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viernes, mayo 09, 2008

Despedida de Pau Llanes... —¿Por qué no?

Quien te mira es Pau Llanes, mi retrato ideal. Quiero que leas mis últimas palabras mientras miras mis ojos que te miran de lejos… Hace ciento cuatro días escribí un poema; era el corazón del primer texto que compuse para Arterapia Sentimental, su eje, su pilar, su Aleph. Dice así:

POEMA DE UN VIAJERO

Paul Morand afirma que el mundo es un libro
del cual no se ha leído nada más que la primera página
si no se ha abandonado alguna vez el lugar en donde nacimos.
Viajar es leer el libro del mundo. La vida es un viaje.
Viajar, más que un placer, es un deber...

El descubrimiento de una nueva ciudad
la sorpresa ante un paisaje desconocido que nos conmueve
sin duda modifican la percepción del lugar anterior del que venimos.
El viajero parece que sólo disfruta
en la ausencia y con la distancia... recordando.

Como en el amor...
Como cuando se escribe un poema de amor...


Han pasado ciento cuatro días desde entonces; te he regalado ciento cuatro paisajes invisibles que imaginar, en donde encontrarnos para compartir nuestros respectivos reflejos que nos acompañan tan leales como nuestras sombras… Yo te leo, tú me lees, nos escribimos, nos leemos, nos reflejamos en nuestras palabras… nos deseamos aun ausentes y a distancia; nos recordaremos aun ciegos e intactos… —¡Qué generosidad la nuestra, mi amor, tan derrochadores como manirrotos con nuestro tiempo!—… Espero haber sido para ti lo que en mi frontispicio prometía: medicina homeopática —mis imágenes, mis palabras curare—, bálsamo eficaz que alivie tu (nuestra común) melancolía; ese brebaje de sagrada composición que te invitaba a tomar frente a mi ventana para envenenarte suficiente… Luego que leas esta despedida puedes ir (cuando puedas, cuando quieras) a leer mi último relato en el anterior post. Es el segundo capítulo de Historias de un tuareg existencial… Lo que se inicia con amor, con amor debe acabar…

Sé que tengo que despedirme… Te lo había anunciado sin decir —diciendo— en mi texto Crónica esotérica de un suicidio anunciado… —un cuento para bloggers... (el 30 de abril). Sí, te confieso: estaba llamando tu atención, como el suicida lo hace con sus próximos. No es que te invitara a salvarme —uno no puede salvar al otro de su destino, ni siquiera a sí mismo del suyo propio aunque lo intente—, sólo quería que empezaras a hacerte a la idea de nuestra inmediata y segura separación, que nos disfrutáramos estos últimos días juntos, que prepararas tu despedida sin prisas de última hora (aunque soy yo el que se marcha y desvanece)… Siempre quise despedirme de mis muertos, o de todos aquellos que algún día fueron todo o parte de mi vida y seguramente nunca más nos volveremos a reencontrar para compartir nuestras cosas. Jamás pude hacerlo, porque casi nunca conocemos cuando llega la muerte tan celosa de su cometido, o la ausencia para siempre, pues todo parece ilimitado y posible… Si no pude hacerlo hasta ahora, al menos hoy me despido como dios manda —pues sé que parto y se me parte el alma hacerlo…

El seis de febrero escribía: “El misterio del encuentro de un hombre y una mujer —o cualquiera de las parejas posibles, por supuesto (ya sabes que soy heterosexual y políticamente incorrecto; hablo tal cual)— está en el poder insuperable de su deseo. Un hombre y una mujer se aman a pesar de sus circunstancias, de los demás, de la amenaza del olvido. Un hombre y una mujer se separan a pesar del poder narcótico de sus recuerdos… Y aunque sabemos que un encuentro nunca es para siempre, que todo finaliza más tarde o más temprano… no dejamos de desear que esta vez sea más duradero, acaso para siempre, si el destino quiere o así estaba escrito”… No fue posible, y mira que lo intentamos y quisimos a dúo; así estaba escrito, así lo dicta mi destino, tan generoso en vida como implacable al final de la partida… Sólo te pido que recuerdes a Pau Llanes hasta más no poder, que me olvides cuando toque, ni antes o después, que me releas y recuerdes cuando la nostalgia trepe por tu garganta y se encarame a tus ojos, ni más ni menos… No lleves luto por mí, amor que me lees, ni arrojes ceniza sobre tu cabeza… Sonríe, ríe a carcajadas si el cuerpo te lo pide; haz el amor o jode o folla con cualquier literatura a mis espaldas, que las tengo grandes, que son fuertes de tanto acarrear belleza de un sitio para otro… —en tu placer al leer(me) fundo (confundo) mi placer al escribir(te)…

