de creación… diversas opacidades que milagrosamente transparentan algo al observar y contemplarlas atentos —o por lo menos nos conceden esa esperanza con el cebo de que efectivamente responden a nuestras preguntas. Es curioso cómo queremos ver siempre más allá de lo que se ve en realidad o como las cosas parecen transparentarse a nuestra voluntad cuando en realidad son opacas o como mucho especulares…

Pongamos por ejemplo una pintura: el espacio pictórico no es más que lo que se ve y existe como imagen de un universo de percepciones específicamente ópticas, privilegiadas sobre las demás, es decir un espacio dominado por la luz y sus visiones. Reaccionamos a los estímulos visuales porque tenemos dispositivos ópticos y facultades óptico-visuales. La palabra castellana “óptica” procede del griego “optikós”, vista; se aplica a las cosas relacionadas con la luz, la visión o los aparatos, lentes, etc. (destinados a perfeccionar la visión de las cosas, “ver más y mejor”); se refiere pues a las prótesis para mejor ver… De algún modo una pintura actúa de prótesis de nuestras miradas, nos hace ver más de lo que se ve, más lejos, más profundo, hasta ver lo que no se ve, lo invisible.

Resulta sorprendente la contigüidad en los diccionarios de otra palabra que en absoluto tiene que ver semánticamente con “óptica” y sin embargo parece que extendiera su significado esotérico… me estoy refiriendo al término “optimismo”, que en filosofía sería la atribución al universo de la máxima perfección como obra que es de un ser infinitamente perfecto; también es una propensión a ver o esperar lo mejor de las cosas. Ensambladas “óptica” y “optimismo” parece como si nos quisieran revelar que “ver y reconocer” cosas tiene que ver con el optimismo del que ve y quiere ver más allá de lo que ve. El espectador pesimista es el que no ve nada, apenas sombras, estrategias de ocultación, extravagancias…

Cualquier creación artística —una pintura, literatura, música, etc.— actúan e intervienen en nuestra mirada de la realidad como dispositivo óptico —para ver más y mejor; para reconocerse mejor y en profundidad— y con un sentido optimista… aunque en apariencia algunas palabras, sus historias, destilen pesimismo a raudales o tengan cierto regusto a cinismo. —Ya sabes tú que me lees hace tanto tiempo que una manera de decir es no decir, o decir lo que no se quiere decir para llamar la atención sobre la cosa, hacernos pensar sobre lo que nunca habíamos pensado suficiente y acaso necesitábamos definir (y no nos atrevíamos por pereza o qué sé yo)… Pau Llanes no es un pesimista, ni siquiera un cínico aunque a veces se disfrace con tal pelaje… Pau Llanes es tu largavista y tu microscopio si así quieres surfear confiado/a sobre su mirada… Nunca interpretes mis-sus palabras literalmente, sino como literatura…

Benditos los mirones que también hacen los cuadros mientras los contemplan —como decía Duchamp—, y todos aquellas miradas optimistas que dialogan con las literaturas, con sus autores, a su manera… e incluso los recrean e inventan de nuevo. ¿Qué sería de un autor modelo sin su lector perfecto?... Menuda pareja de ciegos e invisibles…


Dibujo: "Libro de Horas", 1991-92

martes, abril 08, 2008

Historias de almas y desalmados...


Algunos conspicuos historiadores afirman que en un lejano tiempo de fecha indeterminada, cuando las antiguas culturas y religiones de cosmogonía politeísta transitaban poéticamente y sin complejos hacia una nueva concepción del mundo central, absoluta y unitaria, un selecto grupo de sacerdotes y teólogos reunidos en Concilio Universal decidieron inventar una idea recurrente, esa sustancia increíble e inverosímil que llamamos alma… —hasta hace poco no se sabía muy bien por qué les dio por complicarnos la vida.

Tradicionalmente se ha considerado que el alma —invisible e inmaterial— es la más preciada herencia recibida por el ser humano del corazón mismo de su dios. Y que bien como noción natural —representando la existencia de una energía esencial en el universo— o como metáfora teísta —al tratarse de una emanación del aliento divino— instaura una pretendida primacía del hombre sobre el resto de las criaturas de la naturaleza, por ejemplo su conciencia de ser y existir… En épocas más recientes algunos demagogos han intentado identificar “alma” con “razón” —concepto éste igualmente ambiguo, escurridizo, de variadas interpretaciones contradictorias—, atreviéndose incluso a afirmar frases tan temerarias como “Pienso, luego existo”… o componer otros malabarismos semánticos semejantes igual de pedantes, como ése “Insisto, luego existo” de tufillo inequívocamente lacaniano… —ambos, apenas ingeniosos recursos lingüísticos con los que pretenden solucionar el terrible misterio de nuestra precariedad existencial.

Aunque aquella noción tradicional de lo que era el alma puede aún convencer a quienes siguen la doctrina de los padres de la metafísica y el saber escolástico, o regala esperanza a los que desesperados sobreviven en este mundo de enigmas irresolubles, parece que fueron otros el objeto y sentido de la invención del alma… Para ser claros: en realidad no había motivo especial alguno ni necesidad teológica de fuerza mayor que obligara a aquellos parásitos de lo sagrado a plantear tal fantasmagoría como es el alma. Fueron otros motivos muy poderosos los que obligaron a tomar tal decisión de consecuencias imprevisibles, entonces, y cuyos efectos todavía hoy padecemos con resignación. Qué le vamos a hacer…

Los mismos conspicuos cronistas de las perversiones ideológicas de la humanidad aseguran que el alma fue inventada para constituir un eficaz muro de contención y defensa, una trampa, con la que proteger al mundo de las asechanzas e incursiones de un escasísimo —pero desde siempre muy activo— grupo de provocadores “iluminados” que ejercían el oficio de dibujar figuritas y pintar otras decoraciones por todas las superficies que les venían en gana; estos “pintamonas” se llamaban a sí mismos, con indisimulada y pedante vanidad, artistas… En realidad era una pandilla de vagos y timadores.

