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lunes, marzo 31, 2008

Para ti que me sospechas y buscas afanosamente por Google...


La sospecha es una gran virtud, también un gran pecado de nuestra curiosidad insatisfecha… La sospecha, ese sentimiento ambiguo e indeterminado, esa inexplicable sensación de misterio e intuición de lo desconocido, que nos lleva a arriesgarnos sin saber muy bien qué buscamos, si buscamos algo o si sólo nos sentimos imantados y succionados por la estela de las cosas invisibles… Sospechar es dudar de que algo no sea como aparece o esconde otros sentidos más allá de los que manifiesta —como el rostro bajo la máscara. Sospechar es también considerar que lo que se esconde es de sentido contrario a lo que se muestra y hacer conjeturas con ello… —sospechas de mí y por eso me buscas por esos territorios de Google. Qué pérdida de tiempo: buscar-me mientras puedes encontrar-me en mis palabras frente a tus ojos… ¿Acaso te dirán mis otros nombres más que lo que te dice Pau Llanes? ¿Acaso te buscas en Google para encontrarte?

Quiero relacionar nuevamente esta inefable noción de sospecha y curiosidad con los celos… y los celos con las celosías. Los celos: un querer saber y no querer saber… Las celosías: que dejan ver y a la vez velan la mirada… ¿Qué son el arte y la literatura sino una teoría de celosías que ocultan y dejan ver según se esté a un lado u otro de ellas? ¿Qué son el arte y la literatura sino el resultado de una inmensa e insatisfecha curiosidad? ¿Qué son el arte y la literatura sino un sistema de creencias?... El arte, la literatura… larga cadena de respuestas y preguntas curiosas… territorios fértiles para el cultivo de la sospecha y la aventura de la interpretación… ¿Quieres que mis palabras atraviesen tus vacíos e iluminen tu oscuridad?… Deja pues penetrarte de una puñetera vez, que las palabras inseminen tus desiertos (el eco de mis palabras lejanas ocuparán el lugar de tu silencio a voces)…

Una de las principales sospechas de Nietzsche —el gran Maestro de la sospecha— se encara con el lenguaje. Sospecha que el lenguaje no dice exactamente lo que dice; o, dicho de otra manera, piensa que el sentido que se manifiesta convencionalmente en el lenguaje es un sentido menor que interviene como máscara de otra infinidad de sentidos posibles… Esta primera y fundamental sospecha nitzscheana respecto del lenguaje se extiende también a los otros estados de las cosas que hablan y no son lenguaje… En el mundo encontramos muchas cosas que hablan y que sin embargo no son lenguaje convencional; o producen sentidos y significaciones de modo no verbal. Por ejemplo las vísceras de las bestias o el vuelo de los cuervos que la pitonisa y el sacerdote mago interpretan, las series de números o palabras encriptadas que el cabalista ordena, la espuma en la cresta de las olas o el rumor de la arena en la cima de una duna que advierten y orientan al marinero y al tuareg en sus viajes por sus desiertos, o los extraños acontecimientos cósmicos que anuncian el encuentro necesario de dos seres que hasta entonces jugaban ensimismados con el humo de sus cigarrillos o sus posos de café…

