

Queridos amigos lectores, que lo sois para los dos sustantivos… Arterapia sentimental cumple hoy un mes de vida, como su padre… Hace treinta días ambos salimos a la luz declarándonos enfermos crónicos de arte y literaturas, compulsivos consumidores de sensaciones y experiencias memorables por los difusos territorios del amor y la belleza, incluso más allá de sus indeterminadas fronteras, tuaregs existenciales… Qué milagro el de la literatura que hace siameses a padre e hijo, de tal astilla tal palo… Con éste son ya cincuenta y tres textos y muchas más imágenes que he compuesto para vuestras miradas y las de aquellos que más tarde o temprano llegarán a este lugar vagamundeando o paseando por este universo transparente… Bienvenidos todos vosotros y vuestros sucesores… Qué alegría ser leído, tanta como la de escribir… Qué milagro ser querido, amado, admirado, tanto como amar, querer, admirar maravillas hasta ahora desconocidas; gente que hasta hace poco no eran nadie y ahora no puedo dormir sin sus palabras y cariños… me conmueve.
Para celebrar este día he compuesto un texto que tiene a Venezia como escenario, a Jean-Jacques Rousseau como protagonista y al deseo amoroso y la estupidez (o la cobardía o los prejuicios) como hilo argumental… Se trata de un fragmento de Les Confessions, la autobiografía del pensador naturalista suizo, excelente escritor, quien la escribió durante los últimos años de su vida, abarcando la práctica totalidad de la misma. Es un extraordinario libro que os recomiendo; y no sólo por la narración de los acontecimientos del tiempo que le tocó vivir peligrosamente contados en primera persona (desde sus recuerdos), sino sobre todo por la destilación precisa de sus ideas y pensamientos, tan influyentes durante siglos, que todavía hacen pensar y obligan a citarle de vez en cuando… Rousseau residió en Venezia aproximadamente un año, entre 1743-44, ocupado como secretario del embajador de Francia ante la Serenisima… De Venezia, de su gobierno y sociedad, de sus andanzas por aquella ciudad —ya entonces destino favorito de viajeros, intelectuales, artistas, amantes y jugadores de toda condición— escribe Rousseau en abundancia y detalle, componiendo deliciosas páginas literarias realmente imprescindibles para conocer y sentir aquella fascinante ciudad en el Settecento (uno de los capítulos también principal de mi propia historia)… Por fortuna pude leer sus “confesiones”, la primera vez, en su edición original: allí en Venezia, en 1990, cuando era un veneciano “a tiempo parcial” y me derramaba a borbotones en esa “república de castores” que decía Goethe… Para vosotros-ustedes he re-traducido el texto original y retocado para hacer más ágil su lectura. También he querido ilustrar esta historia con dos imágenes de Venezia: una es una “veduta” del Gran Canal desde el puente Rialto, de algún modo hermana melliza de la foto de Venezia en la niebla que encabeza este blog; a la izquierda de esta nueva foto vemos la blanca arquitectura del Palazzo Grimani, y más al fondo, en el límite de nuestra visión, el Palazzo Grassi, sede de la colección del mismo nombre y activísimo centro internacional de exposiciones, uno de mis favoritos. La otra es una foto de “mi casa” temporal cuando vuelvo a Venezia; dicen que antiguo hogar del joven Marco Polo antes de partir hacia Oriente… —quienes hayan leído un anterior post sobre Venezia y Las ciudades invisibles de Italo Calvino saben qué significado tiene todo esto para mí… Bueno, les dejo con Rousseau en Venezia… Hace frío, niebla, abríguense; mejor con un cuerpo enamorado a su cintura, abrazado a su cuello… No hay fuego más sagrado que el que inventan y renuevan permanentemente dos cuerpos inflamados por su deseo…
“Si hay algún acontecimiento de mi vida que refleje bien mi carácter es el que voy a relatar. Al ser objeto de este libro “mis confesiones”, hace que desprecie cualquier falso miramiento que pudiera tener al contar este episodio real de mi vida. Los que queréis conocer a un hombre, quienquiera que seáis, leed las dos páginas siguientes: conoceréis plenamente a Jean- Jacques Rousseau…
Entré en la alcoba de una cortesana como en el santuario del amor y la belleza, cuya divinidad creí ver en su persona. Jamás había creído que se pudiera sentir nada semejante a lo que ella me hizo experimentar. Así desde sus primeras familiaridades conocí el precio de sus gracias y sus caricias, tanto que por miedo de perder sus frutos quise apresurarme a cogerlos de antemano… Pero de repente, en vez del fuego que me devoraba, sentí un frío mortal que recorrió todas mis venas; las piernas me flaqueaban y, sintiéndome desfallecer, empecé a llorar como un niño. ¡Nadie es capaz de adivinar la causa de mis lágrimas y lo que en aquel instante pasaba por mi mente!