Estos autoproclamados “artistas” habían iniciado sus fechorías con algunos aparentemente ingenuos ejercicios solitarios: por ejemplo copiando sus propias manos en positivo y negativo, tomando de este simulacro el diseño básico del anagrama-símbolo formal de su presunto poder creador… Luego continuaron reproduciendo sin ton ni son todo lo que les rodeaba, lo que poseían o deseaban poseer: las fieras rivales, los animales de los que se alimentaban, los paisajes que medían con su mirada, las propias casas o las de sus vecinos, los palacios de sus gobernantes, las mujeres de sus hermanos o sus vecinos —deseadas con enfermiza obsesión— e incluso las epopeyas de sus ancestros, los recuerdos de sus progenitores… Pero el atrevimiento llegó a límites insoportables para el buen gobierno de las conciencias cuando comenzaron a inventar y dar apariencia humana a los mismos dioses del panteón sagrado… atreviéndose hasta con el mismísimo único dios en el que se había convenido concentrar y resumir todas las fuerzas de la naturaleza y lo desconocido sobrenatural… A este paso pronto estarían tentados a creerse ellos mismos dioses, a representarles con su propia efigie, a atribuirse el poder de crear desde la nada y el éter —habilidad hasta entonces reservada a las divinidades— y a convencer al resto de los mortales de su portentosa facultad más que divina: la imaginación… Muchos creyeron ver una temprana proximidad del fin de los tiempos y el peligro de que estos enfermos de soberbia —ya entonces saludados popularmente como “genios”— pudieran arrogarse la dignidad del Mesías prometido. ¡Había que hacer algo! Dicen que por tal motivo y alboroto de pasiones los celosos guardianes del orden del mundo conocido decidieron inventar el alma… Algo deliciosamente indefinido, sin consistencia real ni material, invisible, leve, múltiple, exacta sólo en sí misma, inmortal, inmutable, permanente, irrepresentable… ¡Qué delicia de invención!

Dogmatizado e instituido este nuevo aparato del ser, los artistas —como era previsible, dada su desfachatez y arrogancia— se apresuraron a poner todo su oficio y destreza al servicio de representar el alma, a crear una imagen convincente con la que instalarse en la memoria colectiva de las gentes. Todos sus esfuerzos fueron inútiles, para nada les sirvió su anterior práctica o el catálogo de imágenes que siempre llevaban consigo… De sus pinceles apenas salieron unos posibles destellos de luces, tímidas aureolas espectrales, ingenuas superficies lechosas y blanquecinas, veladuras y transparencias escasamente convincentes. Los teólogos y sacerdotes parecían haber conjurado el peligro, puesto freno a la insaciable voracidad imaginativa de esta secta de iconófilos, un gremio de impíos y desvergonzados. Por fin habían logrado anunciar una idea inimaginable, invicta al acoso de estos depredadores ilusionistas fabricantes de simulacros y maravillas. ¡Qué alivio!

Pero nadie había previsto que los artistas, en su propia impotencia, no encontraran mejor solución a su penuria que la de reivindicar el alma como su más preciado don. ¡Increíble! ¡A dónde vamos a llegar! Y manos a la obra, se apropiaron de aquella inefable sustancia transparente que ellos mismos habían sido incapaces de representar, ni siquiera con el auxilio de los espejitos mágicos que utilizan para atrapar el eco de las cosas. ¡Inaudito! Desde entonces —para ocultar su frustración y calmar la ansiedad que su esterilidad les produce— van proclamando a los cuatro vientos de la historia que ellos son los únicos herederos y protectores del alma de las cosas, garantes del alma más preciosa —dicen, populistas, la del ser humano—, depositarios de la auténtica “Verdad del Alma”… Afirman que pintar es crear imágenes dotadas de alma… que su ambición de crear es nada más que expresión de su necesidad de poner el alma en todo lo que hacen, dicen o piensan, que su destino es trascender su precaria condición humana y vivir para siempre a través de sus obras y creaturas, es decir, de su alma… ¡Pero qué insolentes!

Pobrecitos “artistas”, embaucadores y engañados… No saben que el alma no existe, que sólo fue una invención para conjurarles, que no son más que unos ridículos desalmados… Y si existiera —hecho improbable como pocos, ¡Dios no lo quiera!— seguro que ya la habrían vendido al diablo hace mucho tiempo a cambio de un puñado de monedas de chocolate suizo o un folletito en papel couché para repartir en su próxima kermesse… ¡Y es que no tienen vergüenza y se venden por casi nada!... Ahora que descreen de pintar ya no les queda más remedio que ir reclamándola por ahí en voz alta —¡Almaaa! ¿Dónde estás?— que dan pena… Algunos, los más insistentes, juegan cada noche con substancias radioactivas y pixels frente a una pantallita plana por ver si la encuentran perdida o escondida en cualquier arruga del universo… —Ay, estos artistas, es que no se merecen ni soñar por sus noches…


Foto: Graffiti en SoHo, New York, 1997

miércoles, abril 02, 2008

La utopía de un mundo mejor y sus simulacros...