Nunca sabrá Marco Antonio Montes de Oca, mi admirado poeta mexicano, cuánto le deben mi vida y mi escritura a aquel poema suyo —El viaje del moribundo— que primero leí cuando aún era casi un niño. Toda mi vida fue como la historia de aquel moribundo que inventó; de él aprendí a vivir a quemarropa, a disfrutar de las pequeñas cosas y hacerlas grandes, a transformar sus valores con la palabra, la magia de la imaginación, el aliento de lo sagrado, con voluntad de belleza, amor… Es justo pues que finalice este viaje con sus palabras, pues le debo una vida memorable (ojalá lo sean también mis creaturas, mi propia obra de creación, que ensayé siguiendo su ejemplo y el de tantos otros como él que disfruté y me inspiraron): …“La vida ya está con misterio trasplantada en la palabra, / otra vida me aguarda, / una vida mil veces filtrada por el cedazo podrido de las tumbas. / Y cuando a los cinco mil años de muerto / yo sea arrastrado por tuzas / y giren mis restos en el carrusel de los gusanos / y mis hermanos de fosa, convencidos de que nunca han de volver, / cambien entre sí las letras de sus epitafios, / sabré levantarme, morir de nuevo, / exponer otra vez las verdades de mi reino”… El tiempo dirá si renaceré como Ave Fénix de mis cenizas o de mi sepultura salada, si muero por no morir o vivo ya enterrado entre tus recuerdos, si moriré para siempre transformado en el pico de un halcón peregrino o en la aleta dorsal de un atún en el Mediterráneo, o seré el octavo color de tu arco iris o la ceja de la ñ que te hace cosquillas mientras me lees… —VERITAS FILIA TEMPORIS (La verdad es hija del tiempo).

No sé si te diste cuenta, amor, que mi ciudad-arquitectura es un mausoleo, un inmenso museo-archipiélago lacustre donde reposa la memoria (dulce y humectada) —son tantos los recuerdos que ajetreo, tan densos y contiguos, que la ciudad exhala bruma, se vela y desvela indolente, felizmente amortajados (yo, ella) entre tus pestañas… Al igual que todo museo tiene su lema —el mío tiene como emblema las palabras iniciales de Finnegans Wake: “riverrum, past Eve and Adam’s”…—, todo mausoleo debe exhibir su epitafio. Una vida me llevó componer el mío: “SÍ… ¿POR QUÉ NO?”… —ojalá entiendas lo que representa y contiene este Aleph… Te confieso que antes de escribir esta frase-epitafio estuve tentado de apropiarme para siempre del que Marcel Duchamp compuso para su tumba —D’ailleurs, c’est toujours les autres qui meurent (Además, son siempre los otros quienes mueren)—, que a su vez “robó” a su amante Maria Martins, quizás para compartir con ella tras la muerte las mismas palabras; eso sí que es amar para siempre… Todo es mar en el mar de tus ojos y tu nombre…

Ultimas voluntades:

Ven cuando quieras a visitar mi tumba. No hace falta que me regales grandes pensamientos ni elocuentes discursos. Una sola palabra tuya bastará para sanarme… Apréndeme de poco en poco, dame tiempo, por favor no me leas de pasada… Tengo tanto que decirte…

Si quieres recordar mis palabras o mis imágenes originales en tu casa, hazlo saber antes a mis chelas, a los que transferí los derechos sobre mis criaturas. Ellos te dirán qué hacer… No te alarmes, son de mi estirpe, tuaregs generosos con los viajeros que buscan, hijos todos de Tin-Hinan

Si puedes, lee mis últimas palabras escuchando Traumerei (ensoñación) de Schumann —interpretada por Vladimir Horowitz o Martha Argerich, por favor; te oiré donde esté.

No olvides nunca que Arterapia Sentimental es un díptico biográfico en ciento cuatro jornadas, un díptico de espejos enfrentados, por supuesto… Algo así como la ciudad invisible de Valdrada de la que te escribí casi al principio de este blog —anda, ve a releerlo luego, hay “chuches” de Zacatecas para tus ojos. Pau Llanes fue su personaje narrador, el gozne que aquí y ahora desaparece sin rechistar…


Dibujo: "Retrato ideal de Pau Llanes veneciano", Evelyn Castro, 2008

lunes, mayo 05, 2008

De pintura, mecánica cuántica y espejos que se penetran... Una teoría especular sobre el arte y el amor...