Estas sospechas de Nietzsche —la del lenguaje y la de otras cosas que hablan sin ser lenguaje— coinciden en la presunción de que los signos no son nada simples ni benévolos sino algo complejo y escurridizo, encubridores de otras realidades… Hay en las palabras y en los signos algo ambiguo, el olor de lo oculto, que nos disuade de la idea de que sólo existe una única realidad tras el velo transparente de sus palabras y que detrás de ellas aparecerá un único significado indudable y definitivo… Para Nietzsche el signo, por su opacidad y vocación de máscara, adquiere una función nueva, pone en cuestión la creencia de que a cada significante le correspondería un significado más o menos elocuente y preciso. El signo pasa a ser entonces un juego de fuerzas reactivas, fuerzas al servicio de la adaptación complaciente. Estas fuerzas son evidentemente históricas y culturales, no obedecen a un destino, a una predeterminación ni a un accionar trascendente, sino al azar de una lucha desigual… Como en esta lucha estamos comprometidos los sujetos, la interpretación debe interpretarse a sí misma… El que traduce, el que interpreta —el intérprete— es el principio de la interpretación; siempre se interpreta desde alguien, desde algún lugar, desde un tiempo determinado... Es decir: por un lado la interpretación no tiene fin, y por otro se genera y reproduce en un espacio abierto que incluye al propio intérprete (en realidad se trataría de una interpretación “cuántica”)… La muerte de la interpretación consistiría en creer que hay signos originarios y arquetípicos, válidos por sí mismos, sin sujetos que los hayan inventado o sujetos que los relean desde sus múltiples perspectivas. Nosotros somos obviamente quienes sostienen los signos y por supuesto su interpretación… Son los artistas, los que escribimos, quienes sostenemos nuestro pesado mundo de signos poéticos al tiempo que robamos el fuego sagrado para dar calor e iluminar al mundo de los humanos espectadores ávidos de respuestas… Ah, los artistas, los que escriben… siempre ocupados en nuestras tareas heroicas.

Y la verdad… ¿Cómo no sospechar de la verdad?... De esa verdad tal como nos la ha legado el pensamiento tradicional, que concibe lo verdadero como algo universal indefinible y abstracto, que pretende que sólo se puede reconocer como sentimiento o sensación, que exige creencias ciegas o lealtades relativas... Sin embargo las presuntas “verdades” se enuncian y construyen desde realidades objetivas y materiales, es decir desde posiciones de poder... —como algo que en una determinada situación histórica (en un tiempo y espacio concretos) se considera verdadero, “bueno”, legítimo, dogmáticamente… Detrás de cada verdad como imagen dogmática del pensamiento está aquello de lo que hay que sospechar: lo que está oculto e interviene desde la impunidad de las sombras… Hay que sospechar de la ingenua “bondad” de ciertas “verdades” y denunciar el autoritarismo de los discursos de quienes se declaran poseedores de alguna verdad (filosófica, estética, científica, política, religiosa) que aspira a imponerse absolutamente… Yo siempre pongo en sospecha todo aquello que se manifiesta como “políticamente correcto”, por ejemplo… esas estúpidas afirmaciones de borregos y cabestros que no se detienen ni un momento a leer la historia, la ciencia, la biología, a interpretar con la lógica y el sentido común, y se dedican a trasmitir y pontificar estupideces bajo la forma de verdades absolutas (en realidad son fanáticos funcionales, tontos “útiles” de ese fanatismo al que me refería en uno de mis textos); y lo más tragicómico es que lo hacen con buena intención… Si al menos tuvieran suficiente vergüenza intelectual para reconocer sus errores… o, mejor aún, no fueran tan impacientes en escribir lo que todavía no saben leer… En fin… intentan transmitir la verdad, a veces lo hacen incluso de oficio, y no saben siquiera cuáles son algunas de sus propias verdades más relativas… Tal como enseñas, aprendes… (y viceversa)…

Entre las interpretaciones posibles yo suelo elegir aquellas vías que me llevan a espacios más abiertos, que restauran un mayor número y calidad de evocaciones de mi memoria, que estimulan mi deseo de encontrar(me) y reconocer(me)… Por ejemplo: me atraen los artistas y las obras que se expresan por metáforas, por palabras que parecen sin sentido a primera vista y luego, tras la mirada atenta, me regalan todos los sentidos posibles a elegir… incluso algunas veces con humor, con sus bromas y divertidos “juegos de manos”… Me gusta sospechar divertido… Qué voy a hacer de mí, si me gustan tanto tus pechos intactos por mis manos… —sí, mujer, esas que tanto conocen tus ojos insatisfechos y una vez soñaste no hace poco…


Foto: "Desde mi atalaya en Essaouira"; diciembre 2006

domingo, marzo 23, 2008

Desear no es lo mismo que atreverse...


