viernes, febrero 29, 2008

Esperar y esperanza, dos palabras antiguas...


Hoy quiero escribirte sobre las esperas y la esperanza… Ayer pasé todo el día pendiente de tus palabras, de tus voces… no veas la de veces que abrí mi correo, que creí oír la musiquita familiar del teléfono mientras entraba y salía del jardín, podaba el seto y arrancaba las malas hierbas… Mi alma sabe esperar, mi cuerpo también aunque le cuesta un poco más, es más chico; hay días que el alma y el cuerpo se desesperan a la par y bailan el mismo tango… Necesito escribirte sobre las esperas y sus entretiempos…

Hay situaciones que no se pueden ni deben provocar con urgencia e insensatez, pero tampoco retrasar indefinidamente, no sea que la vida haga de las suyas… Los encuentros necesarios, como los desencuentros inevitables, poseen siempre su tiempo y espacio únicos —irresistibles, irrenunciables, irrepetibles… La justificación del azar sólo es un recurso afortunado que ahorra las palabras y nos permite seguir creyendo en las virtudes terapéuticas del placebo de la libertad. Hay que dejar de tener miedo al destino: nos hace más frágiles, más humanos, sosiega nuestra impaciencia, reconforta nuestra angustia mientras tanto… El destino nos elige; el destino compensa nuestra lealtad con sus regalos inesperados… ¿Recuerdas qué día nos encontramos, dónde, cómo, qué palabras nos leímos por primera vez?

Paciencia —saber esperar— y esperanza son palabras antiguas, minas de sabiduría si sabemos leerlas como se merecen… Esperar respuestas, encuentros largamente aplazados, certezas de las cuales ignoramos casi todo… esperar por esperar… una espera sucesiva, permanente, un tejer ininterrumpidamente esperanzas —como Penélope, haciendo tiempo y confiando en el retorno de Ulises; o aquella paciencia de la que hablaba Baltasar Gracián en el Arte de la Prudencia: “Saber esperar. Hacerlo demuestra un gran corazón, con más amplitud de sufrimiento. Nunca apresurarse... Si uno es señor de sí, lo será después de los otros. Hay que caminar por los espacios abiertos del tiempo hasta el centro de la ocasión oportuna. La espera prudente sazona los aciertos y madura los secretos pensamientos”… Se trata de un esperar trenzado de pequeñas cosas: un mensaje de vez en cuando, tu cartita de los domingos, esas charlas que nos regalamos alguna madrugada… ya sabes, mujer, domesticar el tiempo, la distancia, sus mordeduras… La esperanza de la que te hablo es más metafísica, original; nunca circunstancial ni contingente, ni necesitada de grandes fisicidades —poco más que lo que intuimos, en donde se precipitan las palabras y abisma al silencio… La esperanza como medida áurea del mundo y las longitudes de nuestra vida; esperar como estado del ser y del sentir, condición sine qua non de nuestra humana precariedad, de seres limitados, incompletos, solitarios insumisos…

¡Cuántas esperas tan distintas; cuántos modos de esperar y estar en el mundo! Y cuánta espera angustiosa y desesperación en mis autores favoritos: Kafka, Pavese, Borges, Jabés… En unos casos se trata de la espera ineludible de la muerte, la única seguridad irrefutable, a la que se aguarda con cierta impaciencia y resignación: “Yo tengo setenta y ocho años, de modo que estoy esperando la muerte, esperándola con una gran esperanza, porque sé —es el único acto de fe que profeso— que la muerte será definitiva, que no habrá otra vida” (Borges). O la dolorosa espera, maltratada, de quien lucha por la escasa recompensa de su supervivencia manteniéndose apenas a flote sobre el oleaje de la duda, fatalmente herido de melancolía: “Lo que espero está siempre más lejos”...“La esperanza se encuentra en la siguiente página. No cierres el libro. He pasado todas las páginas del libro sin topar con la esperanza. La esperanza quizá sea el libro…” (Edmond Jabés: El libro de las Preguntas). O la rabiosa desesperación y malestar de quien se sintió defraudado por la vida y le pide explicaciones, la desafía mirándole a los ojos, y reclama con urgencia: “Saber que alguien te espera, que alguien te puede pedir cuentas de tus gestos y de tus pensamientos, que alguien te puede seguir con los ojos y esperar unas palabras, todo esto te pesa, te empacha, te ofende. Por eso es que el creyente está sano, también carnalmente: sabe que alguien le espera, su Dios. Tu eres soltero —no crees en Dios...” (Cesare Pavese: El Oficio de Vivir)

Pasamos toda la vida esperando, querida mía, aunque nos duela reconocer esta aparente debilidad de carácter. Esperamos que lleguen los deseos a convertirse en realidad, con su escándalo de pestañas enredadas y caricias desordenadas… y luego que los deseos se conviertan en recuerdos, exhaustos de haber vivido otra vez demasiado… Por fortuna casi siempre nos puede la esperanza de encontrarnos al fin con quien sabemos que de seguro vendrá, aunque desconocemos cómo y cuándo se cruzarán nuestras miradas… Y aun con todo nunca duele la espera, sino el desencuentro... Los encuentros son necesarios, los desencuentros inevitables, te decía… Pero no por ello tienes excusa alguna para hacerme esperar como me has hecho esperar todo el día abriendo y cerrando el Pc, mendigando tus palabras… entrando y saliendo del jardín a cada suspiro de la tarde… oliendo tu silencio trufado de miedo y ahora qué hago yo… Vamos a encontrarnos aunque sólo sea en sueños, mi amor, por ahora…


Foto: Buda esperando recostado; Ayutthaya, Tailandia, 1995

jueves, febrero 28, 2008

Oración del viajero místico...


Quiero ir más lejos o más cerca… partir de nuevo, “mon ami”. Viajar a bordo del mundo, a su grupa, bajo sus velas… Quiero escribir de nuevo sobre sus dunas y sus olas, volver a tatuar mis caminatas en la giba de sus montañas y en las hondonadas que llaman valles o vientres, rescatar mis secretos de sus pozos ciegos y beber de sus manantiales escondidos bajo la hojarasca de otoño. No quiero aturdirme por la escritura y sus urgencias —ay, si cultivara con mayor empeño la paciencia (no la pereza)… Ojala supiera escribir sobre el mundo, la vida, sin arruinar sus blancas yemas de madrugada. Si supiera encontrar la “buena distancia” entre el mundo y la literatura. Encontrar entre las brumas de la imaginación la distancia correcta entre lo real y lo soñado, que vibren al unísono aunque dispares… ¿Debería ser más simple y concreto, mantener la coherencia y el equilibrio de las palabras sobre el abismo del sin sentido? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? —Sí, ya sé, el Viaje no es un asunto de kilómetros, aunque es para toda una vida; también tiene que ver con el espíritu, el ánimo, la resistencia. Hay que ganar ese punto central desde el cual todo es equidistante, ese centro del universo desde donde divisar el desfile de los acontecimientos sin desfallecer ni rendirse antes de la hora-tsunami. Acompasar el movimiento de los pensamientos, de los ojos, los pies, al ritmo de los paisajes apareciendo y desapareciendo, unos tras otros, indolentes; los sucesos encadenados a su agonía; las palabras indecentes sumisas al escándalo de los corazones… Hay que alcanzar pronto el movimiento psíquico continuo que asegure la inercia del viajero aun en los momentos de mayor tristeza y nostalgia —o cuando nos asalta la tentación de quedarnos por más tiempo, ese desear morar (propietario) deliciosamente insoportable a veces —permanecer en sus brazos por ejemplo, para siempre… La aventura tiene otros hogares, otros puntos de vista, distintas magnitudes para medir el tiempo, los espacios, la velocidad del aire libre y nuestra sombra; otras imágenes que representar o que la representen. El viajero místico es un ser errante con sus errores bajo el brazo, indiferente. No está hipnotizado por sus recuerdos ni tampoco obsesionado por lo que luego dejará a su espalda. Su diáspora le fascina tanto como sus abandonos e incomparecencias. El Viajero mira a lo lejos y desde lejos y en su mirada habita el misterio… —el misterio es su mirada; desaparecer le da poder; mirar adelante, ligereza… Vivir este exilio romántico y exótico es mi destino. Ojala supiera fundir, unir indisolublemente, mi alma, la tierra, a la escritura… Viajar, amar, escribir… —tres cuerdas tiene mi guitarra…


Foto: Barcos a orillas del Amazonas. Belem, Estado de Parà, Brasil; abril 2006

miércoles, febrero 27, 2008

GRACIAS GRACIAS GRACIAS


Gracias Gracias Gracias… dicen que las cosas importantes hay que decirlas y/o escribirlas tres veces para que se graben eficazmente en nuestra memoria y en la del tiempo, tan ocupadas y dislocadas a veces que confunden y extravían aun sin querer: en su cara, en el envés y en su canto; así permanecen para siempre las palabras que merecen ser memorables, ancladas a sus costados…

Ayer fue un día intenso, de emociones y apasionamientos… Hoy quiero dejar pasar el tiempo manso, a su brisa… Leeré fragmentos humildes… No pienso escribir ni una coma… Subiré a las terrazas más altas sólo para contemplar… Escucharé mis músicas, de todas un poco… Clausuraré el teléfono, siempre tan inoportuno… Quiero disfrutar de mi nombre adoptivo… Sólo deseo que llegue el atardecer poco a poco…

Os regalo dos paisajes familiares de mi querida isla, al sur y al norte de mis ojos… Y también dos frases cortas, para repensarlas…

Un libro es una cima a conquistar desde el horizonte de la palabra…

La poesía de lo invisible y de la nada nacen en un poeta que no tiene dudas de la fisicidad del mundo… (versión propia sobre palabras de Italo Calvino)

Hasta mañana, queridos…


Fotos: "Al norte y sur de mis ojos". Paisajes de Mallorca; primavera 2006

martes, febrero 26, 2008

Una historia veneciana de Jean-Jacques Rousseau para celebrar nuestro primer mes de vida... Insisto, luego existo...


Queridos amigos lectores, que lo sois para los dos sustantivos… Arterapia sentimental cumple hoy un mes de vida, como su padre… Hace treinta días ambos salimos a la luz declarándonos enfermos crónicos de arte y literaturas, compulsivos consumidores de sensaciones y experiencias memorables por los difusos territorios del amor y la belleza, incluso más allá de sus indeterminadas fronteras, tuaregs existenciales… Qué milagro el de la literatura que hace siameses a padre e hijo, de tal astilla tal palo… Con éste son ya cincuenta y tres textos y muchas más imágenes que he compuesto para vuestras miradas y las de aquellos que más tarde o temprano llegarán a este lugar vagamundeando o paseando por este universo transparente… Bienvenidos todos vosotros y vuestros sucesores… Qué alegría ser leído, tanta como la de escribir… Qué milagro ser querido, amado, admirado, tanto como amar, querer, admirar maravillas hasta ahora desconocidas; gente que hasta hace poco no eran nadie y ahora no puedo dormir sin sus palabras y cariños… me conmueve.

