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martes, marzo 18, 2008

Saludo y Portada a mi librito de viaje sentimental a Tenerife, la ballena-isla-volcán...


Esta imagen que veis arriba es la portada que he compuesto para el “librito” de relatos de mi viaje a Tenerife —la ballena-isla-volcán—, del que ya sabéis su origen y motivos todos los que me leéis con mirada generosa y corazón limpio hace tiempo… Para los que vengan por primera vez a esta “casa” o se hayan demorado por ahí hace días les aconsejo lean antes mi declaración de intenciones en el texto: Dónde y qué voy a hacer los próximos días, meses, años…http://arterapiasentimental.blogspot.com/2008/03/dnde-y-qu-voy-hacer-los-prximos-das.html

He articulado la historia de mi “viaje sentimental” en cinco capítulos independientes, consecutivos en el tiempo, que podéis ya leer y seguir uno tras otro tal como los he escrito para el Blog desde esta entrada hacia abajo, es decir los anteriores cinco postah... puse las mayúsculas porque recibí algún comentario en el que me agradecían la información y decían que esperaban leerme cuando los escribiera... jajajaja…
Es mi regalo para vuestros ojos esta Semana Santa… Los próximos días estaré en silencio leyendo vuestros comentarios y vuestras literaturas… Disfrutaré entretiempo de la amabilidad de mi isla, de sus costas y territorios, y de algo más por supuesto (que no contaré si no es realmente excepcional)… Pau Llanes renacerá el próximo domingo… Ave Fénix, guerrero reinventado.

Vuelan mis últimas palabras para quien me lee bajo los volcanes de Xela, en Guatemala, y me envía mensajes con cariño desde sus selvas… para quien realiza ceremonias de ausencia en México en mi recuerdo y me hace presente en su casa, en su cuerpo, en su alma, bajo la forma de pétalos de flores blancas, que la echo en falta… para quien anda perdida en su isla de adopción y busca volcanes en mi nombre, que no sabe todavía que mi nombre es su volcán… A todas ellas y a ti, que me lees, viajan mis palabras como fina lluvia de primavera… Te amo es decir poco…



Dibujo: Libro de Horas, 1991-1992

sábado, marzo 15, 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (I)




Llegando a la isla, veo por primera vez el volcán despuntando sobre las nubes. Sólo se entiende su enormidad a esta altura, enfrentados, con su estatura. La tarde era ámbar dulce, la noche me supo a carbón de azúcar… Luego de dejar mis cosas en el hotel y tomar posesión de sus vistas, paseé hasta la media noche dejándome llevar por la gente y sus estelas; así me llevaron a sus calles antiguas, en volandas a los alrededores de La Concepción, a sus terrazas al aire libre en donde se come, bebe e intercambian miradas descaradas. Cené papas arrugadas con mojo picón, por supuesto, bacalao de cualquier manera y una torta que no terminé de seca que estaba; bebí de todo un poco: copas de vinos jóvenes afrutados: tinto —Cráter 2005—, blanco —Viñatigo—, y un delicioso licor dulce de postre: Humboldt 2002… —¡qué maravilla!— Bebí mejor que comí; me fui a la cama con una sonrisa que no me cabía…

Me desperté pronto, al amanecer, y eso marcó el resto de mis días en Tenerife. Tomé decisiones importantes: me movería por la isla sólo en autobuses públicos y caminando, nada de guías turísticas, sólo un buen plano de la isla y mi olfato como brújula, sin itinerarios previos, sin horarios convencionales, prohibido el shopping, comer y beber a mi gusto y con mis ganas, detenerme de vez en cuando para escribir “sensaciones-telegrama”, leer a ráfagas —me había llevado la colección de relatos de Haruki Murakami: Sauce ciego, mujer dormida— y pensar lo justo, sólo lo suficiente, pensamientos-haiku; apenas buscar, dejarme encontrar, reconocer… En suma, moverme como explorador, actuar como cazador, sentir como guerrero…

El primer día, el viernes 7, lo dediqué por entero a la ciudad extendida Santa Cruz-La Laguna. Comencé desayunando en la calle, bebiendo zumos de frutas y miradas de transeúntes. Luego me desperecé por las calles recién inauguradas: me asomé a los escaparates, coqueteé en un par de librerías, seguí inadvertido a un par de preciosas mujercitas a ver dónde me llevaban hasta que me topé con una especie de mercado colonial —La Recova— en donde pasé un buen rato merodeando los puestos de frutas y verduras —pero qué derroche de colores, de sabores conocidos y de los otros que pregunté por curiosidad: papas negras, coloradas, azucenas, de ojo de perdiz, calabaza, habichuelas, ñame, bubango, batata, chayote, tomates y pimientos en todas sus variedades, plátanos, papayas, mangos… ummm… Y luego los quesos, que fui picando y probando uno a uno de un sitio a otro: un queso fresco, tierno, de cabra ahumado de Benijos; una tapa de queso semicurado con pimentón de Flor de Guimar, un queso semicurado de cabra con corteza de gofio, un Queso de Flor de Gran Canaria mantecoso y con regusto amargo, un queso de La Gomera ahumado con brasas de tabaiba, jara y brezo, picante y de sabor recio… y por fin un delicioso queso de cabra ácido y algo picante, un majorero de Fuerteventura, uno de mis quesos favoritos… —almorcé pues a media mañana, de pie y transitando por el mercado. Luego, otra vez a la sombra de La Concepción, me detuve a refrescarme con un par de cervezas y a leer a Murakami: “Por decirlo de la forma más sencilla posible, para mí escribir novela es un reto, escribir cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín. Los dos procesos se complementan y crean un paisaje completo que atesoro”. Un pensamiento-haiku: los poetas árabes se refieren al corazón de sus enamoradas como “un jardín cambiante bajo el imperio de las estaciones”; pero también su sexo es un jardín, la promesa de un tesoro por descubrir, el placer de sus misterios, sus aromas, el reto para el jardinero que con paciencia lo siembra y cultiva… Escribo recordando a Don Juan de Castaneda: “Un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere”.

Descansado y bien leído me dirijo al Museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife: un caserón imponente con excelentes colecciones y aparatoso montaje audiovisual presuntamente didáctico: consumo un buen rato viendo videos y diaporamas, me mareo con tanto pajarito isleño, los nombres de las lagartijas, el photoshop de las flores y plantas del lugar… ufff… que ya casi no tengo fuerzas para recorrer sus yacimientos arqueológicos, ojear el resto de sus restos, saber de la vida de los guanches… Me entretengo un poco más en las cámaras frigorífico de las momias: miro a la muerte de frente, con respeto, me abismo en las cuencas vacías de sus calaveras, cuento sus dientes haciendo cábalas, mido a ojo la longitud de sus huesos… No me intimida la pornografía de la muerte, pero me asquea su espectáculo. Yo no quiero ser estiércol para las miradas-gusano de los turistas; quiero ser ceniza y viento cuando me toque, invisible a las miradas, oler a resina de sándalo, hierbabuena, vainilla… No quiero fosilizarme en tu memoria, amor, ni permanecer momificado en tus recuerdos, árido y estéril, deshidratado de mis líquidos más íntimos, con los que te bañaba: mi saliva, mi semen, mi sangre en tus uñas, en tu boca, a dentelladas… Escribo: “Cuando uno no tiene nada que perder se vuelve valiente. Sólo somos tímidos mientras nos queda algo a lo que aferrarnos”…