Ayer tuve una de esas conversaciones de café en donde se habla de todo y te exaltas por nada… Siempre sucede lo mismo: al final parece que has arreglado el mundo en una hora y tres cuartos, luego pagas la cuenta, sales a la calle y te das cuenta que el mundo sigue igual o peor… Qué pérdida de tiempo una vez más… Es que somos unos derrochadores del tiempo a manos llenas…

Mi “sparring” de conversaciones tontas ayer fue una amiga de esas que creen que evolución es igual a progreso y que estamos a las puertas de un mundo feliz que te cagas… Sí… todo nice y wonderfull, mucho happy y qué bien lo vamos a pasar… que estamos en una sociedad progresista que es la leche, que si el futuro es nuestro y el pasado era una p.m… que hay que pedir perdón por los pecados propios y hasta los ajenos —“oye chico, que fuimos muy malos, pero muy malos, eh”—… y que ahora los otros tienen derecho a reclamar lo que les debemos… es justo hacerlo: pagamos, pedimos perdón, y nos hacemos amiguitos para siempre —anda, ya te vale… Dentro de poco el mundo será “La Arcadia feliz”…. y todo gracias, según mi ingenua amiga, a la globalización de la información, el respeto a la multiculturalidad, la alianza de las civilizaciones y no sé cuántas más bobadas del mismo calibre… Es que no me lo creo, yo siempre pongo en cuestión esas aparentes “verdades” de lo “políticamente correcto”, del optimismo del que todo lo ve con lentillas de color rosa… —claro, como siempre, con la paja en el ojo propio y en el resto la viga… A ver si puedo explicarlo con una metáfora, no sé, una alegoría digamos artística, que tenga que ver con el arte, para entender(me) mejor…

La fervorosamente deseada utopía de un mundo mejor —es decir una sociedad más justa e igualitaria, con mejores realidades materiales y mayor calidad de vida generalizadas, ideologías y comportamientos sociales más humanistas y más profundos compromisos con el desarrollo sostenible del planeta, por ejemplo, en el seno de una comunidad sin límites ni fronteras (o que al menos queden desdibujados por efecto de la globalización de la información y la economía)— creo que se corresponde alegóricamente con la desaparición del marco y del pedestal en el arte moderno… Es como si con ese bajar las estatuas al suelo, a la calle, se quisiera significar la abolición de los demás límites convencionales del arte con la vida, con la realidad, con el diseño funcional, etc. En sentido artístico podríamos incluso considerar que se trata de una estrategia inconsciente (y automática) de afirmar que el arte se expande más allá de los límites formales de la imagen o de las dimensiones propias del objeto artístico para impregnar todo el mundo real y social que lo rodea —lo que hasta cierto punto deseamos y a veces parece evidente… Pero del mismo modo podríamos reconocer también que una vez abolidos los límites —ese pedestal al que me refería, ahora como metáfora— muchos de los aspectos “perversos” que caracterizan nuestra sociedad actual se han filtrado también en el territorio de lo que llamamos “artístico”, contaminándolo: por ejemplo la banalización y trivialización de los asuntos “serios” de la vida, el consenso ficticio meramente oportunista en favor de tal o cual artista "estrella", los intereses simulados, la dictadura de la economía y el mercado, la corrupción…

Y no es que no hubiera antes estas “perversiones” del sistema —en la sociedad, en el arte, que las había—, sino que ahora han alcanzado la masa crítica suficiente para que sean factores hegemónicos… Además, antes, hace poco, todavía cabía la posibilidad de que el arte sólo fuera un reflejo (fiel o distorsionado) de la realidad… —ya que eran las nociones de “reflejo”, de mimesis, las que caracterizaban las relaciones estéticas entre el arte y la naturaleza y la sociedad—… Pero ahora, tras la última y definitiva rotura del espejo de las “Grandes Verdades y Totalidades” simbólicas aquel 11-S y sus secuelas y nefastos daños colaterales —en sentido nitzscheano, por supuesto—, hechas ceniza, polvo y humo esa “Realidad” y su imagen reflejada, ya no cabe argumentar en esa dirección… La relación entre la realidad material de nuestro mundo y la realidad representada por el arte ya no puede ser entendida como una relación “reflexiva y especular”, sino una relación piel con piel —tangencial, en su acepción más superficial— o incluso, más brutalmente, una relación descarnada, de penetración mutua, de atravesarse sin piedad ni compasión…

Reconozco que en principio esa idea de “ausencia de límites” me seduce —como a todos, supongo—, me satisface intelectualmente, soluciona la hipótesis de un territorio del arte y un universo de la vida sin límites ni fronteras, ambos derramándose, confundidos, inundando la esfera indeterminada de la vida práctica y lo social… Sin embargo mis prevenciones acerca de todo aquello que parece demasiado obvio, mi crítica a la aparente realidad de las cosas, a los peligros de esa simulación generalizada en el mundo actual, me llevan a buscar otras hipótesis, otras cuestiones, a expresar radicalmente mis dudas… Por ejemplo: la sensación de “ausencia de límites”, su deseo utópico, se contradice con la cruda realidad de las fronteras, los visados, las exclusiones discriminatorias, y el ahondamiento y alejamiento de los diversos abismos nacionales que separan como nunca… A lo mejor hay menos fronteras virtuales, es un decir, pero han aumentado exponencialmente y engordado su grosor las demás fronteras físicas, todas las demás que marcan efectivamente los límites y las diferencias.

Si bien es cierto que el marco o el pedestal casi han desaparecido de la “presentación” del arte, que hemos abolido esos límites formales, me pregunto ¿qué figura alegórico-artística podríamos utilizar para “representar” esta encubierta (y no por ello menos evidente) realidad social de “apartheid” a escala global? Mi respuesta es otro “artefacto”: la vitrina… Claro, cómo no, la vitrina… Un objeto construido, “diseñado” al efecto, tanto para contener, sostener y proteger la obra como para llamar la atención sobre ella y permitirnos un disfrute “suficiente” del objeto artístico, su visión… La vitrina: un marco tridimensional que sirve sobre todo para proteger y conservar la obra de arte, aislándola más físicamente del contexto real y del observador, aunque nos induzca —por su transparencia— a creer que esta separación es meramente ilusoria. La transparencia del vidrio, nuestra confianza (ciega) en las facultades de conocimiento y experiencia de la mirada, consuman el simulacro participando de la situación de simulación generalizada que caracteriza nuestra sociedad más allá de la postmodernidad tardo capitalista… La vitrina es un dispositivo de enmarcación —de límites— mil veces más poderoso que los marcos convencionales “en dos dimensiones”, una realidad objetiva de separación y protección en 3 D en permanente mutación, camaleónica…