Para celebrar este día he compuesto un texto que tiene a Venezia como escenario, a Jean-Jacques Rousseau como protagonista y al deseo amoroso y la estupidez (o la cobardía o los prejuicios) como hilo argumental… Se trata de un fragmento de Les Confessions, la autobiografía del pensador naturalista suizo, excelente escritor, quien la escribió durante los últimos años de su vida, abarcando la práctica totalidad de la misma. Es un extraordinario libro que os recomiendo; y no sólo por la narración de los acontecimientos del tiempo que le tocó vivir peligrosamente contados en primera persona (desde sus recuerdos), sino sobre todo por la destilación precisa de sus ideas y pensamientos, tan influyentes durante siglos, que todavía hacen pensar y obligan a citarle de vez en cuando… Rousseau residió en Venezia aproximadamente un año, entre 1743-44, ocupado como secretario del embajador de Francia ante la Serenisima… De Venezia, de su gobierno y sociedad, de sus andanzas por aquella ciudad —ya entonces destino favorito de viajeros, intelectuales, artistas, amantes y jugadores de toda condición— escribe Rousseau en abundancia y detalle, componiendo deliciosas páginas literarias realmente imprescindibles para conocer y sentir aquella fascinante ciudad en el Settecento (uno de los capítulos también principal de mi propia historia)… Por fortuna pude leer sus “confesiones”, la primera vez, en su edición original: allí en Venezia, en 1990, cuando era un veneciano “a tiempo parcial” y me derramaba a borbotones en esa “república de castores” que decía Goethe… Para vosotros-ustedes he re-traducido el texto original y retocado para hacer más ágil su lectura. También he querido ilustrar esta historia con dos imágenes de Venezia: una es una “veduta” del Gran Canal desde el puente Rialto, de algún modo hermana melliza de la foto de Venezia en la niebla que encabeza este blog; a la izquierda de esta nueva foto vemos la blanca arquitectura del Palazzo Grimani, y más al fondo, en el límite de nuestra visión, el Palazzo Grassi, sede de la colección del mismo nombre y activísimo centro internacional de exposiciones, uno de mis favoritos. La otra es una foto de “mi casa” temporal cuando vuelvo a Venezia; dicen que antiguo hogar del joven Marco Polo antes de partir hacia Oriente… —quienes hayan leído un anterior post sobre Venezia y Las ciudades invisibles de Italo Calvino saben qué significado tiene todo esto para mí… Bueno, les dejo con Rousseau en Venezia… Hace frío, niebla, abríguense; mejor con un cuerpo enamorado a su cintura, abrazado a su cuello… No hay fuego más sagrado que el que inventan y renuevan permanentemente dos cuerpos inflamados por su deseo…

“Si hay algún acontecimiento de mi vida que refleje bien mi carácter es el que voy a relatar. Al ser objeto de este libro “mis confesiones”, hace que desprecie cualquier falso miramiento que pudiera tener al contar este episodio real de mi vida. Los que queréis conocer a un hombre, quienquiera que seáis, leed las dos páginas siguientes: conoceréis plenamente a Jean- Jacques Rousseau…

Entré en la alcoba de una cortesana como en el santuario del amor y la belleza, cuya divinidad creí ver en su persona. Jamás había creído que se pudiera sentir nada semejante a lo que ella me hizo experimentar. Así desde sus primeras familiaridades conocí el precio de sus gracias y sus caricias, tanto que por miedo de perder sus frutos quise apresurarme a cogerlos de antemano… Pero de repente, en vez del fuego que me devoraba, sentí un frío mortal que recorrió todas mis venas; las piernas me flaqueaban y, sintiéndome desfallecer, empecé a llorar como un niño. ¡Nadie es capaz de adivinar la causa de mis lágrimas y lo que en aquel instante pasaba por mi mente!

Yo pensaba: este ser que está a mi disposición es la obra maestra de la Naturaleza y el amor… su espíritu y cuerpo son perfectos; es tan buena y generosa como amable y bella… los grandes y los príncipes deberían ser esclavos suyos y rendir a sus pies los cetros… Sin embargo es una miserable cortesana entregada al público; un capitán mercante dispone de ella; viene por sí misma a entregarse a mí sabiendo que nada poseo… a mí, cuyos méritos son nulos a sus ojos —desde luego es incapaz de reconocerme… Hay en esto algo de incomprensible: o mi corazón me engaña, fascina mis sentidos y me convierte en juguete de esta indigna ramera, o es que posee algún secreto defecto que yo ignoro que arruina el deseo de los que deberían disputársela y de algún modo la hace odiosa a sus ojos… Entonces me apliqué a buscar ese defecto, dominado por esta lucha interna singular; era tal mi avidez en buscarlo que ni siquiera se me ocurrió la idea de que la sífilis o cualquier otra enfermedad interna fuera la causa… La frescura de sus carnes, el brillo de su tez, la blancura de sus dientes, la suavidad de su aliento, la pulcritud de toda su persona eran tales que alejé de mí esa idea tan común entre los hombres con las rameras… —más bien era yo quien sentía el temor de no hallarme bastante sano para ella… Estas reflexiones tan inoportunas me conmovieron hasta el punto de hacerme llorar…

Zulietta, para quien en semejantes circunstancias esto era un espectáculo nuevo, quedó cortada por un momento; mas, habiéndose dado una vuelta por el cuarto y pasado por delante del espejo comprendió —y mis ojos se lo confirmaron— que la causa de tal fiasco no era que me desagradara su belleza… —muy al contrario, estaba prendado totalmente de su hermosura. Volvió a mis brazos y no le fue difícil curarme y borrar esta estúpida vergüenza… Pero en el momento en que estaba próximo a desfallecer sobre sus pechos, que parecían recibir por vez primera la boca y la mano de un hombre, observé con horror, ay dios, ¡que le faltaba un pezón!… Sorprendido, examiné y valoré que no estaba formado como el otro… Hice cábalas en mi mente de cómo podía ser eso… hasta que persuadido de que seguramente se debía a un vicio de la Naturaleza, a fuerza de dar vueltas con esta idea, vi claro como la luz del día que en realidad más que tener en mis brazos a la más encantadora muchacha que pudiera imaginar, no abrazaba más que una especie de monstruo, desecho de la Naturaleza, de los hombres y del amor… Estaba tan sorprendido de tal descubrimiento que llevé mi estupidez hasta el extremo de hablarle de ese pecho defectuoso… Al principio ella lo tomó a broma y con su carácter bullicioso dijo e hizo cosas capaces de hacerme morir de amor… Mas como yo conservaba un fondo de inquietud —que no pude ni supe ocultarle— ella se cansó de hacerme zalamerías, vi encenderse su rostro, abrocharse de nuevo, levantarse, e ir sin decir palabra a asomarse a la ventana. Quise colocarme a su lado, pero ella se apartó, yéndose a sentar sobre un canapé; luego se levantó en seguida y paseándose por la estancia, abanicándose, me dijo en tono frío y desdeñoso: “Zanetto, lascia le donne, e studia la matematica” (Juanito, deja las mujeres y estudia las matemáticas)…

Antes de marcharme, le pedí otra cita para el siguiente día, que ella pospuso hasta el tercero, añadiendo con una sonrisa irónica que así podría reposar y recuperarme de esta noche… Pasé aquellos dos días de espera incómodo, embriagado todavía por sus encantos y gracias, sintiendo mi extravagancia, echándomela en cara y afligiéndome por haber empleado tan mal un tiempo que sólo dependía de mí que fuera el más dulce de mi vida… Esperé con la mayor impaciencia reparar la pérdida, pero aún me sentía inquieto, me costaba conciliar las perfecciones de esta adorable mujer con la bajeza de su estado… No obstante, a la hora citada corrí, volé a su casa. Ignoro si su temperamento ardiente se habría satisfecho con mi visita, pero por lo menos habría calmado su orgullo… ya que mientras iba a encontrarme con Zulietta no paré ni un momento de imaginar todas las maneras posibles de reparar mis anteriores estúpidas faltas…

Prueba excusada: el gondolero al que envié atracar la góndola a la puerta de mi deseada cortesana, volvió diciendo que la mujer había partido la víspera para Florencia… Estupefacto e incrédulo, sin palabras, me quedé escuchando sus noticias… Todavía se me hiela el corazón con sólo recordar la escena… Si no había sentido toda la fuerza de mi amor al poseerla, la sentí cruelmente excesiva al perderla… Este insensato dolor no me ha abandonado desde entonces. Por más amable, por más encantadora y hermosa que fuese a mis ojos, he podido consolarme de perderla; pero de lo que no he podido consolarme —lo confieso amargamente— es que sólo haya podido guardar de mí un recuerdo de menosprecio y horror en mis ojos”…


—Qué estúpidos, llenos de prejuicios y miedos vagamos por la vida sin cuidado ni atención… El destino nos regala maravillas y acontecimientos memorables a nuestro paso y alcance y los despreciamos inadvertidos, mirando a otra parte ensimismados en nuestras miserias y nimiedades… No encuentra más tesoros el que busca nervioso y descentrado, autista funcional… sino quien sabe lo que busca y tiene la facultad de reconocer lo que es distinto y luminoso en la indiferenciada generalidad que nos rodea y consume… “OSER”, o sea “atreverse”, es una de las permutaciones posibles a componer con las letras de la palabra “ROSE”, es decir ROSA, como también lo es “EROS”, es decir “AMOR”… Atreverse al amor es una gran verdad alquímica que os regalo este día en el que celebramos, entre otros: el 206 aniversario del nacimiento de Victor Hugo, el 200 de Honoré Daumier —pintor, escultor e ilustrador—, el centenario de Leela Majumdar — excelente escritora bengalí de cuentos para niños—, el 50 cumpleaños del escritor francés Michel Houellebecque, el 39 de Hitoshi Sakimoto, compositor japonés de música, autor de memorables composiciones para videojuegos, animé y el delicioso álbum Lia—Colors of Life (2005), y por supuesto el cumpleaños de Julia Bond, la joven porn-star norteamericana —una de mis favoritas: rubia, menuda y tan entusiasta— que hoy cumple 21 añitos… Gracias por existir… si no, os tendría que inventar… Con sincero afecto: Pau Llanes


Fotos: Canal Grande desde Rialto y "El balcón de los amantes: veduta veneciana". Venezia; enero 2004

lunes, febrero 25, 2008

Sartre y Beauvoir... una pareja en la frontera...


Sigo leyendo el libro Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja… Jean Paul escribe una carta a Simone: “…mi amor, usted no es “algo en mi vida”, ni siquiera lo más importante, porque mi vida ya no me pertenece, porque… usted siempre será yo”…
—¿Extrema pertenencia; extrema posesión? Yo creo que Sartre le quería decir que estaban fundidos en lo esencial… el resto eran simples contingencias… Lo que sucede es que la vida está sembrada de puras contingencias una tras otra… Sobrevivimos siguiendo y recolectando contingencias como si fueran las piedrecillas de Pulgarcito…

Simone de Beauvoir escribe: “La mujer enamorada intenta ver a través de sus ojos; lee los libros que él lee, prefiere la música y la pintura que él prefiere; le interesan solamente los paisajes que ve con él, las ideas que le llegan de él; adopta a sus amigos, a sus enemigos, sus opiniones; cuando se cuestiona a sí misma, es su respuesta la que quiere oír… La felicidad suprema de la mujer enamorada es ser reconocida por el hombre amado como parte de sí mismo; cuando él dice “nosotros”, ella se une e identifica en él, comparte su prestigio y reina con él sobre el resto del mundo, nunca se cansa de repetir, incluso hasta el exceso, ese delicioso “nosotros”… (fragmento de El segundo sexo)
—A mí me pasa exactamente lo mismo… ¿Será que con respecto al amor no somos tan distintos? ¿O acaso siento como una mujer cuando me enamoro? Qué misterios…

Jean Paul Sartre escribe: “Cada uno quiere que el otro nos ame, pero no tiene en cuenta el hecho de que amar es querer ser amado y que, de esa manera, queriendo que el otro le ame, sólo quiere que el otro quiera a su vez ser amado… De ahí proviene la perpetua insatisfacción del amante…” (fragmento de El ser y la nada)
—¿Qué diferencia hay entre la perpetua insatisfacción del amante y el permanente encantamiento del enamorado? ¿Cómo —por qué— se rompe esta feliz cadena? ¿Cómo presagiamos el desamor?...