Salgo a la calle —qué luz tan africana, dios—… surfeo sobre la brisa de los alisios y continúo paseando a izquierda y derecha: primero a la estación de gua-guas para aprenderme las rutas y sus horarios; luego a los muelles para oler el mar estancado, a las plazas de la ciudad para catalogar sus arquitecturas, por las calles a leer sus nombres y deletrear sus rotulaciones… La media tarde me sorprende en la Plaza Weyler leyendo a Murakami: “…las personas que ven fantasmas los ven con frecuencia, pero no tienen presentimientos, y las personas que sí tienen presentimientos no suelen ver fantasmas”… Y entonces recuerdo las palabras de Jassiba, la mujer-jardín de Mogador: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Estar enamorado es estar poseído por alguien. Cuando una desea se vuelve como una casa llena de fantasmas”…

Descansado y atemperado, me pongo en marcha nuevamente. Ahora a La Laguna: ciudad antigua y Patrimonio de la Humanidad, dicen… y desde luego Universidad. En tranvía (rápido y comodísimo) el centro de La Laguna está a poco más de media hora. Recorro la ciudad vieja en un santiamén, hago fotos al atardecer, recuerdo otras arquitecturas coloniales: en Montevideo, Quito, Santiago de Chile, Santo Domingo, Cuba, el golfo mexicano… Paseo, tasqueo… Ya de noche encuentro un restaurante italiano detrás de la catedral: ceno bien, buena pasta fresca y cocina con imaginación (aunque recalentada); buen vino blanco de cepas a más de mil quinientos metros de altura. Converso un rato con el simpático maître hablando de vinos de altura: de Chile, del Somontano, los Riesling alsacianos, y sobre todo de los de Tenerife, de las comarcas de Abona, de Tacoronte-Acentejo, las excelencias del valle de Güímar, del valle de la Orotava y de Icod y Guía de Isora, de sus variedades blancas —listán blanco, la vijariego blanca, la bermejuela (me encantó un vino joven de esa uva)— y especialmente de la malvasía blanca que da un vino excepcional de color oro viejo, dulce natural, por el que Falstaff era capaz de vender su alma al diablo… De postre, por supuesto, dos copas de malvasía, pero rosado: Brumas de Ayosa, qué delicadeza, me sabe a guayaba fresca, memorable…

Son casi las once de la noche y vuelvo a Santa Cruz. Estoy cansado pero feliz, y más después de esa rosada dulzura… Llego al hotel en un pis pas… todavía falta media hora para la media noche. Preparo mis cosas para mañana, para ir al volcán; me levantaré a las seis de la madrugada… Leo un cuento corto de Murakami —El año de los espaguetis: “Pero quiero que me comprendas. En aquella época, yo no quería mantener ninguna relación con nadie. Justamente por eso iba yo haciendo espaguetis un día tras otro. En aquella enorme olla donde habría cabido un perro pastor alemán”… Me dormí como un bendito con regusto a malvasía. No tuve tiempo ni para pensarte…


Fotos: "Habitación con vistas", Iglesia de la Concepción-Santa Cruz de Tenerife, Palacio de los Capitanes-San Cristobal de La Laguna; marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (II)




A las seis en punto, arriba… todavía es de noche. A las siete ya estoy de camino hacia la estación de autobuses; a las 7,30 h. salgo hacia Puerto La Cruz, en la costa noroccidental de la isla, en donde tendré que tomar otro autobús que me llevará hacia el Teide. Recién amanece el día veo que no hay nubes, el cielo está totalmente despejado; es un “regalo de dios” se mire como se mire… En la autovía a Puerto La Cruz descubro el volcán a lo lejos: está nevado, o al menos hay grandes placas de hielo en su parte superior. La costa por esta zona desciende suavemente hacia el mar azul; se ven muchas construcciones nuevas en medio de campos y plataneras; en general se trata de arquitecturas brutas, sin alma, a las que ni siquiera salva el color de su maquillaje —qué mal gusto el de sus propietarios, sus constructores, pero qué fortuna la de vivir en este paraíso frente al mar, los muy cabrones… Llegamos puntuales al puerto turístico, la ciudad se despereza, compro un periódico y me entero entonces del último asesinato de ETA… —en ese mismo momento pensé en recomponer para este blog mi Manifiesto contra el fanatismo. Sólo tengo palabras para combatir la barbarie y el fanatismo, sea cual sea su pretexto; pero no crean los fanáticos que mis palabras son de fogueo aunque no maten como las suyas, ni siquiera les dejen malheridos. Mis palabras son terribles para ellos y sus cómplices, jamás las podrán olvidar: tatúan al rojo vivo una sola palabra en sus frentes… ASESINOS… Qué más puedo decir…

A las 9,15 h. salimos hacia el Teide escalando sus laderas, atravesando el valle de Orotava y demás pueblos de sierra. Ascendemos a buen ritmo, apenas hay coches en la carretera. El valle, que debió ser una preciosidad hace un tiempo, un vergel, hoy es una masa informe y continua de casas y arquitecturas a cual peor y más esperpéntica; hay bloques de adosados horribles que arruinan la escala rural, el paisaje natural; yo a esto también le llamo terrorismo… A partir de los mil metros de altura comienza un denso bosque de pinos canarios y brezos que se espesa más y más y apenas deja pasar la luz: es la llamada Corona Forestal, estamos en pleno Parque Nacional de las Cañadas del Teide… De vez en cuando el cono del Teide se deja ver —imponente—, coquetea con nuestras miradas y deseos… Los pinos crecen bien alto y rectos: compiten por el sol sobre el mar de nubes; creo que también se aupan para ver mejor el volcán, árboles curiosos más que humanos, enraizados… Qué fatal destino el de los árboles, sin pies, sin alas ni aletas, siempre fijos en sus lugares de nacimiento hasta su muerte: para un viajero su peor destino es ser en una próxima transformación un árbol cualquiera, un vegetal “aterrado”, cualquier planta que tenga raíces… —incluso la yedra que escala los muros hacia tu terraza, mi amor.

Por encima de los 1.500 m. la vegetación se achica y escasea: arbustos, matorrales, retama; a partir de los 2.200 la lava caprichosa y las dunas de cenizas petrificadas se adueñan del paisaje, estamos en el borde del paisaje lunar, en los labios del volcán, ascendiendo por sus estrías… Un par de paradas logísticas y en unos minutos nos encontramos en la base del teleférico a 2.350 m. Por fortuna todavía no han llegado los autobuses turísticos, así que puedo subir pronto a la “máquina” que me lleva a la cumbre (bueno, a sus proximidades). Apenas son diez minutos de ascenso casi vertical; el panorama es indescriptible, me faltan las palabras. Colgado sobre el abismo miro en derredor y descubro los hitos principales de un horizonte de casi 360º; la soledad aquí arriba es sobrecogedora. Por fin llegamos a la Terminal, la Rambleta, a 3.350 m. de altura, a un tiro de piedra de la cima-cráter. Se siente la falta de oxígeno, la presión aconseja andar poquito a poquito, hacer lentos movimientos, disfrutar la altura y sus vistas sin demasiados excesos físicos —los pensamientos, los sentimientos del alma, que se desboquen, por supuesto.