Hace un par de días estuve a punto de marcharme a Marruecos, a Essaouira, a mi refugio en Mogador, por un tiempo. El problema de cada viaje a Essaouira es que después me cuesta mucho volver, me demoro sin causa, argumento cualquier motivo para permanecer. Tengo que hacer muchas cosas las próximas semanas; una buena parte de mi futuro depende de lo que proyecte estos días, cómo articule mis ideas, que sean convincentes y verosímiles… en eso estoy. El alma me reclama alejarme; la cabeza, tener paciencia y concentrarme en esas prolijas tareas de reinventarme de nuevo.

Cuando aflora la nostalgia por mi casa en el sur del sur suelo conjurarla con estrategias literarias; por ejemplo rebuscando en mis cuadernos de notas, ensayando una vez más cómo redondear alguna de mis historietas allí —con la intención de coleccionarlas algún día en un libro de relatos góticos marroquíes— o releyendo algunos de mis libros favoritos ambientados en Marruecos o en sus desiertos. Así recordé que ahora hace quince años visité y me encontré por primera vez en la melancólica Tánger con Paul Bowles, el viejo maricón de las manos blancas y pómulos sonrosados —por supuesto no soy homófobo; a Paul le gustaba presentarse así, nos provocaba haciéndolo, y yo respeto sus adjetivos. Entonces Bowles estaba terminando de corregir la partitura para su Salomé que presentó meses después… Hablamos de Salomé, del drama que escribió Oscar Wilde basándose en dos pasajes bíblicos que se refieren a ella y a Juan “El Bautista” —representado en el drama “wildeano” por la figura del profeta Jokanaan—, y en los cuadros sobre la “pérfida” Salomé que pintó Gustave Moreau. Luego este drama fue adaptado casi sin variaciones por Richard Strauss para componer su ópera Salomé, que es una de mis favoritas, sobre todo la versión de Georg Solti de 1962 dirigiendo la Filarmónica de Viena, con Birgit Nilsson, Eberhard Wächter, Gerhard Stolze y Waldemar Kmentt interpretando sus personajes principales…

Pero volvamos con Paul Bowles y su literatura… Ayer mismo releí una serie de páginas escogidas de uno de sus mejores libros, seguramente el más popular de todos: El cielo protector… —¿Lo has leído? ¿Viste la película de Bertolucci, una de mis preferidas? Estoy seguro que sí... a veces preguntamos escribiendo obviedades sin razón aparente, simplemente por el placer de pulsar los signos de interrogación, tan deliciosamente sensuales, tan parecidos a un par de serpientes de coral preparadas al ataque… ¿Recuerdas a Port, uno de los personajes protagonistas de la novela y sus siempre enigmáticas palabras? ¿O en la película, al mismo Bowles dirigiéndose a la cámara en el viejo café de Tánger, en penumbra?—… Port había dicho... “La muerte está siempre en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa precisión terrible. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, todas las cosas ocurren sólo un cierto número de veces, en realidad muy pocas”… —Ves, mujer, qué cosas tiene la vida… Pasas media vida esperando y cuando por fin llega lo que tenía que llegar tienes miedo ese día y dejas pasar tu hilo de plata… Aún hoy no entiendes por qué coño no prendiste ese cabo y te fuiste entonces a correr mundo, a derrochar la vida, ceñida a su cintura por ese camino que nunca será sino un sueño; no hay día que pase que no maldigas tu estúpida cobardía. Media vida esperando y la otra mitad, indeterminada, cuesta abajo, recordando arrepentida…

Esperas, encuentros, desencuentros… No se arrepiente el valiente ni siquiera en su infortunio… El que vive “en medio” por seguridad o estrategia es que tiene miedo… Miedo y medio —¡Cuánto se parecen algunas palabras!... A veces —muy pocas, eso sí— la permutación de las letras no altera el significativo producto de sus palabras. No es lo mismo la cábala de las palabras que la de los números… No es lo mismo desear que atreverse (oser).