Yo creo que el desamor se huele… no sé, un día cualquiera sentimos que su olor es extraño, que no lo soportamos… Y en ese preciso instante sabemos que sólo es una cuestión de tiempo…

Quiero que me quieras… te digo cuando te digo que te quiero… —Qué preciosa letra para un bolero… Si te la aprendes de memoria, me recordarás siempre…


Foto: Granada nuit; septiembre 2006

domingo, febrero 24, 2008

Carta de amor de un escritor a quien le lee...


Ayer pasé tan ricamente media tarde leyendo el libro de Hazle Rowlwy sobre Sartre y la Beauvoir, esa pareja de seres libres —que amaban su libertad tanto como se pertenecían— y leyéndote de vez en cuando por todos esos nombres y avatares que inventas… Luego de leer (a ti, a Sartre, a la Beauvoir) necesito escribir (te) hoy de nuevo, fabricar redes mágicas para tu mirada otra vez, palabras-filtro con las que espero destilar los más dulces líquidos de tu amor púber, el de tus palabras niñas —ay, ya ves, me he convertido en un incurable lector diabético a causa de la extrema dulzura de tus palabras…

Por supuesto no quiero escribir acerca de “poseer” —sólo escribir esa palabra me eriza hasta mis puntas romas—, pero sí sobre aquella frase de la Beauvoir que leí y me inquietó… Dice Simone a través de uno de sus personajes: “Siempre me gusta lo que me pertenece… Es relajante tener algo sólo para ti”. Quiero pensar contigo sobre algunas sutiles y a la vez sustanciales diferencias entre “poseer” —con todo lo que acarrea de propiedad, poder y sumisión— y “pertenecer”, que es como compartirse de acuerdo… No sé, a lo mejor descubrimos un verbo que nos encarne… Mientras tanto sigo pensando que el amor es un sentimiento que nace y se aviva entre seres libres —distintos, semejantes y únicos, al unísono o inmediatamente sucesivos, a su manera— que se regalan y pertenecen (aun siendo amados rivales) y no tienen necesidad de exhibir ni pleitear sobre cualquier derecho de propiedad que les asista, ni siquiera por costumbre…

Mira, no sé… a lo mejor hay que reinventar una palabra para solucionar toda esta ambigüedad y confusión… —tú ya sabes los milagros que inauguran ciertas palabras, la de puertas que abren las palabras “clave-llave” —es decir las palabras “clé”, y las “clau” y las “key”, y todo eso de la alquimia de las palabras; qué te voy a contar que no hayas ido descubriendo por ti misma leyéndome este tiempo… Hace un rato he tenido un “satori”, sí, una iluminación de repente… ¿Y si la llave maestra fuera una palabra mágica que fundiera dos palabras clave —amar y arte, por ejemplo— que han sido los slogans de mi vida? ¡AMARTE!… Ojalá fuera esa la palabra-llave-maestra que abra todas nuestras puertas desquiciadas y hasta las que blindamos por miedo… Ojalá sepa crear esta nueva aleación con mis demás palabras, obreras…

Con respecto al Arte… pues sí, me siento de algún modo artista… —del arte de escribir, por supuesto, que ha sido y es mi territorio vocacional de creación e invención. A lo peor la palabra “artista” está ya un poco “desemantizada” por el abuso generalizado e irresponsable que hacemos de ella. Seguramente “autor” me conviene mejor: alguien que escribe con voluntad de arte… Que soy artista-autor y que siempre lo he sido y he sabido es una verdad que quiero que compartas conmigo. Y también que sepas que cualquiera de mis acciones memorables o mis cositas más sencillas, incluso las más mezquinas o las más simples, siempre las hice con amor y por amor… eran un acto de arte a mi manera, es decir de creencia y voluntad artística… No obstante distingo con claridad —al fin al cabo soy un “profesional”— las relativas distancias entre las diversas alturas de un “arte” íntimo y particular y las de un “Arte” con mayúscula que necesita de su público y provoca miradas ajenas, que necesita conmover más que inquietarse… Es cierto que el Amor es un Arte… Pero tengo mis más serias dudas de que todo lo que se hace y se quiere hacer con amor tiene que ser considerado, además de “arte íntimo”, también “Arte” (público y con mayúscula)… Aun con todo proclamo que el Arte lo es por amor o con amor; si no fuera así sería un mero acto de autosatisfacción y “auto-benevolezza”, puro onanismo sentimental; vamos, una descuidada eyaculación precoz en toda regla… Mi querido y llorado amigo Wolf Vostell no siempre tuvo razón —o no toda la razón— cuando proclamaba a los cuatro vientos y a quienes le querían escuchar que “Arte=Vida=Arte”… —a veces hay ecuaciones vitales irresolubles, u otras tan catastróficas que sólo pueden ser representadas mediante fractales… Menos mal que está el arte para representar lo irrepresentable; no sé qué sería de nosotros sin el arte y sus imágenes…

Ya ves… nada más comienzo a escribirte y me sale esa vena alquimista… ¡Qué voy a hacer conmigo y mis disfraces! Pero es que me provocas, amor que me lees… me “pro-bocas” sólo con leerte… y me haces decir cosas que no debería decir… Ay, esa tentación de desvelar los misterios que guardan las palabras a través de sus etimologías y homofonías, enseñarte la “langue des oiseaux” tal como me enseñaron y recuerdo… Me provocas, mi cielo, y haces renacer lo mejor que hay en mí, crecerme en este “arte” que compartimos: el arte de escribir, de “saber decir” y utilizar las palabras… Escribirte es amarte… Es un modo de pertenecerse, de penetrarse, sin poseernos en propiedad ni esclavizarnos… Dos seres libres hacen de su amor un Arte Mayor con sólo regalarse palabras es decir miradas es decir caricias con sus pestañas… Ojalá amarte con mis palabras sea a tus ojos un auténtico Arte Mayor…No me niegues este derecho primogénito de haber creado el trigésimo séptimo arte —AMARTE— el Arte mayor en el que resumo y contengo los otros treinta y seis artes menores inaugurados hasta ahora… De este arte, AMARTE, quiero ser maestro y discípulo, autor y público, actor y crítico, cronista y lector, objeto y artesano… Ojalá sea capaz y sensible para hacerlo tanto como lo deseo… Ojalá me premies con tu lectura y tus palabras una vez más… ¿Qué te parece mañana?


Foto: Amor en el MoMa. Museum of Modern Art, New York, enero 2005

viernes, febrero 22, 2008

Lo que tenemos en común Yo y el Otro...



Me gusta subir a lo alto y mirar lejos… Al ascender a un nivel superior cambia nuestra percepción de la realidad; a esta altura, a esa distancia, lo real se manifiesta con menor detalle —o nos interesan menos sus detalles, su pornografía—, pero nos proporciona una imagen de conjunto más eficaz, hasta cierto punto una síntesis metafísica, simbólica, que nos permite reconocer e interpretar lo sucedido (no sólo la realidad material más evidente, sino sobre todo el tiempo y su modo de acontecer)… La realidad de las cosas es la de estar “en” y “entre” y ser parte sustancial del proceso de acontecer la vida en un tiempo inmortal —que no necesitó de origen alguno, ni requiere la presunción de su final para confirmar su existencia. Somos los seres humanos quienes hacemos preguntas a la vida y queremos desvelar los misterios de “su” tiempo —seguramente para justificar nuestro miedo ante “lo absoluto” desconocido, para sedar la angustia que nos provoca la intuición universal de su eterna transformación. La vida misma y las cosas que participan inconscientes y leales al orden de la naturaleza, su destino, no se hacen esas preguntas: existen sin más… En muchos sentidos éste es el “pozo de la verdad”, el abismo en el que reconocemos la verdad abismándonos en sus profundidades más desoladas, ese vértigo que sentimos al asomarnos al precipicio de lo desconocido, precariamente entrevisto… Uno de estos días pasados escribí acerca de la atracción del vacío, por ejemplo en los puentes, espacios transitorios alzados sobre el vacío, en realidad lugares iniciáticos en los que experimentamos una especie de eternidad simulada, un estar suspendidos entre el cielo y las más profundas oscuridades de la razón, en donde se revelan los más terribles presagios. En un puente tenemos miedo la mayoría de las veces, no por su altura, sino por sentir la tentación irrefrenable de arrojarnos al vacío… —gracias a dios en los puentes cometemos frecuentes actos de cobardía.

Para Zhuangzi, uno de los principales referentes de taoísmo chino, la muerte no es más que una de las formas fenoménicas “infinitamente diversas” de la Realidad eterna. La Naturaleza hace y deshace sin cesar y la muerte no es más que una etapa en ese círculo indeterminado y permanente. Para el “hombre verdadero” esta realidad le dejaría imperturbable. Toshihiko Izutso nos proporciona un pasaje en el que el mismo Zhuangzi, en un sueño, vio su propio cuerpo deformado en los últimos días de su vida. Renqueante fue a asomarse al pozo y contemplando su imagen reflejada en el agua dijo: “Ay, qué encorvado y deforme me ha hecho el Creador.” Un amigo le preguntó entonces: “¿Te resientes de tu condición?” Y esto es lo que le contestó el moribundo Zhuangzi en su sueño:

No. ¿De qué iba a resentirme? Quizá el proceso de transmutación convierta mi brazo izquierdo en gallo. En este caso podría anunciarme al alba. Quizá el proceso transforme mi brazo derecho en ballesta. Así podría utilizarlo para cazar algún pájaro y asarlo. Quizá el proceso transforme mis nalgas en ruedas, y mi espíritu en caballo. Podría entonces ir en carro, sin necesidad de uncir otra bestia. Todo lo que conseguimos lo debemos a la llegada del momento. Todo lo que perdemos también lo debemos a la llegada del turno. Debemos sentirnos satisfechos con el momento y aceptar el turno. De este modo no habrá pesar ni regocijo. Los antiguos llamaban esta actitud “deshacer la atadura”. Si un hombre no puede deshacerse de las ataduras es porque las cosas lo tienen encadenado”.