A estas alturas del relato confío que todos los que me leen saben qué he venido a hacer a Tenerife, al Volcán, hoy 08/02/2008. Si alguien entró por casualidad a esta casa le remito a mi texto Dónde y qué voy a hacer los próximos días, meses años: http://arterapiasentimental.blogspot.com/2008/03/dnde-y-qu-voy-hacer-los-prximos-das.html Estoy en la ballena-isla-volcán para oficiar mi ceremonia de dedicación y entrega al destino en el umbral de un nuevo periodo de mi vida que intuyo y ciertas señales me anuncian. Estar aquí y ahora ya es en sí parte del ritual: “el hombre que mira a lo lejos” está sobre su atalaya más elevada dispuesto a ver venir su futuro de lejos, a reconocer sus signos, a culminar su metamorfosis última desde el estado de crisálida al de mariposa, ser alado que todo lo recrea con el batir de sus alas y el torbellino de sus colores… El guerrero asciende a la montaña-volcán a purificarse, a pedir perdón a los que hirió sin querer o en un arrebato de pasiones; luego descenderá al desierto a caminar y recorrer los laberintos de espacio y tiempo indeterminados, a buscar su salida hacia el otro laberinto construido que será su hogar y habitará los próximos tiempos, haciendo sus magias convencido, elaborando sus arterapias benéficas, atrayendo las miradas del mundo y sus devotos, diseminando con generosidad sus palabras y su voz de durazno… Aquí estoy en el altar bajo la cima del volcán…

Lo primero que hago es escribir en un papel los nombres de todos aquellos a los que quiero pedir perdón y sus justas causas. Luego rompo ese papel en los más pequeños fragmentos que puedo hacer con mis manos; busco un lugar en donde depositarlos en secreto esperando que el viento de la montaña los expanda un día de estos, arremolinados, para que viajen a sus destinos… No es fácil, ya hay mucha gente aquí arriba, también guardianes que vigilan el cumplimiento de las más convencionales prohibiciones, como no arrojar “cosas” al espacio natural, etc. No obstante me siento en paz; la escritura de esos nombres y mi más sincero arrepentimiento y petición de perdón por mis excesos de orgullo o vanidad o soberbia, mis faltas de piedad o comprensión, mis venganzas, surten el efecto de descargar de golpe buena parte de mi tristeza… Por fin los guardo entre la nieve helada con la esperanza de que se conserven mientras llegue el deshielo y vuelen luego a su aire. Me siento feliz, yo sé por qué… Entonces busco a alguien que me haga una foto, me retrate con esa expresión de paz interior y alegría que se exterioriza sin más motivo que ser feliz a mi manera —también son importantes las imágenes memorables que expresan estas emociones; son recuerdos para compartir… Pido el favor a una pareja que conversa mirando al vacío; con una sonrisa me retrata el hombre. Les pido me dejen devolverles el favor, aceptan que les retrate con la cima del volcán sobre sus cabezas. Nos despedimos con sonrisas y comentarios amistosos… Una vez oficiada la primera ceremonia, dedico unos largos minutos a contemplar el magnífico espectáculo de la Naturaleza ante mis ojos: al oeste, el mar de nubes sobre el mar de olas; enfrente el observatorio astrofísico que mira y vigila el universo; a lo lejos las montañas de Gran Canaria sobre su propio mar de nubes; abajo y al este, sierras y campos de lava, llanuras de cenizas y valles lunares, los Roques de García, el trazado de una carretera y caminos en medio del desierto y la estepa de retamas; en un punto de la carretera la arquitectura minúscula del Parador Nacional del Teide… —¡Qué sublime, dios!… qué regalo para quien su nombre secreto es “el hombre que mira a lo lejos”. Antes de bajar al valle de lava y sus desiertos llamo por teléfono y envío mensajes a gente que quiero, que me importan —ay, si supiera tus números, amor, tu nombre por lo menos… siento que vienes pronto, te presiento, te huelo… pero no sabemos todavía de nuestras voces, de sus sabores, sólo podemos leernos aquí de tiempo en tiempo… Qué daría porque me leyeras, me escucharas, con sólo pensarte…

En unos minutos estoy en la base del teleférico y comienzo a descender caminando hacia el desierto a los pies del volcán. Sé interpretar los mapas y los signos de los desiertos —llevo media vida haciéndolo, son como mi jardín doméstico. A unos cientos de metros encuentro un camino, unas instrucciones para caminantes; sigo adelante, dibujo en mi mapa mental las direcciones y sus posibilidades. Avanzo confiado y feliz, sólo llevo conmigo agua, nada de comida, ayunaré antes de llegar a la meta que me he fijado, el Parador. Sigo un camino a veces frecuentado por otros caminantes entre campos de lava roja y negra y dunas de cenizas volcánicas; parece que en primavera desflorará la vegetación típica del territorio: retamas, tamajiste, alhelíes, tenástica, violeta del Teide, hierba pajonera. Hay un hermoso silencio; hablamos de nuestras cosas mi sombra y yo… En un punto determinado, alejado de miradas por sorpresa, en soledad, inicio mi segunda ceremonia: la de los deseos… Traigo conmigo tres copias de los dibujos de Izabella Jagiello; escribo sobre ellos dedicatorias para los deseos de tres personas que de algún modo me lo han expresado, los guardo en una bolsa, acompaño a los dibujos una postal del volcán en donde escribo una nota por si alguien los encuentra antes que sus destinatarios los recojan para sí —lo que significará que sus deseos se han cumplido—, le explico a ese hipotético “encontradizo” de qué se trata, le pido que respete esta ceremonia, le remito a este blog para saber más y saciar su curiosidad… Guardo la bolsa bajo piedras de lava bermeja en una oquedad natural; miro al volcán desde abajo y le ruego interceda al destino nos regale estos deseos y muestre el camino para ir a su encuentro… Así sea; así será…

En un recodo de la senda me siento sobre una roca y leo a Murakami en su cuento El hombre de hielo:Yo no tengo pasado. Yo conozco el pasado de todas las cosas. Conservo el pasado de todas las cosas. Pero “en mí” no hay pasado. No sé dónde he nacido. No conozco el rostro de mis padres. Ni siquiera sé si realmente los he tenido. Ni siquiera sé cuántos años tengo. Ni siquiera sé si, en verdad, tengo edad”. Recuerdo a Castaneda: “Un guerrero no necesita historia personal. Un día descubre que ya no le es necesaria, y la abandona”… Pienso y escribo: “No hay regreso posible a la ignorancia inocente. ¿Nuestra felicidad depende de nuestra sabiduría o de nuestra ignorancia?” Llego al Parador en poco menos de tres horas desde que abandoné el teleférico. Falta más de una hora para que llegue el autobús de vuelta. Me siento algo deshidratado pero no cansado. Bebo y bebo más agua, y un sándwich para reponer fuerzas. El resto del tiempo antes de partir paseo por la zona de los Roques de García —conmovedores fantasmas petrificados— y fascinado extravío la mirada sobre el Llano de Ucanca, un auténtico valle lunar en donde experimento nuevamente el sentimiento de lo sublime ante su vastedad y desnudez… Cuántos sentimientos de lo sublime en mi vida; y qué distintos, aun con el mismo sobrecogimiento ante la inmensidad de la naturaleza y sus caprichos…