Así es, queridos amigos, ya sabéis que cada vez es más común que las obras de arte en los museos y en las exposiciones se presenten protegidas por vitrinas y marcos-caja de cristal o metacrilato... que los mismos museos y otras arquitecturas y espacios de “representación y poder” sean como inmensas vitrinas y cajas de cristal (blindado y templado, por supuesto) guardadas con vigilantes a sueldo y otros dispositivos electrónicos disuasorios… Todo ello formando parte de una red de dispositivos y estrategias íntimamente relacionadas con las exigencias sociales de “conservar” y “proteger”, de seguridad máxima, inspiradas por estados y grupos dominantes nada “progres ni liberales” en realidad, sino absolutamente conservadores y pegados a su poder, trufados de memoria histórica y slógans “políticamente correctos” o cada uno como mejor sabe engañar a su clientela…

La nueva perversa noción de “límite y frontera” en nuestra sociedad actual se materializa con toda su crudeza a través de la eficacia funcional y alegórica de las vitrinas… La necesidad indefinible de seguridad, unida a la conciencia de conservar, proteger, preservar, son sentimientos generalizados en nuestra sociedad; casi diría que son sus sentimientos más fuertes porque tienen que ver esencialmente con el instinto de supervivencia. Y aunque parezca que siempre ha sido así, esta necesidad ha alcanzado ahora su justificación más categórica: se quiere conservar lo que se posee, poco o mucho, porque se posee… se necesita estar seguro incluso de su seguridad (es decir jurídica o estatuaria)… protegerse (en cuanto propietario) y proteger sus posesiones… No hablo sólo de propiedades materiales, sino también del estatuto social, de sus convenciones —cierto tipo de libertades públicas restringidas o ampliadas genericamente—, sus costumbres y otros aspectos de lo que se ha venido a llamar cultura e identidad propias… La sensación de inseguridad alarma, indistintamente, tanto por tener conciencia y satisfacción de poseer como por la conciencia de identidad, es decir de “pertenecer” y sentirse formando parte de una colectividad que ha definido su estatuto de convivencia, el cual hay que asumir para asegurar su supervivencia en el grupo frente al resto “exterior y diferente”. La angustia de nuestras sociedades, su inseguridad, las provocan tanto su miedo a “perder”, a ser despojado, como su precaución ante todo aquello que siente como ajeno —“lo otro”, los “otros”— que pueden erosionar y disgregar la convencional cohesión social que sostiene y cementa su relativa seguridad… es decir su estatuto.

Las fronteras existen por el miedo de los hombres… Hay que mantener una cierta distancia de seguridad, por si acaso… Tratar, sí; negociar otras convivencias, una nueva confianza, ayudas, sí… pero desde la distancia y el desarrollo autónomo de cada una de las identidades en conflicto… Así piensan las sociedades que tienen más miedo de perder que de ganar, en uno u otro sentido —bien sus excedentes materiales, bien sus excedentes de identidad… Ya se ha comenzado a poner freno a las debilidades que generó el “seudo humanismo universalista” nacido de la esperanza del fin de la “guerra fría”, hasta cierto punto producto de un sentimiento de vergonzosa culpabilidad por todas las atrocidades y efectos desastrosos de aquella guerra sorda planetaria. Me refiero a esa tendencia reciente de cuestionar a las minorías étnicas, religiosas, culturales o lingüísticas que viven y se desarrollan enquistadas en nuestras sociedades avanzadas, en la invitación permanente —o presión “convincente”— a integrarse, a negar con mayor énfasis el “statu quo” hasta ahora vigente, basado en el respeto de lo plurinacional y multicultural, es decir en el desarrollo autónomo y diferenciado de distintas comunidades: una, venida de fuera y suburbial, dentro de otra, autóctona, central, hegemónica… No se dice abiertamente, pero también los "progres de salón" empiezan a poner sus peros y a defender su propio status y poder donde lo administran. Hay tanta hipocresía...

La figura retórica —como metáfora, metonimia, sinécdoque— de la vitrina me sirve pues para representar estas múltiples realidades contradictorias: de una parte la necesidad de seguridad, de conservar, de diferenciar y a la vez APARENTAR igualdad… que parezca que compartimos realidades —como trasmite la transparencia del cristal—, y las nociones de totalidad y globalidad virtuales —como lo envolvente y totalizador de la vitrina; y de otra parte esa paradoja de reivindicar identidades y a la vez aislarse y aislarlas con la ficción de lo multicultural, antes, y con la obligación de integrarse, ahora… Ay, esa perversa y seductora invitación, pura coquetería. “TÓCAME… pero sólo con tus ojos”… A mí no me da miedo nadie que sea Otro... a mí lo que me aterra es que un día no me dejen ser Yo...
Foto: Yoko Ono. "Touch Poem #5", 1960

sábado, marzo 29, 2008

El monje frente al mar de C. D. Friedrich... o el elocuente silencio de los muertos frente a la Nada...


