
Cuando pienso en Bruno Llanes, “El hombre que mira lejos” no puedo por menos que imaginarle como el personaje de una de las más conmovedoras pinturas de la historia del arte: “Monje frente al mar”, de Caspar David Friedrich (1774-1840). La he visto tantas veces en su museo, en el Staatliche de Berlín… ¡Qué hermosa obra! Inquietante, conmovedora, sentimiento puro de lo sublime frente a lo sublime…
“El monje frente al mar” (1809-10) fue considerado ya desde su primera exposición pública un cuadro memorable; adquirido por el joven príncipe heredero Federico Guillermo en la exposición anual de la Academia de Berlín —junto a su pareja “Abadía en el encinar “— causó una enorme conmoción y perplejidad en los círculos artísticos alemanes. El escritor Heinrich von Kleist, admirador de Friedrich, describió la emoción con esta elocuente frase: “parece como si te hubieran cortado los párpados”… Su composición es tan aparentemente sencilla como arriesgada: una superposición extrema de tres superficies horizontales de distinta dimensión y potencia visual —playa, mar y cielo— en un tenso equilibrio isostático, inestable e imperfecto, sin apenas otro elemento significativo que el monje en soledad. El cielo —aire húmedo y frío—ocupa casi 4/5 partes de la superficie del cuadro y constituye un muro casi impenetrable para nuestros ojos, comprimiendo con su gélida vastedad las otras franjas inferiores de realidad que contemplamos: el mar oscuro, casi negro, y sus olas espumantes… la playa levemente ondulada, grisácea. En la playa, frente al mar y el cielo desmesurados, inmerso en el espectáculo del amanecer, un monje de hábito marrón —un hombre solo— evidencia su diminuta estatura física ante la enormidad del universo… al tiempo que nos sugiere la profundidad de sus pensamientos, su grandiosidad existencial… En esta escena muda y suspendida —como la eternidad sobre su abismo— intuimos tanto el sentimiento de lo sublime de Burke —la grandeza, magnificencia, oscuridad, todo aquello que produce las emociones más fuertes que nuestra mente pueda sentir, ese “asombro suspendido en el horror”—, como la acepción que categorizó Kant: “sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos”… es decir aquello que pone de manifiesto la superioridad de nuestro espíritu sobre la Naturaleza… —ambos, sentimientos de lo sublime, simultáneos y/o sucesivos…
Desde luego la primera interpretación que Heinrich von Kleist hizo del cuadro es una de las más sugestivas y definidoras del sentir romántico: ”En infinita soledad, a orillas del mar, resulta maravilloso contemplar un desierto de agua sin límites bajo un cielo cerrado. A ese sentimiento se une la necesidad de tener que desplazarse hasta ese determinado lugar, que de él haya que regresar, el deseo de superar ese mar, saber que no es posible, y advertir la ausencia de cualquier tipo de vida, aunque oigamos su voz en el rumor de las olas, en el soplido del aire y en el movimiento de las nubes”. El arte romántico pone en escena el abismo, representa visualmente la escisión entre la naturaleza y el hombre. El papel de los personajes representados por los artistas románticos es aceptar su finitud, resistirse a la succión de lo absoluto y su propia aniquilación en él. Para el sentir romántico, paradójicamente, sólo en lo finito, en la distancia, en el espectáculo de lo estético “los dioses vuelven a hacerse presentes”... —como acertadamente señala María Rosario Acosta en Silencio y arte en el romanticismo alemán—... “Pero hace falta descender al fondo del abismo, donde no hay nada que decir, donde toda palabra sobra. Allí, en el silencio, en la contemplación de la eterna escisión entre dioses y hombres, entre el hombre y la naturaleza, en la puesta en escena de la tragedia, del enfrentamiento entre lo infinito y lo finito, ahí se da el acontecimiento de la verdad. El arte, la belleza, son este acontecimiento. Sólo a través de la intuición estética se le revela al hombre, en las profundidades de la distancia, en la separación radical, la unidad primigenia, el absoluto en todo su esplendor. La verdad es aquello que acontece a través pero por fuera de la imagen, la palabra, el sonido. Eso que se revela en medio de ellos, pero que requiere del silencio, de una contemplación callada, desde la finitud del hombre, del espectáculo infinito de la verdad”… Esta relación con la verdad a través de la experiencia estética puede considerarse como mística, es decir un extasiarse en la unidad con el todo desde nuestra limitada pequeñez e insignificancia —lo que el Maestro Eckhart describía como una gota de agua en medio del océano…