Por fin llega el autobús puntual. En un santiamén abandonamos la llanura árida y reingresamos en el bosque de pinos, para luego rozar el mar de nubes casi pegado a la montaña. Antes de las seis ya estoy paseando por Puerto La Cruz husmeando el ambiente y scaneando cafeterías para descansar un poco, hacer tiempo. Aquí el cielo está nublado, hay fuerte brisa, siento frío. Sentado en una terraza oigo las gracias de un par de cubanas de piel canela llamando la atención. “Lo siento, hoy no es nuestro día”, pienso para mis adentros. Pago y me voy rápido hacia la estación de autobuses. A las ocho en punto estoy en mi hotel. No ceno, por supuesto. Me quema la cara… Esta noche no hay ni Murakami, ni Castaneda ni Pablo Llanes que valgan… Bona nit, cara...
Fotos: Serie "El Teide y sus paisajes", "Deseos-dibujos"; Tenerife, marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (III)


Suena la alarma del teléfono: son las cuatro de la madrugada… He dormido casi ocho horas de un tirón, qué milagro. Descansé profundamente, me siento totalmente recuperado del esfuerzo y las emociones de ayer. ¿Y hoy? ¿Qué voy a hacer hoy, día de las elecciones?

Hace dos días recibí un e-mail de una personita que no conozco pero que siento cerca. Nos leemos desde hace unas semanas. Me dice que sus orígenes están en Tenerife aunque vive en otro país, que añora su isla, que sus ancestros proceden de un pueblo en la costa norte, de Taganana… Sólo leer ese nombre deseé conocer el lugar… Así que hoy me voy hacia Taganana, a descubrir los secretos del lugar, a recorrer su territorio. Al levantarme tan pronto tengo tiempo para planear el viaje e incluso elegir la ruta. En vez de ir directamente en autobús desde Santa Cruz elijo salir desde La Laguna y atravesar en autobús buena parte del Parque Rural de La Anaga, que la recepcionista del hotel me ha dicho que es espectacular y con espléndidas vistas. Llego a La Laguna pronto, todavía me queda tiempo para pasear un rato por la ciudad antes de tomar el autobús hacia La Anaga; el cielo está medio nublado, incluso puede llover, hace fresco. A los pocos kilómetros entiendo que mi elección ha sido la mejor: Se trata de una zona montañosa y escarpada cubierta casi en su totalidad de vegetación, la excepcional “laurisilva” de la Macaronesia, el original bosque subtropical atlántico que apenas resta en alguna pequeñas zonas de Canarias, en Madeira y poco más, y que aquí en La Anaga tiene algunos de sus mejores ejemplos. El autobús está atestado de niños excursionistas y maduros senderistas, es la mejor señal.

Me apeo en un sector elevado de la carretera —cerca de Las Casas de la Cumbre— y allí pregunto sobre posibles caminos y senderos para ir a Taganana; la gente es muy amable y en mi mapa y en cualquier papel me dibujan planos y rutas… Subo, bajo, me interno en el bosque por pistas y senderos, retrocedo, hago auto-stop, sigo caminando, subo a las alturas, desciendo por los barrancos, me llevan, voy sólo… así paso cerca de tres horas hasta que diviso allá abajo Taganana. Estoy cerca de lo que llaman la Casa Forestal: sigo un camino que se dice de Las vueltas de Taganana —luego me entero que es el antiguo camino construido poco después de la conquista castellana que unía Taganana y La Laguna—, atravieso un sector de laurisilva realmente fantástico; qué vegetación, es un paraíso: laurel, tilos, palo blanco, marmorán, naranjero salvaje, viñátigo, fayas, brezos; y vegetación de colores que esperan su primavera: tejos, siemprevivas, malva de risco… ummm… Respiro hondo, dejo que la mirada revolotee de arriba abajo, de izquierda a derecha a su gusto, del mar a las cumbres escalando los riscos verticales, del bosque a los cultivos en terrazas, de las nubes a sus fondos de azul profundo… No llueve, no creo que vaya a llover, pero el cielo se cubre y descubre con total coquetería, a veces me quema el sol y otras tengo escalofríos (también de belleza). Leo a Murakami: “No tengo la menor idea de por qué un domingo como aquél una tía pobre, precisamente, tuvo que robarme el corazón. A mi alrededor no había ninguna tía pobre, ni siquiera había nada que me sugiriera su existencia. Pero a pesar de ello, la tía pobre llegó y se marchó. Fue sólo durante unas centésimas de segundo, pero estuvo en mi corazón. Y al marcharse dejó atrás un extraño vacío con forma humana. Una sensación parecida a cuando alguien pasa un instante por debajo de tu ventana y desaparece. Tú corres a la ventana y te asomas hacia fuera. Pero allí ya no hay nadie”… Luego de leer a Murakami, no pienso, no escribo… Sólo intento imaginar a la mujer que me ha dicho “Ven a Taganana, hazlo por mí

Llego al pueblo en poco más de una hora; el paisaje hasta allí conmueve como pocos… Atravieso las primeras casas, algunas realmente hermosas y antiguas; bajo por las calles empinadas hasta cruzar el barranco que divide el pueblo, la vegetación aquí parece selva virgen por lo frondosa: yedra y madreselva, plataneros, palmeras, creo que hasta cañas de azúcar, bugambilias, dragos de todas dimensiones y edades. A la izquierda, el mar azul-azul; al frente la iglesia (antigua, noble y austera); al fondo de la plaza, una ermita encalada festoneada de toba roja… Entro en la iglesia, no hay nadie ni en su interior ni en su puerta —estarán votando, pienso. Me arrodillo sin fe pero con emoción… Qué paz, qué silencio, dios… Me vacío y siento encima del olvido, no sé cuánto tiempo transcurre… Al salir, reparo en un retablito, un tríptico, en el muro… —qué preciosidad, es flamenco, seguro, me digo… del XVI y de muy buena mano… en la tabla central se representa la Adoración de los Magos… Salgo a la calle y me siento en un banco de madera pintado de verde bajo cuatro imponentes árboles, a su sombra, en el costado de la iglesia… La iglesia está dedicada, como esta plaza, a Nuestra Señora de las Nieves… la vista desde aquí es espectacular: arriba los riscos —los roques—, más abajo el mar excepcionalmente azul… Traigo la paz ceñida a la cintura y enroscada a la cabeza… Contemplo el tiempo, la luz, los colores, incluso contemplo, más que escuchar, los cantos de los canarios y los mirlos: mi tarea ahora es contemplar en el templo abierto de Taganana… ¿Por qué me has traído aquí, mujer?