Yo pensaba: este ser que está a mi disposición es la obra maestra de la Naturaleza y el amor… su espíritu y cuerpo son perfectos; es tan buena y generosa como amable y bella… los grandes y los príncipes deberían ser esclavos suyos y rendir a sus pies los cetros… Sin embargo es una miserable cortesana entregada al público; un capitán mercante dispone de ella; viene por sí misma a entregarse a mí sabiendo que nada poseo… a mí, cuyos méritos son nulos a sus ojos —desde luego es incapaz de reconocerme… Hay en esto algo de incomprensible: o mi corazón me engaña, fascina mis sentidos y me convierte en juguete de esta indigna ramera, o es que posee algún secreto defecto que yo ignoro que arruina el deseo de los que deberían disputársela y de algún modo la hace odiosa a sus ojos… Entonces me apliqué a buscar ese defecto, dominado por esta lucha interna singular; era tal mi avidez en buscarlo que ni siquiera se me ocurrió la idea de que la sífilis o cualquier otra enfermedad interna fuera la causa… La frescura de sus carnes, el brillo de su tez, la blancura de sus dientes, la suavidad de su aliento, la pulcritud de toda su persona eran tales que alejé de mí esa idea tan común entre los hombres con las rameras… —más bien era yo quien sentía el temor de no hallarme bastante sano para ella… Estas reflexiones tan inoportunas me conmovieron hasta el punto de hacerme llorar…
Zulietta, para quien en semejantes circunstancias esto era un espectáculo nuevo, quedó cortada por un momento; mas, habiéndose dado una vuelta por el cuarto y pasado por delante del espejo comprendió —y mis ojos se lo confirmaron— que la causa de tal fiasco no era que me desagradara su belleza… —muy al contrario, estaba prendado totalmente de su hermosura. Volvió a mis brazos y no le fue difícil curarme y borrar esta estúpida vergüenza… Pero en el momento en que estaba próximo a desfallecer sobre sus pechos, que parecían recibir por vez primera la boca y la mano de un hombre, observé con horror, ay dios, ¡que le faltaba un pezón!… Sorprendido, examiné y valoré que no estaba formado como el otro… Hice cábalas en mi mente de cómo podía ser eso… hasta que persuadido de que seguramente se debía a un vicio de la Naturaleza, a fuerza de dar vueltas con esta idea, vi claro como la luz del día que en realidad más que tener en mis brazos a la más encantadora muchacha que pudiera imaginar, no abrazaba más que una especie de monstruo, desecho de la Naturaleza, de los hombres y del amor… Estaba tan sorprendido de tal descubrimiento que llevé mi estupidez hasta el extremo de hablarle de ese pecho defectuoso… Al principio ella lo tomó a broma y con su carácter bullicioso dijo e hizo cosas capaces de hacerme morir de amor… Mas como yo conservaba un fondo de inquietud —que no pude ni supe ocultarle— ella se cansó de hacerme zalamerías, vi encenderse su rostro, abrocharse de nuevo, levantarse, e ir sin decir palabra a asomarse a la ventana. Quise colocarme a su lado, pero ella se apartó, yéndose a sentar sobre un canapé; luego se levantó en seguida y paseándose por la estancia, abanicándose, me dijo en tono frío y desdeñoso: “Zanetto, lascia le donne, e studia la matematica” (Juanito, deja las mujeres y estudia las matemáticas)…
Antes de marcharme, le pedí otra cita para el siguiente día, que ella pospuso hasta el tercero, añadiendo con una sonrisa irónica que así podría reposar y recuperarme de esta noche… Pasé aquellos dos días de espera incómodo, embriagado todavía por sus encantos y gracias, sintiendo mi extravagancia, echándomela en cara y afligiéndome por haber empleado tan mal un tiempo que sólo dependía de mí que fuera el más dulce de mi vida… Esperé con la mayor impaciencia reparar la pérdida, pero aún me sentía inquieto, me costaba conciliar las perfecciones de esta adorable mujer con la bajeza de su estado… No obstante, a la hora citada corrí, volé a su casa. Ignoro si su temperamento ardiente se habría satisfecho con mi visita, pero por lo menos habría calmado su orgullo… ya que mientras iba a encontrarme con Zulietta no paré ni un momento de imaginar todas las maneras posibles de reparar mis anteriores estúpidas faltas…