Esta actitud supone alcanzar un estado (místico) que Zhuangzi identificaba como de pérdida del ego —“me he perdido a mí mismo”— y que con una afortunada metáfora consideraba se trataba de un “olvidar sentado”… La conciencia del “ego” corporal y mental desaparece. Zhuangzi denomina el resultado de este “olvido” de lo interior y exterior del ego con una palabra poderosa en la lengua china, de múltiples significados posibles: “Xu”, el Vacío… El Vacío debe ser entendido y relacionado con lo “Omnipresente”. Una vez unificado e identificado por completo con la “Vía” (el Dao), el hombre llega a un estado espiritual en el que trasciende las nociones distintivas corrientes de “lo bueno” y “lo malo”, “lo correcto” y “lo erróneo”… y él mismo se trasmuta de una cosa en otra, sin obstrucción alguna, como si se moviera en el gran “Vacío”… Cuando uno vacía la mente se encuentra en medio de este gran “Vacío”. Cuando un hombre se encuentra “sentado en el olvido”, con la mente completamente vacía, las cosas van a “su vacío” carentes de ego, tal como son, van y vienen sin obstáculo ni miedo en el proceso cósmico de la Transmutación… Su actitud de observador tranquilo de las cosas le lleva a aceptar que nada merece ser rechazado ni nada es digno de ser perseguido, es un hombre imperturbable. Un paso más allá y alcanzará la fase más elevada de la “indiferenciación”, en donde las cosas se disuelven unas con otras, pierden sus limites, se “caotizan”… —concepto éste que creo tiene mucho que ver con la experiencia del hombre nuevo “más allá del bien y del mal” que anuncia y reclama Nietzsche… En palabras de Zhuangzi: “Morir y vivir, subsistir y perecer, verse en apuros y cubrirse de gloria, ser pobre y ser rico, ser hábil y ser incompetente, caer en desgracia y recibir honores, tener hambre y sed, sufrir de frío y de calor, no son sino cambios constantes de las cosas y resultado del incesante funcionamiento del Destino. Todas esas cosas se substituyen unas a otras ante nuestros ojos, pero nadie puede seguirlas, mediante su intelecto, hasta su origen real. Sin embargo, estos cambios no poseen poder bastante para perturbar —al hombre “sentado en el olvido”—, ni pueden entrar en su “tesoro más secreto”… Un hombre así, para Zhuangzi, es un “hombre perfecto”… alguien que ha tenido la experiencia de la “Verdad”, entender y sentir la común realidad de las cosas: su indiferenciada indeterminación…


Foto: Libro de Horas, 1991-1992

De cómo conocí a Bruno Llanes...


Me han contado que en las afueras de Deià, en Mallorca, vive desde hace unos meses un tipo curioso. Vive como un ermitaño en una casa algo destartalada, aunque grande y con hermosas vistas sobre la costa; seguramente tiene la visión del horizonte alto, la sensación inefable del abismo y la urgencia de su llamada, sobre todo los días de temporal. Algunos comentan que es médico o biólogo o científico solitario, ocupado en investigaciones sobre nervios, neuronas, hormonas y esas cosas. No habla mucho cuando baja al pueblo tres veces por semana, pero un día se le escapó alguna confidencia de más y por eso se conoce algo de él. Casi no recibe correspondencia; debe ser que se comunica siempre por Internet, lo que despierta más si cabe la curiosidad de quienes ya sólo se emocionan con las vidas ajenas desconocidas. Un día me lo encontré paseando por el acantilado mientras buscaba higos silvestres sin dueño. Nos saludamos con cortesía pero ahorrando nuestro tiempo, ensimismados. Las típicas preguntas y respuestas sobre el tiempo, el calor, la sequía… Aun con todo me fijé en las tapas del libro que llevaba en la mano y con mayor curiosidad en una especie de escudo o emblema que lo decoraba. —Estoy seguro… esa imagen la he visto otras veces entre mis libros raros… Sí, debe ser un libro de Fulcanelli, o sobre él… Ese escudo lo recuerdo, se ha especulado tanto sobre su autoría, acerca de su dueño, sobre el mensaje que debería contener—… Nos miramos a los ojos, apenas unos segundos, pero sentí que era un hombre que mira lejos, que tiene la mirada larga y melancólica. Intuyo que guarda secretos dolorosos y recuerdos agridulces. Y además sé que sabe… —¿Y ese escudo? Es un caballito de mar… Me gustan los juegos de palabras, los anagramas, la heráldica parlante; para pasar el tiempo, nada más… Creo que ese caballito de mar hay que leerlo en inglés, o en alguna lengua que desconozco… No sé… a lo mejor Sea Horse… ummm… Se me ocurre cada tontería… “sijosss”… "sea orse=eros=amor"... “sí o sí”… ¿por qué no? ¿Y si la respuesta está en la pregunta? Cómo me fascinan los enigmas. Me gusta su nombre, sí: Bruno Llanes… Es un nombre que le pertenece, seguro… Me gustaría llamarme Bruno Llanes…



Foto: Cala Deià, Mallorca; agosto 2004

jueves, febrero 21, 2008

Cuatro poemas y un haiku de un padre desacostumbrado...


Se va y vuelve la vida, como las olas...

Y en una de ésas, zash... / llega a mi playa un amor esta vez para siempre: / un cuerpito que será grande y tendrá voz grave... / manos de hombre para acariciar torpe a su madre... / ojos de halcón para ver lejos y desde lo alto... / cuello-diana en donde acertarán mis besos-flecha / el resto de los días que ahorré para ti...

Un mar chico corre por el mar de mi vida, que ya viene...

*******

Vienes lento, amor...
—te pareces a la nieve, los caprichos.
Sólo pensarte presiento la primavera y sus inundaciones...
—las presas las abrí para ti: mi risa, mis lágrimas.
Te espero despierto sin horas ya, sólo segundos…

*******

Aquí arriba seré todo oído a tu escucha: / en la cuna, rodando entre sueños... / persiguiendo tus primeros pasos, / las primeras caídas (que no duelen)… / o los sollozos y carcajadas sin dientes… / tus susurros escondidos, el escándalo / de tus aplausos de sorpresa, de alegría, / cuando creas que no te ve nadie… / o los primeros balbuceos aún sin palabras… / Seré todo oído para ti desde esta montaña / sobre el mar: ensimismado en ti, ocupado por ti, / invisible para ti, amor hijo —ciegos: tú, yo… lejanos.

*******

Sé que los años pasan más deprisa de lo que uno quiere, / que mi barba, mi cabello, se teñirán de gris primero, / luego de blanco; se cansará pronto la mirada que ha visto tanto, / y luego los párpados… la piel del cuello… las manos / se deformarán y plegarán por gravedad —dicen— y el peso del tiempo, aliados... / y no sabré ir a tu paso... ¡ay, no podré correr tras de ti! / tendrás que esperarme un rato largo mientras llego... / dejarme apoyar en tu hombro cada vez más alto, / abrazarme alrededor de tu estrecha cintura pero musculosa... / me dejaré llevar a tu gusto, fingiré mayor debilidad, / seré feliz indigente, un pobre viejo para que me mimes... / ¡Ay, amor, niño! ¿Por cuánto tiempo conocerás sólo mi voz, / mis caricias de vez en cuando... mis postales… una foto / de un señor casi extraño, apenas mi nombre? / Se hace uno viejo tan deprisa que me da miedo.

*******

HAIKU HIJO

A un hijo se le desea,
aun ciego, mudo, sordo,
aún invisible se le quiere…

—te huelo, amor, sólo con escribir tu nombre...


Foto: Calles de Essaouira; diciembre 2006

miércoles, febrero 20, 2008

Monólogos con mi fuego en la madrugada...

Llueve fuera; el alma se incendia dentro… Todo el mundo tiene su noche melancólica, ¿no?... También a mí a veces me asalta el escepticismo y siento abismarme en la desesperanza del romántico, de quien añora tiempos pasados y cae en la tentación de refundarlos en su espíritu. Sí, ya sé, eso es nostalgia y no he de caer en esa enfermedad del alma… Es probable que esté desencantado, pero sin nostalgia —me repito para creer y convencerme que todavía hay algo que hacer de nuevo, inventar e imaginar, tras el colapso de las grandes verdades sobre las que habíamos construido la arquitectura de nuestras vidas… ¿Debemos renunciar a la búsqueda de los grandes ideales y concentrarnos en las pequeñas seguridades provisionales, mientras tanto? ¿Debemos aprender a vivir sin sentidos transcendentales ocultos en nuestras cosas, porque no los hay y hacemos el ridículo al intentar crear una atmósfera de misterio en su no-lugar? ¿Debemos negar cualquier posible redención que venga de fuera, desde allí arriba, o allá a lo lejos?

Cuánto me cuesta esta noche pensar y huir del pesimismo… Quiero aprender de la llama, del fuego, de su entropía… que da calor y luz mientras se consume… A lo mejor no se trata de negar sino de afirmar y aprender de nuevo con humildad… Hay que ser ligero, tener los pies ligeros y estar serenos ante este paisaje de desolación. La pesadez de los grandes ideales, de los sentidos trascendentales, de las grandes creencias, nos impide movernos con libertad y gracia. Las grandes verdades no se destruyen sólo con lógica: el golpe de gracia lo da la risa y el placer —algo fisiológico, no intelectual—, la ironía natural disgregadora de sentidos y significaciones aparentemente bien trabados, el amor de nuevo, que cambia el valor de las cosas con su alquimia y todo lo transforma —hasta la melancolía y sus daños colaterales… Hay que desprenderse de todo lo accesorio para ser y sentirnos más ligeros y alegres… —pero no tanto como mostrarnos al desnudo por completo; el filósofo artista no es precisamente aquel que considera que la verdad debe ser mostrada a toda costa. La verdad no es más verdad cuando se le quitan todos los velos. “El artista trabaja en la superficie, en los pliegues, en la piel”… —aprendo. Debemos aprender de los artistas y saber como operan en la superficie de las cosas, en la piel, en sus pliegues; creo que ellos tienen muchas respuestas sobre esto de inventar tras la catástrofe. Los artistas se ocupan de responder y arrojarnos a los ojos sus pequeñas inseguridades. La tarea de los verdaderos artistas es regalar respuestas parciales, fragmentarias, provisionales, relativas. Ellos saben —acaso mejor que ningún otro— que no hay nada absoluto, que todo depende del color, de la escala y estatura adoptadas, del disfraz con el que visten sus personajes y el decoro con el que se exhiben… Además, son los maestros en ensamblar fragmentos y en construir fantásticos collages de inesperados significados que en nada recuerdan antiguas representaciones, es decir nostálgicas. Los artistas no pueden adolecer de nostalgia, siempre están buscando algo delante, aunque sea invisible e inverosímil al principio. Y utilizan la historia a su capricho, despedazándola, recolectando sus fragmentos más exquisitos o aquellos agotados de vivir y ser útiles… Tengo que aprender de su mirada, acaso en ella radique el secreto para construir un nuevo lenguaje desde las ruinas de este tiempo… “La mirada resignada es la que no puede crear”.


Foto: Fuego en la chimenea. Sierra de Aracena, Huelva; noviembre 2007

martes, febrero 19, 2008

Serifos, la isla de la Gorgona Medusa, o una historia de miradas que matan...