Quiero escribirte una carta sentado frente a esta pequeña parcela del paraíso habitado: “He venido a la tierra de tus ancestros a encontrarte, señora. Gracias por desvelarme uno de tus secretos y atraerme con tal señuelo a este íntimo mirador de tu alma. Me siento bien a tu sombra, en paz conmigo mismo y con el mundo, con placer desarmado de mis prejuicios y cautelas, expectante de tus otras señales, tu rostro por ejemplo, las otras sorpresas que guardas para mis ojos, tus manos… He llegado aquí imaginándote por el camino, he ido pues inventado tus otros avatares con fragmentos de laurasilva y espuma de mar; pintándote de azul y verde y tierras bermejas; no sé si ahora eres niña o mujer, o ambas a la vez. Entregado a tu causa me he dejado rodear por tus raíces, tus lianas desde lejos, y que trepes a mi cuello para caligrafiar lo que desees y como quieras, sumiso a tus palabras y dictados: con los labios, las uñas, tus blancas ferocidades, la punta de tu lengua roma… ¿Qué has imaginado para mí? ¿Qué otras tareas has pensado regalarme para hacer en tu nombre? ¿Cuál es tu nombre fuera de la celda de los leones que te acompañan y sirven? Me conmueve el silencio de este lugar habitado tanto como el de tu voz esta tarde de domingo… ¿Cómo te contaría este silencio en Taganana ahora mismo? ¿Es el que tú recuerdas? ¿Cómo es tu silencio allí arriba en tu terraza desde la que me miras lejana pero a mi costado? Aquí y ahora el silencio es puro rumor sordo de hojas y pétalos acariciados por la brisa, como mis pestañas acariciando tu vientre desacostumbrado… ¿Lo recuerdas; me recuerdas después de tanto tiempo?... ¿Nos conocimos en algún tiempo; nos amamos alguna vez? Ay, no quiero saber y quiero saber y aprenderte… ¿Soy yo el mago oriental de ese retablo? ¿Eres tú mi virgen aun habiendo transitado por las ciénagas y la desesperanza?... ¿Quién traería tal belleza a este paraíso escondido entre peñascos y protegido por la bravura de un océano? ¿Con qué objetivo, mi niña-mujer? ¿Son estas gentes las que te guardaron para mí, mi tesoro?... Ya ves, vine a tu llamada dulce aunque imperiosa… Estoy en tu isla-volcán sembrándote de mariposas… Mañana entraré en el vientre de la ballena, recorreré sus laberintos… en su centro desearé nuevamente encontrarte (pronto, más pronto de lo que te imaginas)… Soy el mago que elegiste… En la dorada copa traigo tu vida, que es mi vida, señora… No tardes más de lo debido; ahora el que espera soy yo… —en Taganana”…

Luego de escribir esta carta que me dictaron las ramas más altas de los árboles de la plaza de Nuestra Señora de las Nieves de Taganana seguí mi camino hacia la costa cercana cuyo azul a esas horas era un puro escándalo… Antes de salir del pueblo reconocí un cartel antiguo de chapa verde en el lateral de una casa: una enorme S constituía toda su imagen a lo lejos; de cerca se lee SINGER… ummm… las palabras, los mensajes a interpretar… ¿La serpiente tentadora?... ¿Alguien que canta; el canto del loco?... ¿Algo sobre nosotros, los de alma sufí, quienes “hilamos” y tramamos tapices voladores?... Quiero aprenderte… ¿Sí? Sí… —¿por qué no?...

Fotos: Series "Parque de Anaga" y "Taganana"; Tenerife, marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (IV)

¡Son más de las dos de la tarde!… He estado tan ensimismado en estos bosques de Anaga, en Taganana, abstraído en esta experiencia mística del paisaje, caminando el territorio, habitándolo no sólo con la mirada, que la tarde ha llegado por sorpresa y con ella algunas de esas necesidades humanas, demasiado humanas, que me encanta disfrutar más que padecer… ¡Tengo hambre! Ay, no sólo el hombre vive y se alimenta de belleza…

Camino cuesta abajo por la carretera hacia la costa; en unos cientos de metros llego al acantilado: el mar está bravo, va y viene con energía, ruge poderoso. Estas costas no son amables ni ofrecen playas tranquilas, lo advierto, aunque haya algún que otro remanso para descansar sin peligro por un rato; nada que ver con las playas del sur de la isla… Me asomo al abismo, miro a izquierda y derecha, y aun a simple vista descubro algunas bahías minúsculas de piedra y arena negras que no entiendo cómo se llega a ellas sino es por el mar. El espectáculo del paisaje desde aquí abajo sobrecoge tanto como desde allí arriba en las cimas de la sierra. La luz cambia a cada minuto: ahora el cielo está plomizo, gris violáceo, pero en la siguiente curva estoy seguro que descubriré otro universo de azules y verdes esmeralda… ¿Alguien duda que el mundo se transforma, cambia, a cada instante, se recrea con portentosa imaginación? Camino y el centro del universo se desplaza a mi paso, gira perezoso, apenas se deja sentir si no es por este viento húmedo y constante que arremolina el cabello y acaricia la barba con sus cinco dedos… En un par de kilómetros llego a una pequeña playa-refugio, un caserío de casas pegadas a la roca; hay bares y tascas para comer, muchas motos y coches aparcados a orillas de la carretera, gente que desafía las olas con sus tablas y trajes de neopreno: se llama Roque de las Bodegas; buen nombre para pararse un rato a beber… Tengo hambre y me conozco…

No me pregunten por qué, pero los viajeros tenemos una habilidad especial para encontrar y seleccionar buenos lugares para comer y beber, y no es sólo por olfato. En Roque de las Bodegas elegí Casa Olga, y elegí bien por muchos motivos. Exactamente son las tres de la tarde: me siento en una terraza sobre la carretera, a la sombra; no hay mucha gente fuera, quedan un par de mesas libres, y elijo una que me permite mirar a la costa y al fondo los Roques de Anaga —qué hermosa vista, es una de las mejores posibles. Al camarero que me atiende le dejo que me aconseje, nos ponemos de acuerdo de inmediato: un plato de garbanza con tropezones de manitas de cabrito o cordero (creo), papas arrugadas (borrallas, exquisitas) y mojo picón de la casa, y un “abadejo enterito para mi solito”, frito, por supuesto… Mientras me preparan la comida voy bebiendo de una garrafa de vino blanco de bodega, de la zona, que es realmente delicioso… Leo a Murakami:

—“¿Faltaba algo que propiciara nuestro reencuentro? —le pregunté.
—Exacto —respondió él. Y asintió repetidas veces. Era fundamental que ocurriera ese algo. Y entonces lo pensé. Que una coincidencia fortuita tal vez sea un fenómeno normal y corriente. Es decir, que ese tipo de cosas ocurren constantemente, a diario, a nuestro alrededor. Sólo que nosotros no solemos prestarles atención y pasamos la gran mayoría por alto. Como sucede con los fuegos artificiales a medio día, oímos un débil estallido pero, al alzar la vista al cielo, no vemos nada. Sin embargo, si estamos en una disposición de ánimo en la que necesitamos ardientemente que ocurra algo, tal vez envíen un mensaje dentro de nuestro campo visual y se hagan visibles. Que tomen una forma y un significado comprensible para nosotros. Y que nosotros, al percibirlo, exclamemos sorprendidos: “¡Menudas cosas pasan! ¡Qué raro!”. Aunque en eso, de raro, no haya nada
”… —Y no me apetece añadir nada más al respecto… Sé muy bien lo que es una coincidencia, una probabilidad más o menos razonable, incluso previsible, de que se produzca algo o nos encontremos con alguien, y su cálculo matemático… Pero hay encuentros probables y otros “por necesidad” que retan a la lógica y arruinan las matemáticas… ¿O no?