Interpreto al monje como un hombre sobrecogido, pero también lúcido, en el amanecer de sus dudas existenciales, quizás teológicas. Algunos autores, como Kleist, han especulado que el monje es el mismo Friedrich… ¿Qué misterios contempla a estas horas de la mañana el monje-pintor? ¿Es una alegoría sobre la vastedad de la muerte —nada y silencio indeterminados— que tan cerca había experimentado Friedrich con la reciente muerte de su padre? ¿Es el pintor abrumado por su responsabilidad frente a la total plenitud de la Naturaleza? ¿O, por el contrario, una alegoría del pintor ante el inmenso e indeterminado vacío de la tela desnuda? —Qué terrible sensación de soledad, dios…
Siempre que contemplo la pintura de Friedrich recuerdo con triste nostalgia a mi amigo pintor y poeta Víctor Mira, yo sé por qué… Víctor se suicidó en Seefeld, cerca de Munich, Alemania, el 18 de noviembre de 2003 —siempre quiso morir antes de tiempo: “Me horroriza no estar muerto y tener que sentir la repugnante vida latiendo en mí como un animal antiguo”… Víctor y yo nos conocimos en los años setenta, pero sólo a partir de 1984 comenzamos a fraguar una amistad más profunda, en torno al arte por supuesto, a destilar complicidades, a encontrarnos en nuestras palabras, en nuestras discusiones sobre la nada y todo lo demás, a inventar proyectos que siempre se demoraban por una u otra causa ajena a nuestra voluntad, hasta que al fin hicimos juntos algo memorable a mediados de los 90’… para otra vez alejarnos, vernos de tarde en tarde; aunque seguíamos deseando compartir nuevas aventuras, nunca llegábamos a nada concreto, divagábamos…
Nuevamente en 2002 le propuse participar en dos grandes proyectos que por aquella época estaba organizando; Víctor aceptó con desmesurado entusiasmo, como siempre hacía cuando suponía un reconocimiento a su singular trayectoria artística —él era así de emotivo y resentido: siempre tan olvidado, injustamente “ninguneado” por el “arte-organización” en España… Desde entonces nos vimos con más frecuencia, nos escribíamos, nos hablábamos, nos encontrábamos por cualquier motivo en Mallorca, en Madrid, Barcelona, Valencia o Berlín, o en su casa-taller en Breitbrunn, en la región de los lagos cerca de Munich. En Breitbrunn me confesó su obsesión por el cuadro “El monje frente al mar”de Friedrich: hacía más de quince años que retomaba intermitentemente este tema y lo abocaba en sus pinturas, dibujos, grabados y proyectos escultóricos. Víctor me regaló varios catálogos suyos de exposiciones con esas series —“El monje frente al mar, atemperado”— y por primera vez me habló de un proyecto —“Meditación acerca del agua dulce”— que tendría como protagonista al monje (el mismo Víctor) frente al agua (o la vida, o no sé qué)… Acerca de ese monje Víctor Mira escribió: “El monje junto al mar de C. D. Friedrich más que una pintura es un ejemplo de imagen mental. El cuadro aunque parezca estar dedicado al cielo, ya que el cielo cubre las cinco sextas partes de la superficie, no es tanto así, ya que es el mar reflejado en el espejo del cielo lo que se observa. La mirada atraviesa la pintura como si fuese una muralla imaginaria y se sumerge en la tensión transparente e inconmensurable de la contemplación del mundo. Friedrich se representó a sí mismo en monje junto al mar y con sus pisadas nos hizo un lugar en su interior desde el cual nos trasfiguramos en el monje y por lo tanto en el propio Friedrich. El hecho de que Friedrich sólo pintase una pequeña franja de tierra, estriba en la poca importancia que le otorgaba al lugar, ya que se trataba más que nada de un lugar imaginario donde la contemplación del mundo pudiese alcanzar una visión sobre la vida y la muerte”…
En aquellos últimos meses hablamos mucho sobre la muerte y sobre la vida, es decir el arte. De algún modo sentía que Víctor tenía prisa por “marcharse”… entonces más que nunca… En Apología del delirio había escrito: “El acto de pintar me lleva siempre al borde del suicidio, a la obsesión de sofocar la culpabilidad, de degollar al artista y dejar al hombre solo, en sí mismo”… También recuerdo que años atrás, en una entrevista de ficción que Víctor se hacía, se preguntaba y respondía: —"Por favor, dígame qué es lo que pretende... —Nada, y por eso es por lo que me refugio y fijo los ojos quietos en la pared, en esa pared de mi estudio tan blanca y tan normal, hecha por un hombre cualquiera. Esa pared es la nada en la que me refugio, sin nada de imaginación, sin nada, y sobre todo sin ser molestado por las ideas"…