El domingo pasado discutía con Marcos, Eva, Irene y Victoria Antonina acerca de pintura, de arte, y la función de los críticos y teóricos en la reflexión colectiva sobre el hecho mismo de crear. Marcos e Irene me echaban en cara la inconsistencia de nuestros argumentos, nuestra subjetividad, al enjuiciar una obra de arte. Qué curioso que sean precisamente los artistas —pura subjetividad— quienes se quejen de la presunta subjetividad de sus críticos, que les reclamen interpretaciones científicas, opiniones “objetivas”… Así que estos días he estado preparando este texto de respuesta (no sé si también como justificación)… ¿Quieres ciencia, Marcos? Pues toma ciencia y mecánica cuántica por un tubo… Ojalá entiendas así un poco mejor cual es mi posición y cual es la tuya en este triángulo amatorio-artístico que componemos tú, yo y nuestra común amante: el arte, la pintura… Arte, Ciencia, Amor… —qué hermoso triángulo equilátero sin pies ni cabeza…

Una pintura sólo es "pintura" para el pintor antes de ser vista por alguien que no es su creador… Cuando la vemos, la observamos y contemplamos, no deja de ser pintura pero se modifica con nuestra mirada; decimos que se trata de un “cuadro”, tiene unos límites determinados desde nuestro punto de vista. Los límites de una pintura para su pintor y para su observador son distintos, no coinciden. Todo esto tiene que ver con las enseñanzas de la mecánica cuántica y el complejo de teorías e hipótesis que van haciendo sus estragos “empotradas” en su autoridad. Tópicamente se ha considerado que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg —uno de los pilares de la Mecánica Cuántica matemática— supondría que el hecho mismo de observar perturbaría la realidad, es decir el instante y el estado de la cosa. No podemos pues conocer la posición exacta de una partícula —tema principal para la física—, tan sólo su trayectoria probable. La naturaleza de nuestra mirada, estrictamente visual, modificaría en algún grado al objeto observado, su espacio-tiempo.

El Principio de Incertidumbre procede de la necesidad de medir cualquier fenómeno para objetivar su realidad fenomenológica. Para ver algo, un electrón por ejemplo, es necesario que un fotón choque con él, con lo cual está modificando su posición y velocidad. Por el mismo hecho de realizar la “medida” el experimentador-observador modifica los datos, introduce un error imposible de reducir a cero, por muy pequeño que sea su desplazamiento. Y aun con todo debemos medir-observar para dimensionar una realidad física. La física no estudia la “realidad” en abstracto sino los fenómenos observables. En palabras del físico Niels Bohr, uno de los padres de la Cuántica, “Nada existe hasta que es medido”… La realidad es lo que cada observador mide… Lo que para nuestra reflexión significaría que una pintura sólo existe como realidad “cuadro” cuando es vista, observada, contemplada… su realidad es lo que cada observador ve —la realidad de una pintura “vista” es la de su observador, que es muy distinta por supuesto a la de su creador; y además hay tantas otras realidades como observadores mirones tiene… Lo que en un salto mortal interpretativo significaría que cada pintura es para cada uno en medida de sus preguntas, o sus respuestas particulares, diferenciado/as y distinto/as. Una pintura vista, interrogada, es un oráculo sin validez universal.

Además no es posible observar simultáneamente la velocidad y la posición de una partícula; algo así como que no es posible “medir” la realidad material de la cosa y su sentimiento, o uno o lo otro, o contaminarían y alterarían más si cabe nuestra percepción ya de por sí subjetiva… ¿Debemos pues tirar la toalla en nuestra pretensión de mirar al universo de una pintura, al universo mismo como imagen? Yo creo que no… —“Insisto, luego existo”—, también a Einstein le parecía un absurdo porque hay realidades concretas independientes del observador. Por ejemplo la realidad de una pintura para su pintor es una realidad concreta independiente del observador que no le observa mientras la crea; incluso podríamos aventurar la posibilidad de que hay realidades fragmentadas, momentos, estadios, en los que el propia artista no ve lo que pinta sino que se deja llevar por una especie de impulso externo y/o interior que hace que pinte sin saber, abandonado a su suerte o qué sé yo de esoterismos…