Prueba excusada: el gondolero al que envié atracar la góndola a la puerta de mi deseada cortesana, volvió diciendo que la mujer había partido la víspera para Florencia… Estupefacto e incrédulo, sin palabras, me quedé escuchando sus noticias… Todavía se me hiela el corazón con sólo recordar la escena… Si no había sentido toda la fuerza de mi amor al poseerla, la sentí cruelmente excesiva al perderla… Este insensato dolor no me ha abandonado desde entonces. Por más amable, por más encantadora y hermosa que fuese a mis ojos, he podido consolarme de perderla; pero de lo que no he podido consolarme —lo confieso amargamente— es que sólo haya podido guardar de mí un recuerdo de menosprecio y horror en mis ojos”…
—Qué estúpidos, llenos de prejuicios y miedos vagamos por la vida sin cuidado ni atención… El destino nos regala maravillas y acontecimientos memorables a nuestro paso y alcance y los despreciamos inadvertidos, mirando a otra parte ensimismados en nuestras miserias y nimiedades… No encuentra más tesoros el que busca nervioso y descentrado, autista funcional… sino quien sabe lo que busca y tiene la facultad de reconocer lo que es distinto y luminoso en la indiferenciada generalidad que nos rodea y consume… “OSER”, o sea “atreverse”, es una de las permutaciones posibles a componer con las letras de la palabra “ROSE”, es decir ROSA, como también lo es “EROS”, es decir “AMOR”… Atreverse al amor es una gran verdad alquímica que os regalo este día en el que celebramos, entre otros: el 206 aniversario del nacimiento de Victor Hugo, el 200 de Honoré Daumier —pintor, escultor e ilustrador—, el centenario de Leela Majumdar — excelente escritora bengalí de cuentos para niños—, el 50 cumpleaños del escritor francés Michel Houellebecque, el 39 de Hitoshi Sakimoto, compositor japonés de música, autor de memorables composiciones para videojuegos, animé y el delicioso álbum Lia—Colors of Life (2005), y por supuesto el cumpleaños de Julia Bond, la joven porn-star norteamericana —una de mis favoritas: rubia, menuda y tan entusiasta— que hoy cumple 21 añitos… Gracias por existir… si no, os tendría que inventar… Con sincero afecto: Pau Llanes
Para celebrar este día he compuesto un texto que tiene a Venezia como escenario, a Jean-Jacques Rousseau como protagonista y al deseo amoroso y la estupidez (o la cobardía o los prejuicios) como hilo argumental… Se trata de un fragmento de Les Confessions, la autobiografía del pensador naturalista suizo, excelente escritor, quien la escribió durante los últimos años de su vida, abarcando la práctica totalidad de la misma. Es un extraordinario libro que os recomiendo; y no sólo por la narración de los acontecimientos del tiempo que le tocó vivir peligrosamente contados en primera persona (desde sus recuerdos), sino sobre todo por la destilación precisa de sus ideas y pensamientos, tan influyentes durante siglos, que todavía hacen pensar y obligan a citarle de vez en cuando… Rousseau residió en Venezia aproximadamente un año, entre 1743-44, ocupado como secretario del embajador de Francia ante la Serenisima… De Venezia, de su gobierno y sociedad, de sus andanzas por aquella ciudad —ya entonces destino favorito de viajeros, intelectuales, artistas, amantes y jugadores de toda condición— escribe Rousseau en abundancia y detalle, componiendo deliciosas páginas literarias realmente imprescindibles para conocer y sentir aquella fascinante ciudad en el Settecento (uno de los capítulos también principal de mi propia historia)… Por fortuna pude leer sus “confesiones”, la primera vez, en su edición original: allí en Venezia, en 1990, cuando era un veneciano “a tiempo parcial” y me derramaba a borbotones en esa “república de castores” que decía Goethe… Para vosotros-ustedes he re-traducido el texto original y retocado para hacer más ágil su lectura. También he querido ilustrar esta historia con dos imágenes de Venezia: una es una “veduta” del Gran Canal desde el puente Rialto, de algún modo hermana melliza de la foto de Venezia en la niebla que encabeza este blog; a la izquierda de esta nueva