Me como las garbanzas en un santiamén dejando el plato como una patena de limpio… Luego traen el abadejo, dorado y torradito por fuera, tierno y blanco por dentro, que voy diseccionando con paciencia quirúrgica mientras alterno sus bocados con las papas arrugadas untadas en el mojo rojo… y todo me sabe a gloria… —Pero qué fácil estar felices; nos complicamos por nada, pienso, rechupándome los dedos… El camarero me visita de nuevo para jalearme y de paso me trae otra garrafita de vino… ummm… qué delicia… —esta comida es un regalo de dios, otro; ¿cuántos van hoy?, me pregunto por preguntar… —Y entonces pasa lo que tenía que pasar: una exacta verificación de los caprichos del destino y la prueba suficiente de que las matemáticas enmudecen con silencio sepulcral cuando les toca representar los extraños acontecimientos de nuestras vidas, por ejemplo que alguien aparezca por segunda vez en tu vida mientras comes un abadejo frito en Casa Olga un día después de su primera aparición a 3.500 m. de altura…

¡Hola, qué sorpresa! —saludo con una enorme sonrisa a los recién llegados; es la pareja que me fotografió y les fotografié ayer arriba en el Teide, nos reconocemos sin esfuerzo… Conversamos unos segundos con nuestras anchas sonrisas y alguna frase que otra de fondo: yo les digo que el abadejo está buenísimo… y ellos que van a hacerme caso… insisto en la sorpresa… y ellos en que “la buena gente se encuentra en buenos sitios”… ¿Será eso?... En fin… no sé… qué cuestiones tan complejas en estos trances, ¿no?… Así que sigo con mi abadejo y ellos a lo suyo: a sentarse, a mirar la carta, a pedir al camarero y a cuchichear —sobre mí, por supuesto… Casi no puedo con las papas… pero no sé negarme a una ración de queso de cabra semicurado y una copita de malvasía de la casa de postre… —paso de café; y termino el banquete con medio litro de agua bien fresca, el mejor final de fiesta para esta fantástica comida… ummm… realmente inolvidable por tantas cosas…

Antes de marcharme y mientras me preparan la cuenta me acerco a la pareja de “conocidos”… Nos saludamos nuevamente… insisto en mis comentarios sobre las coincidencias y las sorpresas —lo hago por coquetería; cómo voy a decirles lo que sé acerca de los encuentros necesarios y los desencuentros inevitables mientras están comiendo unas garbanzas tan ricas… Él me pregunta si es mi primera vez en la isla, en la Anaga... si soy un turista o he venido por trabajo, etc. Yo le contesto que sí, que sí, que no y que no… Él me cuenta que trabaja y vive en Tenerife desde hace un par de años, que hace tiempo no “viaja” por la isla… pero que su amiga ha venido a pasar unos días y ha querido mostrarle lo que más le gusta… "¡Y aquí estamos!" —concluye con un inequívoco acento vasco-navarro que le sale del alma... Entonces aprovecho para lanzarle un torpedo bajo su línea de flotación; le digo a bocajarro: “Qué bien… Me alegro coincidir con vosotros en los mejores sitios de la isla… Yo vine oliendo belleza, misterio, dejándome llevar… No sé si sabéis que el cociente de probabilidades de encontrarnos ayer y hoy en estos lugares es de 1/112.358.132.134, por decir una cifra, y que lo divertido será cuando nos encontremos una tercera vez… porque esa tercera vez seguro que marcará nuestros dispares destinos y entonces tendremos que compartir una parte de nuestras vidas… A lo mejor hacemos juntos algo memorable, sorprendente, quién lo sabe… acaso por eso el destino nos va educando… No obstante, de lo que estoy absolutamente seguro es que cuando nos volvamos a encontrar, que lo haremos, dónde y cuándo sea, sabremos cabalmente que no se trata de una mera coincidencia, aunque lo diga Murakami… y entonces tendremos que discurrir juntos por qué le somos tan necesarios al universo para llevar a cabo sus planes”… —ufff… me salió de un tirón… Sin perder su sonrisa, él me dice: “Yo soy astrofísico, no hace falta que me cuentes más”… Yo le contesto: “Yo escribo, te contaré un día”… Nos dimos la mano y nos despedimos hasta luego… Ella no abrió la boca: se sentía como un pretexto…

Al pagar la cuenta —¡Veintidós euros ese banquete!— le pregunto al camarero dónde y cuándo sale el próximo autobús hacia Santa Cruz… “A las 6,15 h.; y puedes tomarlo aquí o en Almáciga, el siguiente pueblo a menos de un kilómetro”… ¿Almáciga? ¡Almáciga!... Ese nombre me interesa, cómo no… Salgo a la carretera y asciendo la cuesta que me encamina hacia Almáciga… A unos cientos de metros, al girar a la derecha la carretera, descubro en una sola mirada el resto de la costa con sus Roques y sus playas más accesibles, una tras otra, y el caserío de Almáciga sobre aquella. Voy bien comido y la cuesta me cuesta, valga la redundancia… Por fin me encuentro en el pueblo, busco una plaza y un poco de sombra para sentarme… saco mi Moleskine y escribo: “Almáciga: plantío, semillero, vivero, donde se plantan brotes para luego trasplantarlos… Almáciga: resina aromática que proviene de una variedad del lentisco… La almáciga o tinta medicinal ya la utilizaba Paracelso en su medicina, posee propiedades medicinales conocidas desde antiguo La infusión de hojas y tallo de lentisco son un remedio para la diarrea; su resina, realmente la almáciga o “mástique”, tiene propiedades antisépticas y se utilizaba como goma de mascar para fortalecer las encías y perfumar el aliento, incluso, endurecida, como empaste temporal para dientes deteriorados… hoy se utiliza mucho menos, aunque esté presente como principio activo en algunos dentífricos. También se utilizaba para el tratamiento de afecciones de la piel y la cicatrización de úlceras, heridas y furúnculos… Los egipcios la empleaban en el embalsamamiento de las momias. La almáciga también se usa como barniz, y al igual que la trementina, que procede del Terebinto o Cornicabra, se utiliza sobre todo en la pintura artística para su mejor conservación… La isla jonia de Quío ha sido y es la mayor productora de almáciga del mundo; allí se elaboran cientos de preparados y productos con la resina y con las ramas y frutos de su variedad particular de lentisco —la especie Pistacea lentiscus; esta especie es del mismo género que la Pistacea vera, o árbol del pistacho, y ambos de la misma familia botánica, las Anacardiáceas, como el anacardo, el mango, el molle y el zumaque… Algunos autores creen que entre sus ácidos base o sustancias primarias se encuentran algunos de similar acción a la corteza del Cuauchalalate o Macerán mexicano, también conocido como el “árbol de la chachalaca” o del pájaro hablador chachalatli… —Y también con la Mirra, pero ése es otro misterio que no te voy a contar hoy—… Igual que existe una Alquimia Mayor, de minerales y metales, existe una Alquimia Vegetal: la medicina Espagírica… Todo remedio está en la Naturaleza, pero la Espagiria se diferencia de las demás medicinas, incluso la homeopatía, en su acción de separar lo puro de lo impuro, y ésta a través de la muerte, la litúrgia de los misterios de Thanatos, el renacer del Ave Fénix… Toda enfermedad del cuerpo es reflejo de una enfermedad del alma… En la muerte se esconde el secreto de la salud del alma”…