Foto: "Escena de café", Essaouira, Marruecos; diciembre 2006

jueves, febrero 21, 2008

Cuatro poemas y un haiku de un padre desacostumbrado...


Se va y vuelve la vida, como las olas...

Y en una de ésas, zash... / llega a mi playa un amor esta vez para siempre: / un cuerpito que será grande y tendrá voz grave... / manos de hombre para acariciar torpe a su madre... / ojos de halcón para ver lejos y desde lo alto... / cuello-diana en donde acertarán mis besos-flecha / el resto de los días que ahorré para ti...

Un mar chico corre por el mar de mi vida, que ya viene...

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Vienes lento, amor...
—te pareces a la nieve, los caprichos.
Sólo pensarte presiento la primavera y sus inundaciones...
—las presas las abrí para ti: mi risa, mis lágrimas.
Te espero despierto sin horas ya, sólo segundos…

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Aquí arriba seré todo oído a tu escucha: / en la cuna, rodando entre sueños... / persiguiendo tus primeros pasos, / las primeras caídas (que no duelen)… / o los sollozos y carcajadas sin dientes… / tus susurros escondidos, el escándalo / de tus aplausos de sorpresa, de alegría, / cuando creas que no te ve nadie… / o los primeros balbuceos aún sin palabras… / Seré todo oído para ti desde esta montaña / sobre el mar: ensimismado en ti, ocupado por ti, / invisible para ti, amor hijo —ciegos: tú, yo… lejanos.

*******

Sé que los años pasan más deprisa de lo que uno quiere, / que mi barba, mi cabello, se teñirán de gris primero, / luego de blanco; se cansará pronto la mirada que ha visto tanto, / y luego los párpados… la piel del cuello… las manos / se deformarán y plegarán por gravedad —dicen— y el peso del tiempo, aliados... / y no sabré ir a tu paso... ¡ay, no podré correr tras de ti! / tendrás que esperarme un rato largo mientras llego... / dejarme apoyar en tu hombro cada vez más alto, / abrazarme alrededor de tu estrecha cintura pero musculosa... / me dejaré llevar a tu gusto, fingiré mayor debilidad, / seré feliz indigente, un pobre viejo para que me mimes... / ¡Ay, amor, niño! ¿Por cuánto tiempo conocerás sólo mi voz, / mis caricias de vez en cuando... mis postales… una foto / de un señor casi extraño, apenas mi nombre? / Se hace uno viejo tan deprisa que me da miedo.

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HAIKU HIJO

A un hijo se le desea,
aun ciego, mudo, sordo,
aún invisible se le quiere…

—te huelo, amor, sólo con escribir tu nombre...


Foto: Calles de Essaouira; diciembre 2006

lunes, febrero 04, 2008

Essaouira, ciudad entre dos desiertos, dos luces, dos vidas...





En su libro Las ciudades invisibles Italo Calvino nos describe Despina, una ciudad en el límite de dos desiertos: uno, el mar, un desierto salado que se extiende indefinido y la rodea; otro, el desierto de arenas o tierras áridas; ambos desiertos que atravesar y padecer… Despina es una ciudad, es decir un oasis de agua dulce tanto para el camellero como para el marinero. El agua dulce es la vida, el bienestar y el reposo, la metáfora más exacta del deseo y el placer, la hipótesis más segura de encontrar compañía. Junto al agua dulce hay gente con la que conversar, mirarse a los ojos, enamorarse… Donde hay agua dulce siempre hubo historias que contar y habrá futuros en los que soñar e imaginar. Donde hay agua dulce vive la gente común, los de siempre y los nómadas viajeros, los que van y vienen, que a su costado se refugian y entretienen por un tiempo… Donde hay agua dulce se refrescan los recuerdos… pero también tomamos el té dulce con menta mientras divagamos sobre nuestros próximos viajes, nos despedimos… Mi Despina es Essaouira, ciudad-puerto-oasis entre dos inmensos océanos desiertos… Yo soy Mogador.

Fotos: Essaouira al atardecer, gente en el zoco, barcas en el puerto. Essouira, diciembre 2006