Alguna otra vez me he referido en este blog a la isla de Serifos, pero hoy me la ha recordado con mayor intensidad un comentario en mi buzón de alguien que es griega de nacimiento, ama las islas Cicladas y vive en Beceite (Teruel), otra joya, donde tiene su particular refugio existencial y crea sus cosas… Alguna vez pensé comprar una casa o un terreno en esa fascinante isla cicládica de singular belleza, escenario privilegiado de mitologías diversas, en la que encontraron también refugio por ejemplo Perseo y su madre Dánae, de quien se había enamorado el mismísimo Zeus… Serifos es un territorio insular aparentemente desolado y estéril, horadado por decenas de cuevas y minas hoy abandonadas, un paisaje austero pardo-rojizo apenas salpicado por algunas de las más sencillas y hermosas arquitecturas que podemos ver en el Mediterráneo: sus casas más populares —mínimos cubos blancos, precisos (y preciosos) como cristales de sal—, las delicadas esfericidades de las cúpulas de sus iglesias y monasterios —pintadas con alegres colores pastel realmente deliciosos—… y qué decir de la mirada profunda de sus habitantes, fantásticas grutas insondables, minas de memoria fosilizada…

A estas alturas —hablando de miradas fósiles y memoria petrificada— creo que es conveniente recordar el mito de Perseo —que como antes señalé había encontrado refugio y vivía en Serifos— y la Gorgona Medusa… Perseo, hijo de Dánae y del mismísimo Zeus que la había inseminado convirtiéndose en lluvia, aceptó el reto del Rey de Serifos de enfrentarse con la Gorgona y cortarle la cabeza. Medusa era tan horrible que sólo con mirarle al rostro petrificaba al espectador. Para tal proeza Perseo necesitó la ayuda de los dioses: Atenea le prestó un escudo tan pulido que en realidad era un espejo —con el que Perseo pudo ver el reflejo de la cabeza de Medusa sin mirarle de frente y cortársela sin peligro de perecer convertido en piedra; Hermes le entregó una espada-hoz con la que podía cortar la monstruosa cabeza; las ninfas de Estigia le prestaron el casco de Hades que le haría invisible, unas sandalias aladas y un morral de cuero para guardar la cabeza degollada. Retornando a Serifos, una vez obtenida la cabeza de la Medusa, Perseo aún pudo utilizar el poder terrible de la monstruosa Gorgona para salvar a su enamorada Andrómeda y luego para matar al mismo Rey de Serifos y a todos los enemigos de él y su Madre Dánae… —ya saben lo truculentas que son estas historias mitológicas; qué van a ser si no, si los hombres inventaron a sus dioses a su imagen y semejanza…

Han sido muchas y muy variadas las interpretaciones del mito de Perseo y Medusa, sobre todo las de índole psicoanalítico. Sin embargo uno de los más brillantes analistas del mito, J. P. Vernant, es relativamente crítico a este tipo de utilizaciones… Para Vernant —según su comentarista Gustavo Faigenbaum— la muerte es en su aspecto más terrible una figura femenina que adopta la cara monstruosa de Medusa, cuya mirada irresistible transforma a los hombres en piedra. Este autor señala que “el caos en el rostro de la Gorgona, como mezcla de lo bestial y lo humano, lo bello y lo horrible, lo masculino y lo femenino, lo joven y lo viejo, rompe con el cosmos bien ordenado de la ciudad, con todas las clasificaciones, con el esquema de las identidades individuales. Es por eso que la Gorgona es una máscara, opera a través de la máscara y es siempre presentada como una máscara. La máscara de la persona, y lo que ella oculta, la propia muerte, la propia disolución, se revelan en su juego especular con su doble”… “La Gorgona es la única divinidad que siempre es representada de frente, mirando a quien la mira, mientras que todas las otras son generalmente representadas de perfil. Es, sin duda, una mirada peligrosa, especular, en la que uno puede perderse; una mirada que mata”… “La apertura de la boca de la Gorgona, según Vernant, sugiere una entrada a un abismo. En las antiguas teogonías el caos era representado como una noche original, o bien la noche descendía en forma directa del caos original. En este abismo oscuro no había límites, puesto que nada se había aún desmezclado, separado, formado”… Como también señala Gustavo Faigenbaum, Vernant —a pesar de ser un duro crítico de ciertas interpretaciones psicoanalíticas de los mitos y la tragedia griega— no duda en afirmar que la cabeza de la Medusa Gorgona nos ofrece una cruda representación de los genitales masculinos y que su muerte a manos de Perseo representa una castración (coincidiendo en esto con Freud). “Es muy significativo que el efecto petrificante de la Gorgona está reservado sólo a los hombres, en un tête-à-tête entre el hombre y la mortal mirada de la mujer”, en palabras de Freud… “Decapitar=castrar. El terror a la Medusa es entonces un terror a la castración, terror asociado a una visión (...) La visión de la cabeza de Medusa petrifica de horror (...) El petrificarse significa la erección, y en la situación originaria es, por tanto, el consuelo del que mira”…

¿Medusa, la muerte que mira?… ¿El que mira, muere? ¿Matar mirando? ¿Hay miradas que matan?... —Moriría por una mirada tuya, amor— ¡Cuántas inesperadas asociaciones semánticas y de significados nos ofrecen las palabras combinadas al azar o por capricho del destino! ¡Cómo se revelan los más inquietantes presagios en estas mágicas combinaciones lingüísticas, en estas homofonías alquímicas! Sobre todo si las relacionamos con los mitos, las leyendas, las historias ocultas… Por ejemplo… ¿sabías que la misma trascripción fonética de la palabra “Destino”, en griego, es “Mira”?… —Es media mañana en mi isla doméstica; llueve… el cielo llora y moquea en esta parte del Mediterráneo… Un escalofrío recorre mi espalda desde la nuca… es esa extraña sensación de que alguien te mira a la espalda, te vigila, y se aprende en tu ignorancia todos tus tics y tus sonrisas… ¿Me mira el Destino, es decir me “remira”, o son tus ojos verdes o de avellana o negros como el carbón o del azul del lapislázuli? —moriría por una mirada tuya, amor, aun sin conocerte…


Fotos: Serifos, la capital de la isla... Rocas de Serifos; agosto-septiembre 2006

lunes, febrero 18, 2008

Los secretos que aprendí en Valdrada (I)


… Cada instante de nuestros encuentros / celebramos, como una presencia Divina, / solos en todo el mundo. Entrabas / más audaz y liviana que el ala de un ave; / por la escalera, como un delirio, / saltabas de a dos los escalones, y corrías / a través de las húmedas lilas, llevándome lejos, / a tus dominios, al otro lado del espejo.


Fragmento de Los primeros encuentros: poema de Arseni Tarkovski (1907-1989), traducido por Irina Bogdaschevski


Foto: Espejo en casa de Rebecca; julio 2004

Los secretos que aprendí en Valdrada (II)


... Cuando llegó la noche, recibí la gracia, / las puertas del altar se abrieron, / y brilló en la oscuridad, en el espacio / la desnudez, y se inclinó lentamente, / y despertando, pronuncié: "'¡Benditas seas!", / y en seguida percibí la insolencia / de esta bendición. Dormías, / y para pintar tus párpados de aquel azul eterno / las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa. / Tus párpados azules ahora estaban / serenos, y tibias tus manos.


Fragmento de Los primeros encuentros: poema de Arseni Tarkovski (1907-1989), traducido por Irina Bogdaschevski


Foto: Floración de Iris, Parque Koishikawa Korakuen, Tokyo; junio 2004

Los secretos que aprendí en Valdrada (III)


... En el cristal se percibía el pulso de los ríos, / el humo de los cerros, el resplandor del mar, / y una esfera en la palma de la mano sostenías, / de cristal, y dormías en el trono, / y ¡Oh Dios Santo! era mía solamente.


Fragmento de Los primeros encuentros: poema de Arseni Tarkovski (1907-1989), traducido por Irina Bogdaschevski


Foto: Campari con naranja, Mediterráneo; marzo 2005

Los secretos que aprendí en Valdrada (IV)


… Al despertarte, había transformado / el común lenguaje cotidiano / y con renovada fuerza se colmó la garganta / de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana, / quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado. / De pronto, en el mundo todo ha cambiado, / hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana, / cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos, / el agua, dura y laminado.


Fragmento de Los primeros encuentros: poema de Arseni Tarkovski (1907-1989), traducido por Irina Bogdaschevski


Foto: Tsukubai de un jardín en Kamakura, Japón; junio 2004

Los secretos que aprendí en Valdrada (V)


… Fuimos llevados hacia el más allá, / y se abrían ante nosotros, como por encanto, / las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar, / la menta se extendía bajo nuestro pies, / las aves seguían nuestro camino, / los peces remontaban nuevos ríos, / y el cielo se abrió ante nuestros ojos... / Mientras seguía nuestra huellas el destino, / como el loco, armado de una naranja.


Fragmento de Los primeros encuentros: poema de Arseni Tarkovski (1907-1989), traducido por Irina Bogdaschevski


Foto: Libro de Horas (1991-1992)

domingo, febrero 17, 2008

Preguntas de un viajero curioso...


¿Por qué viajamos los viajeros? ¿Por qué rehusamos permanecer tranquilamente en nuestras habitaciones domésticas, en nuestros pueblos familiares, y vamos vagamundeando por territorios extranjeros? ¿Queremos encontrar nuevas triangulaciones de la realidad y la vida? ¿Queremos ser de aquí y de allá; simultáneamente; o por el contrario no ser de ningún lugar, existir “entre”? ¿Viajamos porque somos inquietos por naturaleza, genéticamente, o por educación? ¿Viajamos por deber o por necesidad? ¿Acaso viajamos para buscar lo desconocido con la secreta esperanza de encontrar lo prometido aún sin conocer? ¿Se viaja porque nos sentimos estrechos en nuestro espacio social y necesitamos extender nuestros dominios mentales? ¿Viajamos para cambiar o cambiamos nuestras perspectivas viajando? ¿Viajamos para calmar nuestra ansiedad o para alcanzar exhaustos esa especie de “calma primitiva”, “Paz de Dios” que diría Bruce Chatwin? ¿Se viaja para ser únicos o para poseer experiencias diversas? ¿Se viaja por amor o creemos encontrar el amor sólo en el éxodo amoroso, transitando de un corazón a otro, de un cuerpo a otro también? ¿No será que viajamos para decir que estamos viajando, para escribir sobre nuestro viaje? ¿Qué nos guía en nuestro viaje: la intuición, la curiosidad, el instinto de evadirnos y huir, la esperanza y creencia ciega en el destino, la magia de un nombre que resuena en nuestra memoria sin saber muy bien por qué, la “simpatía” con algo incierto, una ética propia del viajero, su estética, la fascinación por los misterios, una enfermedad crónica del alma? Seguramente de todo un poco… ¿no? Las respuestas habitan en los pliegues de sus preguntas…—¿Recuerdas qué escribí en aquella primera historia de un tuareg existencial?


Foto: Atardecer a orillas del Amazonas (al oriente de Manaos, Brasil); abril 2006

viernes, febrero 15, 2008

El silencio de los corderos o las coqueterías entre el bien y el mal...