Volviendo al observador-mirón: el Principio de Complementariedad según Bohr dice que no es posible observar algo “para verlo como partícula y onda” a la vez. Si hacemos un experimento visual: al ver algo, su complementario está oculto, está detrás… Según la relación de indeterminación de una cosa, cuanto más te fijas en una cosa más borrosa se vuelve la otra, su complementaria… El universo sería pues un lugar borroso, cuanto más te acercas más se diluyen sus contornos —como nos sucede con una pintura. Desde los científicos y filósofos griegos creíamos que podíamos comprender el universo, mirarlo, observarlo, reflexionar acerca de él, sobre sus leyes y excepciones, comprender su funcionamiento (mecánica). Pero todo esto hace aguas con la Cuántica: no podemos saber qué cosa es una cosa, dónde está, cómo de rápido se mueve, etc. Parece que cuanto mejor podemos observar —con la evolución de nuestras prótesis físicas y mentales— peor observamos “lo otro”… ¿El universo se oculta de nosotros? ¿Una pintura se oculta, se esconde, se repliega, en cuanto nuestra mirada es presuntamente más certera? ¿Ésta es la entropía de un crítico de arte: que cuanto más y más profundamente mira la pintura, ésta se repliega y no ve nada más que borroso? El crítico es aquel que enjuicia con criterio… lo que supone que está provisto de suficientes métodos e instrumentos para analizar complejamente la complejidad de una obra de arte… Pero si no puedo “medir eso” que se llama arte y además “altero y perturbo” su realidad con sólo intentarlo, ¿qué hacer?...

Ahí está la cuestión… Describir no tiene objeto, y sirve para bien poco ya que mis datos serían necesariamente erróneos. Criticar-chismorrear sus entretelas no tiene sentido, no tiene que ver con la pintura misma sino con su creador, y eso es coto cerrado de psicoanalistas lacanianos y se ponen hechos una fiera cuando alguien se entromete en sus vedados (o les confunden con su verborrea)… Sólo me quedan dos operaciones en las que por otra parte creo a pies juntillas: “Sismografíar” —que fonéticamente en castellano se parece a “chismografear” pero es otra cosa: detectar cambios de estado, “catástrofes”, temblores de inquietud— y sobre todo ESCRIBIR —que es mi particular modo de crear especularmente en diálogo con la obra de arte objeto de mi curiosidad y admiración… Eso es lo que hacemos los críticos-escritores-creadores: reflexionar y escribir nuestras reflexiones con la esperanza de que la imparable mecánica creativa del universo, del arte, de la pintura, mantengan sus movimientos constantes, más allá de la inercia de su primer impulso, y aseguren su indeterminada existencia… Todo es espejo en los límites y en su interior, todo se refleja porque todo se encuentra y cruza alguna vez surfeando sobre nuestras miradas… —Y no quiero hablar aquí y ahora de la Gorgona Medusa, que eso tiene más que ver con la representación y la figura que con la indeterminada abstracción pictórica.

Menos mal que —volviendo a la Mecánica cuántica y sus matemáticas— las definiciones y principios han sido releídos con mayor precisión y reinterpretados lejos de su primer radicalismo: por ejemplo decir que “el Principio de Incertidumbre se produce porque al medir la posición de un electrón se modifica su estado” es incompleto, por lo tanto falso… La interpretación más ajustada de las relaciones de indeterminación sería que existe “un límite fijo para la precisión conjunta de las mediciones de la posición y momento lineal del electrón”… Algo así como que el desplazamiento del centro de nuestras miradas es mínimo (aunque distinto); pero eso sí, ese desplazamiento supone discurrir por dimensiones distintas —la obra y su observador— cuya única reconciliación se produce en la experiencia del espejo… Las cosas no son idénticas, ni por supuesto la realidad y su imagen reflejada. Digamos que se necesitan una a la otra, mirarse a los ojos, pero no se “aman”, no pueden fundirse en una cosa idéntica “a sí mismas”. Sólo una cosa, una pintura, es idéntica a sí misma; lo otro son experiencias ante el espejo: cosas parecidas, semejantes en un grado suficiente para nuestras exigencias, clónica o intercambiables, plagios, símbolos, signos lingüísticos que las representan… —todo eso; pero no idénticas… Igual que cada observador es sólo idéntico a sí mismo, cada pintura es sólo idéntica a sí misma… y cada una dice las cosas de una manera distinta independientemente de lo que quiera decir… En pintura, y sobre todo la de orden abstracto, lo importante y sustancial no es “qué quiere decir” la obra, sino “cómo lo dice”…