Cuando pienso en Bruno Llanes, “El hombre que mira lejos” no puedo por menos que imaginarle como el personaje de una de las más conmovedoras pinturas de la historia del arte: “Monje frente al mar”, de Caspar David Friedrich (1774-1840). La he visto tantas veces en su museo, en el Staatliche de Berlín… ¡Qué hermosa obra! Inquietante, conmovedora, sentimiento puro de lo sublime frente a lo sublime…

El monje frente al mar” (1809-10) fue considerado ya desde su primera exposición pública un cuadro memorable; adquirido por el joven príncipe heredero Federico Guillermo en la exposición anual de la Academia de Berlín —junto a su pareja “Abadía en el encinar “— causó una enorme conmoción y perplejidad en los círculos artísticos alemanes. El escritor Heinrich von Kleist, admirador de Friedrich, describió la emoción con esta elocuente frase: “parece como si te hubieran cortado los párpados”… Su composición es tan aparentemente sencilla como arriesgada: una superposición extrema de tres superficies horizontales de distinta dimensión y potencia visual —playa, mar y cielo— en un tenso equilibrio isostático, inestable e imperfecto, sin apenas otro elemento significativo que el monje en soledad. El cielo —aire húmedo y frío—ocupa casi 4/5 partes de la superficie del cuadro y constituye un muro casi impenetrable para nuestros ojos, comprimiendo con su gélida vastedad las otras franjas inferiores de realidad que contemplamos: el mar oscuro, casi negro, y sus olas espumantes… la playa levemente ondulada, grisácea. En la playa, frente al mar y el cielo desmesurados, inmerso en el espectáculo del amanecer, un monje de hábito marrón —un hombre solo— evidencia su diminuta estatura física ante la enormidad del universo… al tiempo que nos sugiere la profundidad de sus pensamientos, su grandiosidad existencial… En esta escena muda y suspendida —como la eternidad sobre su abismo— intuimos tanto el sentimiento de lo sublime de Burke —la grandeza, magnificencia, oscuridad, todo aquello que produce las emociones más fuertes que nuestra mente pueda sentir, ese “asombro suspendido en el horror”—, como la acepción que categorizó Kant: “sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos”… es decir aquello que pone de manifiesto la superioridad de nuestro espíritu sobre la Naturaleza… —ambos, sentimientos de lo sublime, simultáneos y/o sucesivos…

Desde luego la primera interpretación que Heinrich von Kleist hizo del cuadro es una de las más sugestivas y definidoras del sentir romántico: ”En infinita soledad, a orillas del mar, resulta maravilloso contemplar un desierto de agua sin límites bajo un cielo cerrado. A ese sentimiento se une la necesidad de tener que desplazarse hasta ese determinado lugar, que de él haya que regresar, el deseo de superar ese mar, saber que no es posible, y advertir la ausencia de cualquier tipo de vida, aunque oigamos su voz en el rumor de las olas, en el soplido del aire y en el movimiento de las nubes”. El arte romántico pone en escena el abismo, representa visualmente la escisión entre la naturaleza y el hombre. El papel de los personajes representados por los artistas románticos es aceptar su finitud, resistirse a la succión de lo absoluto y su propia aniquilación en él. Para el sentir romántico, paradójicamente, sólo en lo finito, en la distancia, en el espectáculo de lo estético “los dioses vuelven a hacerse presentes”... —como acertadamente señala María Rosario Acosta en Silencio y arte en el romanticismo alemán—... Pero hace falta descender al fondo del abismo, donde no hay nada que decir, donde toda palabra sobra. Allí, en el silencio, en la contemplación de la eterna escisión entre dioses y hombres, entre el hombre y la naturaleza, en la puesta en escena de la tragedia, del enfrentamiento entre lo infinito y lo finito, ahí se da el acontecimiento de la verdad. El arte, la belleza, son este acontecimiento. Sólo a través de la intuición estética se le revela al hombre, en las profundidades de la distancia, en la separación radical, la unidad primigenia, el absoluto en todo su esplendor. La verdad es aquello que acontece a través pero por fuera de la imagen, la palabra, el sonido. Eso que se revela en medio de ellos, pero que requiere del silencio, de una contemplación callada, desde la finitud del hombre, del espectáculo infinito de la verdad”… Esta relación con la verdad a través de la experiencia estética puede considerarse como mística, es decir un extasiarse en la unidad con el todo desde nuestra limitada pequeñez e insignificancia —lo que el Maestro Eckhart describía como una gota de agua en medio del océano…

Interpreto al monje como un hombre sobrecogido, pero también lúcido, en el amanecer de sus dudas existenciales, quizás teológicas. Algunos autores, como Kleist, han especulado que el monje es el mismo Friedrich… ¿Qué misterios contempla a estas horas de la mañana el monje-pintor? ¿Es una alegoría sobre la vastedad de la muerte —nada y silencio indeterminados— que tan cerca había experimentado Friedrich con la reciente muerte de su padre? ¿Es el pintor abrumado por su responsabilidad frente a la total plenitud de la Naturaleza? ¿O, por el contrario, una alegoría del pintor ante el inmenso e indeterminado vacío de la tela desnuda? —Qué terrible sensación de soledad, dios…

Siempre que contemplo la pintura de Friedrich recuerdo con triste nostalgia a mi amigo pintor y poeta Víctor Mira, yo sé por qué… Víctor se suicidó en Seefeld, cerca de Munich, Alemania, el 18 de noviembre de 2003 —siempre quiso morir antes de tiempo: “Me horroriza no estar muerto y tener que sentir la repugnante vida latiendo en mí como un animal antiguo”… Víctor y yo nos conocimos en los años setenta, pero sólo a partir de 1984 comenzamos a fraguar una amistad más profunda, en torno al arte por supuesto, a destilar complicidades, a encontrarnos en nuestras palabras, en nuestras discusiones sobre la nada y todo lo demás, a inventar proyectos que siempre se demoraban por una u otra causa ajena a nuestra voluntad, hasta que al fin hicimos juntos algo memorable a mediados de los 90’… para otra vez alejarnos, vernos de tarde en tarde; aunque seguíamos deseando compartir nuevas aventuras, nunca llegábamos a nada concreto, divagábamos…