En la reserva de comentarios de mi anterior texto sobre la risa decía que siempre escribo para alguien en concreto, aunque bien sé que luego me leerán otros muchos a quienes me dirijo y ofrezco mis literaturas por el solo placer de apasionar su mirada y excitar su facultad de imaginar. Ésta es la principal razón por la cual prefiera escribir con cierto estilo epistolar a mi manera, como correspondencia, al igual que cuando actúas en una conferencia miras a los ojos de alguien en particular, sin excluir que de vez en cuando repartas una ráfaga de miradas al resto de tu audiencia… Yo no sé escribir para mí solo ni para mí mismo, aunque me lo rebatan con convincentes argumentos críticos bienpensantes y lacanianos conversos… También suelo utilizar un punto de partida inesperado: no sé… una frase en el periódico por la mañana, una palabra subrayada en cualquiera de esos veintitrés libros que ahora tengo en el dormitorio leyendo de nuevo o releyendo a sorbitos cortos, o algo que me llame la atención en los textos que desde hace unas semanas leo en la Internet con biensana curiosidad y muchas veces admiración desmedida… Hoy me ha sucedido esto y os lo quiero contar:

Poco antes de hacerme la comida —por cierto, un delicioso revuelto de champiñones y surtido de setas con tomatitos cherry, espárragos trigueros, pimientos de padrón y trocitos de sepia, aromatizado por albahaca y unas pizcas de jengibre— pasé a leer los comentarios hasta entonces de mi texto sobre la risa. En uno de ellos aparecían ciertas palabras que de seguido establecieron una sorprendente cadena de imágenes y evocaciones en mi subconsciente literario: lágrimasdesnudosropasMiguel ÁngelStendhal… y yo fui rellenando los puntos suspensivos con piedrecillas de Pulgarcito que emergían de mi memoria como icebergs: Florencia… Hannibal Lecter… Miguel Ángel… la representación de la creación de Adán en la Capilla Sixtina… Hannibal Lecter (otra vez)… Jodie Foster… ¡El silencio de los corderos!… Más o menos fue así, y así lo cuento… Luego de la comida, me puse el dvd de la película —no sé cuántas veces la habré visto en mi vida, una veintena por lo menos— y decidí escribir este texto ampliando anteriores notas y reflexiones… Que os guste, o mejor aún, que os inquiete… —ay, ese olor de romero...

La escena sublime de la creación de Adán en la Capilla Sixtina tiene como fantástica réplica otra escena, de película, tan sutil y fugaz como la original, en donde se crea un mismo poderoso arco voltaico entre dos dedos desiguales… ¿Recuerdas la escena en la que el Dr. Lecter acaricia y apenas roza los dedos de Clarice en la película El silencio de los corderos? Ay, las manos, los dedos, la energía que fluye entre ellos… Te escribo para contarte cosas extrañas acerca del film y su simbolismo; reflexiono para ti acerca del mal, el bien y sus hibridaciones…

No sé si coincidimos en interés y fascinación por esta película magistral de Jonathan Demme, basada en la excelente novela homónima de Thomas Harris. Lejos de tratarse simplemente de un thriller eficazmente realizado y sabiamente interpretado por sus protagonistas principales: Anthony Hopkins —Dr. Hannibal Lector—, Jodie Foster —la detective Clarice Starling—, Scott Glenn —el jefe del FBI, Jack Crawford—, Ted Levine —el killer Jame Gumb “Búfalo Bill”; en mi opinión se trata de una obra esotérica e iniciática, profunda, de denso y misterioso simbolismo… Estoy de acuerdo con el crítico brasileño Olavo de Carvalho cuando afirma que Jonathan Demme ha querido representar “una apología sobre el conflicto entre la inteligencia humana y la astucia diabólica”, al tiempo que narrar el trayecto “mítico” de una iniciación auto cognoscitiva… De algún modo Demme evoca en su película el itinerario de los caballeros en su búsqueda del Santo Grial, la confrontación de los místicos con las tentaciones del mundo y el diablo. En esta tragedia épica y mítica entre la inteligencia humana y la astucia diabólica, el Dr. Lecter resulta fascinante, pero no tanto como se ha especulado, ni Clarice ocupa el lugar de la ingenua seducida. En cambio el jefe de Clarice, Jack Crawford, se constituye en personaje principal de la epopeya: el Abraham coránico, el San Bernardo de la leyenda medieval que hace trabajar el mal al servicio del bien… En esta trama de referencias literarias Lecter sería el Mefistófeles de Goethe… Si Lecter lee en la mente de los otros, Crawford lee en la mente de Lecter y se adelanta a sus pensamientos; más aún, los provoca, los induce a través de Clarice… Se trata del duelo entre dos magos, realmente trascendental y cosmológico, infinitamente superior al que representan Clarice y Lecter o Clarice y “Búfalo Bill”…

De quien está verdaderamente fascinada Clarice es de su jefe Crawford, su “guru” y guía espiritual. Y Lecter, a su vez, de Clarice… la virgen que no puede impedir el sacrificio de los corderos —como María no puede salvar a su hijo, el “cordero místico”— y atrae al maligno con su inocencia y debilidad humanas… Lecter es a Gumb “Búfalo Bill” lo mismo que Crawford es para Clarice: “gurus”, maestros que forman, educan, dirigen su mente y dan sentido a su pulsión de mal, o de compasión, respectivamente… Gumb es un siervo del Mal, de Lecter, que le ha conducido al camino del delito —como el Diablo es siervo de Dios en su plan de alcanzar el bien a pesar de sus malas intenciones. Esta paradoja, esta ambigüedad de funciones e intenciones resultarían patéticas e inverosímiles si no fuera por la ironía y la siempre sorprendente astucia e imaginación del maligno. Es el humor lo que hace atractivos y soportables a los demonios, como a los artistas y escritores… —ay, los artistas y su humor, y la cómica gravedad de sus críticos; si yo te contara—… El Diablo tiene sentido del humor, el Dr. Lecter es un artista, por supuesto… Nadie ha visto reír a Crawford ni a Clarice: es posible que las fuerzas del bien no sepan reír, o lo olvidaron… Por ejemplo los ángeles no tienen sexo, pero es probable que tampoco rían o sonrían a la fuerza… Umberto Eco se pasó media Tesis investigando si Dios rió o no mientras creaba aquella semana, o si rió al final a carcajadas al ver completada su obra el día de descaso dedicado a su nombre… —incluso escribió una novela con ese asunto: El péndulo de Foucault… ¿Dios ríe?

Olavo de Carvalho nos recuerda que el mal no es exactamente algo que “existe” por sí mismo, sino que es un cierto efecto colateral por la confluencia inoportuna de dos “bienes” de diferente especie… —por ejemplo, entre el amor a una mujer y el afecto especial de amistad profunda con un amigo, cuando se trata de la mujer del amigo… ¿Qué hacer en estos casos?... Para Sócrates el mal procedería de la ignorancia; para Freud, del depósito de nuestro inconsciente en donde se refugiaron nuestras imágenes y deseos rechazados y temidos por el consciente… Clarice es la heroína que ama la verdad, que no tiene miedo ni huye cuando se enfrenta a la verdad de su propia debilidad y se muestra transparente incluso al mal, al Dr. Lector… Esta virtud desarma al Diablo, le conmueve, le rinde con admiración a Clarice y a lo que Clarice representa… El bien se reconoce en el estoicismo: en la abstinencia, en la espera paciente, en el “amor fati” de quien acepta su destino y nos anima a soportar el dolor y el sufrimiento. El bien posee también el valor estoico de la “clemencia comprensiva”, una especie de compasión intelectual no emotiva —estar abierto a la comprensión de todo, también de lo contrario y repugnante, pero sin dejarse influir emocionalmente. Clarice mantiene con Lecter esta “clemencia compresiva”: es decir no le odia, no le teme, no le ama… sólo le observa y escucha. Realmente lo que hace que Clarice desequilibre la balanza es la compasión que siente por las víctimas de “Búfalo Bill”, los “corderos inocentes” que quiere salvar… Al Mal le inquieta esa quietud y serenidad de la compasión: admira la quietud; le conmueve la fortaleza y paciencia de la espera… ¿Qué y quién podrían realmente enamorar al Mal?

—Ya ves, Iris… hay tantas cosas que desearía contarte y escribir sobre El silencio de los corderos; las unas aprendidas y las otras reconocidas sin querer, pero en suma interiorizadas y con voluntad de hacerse literatura… Aún me vienen a la memoria otras imágenes, acontecimientos, historias sobre mansos corderos y ovejas descarriadas, cosas que tratan sobre el amor, los rituales de iniciación, las señales de reconocimiento y los juegos de mano mágicos, las palabras que intercambian sus letras para esconder casi inaccesibles sus secretos más escondidos… De estas cosas tratan mis textos y las imágenes que compongo para este blog, Iris… Pero dicen que todo tiene un límite… —al menos en la literatura deberíamos aparentar que los límites existen y se hacen visibles en sus puntos finales, aun a regañadientes… Si no, esto sería una novela (río)… ¿Has visto mis manos haciendo magia en una página de este blog? Anda, no te las pierdas…


Foto: en Essaouira, días antes de la Fiesta del cordero; diciembre 2006

jueves, febrero 14, 2008

Teoría de la risa y placer de reír...


¡Por fin se acabó la melancolía del día de San Valentín y la ñoñería de sus vísperas y vigilias! No digo que no me guste ese sabor agridulce de la nostalgia, que me gusta, sobre todo escribiendo… pero ya vale, o lo agridulce se convertirá en amargor masticando recuerdos… Me gusta reír y sonreír a su tiempo, hacer reír y sonreír a la gente tanto como hacerles pensar y encandilarse con la belleza, o narcotizarles con palabras para que no sufran más de lo debido… Ojalá disfrutara de la virtud de hacer reír con solo leer mis palabras, una por una, como la poseen las fotografías y las imágenes… ¿Habéis pensado en esto alguna vez? La risa y las sonrisas tienen ese poder simpático que nada más verlas nos contagian y acabamos sonriendo también —es lo mismo que con un bostezo, qué curioso…

A estas alturas nadie duda de los efectos benéficos de la risa, con ella se obtiene no sólo una satisfacción placentera, sino también una descarga emocional y un cierto alivio de la angustia y la tensión, y es seguro que tiene propiedades curativas, no ya sólo en sentido psicológico, sino también en el fisiológico. Una risa siempre es contagiosa, es decir contagia sus terapéuticos efectos al resto de humanos aquejados de angustia emocional y/o existencial. La ciencia moderna ha sabido interpretar aquella sabiduría antigua que parece estaba atesorada en el libro perdido sobre “La Comedia” de Aristóteles, reconocer y evaluar las virtudes terapéuticas de la risa. En la actualidad se tratan a través de la risa problemas tales como la depresión, el estrés, la apatía, la falta de comunicación, esa especie de autismo social en la que nos hemos abocado… Una buena carcajada puede mover hasta cuatrocientos músculos, dicen, y favorece la secreción de serotonina, una neuro hormona con efectos calmantes que nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos, aumenta la hemoglobina —lo cual previene el infarto—, beneficia el aparato digestivo, ayuda a reducir los ácidos grasos, a eliminar toxinas —lo que favorece la pérdida de peso— y cuántas cosas más... Reír retrasa el envejecimiento de la piel y el rostro —aunque a algunos benditos de “risa floja” les marque para siempre en la comisura de los labios y los ojos y les haga parecer más felices de lo que son en realidad. Cómo me gustaría ser un “sanador”, un chaman, escribiendo palabras que hicieran reír: difundir universalmente mis saberes y técnicas para provocar la risa universal; no sé, a través de un blog personal recomendado por El País o la Petite Claudine, por ejemplo, o en ediciones de libro de bolsillo con tiradas masivas estratosféricas esponsorizadas por Telefónica, por qué no… Lo fundamental es hacer reír a la gente, ¿no?, como sea o con quien sea… Chaplin lo hizo imitando y ridiculizando a Hitler… “Gato negro o gato blanco… lo importante es que cace ratones” —pontificó Felipe González citando a Deng Xiaoping que a su vez se refería a un antiguo proverbio chino de origen confuciano.