Son las 6,15 h., tomo el autobús a Santa Cruz… El paisaje de Anaga en ese sentido sigue siendo espectacular. Vuelvo al hotel ensimismado repensando Taganana, Almáciga y su relación con la Mirra que le ofrece el mago al niño-dios… Apenas ceno un bocadillo de jamón ibérico y una ensaladilla rusa… En la TV están con sus cábalas sobre las elecciones… Me duermo sin saber seguro que Rosa Díez entra en el Congreso… Mañana me levantaré cuando me dé la gana…


Foto: "Costa de Anaga desde Roque de las Bodegas"; Tenerife, marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (V)


El quinto día en Tenerife me levanté relativamente pronto… antes de las diez ya estaba desayunando en la calle como si estuviera en casa: un café con leche del tiempo, un buen zumo de naranja recién exprimida, una tostada con tomate y aceite de oliva, y un par de cigarrillos mientras leo la prensa… Ya os podéis imaginar qué leí y en qué me entretuve esa primera media hora: el resultado de las elecciones… —la única noticia realmente novedosa era que Rosa Díez había ganado un acta en Madrid y que UPyD había cosechado más de 300.000 votos… Enhorabuena.

Porque os he contado con harta sinceridad y detalle todo lo acontecido estos días pasados, incluso los motivos y principios de mi viaje, estoy seguro que me vais a disculpar que vele para vuestros ojos lo que hice toda aquella mañana postelectoral en Santa Cruz… Lo único que puedo deciros por ahora lo escribiré en clave hermética, manteniendo la tensión del misterio, con metáforas:

Entré en el interior de la ballena, penetré en su vientre, y reconocí que ése era el laberinto que venía buscando hace tiempo y quería encontrar ahora. Anduve por sus entrañas, ascendí a sus alturas y bajé a sus subterráneos, merodeé sus galerías y atravesé sus espacios vacíos, y en el camino fui aprendiendo sus tramas y teorías… Sentí este lugar como mi futuro hogar, así lo deseé… Incluso tomé posesión del laberinto inventando nuevos laberintos en su interior —que los contendrá, estoy seguro—, creando ceremonias y rituales sobre la marcha, adivinando su futuro y el mío, ya fundidos, los próximos años que habitaré en esta isla-ballena-laberinto que tiene por nombre Tenerife… Así sea; así será… Amén”…

Eran más de las dos de la tarde cuando salí de las entrañas de la ballena y me fui a comer algo a donde lo hice el primer día, es decir la primera noche. No os aburro más con mis relatos gastronómicos, sólo deciros que almorcé bien —platos de verduras y pescado— y bebí mejor: una botella de vino tinto Gran Tehyda Vendimia Seleccionada 2005 del Valle de la Orotava… rico rico rico… En los postres decidí a dónde viajar esa tarde… ¿Y por qué no a la Orotava, donde elaboran este vino? Ah… y por supuesto a ver el Drago milenario, a Icod de los Vinos… —Orotava me viene de camino y a Icod quiero ir desde el primer día, no puedo perderme esa maravilla vegetal, el Drago canario señor de la isla…

Antes leo a Murakami, a ver qué me dice su oráculo… corría una suave brisa por la calle rasgueando las páginas del libro con amabilidad: “Entre ella y el viento no hay lugar para nadie más —pensó. Y sintió un violento ramalazo de celos. ¿Pero de qué estaba celoso? ¿Del viento? ¿Quién iba a tener celos del viento?”… Escribo releyendo mis notas sobre Los jardines secretos de Mogador de Alberto Ruy Sánchez: “Qué ciego puede estar uno ante ciertas situaciones de la vida, sobre todo en los territorios del amor… Entender a cualquier otro siempre es un reto. Comprender a quien se desea es una aventura llena de trampas y equívocos, errancias y errores… a veces afortunadas; la mayoría de las veces no”… Pienso sobre los laberintos; escribo: “Un escritor, un pintor, no escriben, no pintan para refugiarse en su pintura, en su escritura, sino para exponerla a los ojos de los demás más tarde o temprano y atraer su atención en la indiferenciada generalidad de lo normalizado, convencional y cotidiano. Una de las facultades más excepcionales del escritor y el artista es su condición de seductor de miradas ajenas, de fabricante artesano de artefactos de seducción que atrapen la mirada y la domestiquen en su interior. Pero no basta la simple atracción por el brillo de los espejuelos de su superficie, esa especie de hipnosis repentina, frágil, liviana, del mago de feria y el timador de sensaciones. El artista debe atraer al curioso al interior de su laberinto con una cierta luz inefable que le deslumbre, sólo así culminará su estrategia y placer de ocultar lo que se pretende hacer ver, o por el contrario, de hacer creer que hay algo oculto más profundo de lo que se ve”…

Viajo en gua-gua a la Villa de Orotava; apenas permanezco en la ciudad poco más de una hora… Confieso que me ha defraudado, pero no sus monumentos —La Iglesia de la Concepción, el Hospital de la Santísima Trinidad, el ex-Convento de Santo Domingo (actualmente Museo de Artesanía Hispanoamericana), el ex-Convento de Nuestra Señora de Gracia, y las magníficas casas palaciegas de los Fonseca (o Casa de los Balcones), de los Lercaro, Zárate, Ponte, Mesa, Torrehermosa, el Ayuntamiento, entre otros—, sino por el torpe deterioro de su trama urbana original, la construcción de mediocres arquitecturas en su casco histórico, la destrucción del paisaje de su hermoso valle. Además no he podido ver ni recorrer los “Jardines de la Victoria”, parque señorial diseñado para acoger los restos del Marques de la Quinta Roja —que fue Gran Maestro de la Logia Masónica Taoro— y cuyas terrazas ascendentes y descendentes están surcadas por caminos que representan los canales energéticos de nuestro cuerpo, incluso nuestros chakras o centros de energía espiritual… Volveré para junio —me prometo—, para la Fiesta de Corpus, para asistir al Baile de los Magos… ¡Cómo no!