Nuevamente en 2002 le propuse participar en dos grandes proyectos que por aquella época estaba organizando; Víctor aceptó con desmesurado entusiasmo, como siempre hacía cuando suponía un reconocimiento a su singular trayectoria artística —él era así de emotivo y resentido: siempre tan olvidado, injustamente “ninguneado” por el “arte-organización” en España… Desde entonces nos vimos con más frecuencia, nos escribíamos, nos hablábamos, nos encontrábamos por cualquier motivo en Mallorca, en Madrid, Barcelona, Valencia o Berlín, o en su casa-taller en Breitbrunn, en la región de los lagos cerca de Munich. En Breitbrunn me confesó su obsesión por el cuadro “El monje frente al mar”de Friedrich: hacía más de quince años que retomaba intermitentemente este tema y lo abocaba en sus pinturas, dibujos, grabados y proyectos escultóricos. Víctor me regaló varios catálogos suyos de exposiciones con esas series —“El monje frente al mar, atemperado”— y por primera vez me habló de un proyecto —“Meditación acerca del agua dulce”— que tendría como protagonista al monje (el mismo Víctor) frente al agua (o la vida, o no sé qué)… Acerca de ese monje Víctor Mira escribió: “El monje junto al mar de C. D. Friedrich más que una pintura es un ejemplo de imagen mental. El cuadro aunque parezca estar dedicado al cielo, ya que el cielo cubre las cinco sextas partes de la superficie, no es tanto así, ya que es el mar reflejado en el espejo del cielo lo que se observa. La mirada atraviesa la pintura como si fuese una muralla imaginaria y se sumerge en la tensión transparente e inconmensurable de la contemplación del mundo. Friedrich se representó a sí mismo en monje junto al mar y con sus pisadas nos hizo un lugar en su interior desde el cual nos trasfiguramos en el monje y por lo tanto en el propio Friedrich. El hecho de que Friedrich sólo pintase una pequeña franja de tierra, estriba en la poca importancia que le otorgaba al lugar, ya que se trataba más que nada de un lugar imaginario donde la contemplación del mundo pudiese alcanzar una visión sobre la vida y la muerte”…

En aquellos últimos meses hablamos mucho sobre la muerte y sobre la vida, es decir el arte. De algún modo sentía que Víctor tenía prisa por “marcharse”… entonces más que nunca… En Apología del delirio había escrito: “El acto de pintar me lleva siempre al borde del suicidio, a la obsesión de sofocar la culpabilidad, de degollar al artista y dejar al hombre solo, en sí mismo”… También recuerdo que años atrás, en una entrevista de ficción que Víctor se hacía, se preguntaba y respondía: —"Por favor, dígame qué es lo que pretende... —Nada, y por eso es por lo que me refugio y fijo los ojos quietos en la pared, en esa pared de mi estudio tan blanca y tan normal, hecha por un hombre cualquiera. Esa pared es la nada en la que me refugio, sin nada de imaginación, sin nada, y sobre todo sin ser molestado por las ideas"…

¿Qué buscabas allí en Seefeld, Víctor, en “la orilla del lago”? ¿Qué ves ahora, Víctor? ¿Es la Nada, Víctor?... Qué elocuente silencio el de los muertos… Tan elocuente como locuaz…



Pintura: "El Monje frente el mar" (1809-10), Caspar David Friedrich (1774-1840). Staatliche Museum de Berlín...

jueves, marzo 06, 2008

Dónde y qué voy a hacer los próximos días, meses, años...



Os voy a contar un cuento acontecido esta misma semana… Sentía esa santa inquietud de que algo iba a suceder —especial y maravilloso, sin duda. Me lo anunciaban algunas sensaciones que reconozco, ciertos presagios que volaban a mi alrededor, esas cosas que uno sabe por haberlas experimentado gozosamente tantas veces en la vida. Llevo varias semanas en la isla ocupado en inventar proyectos para no sé cuándo y escribiendo textos “profesionales”, tareas que he disfrutado pero también han consumido demasiada energía, de lo que me resiento. Menos mal que existía este libro abierto, “en proceso”, en el que me recreaba cada día ante vuestros ojos y para vuestra mirada: aquí recuperaba fuerzas, libaba hermosas palabras, me confortaba con calidos pensamientos, tejía esperanzas mientras tanto. De algún modo presentía que tenía que ver con viajar, con mi condición de tuareg nómada, cazador y guerrero… ¿Pero a dónde, con qué motivo? Mi viaje a México lo he retrasado hasta junio-julio; a Essaouira no creo que vaya antes de mediados de abril; la invitación para ir a Beijing todavía no ha llegado… ¿Dónde, para qué?... En eso estaba cuando el destino me regaló nuevamente imágenes para descifrar(me), es decir pretextos para buscar(me) nuevos sentidos… —cómo le gusta al destino jugar a las adivinanzas, inventar jeroglíficos para ponernos a prueba; irracionales, por supuesto…

Este fin de semana, repasando archivos de imágenes para ilustrar un proyecto, re-descubrí estupefacto un par de dibujos de Izabella Jagiello que me había enviado hace unos meses de una de sus últimas series; me comentaba que todavía estaban inacabados pero confiaba que pudiera ver en ellos sus misterios y entrever sus próximas etapas. Al final de su e-mail me decía “No sé por qué, pero presiento que todo nuestro futuro juego tendrá que ver con islas, esas figuras y peones del ajedrez cósmico que emergen como icebergs ante nuestra mirada”… Entonces sentí “el vacío y el vuelco” en el vientre, esas sensaciones en las que interpreto que algo nuevo va a suceder y con seguridad dará un nuevo rumbo a mi vida o yo qué sé… Hay que dejar que venga a su tiempo lo que de seguro viene a nuestro encuentro: estar sereno, tener paciencia, abrir bien los ojos, mirar lejos y oler cerca… el guerrero sabe que con su voluntad y paciencia tiene todo lo que desea. Cuando tengo este sentimiento sé que debo hacer algo especial, propiciatorio, para inaugurar la cadena felizmente fatal de los acontecimientos, no basta con sentarse a la orilla del camino a esperar. Hay que ponerse en situación, avanzar al encuentro —estar en trance (es decir entrance): yo lo hago siempre practicando alguna ceremonia, vamos a decir mágica, por la que me entrego al destino, le confirmo nuestra alianza y prometo confiar lealmente en su saber hacer…