¿Qué buscabas allí en Seefeld, Víctor, en “la orilla del lago”? ¿Qué ves ahora, Víctor? ¿Es la Nada, Víctor?... Qué elocuente silencio el de los muertos… Tan elocuente como locuaz…
“El monje frente al mar” (1809-10) fue considerado ya desde su primera exposición pública un cuadro memorable; adquirido por el joven príncipe heredero Federico Guillermo en la exposición anual de la Academia de Berlín —junto a su pareja “Abadía en el encinar “— causó una enorme conmoción y perplejidad en los círculos artísticos alemanes. El escritor Heinrich von Kleist, admirador de Friedrich, describió la emoción con esta elocuente frase: “parece como si te hubieran cortado los párpados”… Su composición es tan aparentemente sencilla como arriesgada: una superposición extrema de tres superficies horizontales de distinta dimensión y potencia visual —playa, mar y cielo— en un tenso equilibrio isostático, inestable e imperfecto, sin apenas otro elemento significativo que el monje en soledad. El cielo —aire húmedo y frío—ocupa casi 4/5 partes de la superficie del cuadro y constituye un muro casi impenetrable para nuestros ojos, comprimiendo con su gélida vastedad las otras franjas inferiores de realidad que contemplamos: el mar oscuro, casi negro, y sus olas espumantes… la playa levemente ondulada, grisácea. En la playa, frente al mar y el cielo desmesurados, inmerso en el espectáculo del amanecer, un monje de hábito marrón —un hombre solo— evidencia su diminuta estatura física ante la enormidad del universo… al tiempo que nos sugiere la profundidad de sus pensamientos, su grandiosidad existencial… En esta escena muda y suspendida —como la eternidad sobre su abismo— intuimos tanto el sentimiento de lo sublime de Burke —la grandeza, magnificencia, oscuridad, todo aquello que produce las emociones más fuertes que nuestra mente pueda sentir, ese “asombro suspendido en el horror”—, como la acepción que categorizó Kant: “sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos”… es decir aquello que pone de manifiesto la superioridad de nuestro espíritu sobre la Naturaleza… —ambos, sentimientos de lo sublime, simultáneos y/o sucesivos…
Desde luego la primera interpretación que Heinrich von Kleist hizo del cuadro es una de las más sugestivas y definidoras del sentir romántico: ”En infinita soledad, a orillas del mar, resulta maravilloso contemplar un desierto de agua sin límites bajo un cielo cerrado. A ese sentimiento se une la necesidad de tener que desplazarse hasta ese determinado lugar, que de él haya que regresar, el deseo de superar ese mar, saber que no es posible, y advertir la ausencia de cualquier tipo de vida, aunque oigamos su voz en el rumor de las olas, en el soplido del aire y en el movimiento de las nubes”. El arte romántico pone en escena el abismo, representa visualmente la escisión entre la naturaleza y el hombre. El papel de los personajes representados por los artistas románticos es aceptar su finitud, resistirse a la succión de lo absoluto y su propia aniquilación en él. Para el sentir romántico, paradójicamente, sólo en lo finito, en la distancia, en el espectáculo de lo estético “los dioses vuelven a hacerse presentes”... —como acertadamente señala María Rosario Acosta en Silencio y arte en el romanticismo alemán—... “Pero hace falta descender al fondo del abismo, donde no hay nada que decir, donde toda palabra sobra. Allí, en el silencio, en la contemplación de la eterna escisión entre dioses y hombres, entre el hombre y la naturaleza, en la puesta en escena de la tragedia, del enfrentamiento entre lo infinito y lo finito, ahí se da el acontecimiento de la verdad. El arte, la belleza, son este acontecimiento. Sólo a través de la intuición estética se le revela al hombre, en las profundidades de la distancia, en la separación radical, la unidad primigenia, el absoluto en todo su esplendor. La verdad es aquello que acontece a través pero por fuera de la imagen, la palabra, el sonido. Eso que se revela en medio de ellos, pero que requiere del silencio, de una contemplación callada, desde la finitud del hombre, del espectáculo infinito de la verdad”… Esta relación con la verdad a través de la experiencia estética puede considerarse como mística, es decir un extasiarse en la unidad con el todo desde nuestra limitada pequeñez e insignificancia —lo que el Maestro Eckhart describía como una gota de agua en medio del océano…