foto vemos la blanca arquitectura del Palazzo Grimani, y más al fondo, en el límite de nuestra visión, el Palazzo Grassi, sede de la colección del mismo nombre y activísimo centro internacional de exposiciones, uno de mis favoritos. La otra es una foto de “mi casa” temporal cuando vuelvo a Venezia; dicen que antiguo hogar del joven Marco Polo antes de partir hacia Oriente… —quienes hayan leído un anterior post sobre Venezia y Las ciudades invisibles de Italo Calvino saben qué significado tiene todo esto para mí… Bueno, les dejo con Rousseau en Venezia… Hace frío, niebla, abríguense; mejor con un cuerpo enamorado a su cintura, abrazado a su cuello… No hay fuego más sagrado que el que inventan y renuevan permanentemente dos cuerpos inflamados por su deseo…
“Si hay algún acontecimiento de mi vida que refleje bien mi carácter es el que voy a relatar. Al ser objeto de este libro “mis confesiones”, hace que desprecie cualquier falso miramiento que pudiera tener al contar este episodio real de mi vida. Los que queréis conocer a un hombre, quienquiera que seáis, leed las dos páginas siguientes: conoceréis plenamente a Jean- Jacques Rousseau…
Entré en la alcoba de una cortesana como en el santuario del amor y la belleza, cuya divinidad creí ver en su persona. Jamás había creído que se pudiera sentir nada semejante a lo que ella me hizo experimentar. Así desde sus primeras familiaridades conocí el precio de sus gracias y sus caricias, tanto que por miedo de perder sus frutos quise apresurarme a cogerlos de antemano… Pero de repente, en vez del fuego que me devoraba, sentí un frío mortal que recorrió todas mis venas; las piernas me flaqueaban y, sintiéndome desfallecer, empecé a llorar como un niño. ¡Nadie es capaz de adivinar la causa de mis lágrimas y lo que en aquel instante pasaba por mi mente!
Yo pensaba: este ser que está a mi disposición es la obra maestra de la Naturaleza y el amor… su espíritu y cuerpo son perfectos; es tan buena y generosa como amable y bella… los grandes y los príncipes deberían ser esclavos suyos y rendir a sus pies los cetros… Sin embargo es una miserable cortesana entregada al público; un capitán mercante dispone de ella; viene por sí misma a entregarse a mí sabiendo que nada poseo… a mí, cuyos méritos son nulos a sus ojos —desde luego es incapaz de reconocerme… Hay en esto algo de incomprensible: o mi corazón me engaña, fascina mis sentidos y me convierte en juguete de esta indigna ramera, o es que posee algún secreto defecto que yo ignoro que arruina el deseo de los que deberían disputársela y de algún modo la hace odiosa a sus ojos… Entonces me apliqué a buscar ese defecto, dominado por esta lucha interna singular; era tal mi avidez en buscarlo que ni siquiera se me ocurrió la idea de que la sífilis o cualquier otra enfermedad interna fuera la causa… La frescura de sus carnes, el brillo de su tez, la blancura de sus dientes, la suavidad de su aliento, la pulcritud de toda su persona eran tales que alejé de mí esa idea tan común entre los hombres con las rameras… —más bien era yo quien sentía el temor de no hallarme bastante sano para ella… Estas reflexiones tan inoportunas me conmovieron hasta el punto de hacerme llorar…
Zulietta, para quien en semejantes circunstancias esto era un espectáculo nuevo, quedó cortada por un momento; mas, habiéndose dado una vuelta por el cuarto y pasado por delante del espejo comprendió —y mis ojos se lo confirmaron— que la causa de tal fiasco no era que me desagradara su belleza… —muy al contrario, estaba prendado totalmente de su hermosura. Volvió a mis brazos y no le fue difícil curarme y borrar esta estúpida vergüenza… Pero en el momento en que estaba próximo a desfallecer sobre sus pechos, que parecían recibir por vez primera la boca y la mano de un hombre, observé con horror, ay dios, ¡que le faltaba un pezón!