Bueno, también están los artistas pintores que las han creado y dicen que han querido decir no sé qué… Pero ellos/as ya han tenido su tiempo, su oportunidad. Ahora es otro tiempo y otro lugar distinto al de su creación. No han sido expropiados, por supuesto; les quedan sus derechos morales, los materiales, el derecho de tanteo… Pero cuando el artista decide exhibir su creatura debe entender y asumir que inaugura un nuevo triángulo fatal “amatorio-artístico”, lo que requiere establecer un nuevo estatus de “amor-pertenencia” y convivencia: a) la esposa/marido creador/a; b) la “obra” seductora (la que atrae la mirada); c) el amante observador, sean cuales sean sus géneros y condición sexual… En el “hogar” del taller de artista es inviolable su estatuto de pareja de hecho, el que constituyen el creador y su obra. Fuera de este territorio conyugal, es el paraíso de los amantes que se miran y reflejan punto por punto, simétricos, pero no iguales, invertidos, es decir que se necesitan penetrar y complementar para constituir un todo-mínimo —un agujero negro en el centro del universo que atraiga hasta la luz que quisiera escapar de su gravedad… El Amor absoluto es ese “punto negro” que crean, penetrándose, dos seres ciegos e invisibles. Más o menos lo que sucede cuando disponemos dos espejos cara con cara, superficie con superficie: nada se refleja, nada se ve, nada se dice…

Escribir amar es como escribir saber… Un aforismo taoísta dice: “No podemos ver el color del cántaro porque estamos dentro de él”… —qué desconcertantes estas metáforas taoístas. Del mismo modo —continúo— tampoco podremos saber qué hay dentro del cántaro si no nos asomamos… —aun con riesgo de perecer en el intento ahogados en el pozo-cántaro; algo así como en el mito de Narciso. Pero no el más común que se cuenta, sino en la versión de Pausanias, geógrafo y escritor griego, quien refiere que Narciso tenía una hermana gemela que murió joven dejando a su hermano desconsolado. Un día Narciso creyó ver a su hermana en su propio reflejo (eran gemelos) y no sabiendo de esta experiencia especular de la imagen gemela cayó al pozo intentando recuperar a su hermana; es decir en un acto de amor, compasión y melancolía… La vida es eso ni más ni menos: amar, recordar, disfrutar y/o padecer solo y/o acompañado… Mientras te reconozcas en el espejo estás vivo… Vivir es mirarme en tus ojos cada mañana al despertar… —un “miracle”. Cuando los demás te recuerden sólo en tus reflexiones escritas y tus imágenes reflejadas habrás muerto hace tiempo… Morir es transformarse en un “miroir”…


(Este texto se lo dedico a Malena la Porteña y a sus alumnos que sé que me leen y discuten en sus clases; a Paulina, que participa en una exposición que se inaugura este próximo jueves en Lima... y a todos que han hecho del arte y escribir sobre arte su modo particular de ser y estar en el mundo... Ah, se me olvidaba... y a Marcos e Irene que se casan en julio).

Fotos: "Roma Mirall", mayo 2007. "Tokyo Mirror Night", junio 2004

martes, abril 29, 2008

M A R... F I L...


Con la pluma estilográfica que me regalaste
caligrafío caligramas en el cuaderno de papel de Amalfi
que me regalaste cuando me regalabas… mar-fil

Vuelvo a escribir otra vez en este libro con tinta de calamar.
Quizás deje vivir unas horas los acentos de fuego
y el metálico vocerío de las campanas (graves)…
Humo-olor-palo-de-rosa: la hoguera por donde asciendo…

Un libro a medio leer
y un libro a medio hacer...

A veces no hay nada que decir...
Tampoco las grullas van por ahí todos los días
con sus picos y sus plumas
contando historias a las camelias y mandarinos.

Escribo:
En esta parte del mundo
el azul se evapora más lentamente.

Escribo:
Sé que estoy bien, feliz (creo),
con la piel humedecida por las lluvias de primavera...

Escribo:
No temas, mi amor...
le decía la víctima a su verdugo
con los ojos bien abiertos
inundados en lágrimas.