Interpreto al monje como un hombre sobrecogido, pero también lúcido, en el amanecer de sus dudas existenciales, quizás teológicas. Algunos autores, como Kleist, han especulado que el monje es el mismo Friedrich… ¿Qué misterios contempla a estas horas de la mañana el monje-pintor? ¿Es una alegoría sobre la vastedad de la muerte —nada y silencio indeterminados— que tan cerca había experimentado Friedrich con la reciente muerte de su padre? ¿Es el pintor abrumado por su responsabilidad frente a la total plenitud de la Naturaleza? ¿O, por el contrario, una alegoría del pintor ante el inmenso e indeterminado vacío de la tela desnuda? —Qué terrible sensación de soledad, dios…
Siempre que contemplo la pintura de Friedrich recuerdo con triste nostalgia a mi amigo pintor y poeta Víctor Mira, yo sé por qué… Víctor se suicidó en Seefeld, cerca de Munich, Alemania, el 18 de noviembre de 2003 —siempre quiso morir antes de tiempo: “Me horroriza no estar muerto y tener que sentir la repugnante vida latiendo en mí como un animal antiguo”… Víctor y yo nos conocimos en los años setenta, pero sólo a partir de 1984 comenzamos a fraguar una amistad más profunda, en torno al arte por supuesto, a destilar complicidades, a encontrarnos en nuestras palabras, en nuestras discusiones sobre la nada y todo lo demás, a inventar proyectos que siempre se demoraban por una u otra causa ajena a nuestra voluntad, hasta que al fin hicimos juntos algo memorable a mediados de los 90’… para otra vez alejarnos, vernos de tarde en tarde; aunque seguíamos deseando compartir nuevas aventuras, nunca llegábamos a nada concreto, divagábamos…
Nuevamente en 2002 le propuse participar en dos grandes proyectos que por aquella época estaba organizando; Víctor aceptó con desmesurado entusiasmo, como siempre hacía cuando suponía un reconocimiento a su singular trayectoria artística —él era así de emotivo y resentido: siempre tan olvidado, injustamente “ninguneado” por el “arte-organización” en España… Desde entonces nos vimos con más frecuencia, nos escribíamos, nos hablábamos, nos encontrábamos por cualquier motivo en Mallorca, en Madrid, Barcelona, Valencia o Berlín, o en su casa-taller en Breitbrunn, en la región de los lagos cerca de Munich. En Breitbrunn me confesó su obsesión por el cuadro “El monje frente al mar”de Friedrich: hacía más de quince años que retomaba intermitentemente este tema y lo abocaba en sus pinturas, dibujos, grabados y proyectos escultóricos. Víctor me regaló varios catálogos suyos de exposiciones con esas series —“El monje frente al mar, atemperado”— y por primera vez me habló de un proyecto —“Meditación acerca del agua dulce”— que tendría como protagonista al monje (el mismo Víctor) frente al agua (o la vida, o no sé qué)… Acerca de ese monje Víctor Mira escribió: “El monje junto al mar de C. D. Friedrich más que una pintura es un ejemplo de imagen mental. El cuadro aunque parezca estar dedicado al cielo, ya que el cielo cubre las cinco sextas partes de la superficie, no es tanto así, ya que es el mar reflejado en el espejo del cielo lo que se observa. La mirada atraviesa la pintura como si fuese una muralla imaginaria y se sumerge en la tensión transparente e inconmensurable de la contemplación del mundo. Friedrich se representó a sí mismo en monje junto al mar y con sus pisadas nos hizo un lugar en su interior desde el cual nos trasfiguramos en el monje y por lo tanto en el propio Friedrich. El hecho de que Friedrich sólo pintase una pequeña franja de tierra, estriba en la poca importancia que le otorgaba al lugar, ya que se trataba más que nada de un lugar imaginario donde la contemplación del mundo pudiese alcanzar una visión sobre la vida y la muerte”…
En aquellos últimos meses hablamos mucho sobre la muerte y sobre la vida, es decir el arte. De algún modo sentía que Víctor tenía prisa por “marcharse”… entonces más que nunca… En Apología del delirio había escrito: “El acto de pintar me lleva siempre al borde del suicidio, a la obsesión de sofocar la culpabilidad, de degollar al artista y dejar al hombre solo, en sí mismo”… También recuerdo que años atrás, en una entrevista de ficción que Víctor se hacía, se preguntaba y respondía: —"Por favor, dígame qué es lo que pretende... —Nada, y por eso es por lo que me refugio y fijo los ojos quietos en la pared, en esa pared de mi estudio tan blanca y tan normal, hecha por un hombre cualquiera. Esa pared es la nada en la que me refugio, sin nada de imaginación, sin nada, y sobre todo sin ser molestado por las ideas"…
¿Qué buscabas allí en Seefeld, Víctor, en “la orilla del lago”? ¿Qué ves ahora, Víctor? ¿Es la Nada, Víctor?... Qué elocuente silencio el de los muertos… Tan elocuente como locuaz…
Pintura: "El Monje frente el mar" (1809-10), Caspar David Friedrich (1774-1840). Staatliche Museum de Berlín...