La respuesta está en los dibujos de Izabella: una ballena-isla-volcán laberinto que hay que atraer y pescar con nuestros señuelos-señales… un volcán especular se mire por donde se mire… algo que crece interior desde las raíces más profundas hasta las ramas más altas en sus laderas, que asciende… el ciclo de la metamorfosis desde el huevo pasando por los estadios del gusano-larva, luego el capullo-crisálida hasta alcanzar la condición adulta de mariposa alada que logra todos sus sueños con sólo desearlos… Todo está allí, en los dibujos, los sé interpretar —en esto llevo media vida—, me reconozco en ellos, intuyo que comienza otra de mis innumerables metamorfosis, estoy en el punto crítico en el que finalizo una etapa y comienzo a crear un nuevo ciclo vital… Además un volcán… jajaja… —ay, éste Fulcanelli… Una vez reconoces las señales y las claves del enigma sólo queda por buscar el espacio para la ceremonia de dedicación; esto sí que es una tarea difícil y compleja, no puedo equivocarme ni de fecha ni de lugar, si no todo se vendría abajo como castillo de naipes o mis rituales de entrega y dedicación serían absolutamente ineficaces, incluso contraproducentes… Tampoco hay que fiarse de lo primero que te viene a la cabeza —no soy adivino ni me gusta jugar a la ruleta rusa: hay que dejarse encontrar…

Busco en Google: escribo “ballena isla volcán”… 224.000 entradas en 0,27 segundos…. Leo en la primera página: “Polinesia francesa”… “Islas Galápagos”…”La Antártida”…”Nueva Zelanda”…”Islas Azores. Isla de Pico”… ummm… “Costa Rica”… ummm… “Volcanes: DondeViajar.es… Caldera de Taburiente… Lanzarote”… —pick en esta página—… Leo entre otras cosas: “El valle del amor existe y está en Capadocia”… jajaja… continúo… “Lanzarote: una hermosa isla volcánica en las Canarias”… —pick—… Leo: “Timanfaya” —y me acuerdo de Tindaya en Fuerteventura, la otra isla, y del pobre Chillida, que casi le mataron por querer crear en sus entrañas un espacio para el hombre universal; yo llamaba “aita” a Eduardo y compartimos muchos secretos—… sigo: “Montaña de Fuego, Montaña Rajada, Colada de Corazoncillo”… —los nombres me parecen de lo más sugerentes—… pero no sé… hay algo como “dejà vu”… demasiado fácil… Además me recuerda esa historia mítica de enamorado hasta las cachas de Lancelot del Lago, el caballero del Rey Arturo, al que el rey encomendó guardar a su novia la hermosa Ginebra en el viaje hacia el castillo en donde se celebrarían los esponsales… y no se les ocurre otra cosa mejor al Lancelot y la Ginebra que enamorarse como dos tortolitos… claro, luego viene lo que viene: que si los engaños y las traiciones a su señor y amigo por liarse con su mujer… esa lucha interior entre la obediencia y lealtad a su amigo y lo que le “ponía” la bellísima rubia tan rica Ginebra —por cierto: os recomiendo gin-tonics de ginebra escocesa Hendricks con tónica Fever Tree, por supuesto, y una rodaja de pepino… sí, pepino… ¡no se os ocurra ponerle ni una gota de limón!... ummm… son mis preferidas—… Sigo: Ginebra, Lancelot, amantes… y luego el exilio, la joven Elaine, el Santo Grial… y luego de vuelta a la corte con esa cara de no haber roto un plato… otra vez la guapa Ginebra —¡qué dulce tortura!— y ese amor trágico que mantuvieron vivo hasta su muerte… su final melancólico… Ummm… no sé, no sé… Creo que Lanzarote no es la mejor opción para una ceremonia como la que debo oficiar; si al menos me acompañara una bella Ginebra aún lo entendería… ¿Pero qué voy hacer en Lanzarote: buscar Ginebras, bebérmelas?... No, no quiero perder el tiempo en esos juegos tan infantiles de celos y celosías, soy un hombre…

Continúo en mi búsqueda del “lugar”: paseo la vista por sus playas que conozco bien, hermosísimas… silabeo los nombres… al final, en “Entradas Relacionadas”, leo: “Parque Nacional de Teide en Tenerife”… ummm… me late… —pick—… De primeras una imponente fotografía del Teide a lo lejos rodeado de tierras semejantes a mis desiertos mejicanos, incluso me recuerda el “Monte Quemado”… Leo: “el cardo de plata”… ¡Yo sé qué es el cardo de plata!... Me voy a una página general sobre Tenerife —no he estado nunca allí, lo confieso—… y entonces veo la isla por primera vez desde las alturas de Google Hearth… ¡Es ella, la isla-ballena-volcán; allí está mi laberinto!... ummm… —uno sabe que sabe cuando lo sabe—… Tenerife, las laderas del Teide y sus desiertos, es el lugar propicio para mi ceremonia; estoy absolutamente convencido… —¿Y ahora cuándo?—... Voy de seguido al “wiki” calendario y efemérides: empiezo a bajar página tras páginas sobre los próximos días… ¡Qué barbaridad, la de gente maravillosa que nació en marzo!... Y por fin la señal, el día: 8 de marzo, “Día de la mujer”… ummm… No podía ser otra cifra, ningún día mejor que éste para oficiar mis ritos de iniciación en ese nuevo ciclo en el que me siento en vísperas… — y además es el 02/08/2008… espejo frente al espejo, partidos… ¿no lo ves? Cuando uno se deja llevar, todo responde a nuestras preguntas…

En unas horas viajo a Tenerife, estaré allí hasta el día 12… No voy ni de vacaciones ni de trabajo ni de “cacería”… Voy a ser y estar que no es poco… Estos días dejaré de componer textos e imágenes para vuestros ojos pero seguiré leyendo vuestros comentarios e imaginando vuestras miradas; los iré subiendo cada noche antes de dormir… Aún tenéis cosas retrasadas que leer: me pone triste ver tan vacíos los buzones de todos aquellos textos que escribí al principio cuando no nos conocíamos todavía… puse tanto corazón en ellos, tienen tanto de mi alma…

Gracias, Izabella… eres una maga. Hace tiempo que dejaste ser sólo “mi chela” para ascender a otro nivel más digno de tu estatura como mujer y artista… Nos aprendemos, nos guiamos… Que de eso se trata: de aprender y de guiar… Vuelvo pronto, amore... No me olvides...