Tomo un autobús hacia Icod de los Vinos que está cerca. Atravieso los campos de Orotava a Realejos, y de allí a Icod, toda ella una región de grandes y deliciosos vinos que nunca me hartaré de saborear y recomendarlos… —aunque paso de detalles; tampoco estoy aquí para describir el cultivo de sus viñas y las formas caprichosas de sus cepas, ¿no?... Llego a Icod a media tarde y enseguida me dirijo a “saludar” al viejo Drago milenario; son unos cientos de metros desde la estación de autobuses… Por fin llego a una plaza elevada sobre la carretera y admiro desde allí a media distancia al Rey Drago… —¡Qué maravilla de la naturaleza, dios!, qué varonil elegancia, qué poder el de su presencia—… ufff… supera en mucho la imagen que me había hecho de él a través de sus reproducciones… Hay que estar a su frente, y no digo a su sombra, para sentir su fuerza telúrica, esa excepcional energía que emana tranquilo y en silencio, esas serenidad y sabiduría de siglos… Humildemente, dejo por unos minutos que el eje del universo que me atraviesa y acompaña fielmente se transfiera surfeando sobre mi mirada a Su Majestad vegetal. Él es el centro del universo, aquí y ahora; y no sólo eso, sino también el punto de sutura y unión entre la tierra y su cielo… su cordón umbilical.

Algunos exagerados dicen que tiene más de 3.000 años, otros que 1.000, los especialistas dicen que 400 o 500 a lo más… Me da igual lo que digan los unos y los otros. Éste árbol es el Señor… Nada más verlo interpreto que el Drago, este drago, representa como nada los principios y las fuerzas yin-yang de la isla: lo que penetra en la tierra y se extiende en las alturas; lo que surge de la tierra y asciende al cielo; lo femenino y lo masculino misteriosamente ensamblados y compenetrados; las raíces que se hacen viajeras, arriba… los frutos, las hojas, las ramas que se reproducen y hacen sangre roja, dentro y hacia abajo… lo que es profundo y externo a la vez, lo que es femenino y masculino en todo uno… Desde luego el Drago tiene la cualidad de representar todo esto y más, que no es sino permanente transformación y cambio, es decir naturaleza en estado puro… Pero también representa en particular la figura de lo masculino en la isla; como el volcán es su figura femenina… Cierro los ojos y recuerdo la ilustración del libro Miscellanea d’Alchimia en donde se representa el Árbol Filosofal: el mercurio, el principio mineral raíz, que asciende como por las venas del cuerpo a través del tronco del árbol-falo, transformándose en todos los metales, extendiéndose por sus ramas al mundo en el tremolar de sus hojas y la aventura de sus frutos semilla, viajeros… ¡Sublime!... Cierro los ojos y compongo una oración…

"Navega mi semen, oh, Señora, sobre las olas tsunami de mi sangre que hierve por tus caricias, atemperado al aliento de tus besos y saliva que vacías en mi garganta… Ya en tu mar, en la bahía de tus entrañas, me apresuro a llegar a ti estremecido por las urgencias de tus dedos, la tormenta de tus gemidos, los terremotos de tu piel… El huracán de tu cuerpo me lleva a ti en volandas, feliz y confiado… Asciendo a tus cimas y de inmediato me derramo desde tu estatura… Soy, todo yo, la lluvia de primavera que se filtra por tus hendiduras y humedece tus desiertos…Vengo a sembrarte, mi amor, a que me guardes… a permanecer entre tus brazos tras la aventura de mis viajes media vida… a cultivar cuentos cada noche… a recolectar caricias de mañana bien pronto, cuando canta el gallo… No creo que haya nada más hermoso que ver atardecer juntos —los días, nuestras vidas—, sentados bajo el árbol que nos da sombra… en nuestras mecedoras, frente al océano de nuestras miradas, cogidos de la mano... contemplando las finas arrugas de nuestros ojos, despues de haber visto tanto, milagro tras milagro… Así sea; así será… Amén".

Vuelvo a “casa” sobrecogido y extenuado por tanta belleza estos días, por la emoción… Mañana volaré a mi isla mediterránea, pero una parte de mí se queda rondando los paisajes de esta isla mientras me decido a volver… —y tú a encontrarme aquí en esta isla-ballena-volcán… Sólo puedo prometerte un laberinto que aspiro a ganar en tu nombre… y un hilo de plata con el que tejer sueños… ¿Deseas algo más?... Te amo es decir poco…
Fotos: "Drago milenario de Icod", Tenerife, marzo 2008; ilustración de Miscellanea d'Alchimia, s. XV

viernes, marzo 14, 2008

Hoy es 14 de marzo... un buen día para dejarte encontrar... ¿Por qué no?



Queridos, queridas… os recuerdo que hoy es 14 de marzo: el día 73 del año solar, exactamente la fracción quinta de sus 365 días… Como ya os enseñé y quiero recordaros, el 73 es un número primo poderoso, su correspondencia cabalística es “ChKMH”, es decir Chokmah (sabiduría, buen sentido), se le representa con la letra “G” y con un ojo en el interior de un triángulo (y así aparece en el vértice superior de la pirámide fundacional de los EE. UU. y en su dólar, símbolo de origen fracmasón). También el 73 es el número reverso de 37, otro de los más decisivos números primos; por ejemplo interviene misteriosamente para componer el número 666(6+6+6x37=666), el nombre de la bestia, y en el número 999 (9+9+9x37=999), es decir el número de los nombres de Dios… Además el día 14 de marzo celebramos en la Worldweb el “Pi Day”, el Día del número irracional “π” que sirve para entender y medir un universo aproximadamente esférico que se expande en círculos concéntricos… Esta fecha participa de los Idus de Marzo, que en la tradición romana eran días de buenos augurios; en tal día como éste nacieron Albert Einstein, el filósofo Merleau-Ponty, El pintor Adolf Gottlieb, la fotógrafa Diane Arbus, el compositor y director de orquesta Les Baxter y el actor Michael Caine; también murió un 14 de marzo Karl Marx… Además se celebra en Japón el Howaito de o “White Day”, similar a nuestro día de San Valentín, en el que las mujeres hacen regalos de chocolate a sus amados… Todo esto lo aprendí de Bruno y Eleanor, dos amantes en el trópico de cáncer de su amor… —ay, el amor, su metástasis, ese bendito tumor de los enamorados que se extiende irrefrenable por el universo en su totalidad y en sus trece dimensiones…

Tarea para hoy: dejarse encontrar… mirar atento… cruzar miradas… —recordad: las primeras miradas que se cruzan son por casualidad; las segundas, por curiosidad; las terceras desvelan intenciones… Compromisos para hoy: conocer a un desconocido… y decirle algo especial a alguien que ya conoces… Desarmarte al menos una hora: armarse es como amarse a uno mismo demasiado… Regala palabras de chocolate: dulces, con regusto… —Ya sé… todo esto se puede hacer cualquier día… ¿Pero por qué no hoy también? Hoy es un buen día: sólo hay un catorce de marzo una vez al año… Y por favor, deja de encorrerte, sal por un rato de tu círculo vicioso… no seas “re-pi-pi”… —analogía matemática: la longitud de un círculo es 2 π r…

Este fin de semana mostraré las imágenes y las claves de mi aventura en Tenerife… —qué hermosa isla, qué misterios tan hermosos… Os espero, aunque sólo sea de paso… Para abrir boca y dar gusto a vuestros golosos ojos, qué mejor que las maravillas que me supieron a gloria este pasado domingo en la costa de Taganana: un paraíso en donde deseo encontrarme un día de estos con mi Eva, cuando la manzana esté madura…

Besos y kisses a granel… —emborracharos con ellos.


Fotos: Costa de Taganana, Tenerife; "Delicias canarias"; marzo 2008