… Sorprendido, examiné y valoré que no estaba formado como el otro… Hice cábalas en mi mente de cómo podía ser eso… hasta que persuadido de que seguramente se debía a un vicio de la Naturaleza, a fuerza de dar vueltas con esta idea, vi claro como la luz del día que en realidad más que tener en mis brazos a la más encantadora muchacha que pudiera imaginar, no abrazaba más que una especie de monstruo, desecho de la Naturaleza, de los hombres y del amor… Estaba tan sorprendido de tal descubrimiento que llevé mi estupidez hasta el extremo de hablarle de ese pecho defectuoso… Al principio ella lo tomó a broma y con su carácter bullicioso dijo e hizo cosas capaces de hacerme morir de amor… Mas como yo conservaba un fondo de inquietud —que no pude ni supe ocultarle— ella se cansó de hacerme zalamerías, vi encenderse su rostro, abrocharse de nuevo, levantarse, e ir sin decir palabra a asomarse a la ventana. Quise colocarme a su lado, pero ella se apartó, yéndose a sentar sobre un canapé; luego se levantó en seguida y paseándose por la estancia, abanicándose, me dijo en tono frío y desdeñoso: “Zanetto, lascia le donne, e studia la matematica” (Juanito, deja las mujeres y estudia las matemáticas)…
Antes de marcharme, le pedí otra cita para el siguiente día, que ella pospuso hasta el tercero, añadiendo con una sonrisa irónica que así podría reposar y recuperarme de esta noche… Pasé aquellos dos días de espera incómodo, embriagado todavía por sus encantos y gracias, sintiendo mi extravagancia, echándomela en cara y afligiéndome por haber empleado tan mal un tiempo que sólo dependía de mí que fuera el más dulce de mi vida… Esperé con la mayor impaciencia reparar la pérdida, pero aún me sentía inquieto, me costaba conciliar las perfecciones de esta adorable mujer con la bajeza de su estado… No obstante, a la hora citada corrí, volé a su casa. Ignoro si su temperamento ardiente se habría satisfecho con mi visita, pero por lo menos habría calmado su orgullo… ya que mientras iba a encontrarme con Zulietta no paré ni un momento de imaginar todas las maneras posibles de reparar mis anteriores estúpidas faltas…
Prueba excusada: el gondolero al que envié atracar la góndola a la puerta de mi deseada cortesana, volvió diciendo que la mujer había partido la víspera para Florencia… Estupefacto e incrédulo, sin palabras, me quedé escuchando sus noticias… Todavía se me hiela el corazón con sólo recordar la escena… Si no había sentido toda la fuerza de mi amor al poseerla, la sentí cruelmente excesiva al perderla… Este insensato dolor no me ha abandonado desde entonces. Por más amable, por más encantadora y hermosa que fuese a mis ojos, he podido consolarme de perderla; pero de lo que no he podido consolarme —lo confieso amargamente— es que sólo haya podido guardar de mí un recuerdo de menosprecio y horror en mis ojos”…
—Qué estúpidos, llenos de prejuicios y miedos vagamos por la vida sin cuidado ni atención… El destino nos regala maravillas y acontecimientos memorables a nuestro paso y alcance y los despreciamos inadvertidos, mirando a otra parte ensimismados en nuestras miserias y nimiedades… No encuentra más tesoros el que busca nervioso y descentrado, autista funcional… sino quien sabe lo que busca y tiene la facultad de reconocer lo que es distinto y luminoso en la indiferenciada generalidad que nos rodea y consume… “OSER”, o sea “atreverse”, es una de las permutaciones posibles a componer con las letras de la palabra “ROSE”, es decir ROSA, como también lo es “EROS”, es decir “AMOR”… Atreverse al amor es una gran verdad alquímica que os regalo este día en el que celebramos, entre otros: el 206 aniversario del nacimiento de Victor Hugo, el 200 de Honoré Daumier —pintor, escultor e ilustrador—, el centenario de Leela Majumdar — excelente escritora bengalí de cuentos para niños—, el 50 cumpleaños del escritor francés Michel Houellebecque, el 39 de Hitoshi Sakimoto, compositor japonés de música, autor de memorables composiciones para videojuegos, animé y el delicioso álbum Lia—Colors of Life (2005), y por supuesto el cumpleaños de Julia Bond, la joven porn-star norteamericana —una de mis favoritas: rubia, menuda y tan entusiasta— que hoy cumple 21 añitos… Gracias por existir… si no, os tendría que inventar… Con sincero afecto: Pau Llanes
Fotos: Canal Grande desde Rialto y "El balcón de los amantes: veduta veneciana". Venezia; enero 2004