Fotos: Dibujos de Izabella Jagiello. "Gravedad Zero", 2007. "Ida y Vuelta", 2006

miércoles, febrero 13, 2008

Vigilia de San Valentín frente al fuego que no cesa...


Sacerdotes, iniciados, visionarios de todos los tiempos identificaron a Dios en la luz, en el sol, en el fuego o en el rayo… El arquetipo atribuido al Fuego afortunadamente ha mantenido buena parte de su trascendencia en todas las culturas y en sus conciencias; posiblemente sea uno de los símbolos más universales y poderosos, excepcionalmente fiel a su original significado, a su naturaleza sagrada, que reconocemos no sólo a través de la mitología y en la religión, sino también en la interpretación psicoanalítica, en la especulación metafísica, en las ciencias esotéricas… Sabemos que el Fuego es un elemento esencial de acción múltiple, vivaz y vivificante, que se transforma en incontables apariencias y avatares y transforma todo lo que prende, que consume, calienta, alumbra, pero también puede causar dolor, destrucción y muerte… La mayoría de las culturas que nacieron en tiempos antiguos basaron sus cosmogonías, crearon sus panteones y formalizaron sus elementos esenciales alrededor del Fuego y la Luz, simbolizando el poder de sus supremas deidades en el rayo, la espada flamígera, la antorcha, el martillo y el hacha, poniendo sobre sus cabezas “demasiado humanas” coronas cuyas puntas doradas simbolizaban los rayos del Sol… Reconociéndose como “Hijos del Cielo”, sometiéndose bajo la protección del Fuego Cósmico, se proclamaban también “Hijos del Sol”. La mayoría de las civilizaciones antiguas adoraban al “astro Rey”, pero también intuían que éste no era la única fuente de Luz sino más bien un reflector, por lo que se le representaba con un escudo bruñido —en realidad un espejo— que recogía la inefable “luz que viene del infinito” y proyectaba hacia cualquier rincón lejano del universo… El Sol atraía y condensaba la energía luminosa que habita en el cosmos, la “Fuerza de la Vida” que se renueva permanentemente, participando de ese poder… pero detrás del sol visible existía un fuego más poderoso, el “Sol invisible”, pura emanación del “Logos Divino”… Los Druidas acostumbraban a encender el fuego de sus altares con luz solar, concentrando sus rayos mediante cristales “mágicos” que suponían tenían el poder de atraer el “Fuego divino”… Parece ser que en algunos templos antiguos había cristales y lentes estratégicamente situados que en un determinado día del año, en los equinoccios o solsticios por ejemplo, en una hora precisa, lograban que los rayos de sol concentrados encendiesen el fuego de los altares debidamente preparados para el efecto mágico. Los sacerdotes-magos y los adoradores asumían que los mismos dioses encendían estos fuegos rituales…

—En esta noche vigilia de San Valentín, todavía 13 de febrero de 2008, enciendo una hoguera en el interior de mi cueva. Sitúo doce figuras mitad animales, mitad humanas —nunca sabemos dónde comienza, donde acaba, nuestra instintiva animalidad, nuestra racional humanidad— que giran constantes a su alrededor. Por el centro de este espacio mágico atraviesa el eje de todo lo creado: centro inmóvil, aunque se expanda indeterminado por sus periferias… El centro del centro inmóvil es el fuego sagrado que recibí al nacer. Las figuras representan el tiempo circular, las horas, los meses del año solar, los signos de nuestro horóscopo, el destino con sus emblemas, las gentes que pertenecen a las doce estirpes de nuestra genealogía o merodean nuestras palabras, los doce amores que representan todos los amores pasados y futuros… Todo el universo gira pues alrededor de este fuego que me da calor y alumbra esta noche, hipnotiza sin resistencia alguna por mi parte, felizmente desarmado… Faltan unas horas, unos minutos, para el gran aquelarre de San Valentín…

Ensimismado en mis cosas pero todavía atento, apenas acompañado por las sombras de las horas y los signos de la imaginación que me pertenecen, los recuerdos y mis musarañas, no ceso de mirarte y alimentar tu llama con mis ojos cada uno de su color… Eres el fuego del Amor que no dejo se consuma ni muera esta noche o moriría yo contigo… Pronuncio las siete letras de tu nombre como un mantra… sólo silabear tu nombre, tu cuerpo se estremece… el mundo comienza a bailar a nuestro alrededor y gira a regañadientes; qué se joda… Un hombre-li(e)bre en el centro del universo contempla su sol-edad…


Foto: Instalación AnimaLumbra de Izabella Jagiello: Castillo de Santa Bárbara, Alicante; febrero 2006

sábado, febrero 09, 2008

POEMAS DE BLACKMAN


Haiku Sunset
Blackman bebía sunset
Campari con naranja en sus labios
A cortos tragos
soñaba


HAIKU PARA Robert CREELEY
Blackman leía esta tarde:
Love is dead in us we forget the virtues of an amulet and quick surprise
Llovía; conspiraba poemas con el tuerto Creeley


HAIKU D E L A M A R
Blackman recitaba en voz alta un poema de Baudelaire:
Homme libre, toujours tu chériras la mer!
la mar le oía a lo lejos ahogada en lágrimas


Foto: AnimaLumbra. instalación de Izabella Jagiello; 2005-2006