La teoría de la risa como liberación se halla estrechamente ligada a Sigmund Freud: El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). Según Freud, la técnica del chiste opera mediante incongruencias, absurdos, juegos de palabras, exageraciones, dobles sentidos, etc., y es la misma que la de los sueños. Como los sueños —y también el juego o la literatura—, el humor y el chiste constituyen una suerte de regresión a modos infantiles de actuar y pensar, una forma de escapar de la realidad y sus exigencias; lo mismo que las neurosis y las psicosis, pero no una forma patológica, como éstas, sino gratificante… Por una parte el chiste nos proporciona placer mediante procesos mentales que permiten liberarnos de la necesidad de ser lógicos, morales, realistas, y por otra nos libera también de deseos e impulsos prohibidos de carácter inconsciente, que el chiste disfraza, aliviando así la ansiedad asociada a la manifestación de tales deseos e impulsos. En un chiste, al menos por un momento, la agresividad, la obscenidad o el absurdo nos están permitidos. Para Freud la risa sería un mecanismo de defensa que el Yo utiliza para protegerse de la ansiedad y la frustración...

Sigmund Freud plantea su análisis del chiste bajo una premisa lingüística brillante: las palabras constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Existen algunas que llegan a perder totalmente su primitiva significación cuando se emplean en un determinado contexto —es decir, se desemantizan, “desimantan” sus originales significados. Según el padre de la psiquiatría moderna, el chiste ahorra gasto psíquico, ya que frente al poder limitador del pensamiento coercitivo, el juicio crítico, el humor desinhibe. Para Freud, el humor nos restituye a la infancia, “cuando éramos felices”, restablece el buen ánimo, nos posibilita extraer de él placer. La sorpresa es un elemento clave para la eficacia del chiste: cuando ya conocemos el chiste se pierde la fuerza que supone la sorpresa de lo inesperado —“la esencia de toda sorpresa está en no lograrse por segunda vez”—, y por lo tanto buena parte de su capacidad de provocar placer. Si reímos cuando contamos un chiste que ya hemos contado otras veces es para crear la atmósfera que motive la recepción, estamos pues actuando… No reímos dos veces del mismo chiste —acaso, como mucho, sonreímos; por eso el que cuenta el chiste suele preguntar a su auditorio si lo conoce… —algunas veces reímos por pura formalidad, “por educación”… También para Darwin la causa de la risa adulta parece residir en la sorpresa, lo incongruente e inexplicable: “La causa más común es el hecho de algo incongruente o inexplicable que provoca sorpresa y cierto sentimiento de superioridad al que ríe, siempre que este se encuentre en un estado de ánimo alegre”. Observa Darwin que de la misma forma que nadie puede hacerse cosquillas a sí mismo, porque el lugar estimulado ha de resultar desconocido e inesperado, “de igual modo, respecto a la mente, algo inesperado —una idea nueva o incongruente que rompa la cadena habitual del pensamiento— parece ser un factor de peso para la hilaridad”.

Herbert Marcuse por su parte defendía la posición de que la cultura popular critica mediante su humor y lenguaje “al idioma oficial y semioficial”, y que tal vez fuera la manera más “natural” de protestar y poner al alcance de cualquier persona la “distante altura” y alejamiento de los poderes establecidos. Es en las esferas menos intelectuales en dónde se manifestaría con mayor fuerza y menor auto-represión la libertad de pronunciar “palabras feas” y altisonantes en las historias orales. De algún modo coincide con Freud, para quien la expresión oral grosera con palabras soeces desagradaría enormemente a cualquier persona culta, le produciría vergüenza y sonrojo ajeno… Es por la influencia de la educación —según Marcuse— y las buenas costumbres de la convivencia, lo convencional, que lo que debiera ser placentero —la libertad en el lenguaje— se vuelve objeto de censura y auto represión.

Arthur Schopenhauer —Parerga und Paralipómena; El mundo como voluntad y representación; Estética del pesimismo, etc.— ha sido uno de los pensadores que más lucidamente ha reflexionado sobre la risa y el humor, aun siendo el filósofo por excelencia del pesimismo, o por eso mismo. En su opinión, la risa se provoca ante la evidencia de la “incongruencia entre el pensamiento y la realidad”, es decir, la causa de la risa no es otra que la súbita percepción de la incongruencia entre un concepto y el objeto real… Cuando se busca deliberadamente lo “risible” se produce la broma, y cuando ésta se oculta tras lo serio o su apariencia nos hallamos ante la “ironía”. En muchos aspectos la ironía es lo opuesto al humorismo, en el que lo serio se oculta en este caso tras la broma… —la ironía comienza en serio y acaba en risas; mientras que el humor sigue un proceso inverso. Para Schopenhauer la ironía generalmente va dirigida contra los demás y el humor tiene su principal referente a uno mismo. Por último, el filósofo considera que reír nos resulta agradable y nos proporciona placer porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo —forma natural de conocimiento— sobre el pensamiento abstracto, dada su incapacidad para asumir todos los matices de lo real: “ha de resultarnos grato ver de cuando en cuando cogida in fraganti y acusada de deficiente a la razón, ese domine severo, perpetuo y molesto. Por esto la risa está emparentada estrechamente con la alegría”…

Por último señalar que los etólogos consideran que la sonrisa se derivaría del “mordisco lúdico”, como en otros primates no humanos… es decir, de la intención no consumada de morder, se trataría pues de una “sonrisa amistosa sumisa” —algunas veces también motivada por el miedo. Sin embargo la risa es otra cosa, es amigable y de algún modo agresiva; podría cumplir una doble función: por una parte “unir al grupo” —los que ríen juntos— frente al otro, objetivo de nuestras risas; y por otra parte “acosar” al enemigo o extraño —que se sentiría acosado, incluso atemorizado, por el ruido escandaloso de las risas y los movimientos espasmódicos y violentos de los que ríen. También la risa podría estar asociada a la pulsión de juego, un modo de liberar tensiones, provocar contactos físicos y bromas “permitidos” sin el riesgo de respuestas violentas, ejercitarse en alguna destreza en común, sociabilizar el grupo y estrechar lazos de ayuda mutua y competencia limitada, ofrecer estímulos suficientes para el progreso, la superación y la obtención de metas, etc.

—Ah… me faltaba referirme a esas risas compulsivas e irrefrenables que las mujeres tenéis algunas veces al derramaros de placer, o inmediatamente después mientras todavía vuestro cuerpo se estremece… Sí, ya sabes, ese atragantarse con la risa y la saliva que nuestro último beso no pudo o no supo beber… Es una risa de boca y ventrílocua, simultánea y sucesiva, de dientes afuera y con el vientre y en el vientre… Ay, qué delicia, esas risas sin carcajadas, espasmódicas y escandalosas entre nosotros… Por cierto, escribiendo de risas y específicamente de estas risas “orgasmales”… tengo una pregunta “extrema” que haceros: ¿Qué siente, qué le sucede a una mujer, cuando después del éxtasis de su placer, esa petite mort de los afrancesados, y casi sucesivamente a estas risas espasmódicas, llora…? No hay nada más conmovedor que unas lágrimas de mujer tras el amor derramado… ¿Llora por todo o por nada? ¿Es feliz? ¿Tiene miedo a la felicidad? ¿Alguna mujer quiere iniciarme en este gran misterio? Se lo agradecería toda mi vida...


Foto: Ayhuthaya, Thailandia; diciembre 1995

miércoles, febrero 13, 2008

Vigilia de San Valentín frente al fuego que no cesa...


Sacerdotes, iniciados, visionarios de todos los tiempos identificaron a Dios en la luz, en el sol, en el fuego o en el rayo… El arquetipo atribuido al Fuego afortunadamente ha mantenido buena parte de su trascendencia en todas las culturas y en sus conciencias; posiblemente sea uno de los símbolos más universales y poderosos, excepcionalmente fiel a su original significado, a su naturaleza sagrada, que reconocemos no sólo a través de la mitología y en la religión, sino también en la interpretación psicoanalítica, en la especulación metafísica, en las ciencias esotéricas… Sabemos que el Fuego es un elemento esencial de acción múltiple, vivaz y vivificante, que se transforma en incontables apariencias y avatares y transforma todo lo que prende, que consume, calienta, alumbra, pero también puede causar dolor, destrucción y muerte… La mayoría de las culturas que nacieron en tiempos antiguos basaron sus cosmogonías, crearon sus panteones y formalizaron sus elementos esenciales alrededor del Fuego y la Luz, simbolizando el poder de sus supremas deidades en el rayo, la espada flamígera, la antorcha, el martillo y el hacha, poniendo sobre sus cabezas “demasiado humanas” coronas cuyas puntas doradas simbolizaban los rayos del Sol… Reconociéndose como “Hijos del Cielo”, sometiéndose bajo la protección del Fuego Cósmico, se proclamaban también “Hijos del Sol”. La mayoría de las civilizaciones antiguas adoraban al “astro Rey”, pero también intuían que éste no era la única fuente de Luz sino más bien un reflector, por lo que se le representaba con un escudo bruñido —en realidad un espejo— que recogía la inefable “luz que viene del infinito” y proyectaba hacia cualquier rincón lejano del universo… El Sol atraía y condensaba la energía luminosa que habita en el cosmos, la “Fuerza de la Vida” que se renueva permanentemente, participando de ese poder… pero detrás del sol visible existía un fuego más poderoso, el “Sol invisible”, pura emanación del “Logos Divino”… Los Druidas acostumbraban a encender el fuego de sus altares con luz solar, concentrando sus rayos mediante cristales “mágicos” que suponían tenían el poder de atraer el “Fuego divino”… Parece ser que en algunos templos antiguos había cristales y lentes estratégicamente situados que en un determinado día del año, en los equinoccios o solsticios por ejemplo, en una hora precisa, lograban que los rayos de sol concentrados encendiesen el fuego de los altares debidamente preparados para el efecto mágico. Los sacerdotes-magos y los adoradores asumían que los mismos dioses encendían estos fuegos rituales…

—En esta noche vigilia de San Valentín, todavía 13 de febrero de 2008, enciendo una hoguera en el interior de mi cueva. Sitúo doce figuras mitad animales, mitad humanas —nunca sabemos dónde comienza, donde acaba, nuestra instintiva animalidad, nuestra racional humanidad— que giran constantes a su alrededor. Por el centro de este espacio mágico atraviesa el eje de todo lo creado: centro inmóvil, aunque se expanda indeterminado por sus periferias… El centro del centro inmóvil es el fuego sagrado que recibí al nacer. Las figuras representan el tiempo circular, las horas, los meses del año solar, los signos de nuestro horóscopo, el destino con sus emblemas, las gentes que pertenecen a las doce estirpes de nuestra genealogía o merodean nuestras palabras, los doce amores que representan todos los amores pasados y futuros… Todo el universo gira pues alrededor de este fuego que me da calor y alumbra esta noche, hipnotiza sin resistencia alguna por mi parte, felizmente desarmado… Faltan unas horas, unos minutos, para el gran aquelarre de San Valentín…

Ensimismado en mis cosas pero todavía atento, apenas acompañado por las sombras de las horas y los signos de la imaginación que me pertenecen, los recuerdos y mis musarañas, no ceso de mirarte y alimentar tu llama con mis ojos cada uno de su color… Eres el fuego del Amor que no dejo se consuma ni muera esta noche o moriría yo contigo… Pronuncio las siete letras de tu nombre como un mantra… sólo silabear tu nombre, tu cuerpo se estremece… el mundo comienza a bailar a nuestro alrededor y gira a regañadientes; qué se joda… Un hombre-li(e)bre en el centro del universo contempla su sol-edad…


Foto: Instalación AnimaLumbra de Izabella Jagiello: Castillo de Santa Bárbara, Alicante; febrero 2006

martes, febrero 12, 2008

Nietzsche enamorado o una historia acerca del "amor fati"...


“¿Me dejas que te inquiete, amor? Empiezo a entender que te gusta buscar tanto como a mí encontrar… Buscar y encontrar juntos sería el mayor placer que podríamos compartir y prometernos. Mis encuentros serían la culminación de tus búsquedas; tus búsquedas el pretexto de mi voluntad de reconocer. Cada hallazgo sería una fiesta. Siempre tendríamos motivos suficientes para ejercitar nuestra curiosidad, asombrarnos y quedar perplejos, abandonarnos al placer de conversar con la porción invisible de las cosas… ¿Jugamos?... Sólo es posible alcanzar la verdad a través del juego”…

Si mañana —día de San Valentín— se encontrara una carta de amor escrita por Nietzsche a Lou Salomé con tales palabras en su prólogo seguro que de inmediato sería declarado el descubrimiento filosófico del año, y por supuesto considerado como el eslabón perdido de la historia de los “amores difíciles”, una joya para cualquier tesoro de citas de enamorados ilustres… Aun con todo, si Nietzsche no escribió tal carta, o se perdió en los recovecos de la vida de Lou, bien pudo escribir estas palabras para su amada o al menos pensarlas… Si alguna vez Nietzsche estuvo loco o fue demente, lo fue de amor; así se manifiesta la crueldad de los dioses moribundos o destronados con quien se atreve a su magnicidio.

No se si sabes que Así habló Zarathustra está muy relacionad con un episodio biográfico de Nietzsche, ese periodo denominado como el de “la comunidad más allá del bien y del mal” que quisieron formar Nietzsche, Paul Rée y Lou von Salomé. Para algunos autores, Lou fue tanto la discípula deseada y esperada por Nietzsche como la mujer poseedora del “egoismo felino del que no puede amar”, la mujer que él creyó inmoral, en el sentido de encontrarse “más allá del bien y del mal”, para descubrir luego que sólo lo era en el sentido corriente del término. La relación de Nietzsche con Lou tuvo esa ambigüedad y tensión entre el amor y la lucha de caracteres —un simulacro y forma benigna del odio que se da entre dos fuertes personalidades al chocar en la vida— y que algunas veces reconocemos tanto entre amigos que se aman y discuten y confrontan permanentemente, como entre amantes celosos de su independencia y la intimidad de su particular territorio existencial (que guardan a veces con insolencia ante las presuntas invasiones del otro: amado rival).

Monica B. Cranoligni, sin duda una de las más brillantes comentaristas de la vida y obra de Nietzsche, señala al respecto que aunque el ideal de Lou era formar una especie de comunidad de estudio y amistad —“un cuarto lleno de libros y flores junto a los camaradas de trabajo”— no eran estos los planes del filósofo, quien pretendía con Lou esa exclusividad “posesiva” que entendía era la que se daba naturalmente en el amor entre los sexos… En éste y otros pasajes de su vida reconocemos las paradojas existenciales de Nietzsche, sus máscaras diversas: alguien que exalta la amistad sobre el amor por su carácter no posesivo y sin embargo aspira a una relación sexual con su enamorada en exclusiva y no cede a las propuestas de “relación comunitaria” de sus más que amigos Paul Rée y Lou Salomé; que plantea teóricamente buscar “más allá del bien y del mal” y luego, despechado, tacha de inmorales a sus “camaradas”; alguien que piensa y se expresa con vehemencia y riesgo, y luego aparece tímido e inseguro (incluso impaciente y apresurado) pidiendo al mismo Paul que haga de mediador con Lou para declararle su amor… Nietzsche era humano, demasiado humano, y así lo reconocemos en sus paradojas y contradicciones, en sus miedos, en sus máscaras.

Aunque siento una entrañable simpatía por Nietzsche, hasta compasión por su historia personal —lo que seguramente sería motivo para que me insultara y acusara de debilidad de carácter y de constituir un pesado fardo para las espaldas del superhombre—, no dejo de admirar la voluntad de Lou Salomé, su búsqueda personal a través de las relaciones especiales con otros artistas y pensadores, como Rilke o Freud, su anhelo de vivir de acuerdo a sí misma y no adaptarse a modelos ajenos, vivir sus propios deseos, seguir sus propias búsquedas existenciales… Parece ser que Lou fue quien inventó esta tan radical como afortunada frase —“más allá del bien y del mal”—, generalmente atribuida a Nietzsche, para nombrar un tipo de relación nada convencional en aquel tiempo de compartirse como amigos y hasta como amantes (si se diera el caso), pero excluyendo la posesión única, casi absoluta, de sus cuerpos y la llave de sus relaciones con el resto del mundo. De todos modos el choque sentimental entre tales seres nada comunes, su “idilio trágico”, no podía acarrear otra cosa que desencantos, intrigas y mentiras, frustraciones, enorme sufrimiento en el más débil —por supuesto Nietzsche—, y un cierto desgarro más o menos evidente, o profundo, en sus respectivas vidas a partir de entonces.

El episodio sentimental entre Nietzsche y Lou Salomé podría poner en entredicho algunas de las afirmaciones más radicales e instintivas de filósofo, pero no sería justo hacerlo, ya que debemos comprender e incluso disculpar el exceso de emotiva humanidad del filósofo, quizás perdido en los laberintos de los afectos desde su infancia o atrapado fatalmente en las sombras de su baja autoestima como varón. Por ejemplo su filosofía afirmativa del “amor fati”, un intento de hacer despertar al hombre de su somnolencia o modorra existencial, de su indigencia y pobreza de espíritu, ese aferrarnos a las costumbres y conveniencias, a los sagrados principios —la sagrada familia, por ejemplo—, a la comodidad de lo política y socialmente correcto. Nietzsche anunció el “amor fati”, lo afirmó con vehemencia, aunque luego arruinara su ánimo en sus urgencias con Lou Salomé… Para abrazar el “amor fati” —el Destino en todos sus avatares y con todas sus consecuencias— es necesario criticar la moral prefabricada en la que nos cobijamos, destruir sus bases y romper las cadenas que nos esclavizan a sus formalidades. Vivir el destino es quedarnos al aire de sus misterios y a la fresca de sus dictados imprevisibles. No existe ningún “superjugador” que dicte las reglas a priori, ni ningún significado previo al juego mismo de vivir… —Sólo es posible alcanzar la verdad a través del juego, te decía, amor… Qué hermoso poder empezar contigo cada día una nueva partida, una partida sin vencedores ni vencidos. Jugar por el placer de jugar, es decir de vivir, de amar… Todas las figuras blancas, todos los lugares blancos, como lo aprendí de mi maestra Yoko… Play it by trust; juega con confianza, amor…

Aunque el “amor fati” nietzscheano tenga que ver con el destino, no es sin embargo la aceptación resignada de las cosas como acontecen. Al contrario: el hombre nietzscheano quiere para sí, “voluntariamente”, las leyes universales del destino que las plantas, los animales, los otros seres humanos responsables y desprovistos de voluntad, se limitan a seguir ciegamente… pero también —dotado de voluntad y del poder del deseo que no se conforma con poseer— quiere hacer posible que las cosas que deberían suceder, sucedan… Aquello que quisimos que fuera, fue; aquello que deseamos que sea, será… “Muévete siempre en el momento, en un presente vivido plenamente, con coraje, decisión, voluntad”, decía más o menos Nietzsche… y “vive este momento de modo tal que desees revivirlo”… El eterno retorno es, entonces, una decisión, no una “idea” o una metáfora… Quien desea y es capaz de asumir esto a través del concepto y la intuición del “amor fati” es un ser diferente; quien apuesta por la vida, por su riesgo e incertidumbre, es diferente… —Somos diferentes, amor… y ésta es la fuerza que nos imanta y hace invencibles…

La intuición del “eterno retorno” nitzscheana, aunque parezca una paradoja, pone en evidencia nuestra necesaria mortalidad, esa deliciosa y tan humana contingencia existencial… “¿Es esto la vida? ¡Pues vuelva otra vez!”… Creer en el eterno retorno significa arrodillarse ante nuevos ideales: vivir el instante, restaurar los placeres de la realidad material, reivindicar el destino —es decir el azar, aunque se travista de teoría de las posibilidades y la probabilidad—, el devenir imprevisible… La noción del eterno retorno supone pues un rechazo de la idea de “tiempo lineal” a favor de una circularidad sin comienzo ni fin, apenas unos puntos suspensivos de vez en cuando… Afirmar el instante, conjugar el destino con la suerte y la fortuna, le duele a la metafísica, que aborrece todo lo que considera fungible, lo que fluye alegre… Amar lo que trae el destino y abrazar a la vida en todos sus aspectos, aún los más terribles, eso es "amor fati"… —¿recuerdas, amor, la película La vida es bella?... eso es ni más ni menos amar con lazos mortales…

En una carta anterior te escribía: “Un hombre y una mujer se encuentran en el centro sagrado del universo. Son cuerpos y almas vagamundos que han soportado en silencio la tensión entre su soledad interior y el vacío-lleno que les rodea… cuerpos y almas a la deriva en la nada. Su encuentro es un asirse a la esperanza. Sus miradas son un alivio a su ceguera e invisibilidad. Sus cuerpos se reclaman los olores, las pieles, las caricias, el sudor, el calor de las mejillas, la humedad de los besos, el escándalo de los gemidos, todos los líquidos retenidos en sus órganos y vísceras… Se regalan en el sacrificio de un abrazo inextricable… Su destino se manifiesta espléndido en el milagro de las metamorfosis de sus cuerpos y en el destierro de todo razonamiento lógico al abandonarse a su placer. El misterio del encuentro de un hombre y una mujer está en el poder insuperable de su deseo. Un hombre y una mujer se aman a pesar de sus circunstancias, de los demás, de la amenaza del olvido. Un hombre y una mujer se separan a pesar del poder narcótico de sus recuerdos… Y aunque sabemos que un encuentro nunca es para siempre, que todo finaliza más tarde o más temprano… no dejamos de desear que esta vez sea más duradero, acaso para siempre, si el destino quiere o así estaba escrito"… —Ay, mi amor, discúlpame si alguna vez me repito, me cito, es que quiero que grabes en tu memoria las palabras decisivas; hagas tatuajes en tu vientre aun con tinta invisible…

Kristin Flood ha escrito un hermoso libro sobre el “amor fati”… sobre el destino. Ahora ya sabes qué es elegir un hilo de plata en la compleja trama y urdimbre de una red de posibilidades en la vida; debes sentirlo en el vientre, te recuerdo, no sólo en el corazón… Kristin ha escrito cosas tan bellas como que se puede sentir el perfume del propio destino… Esta tarde mi destino huele a flor de Iris, a lirios, y violetas… Hueles a lirios y violetas, mi amor…


Foto: Lirios en casa de Rebecca; julio 2004