Alguna vez leí que una lágrima al derramarse / convierte al ojo en un signo de interrogación... / Una lágrima acusa para siempre y pone en tela de juicio / todos los poemas, los amaneceres más lentos, / las historias apasionadas que nos contamos veloces un día. / Llora y callarán las palabras su escándalo esta noche.

Escribo:
Mis ojos han sido testigos
de que la ternura habla el lenguaje de las caricias:
no sentimos el amor por el tacto, no…
sino por la mirada que nos confirma
el reencuentro de nuestras pieles.

—No escribo para mover montañas ni para entrar con el pie derecho en los diccionarios y enciclopedias; tampoco por soberbia intelectual, curiosidad existencial o para salir del anonimato. Te equivocas si piensas eso de mí… ¿O a esta altura de la lectura no sabes para quién escribo? Estoy a tu izquierda, posado: reconoce mi aliento (en tu oído); sacúdeme de tus pestañas… Soy esa palabra que obsesionada caligrafías hace días: mar-fil… (hace días, horas, ahora mismo, es lo mismo, da igual: somos instantes suspendidos sobre el columpio de nuestras palabrasraras)…

Escribo:
En la habitación azul cobalto de las porcelanas chinas
Debussy vino a cenar esta noche...
Spleen en Mallorca…



Foto: "Pluma blue", enero 2004

domingo, abril 27, 2008

Esta tarde voy a escribirte sobre paisajes... —Bueno... también sobre sexo y romanticismo (pero no te alarmes, es sólo una introducción).


Domingo, día del señor Pau Llanes… Es una tarde preciosa: luminosa, azul, tibia… Escribo relajado después de almorzar generosamente y tras haber asistido emocionado al tiempo que desilusionado a la última carrera de Fórmula Uno (por TV, claro, sigo encallado en Mallorca). Prefiero escribirte que hacer siesta.

Lo primero que te quiero decir es que me sorprendió la numerosa participación (las visitas y comentarios) a mí último texto acerca del romanticismo, sobre los “románticos profesionales”… Fue un texto que decidí escribir estimulado por uno de los primeros comentarios a mis relatos erótico-pornográficos. Aquel comentario decía algo así como: “sí, divertidos, pero ¿y el romanticismo?... Entonces me dije, ¿y por qué no?... ¿Quieres romanticismo? Pues toma romanticismo… A lo peor me pasé… pero el resultado, en cuanto participación de mis lectores, me confirma que el “tema” está en el aire y que todo/as se han sentido implicado/as o reconocido/as de algún modo… Para cerrar el capítulo sólo quiero hacer dos o tres comentarios propios: primero: que “románticos profesionales” (o “vampiros emocionales” o “canallas sublimes”) los hay mujeres y hombres (no es sólo una condición límite del sexo masculino), que sus objetivos son los mismos aunque sus estrategias sean diferentes, y que no necesariamente pertenecen al tramo de edad digamos de madurez… Yo me he encontrado con auténticas “vampiras sublimes” de veintitantos años, con experimentadas “románticas profesionales” de treintaitantos, con depredadoras de cuarenta y cincuenta… El cuerpo tiene edad, el alma no.
Segundo: mis relatos eran ejemplos de sexo sin amor… reales como la vida misma. Y muy placenteros, ¿no?... Hay amor con sexo y amor sin sexo… como hay sexo con amor o sin él… ¿Quién no ha hecho sexo, sólo sexo nada más que sexo? Así que no entiendo algunos comentarios críticos al respecto… ¿O es que masturbarse es un acto de amor propio? Tampoco creo que sea necesario estar enamorado de uno mismo para darse placer… ni satisfacerme con romanticismo… Dale al cuerpo lo que el cuerpo necesita y al alma lo que te exige… —no al revés…
Por último, a los que me preguntan sobre mi carácter romántico o no, les aconsejo lean mis textos agrupados en los temas “amores” y “amor”… Pau Llanes conoce y sabe por experiencia propia de todo eso… Ha amado tanto como le han amado —ni más ni menos—, es y ha sido amador y amante; se ha enamorado tanto como ha enamorado… Lo que Pau Llanes exige al amor es que sea memorable; si no es así, mejor sexo, puro sexo, divertido, con imaginación y de calidad (así mismo memorable)… El sexo con amor es un acto de extrema generosidad, de mutua atención y cuidado, compartirse física y emocionalmente. Hacer sexo "sólo sexo" es otra cosa: un pacto “aquí y ahora” por placer y, desde luego, un excelente ejercicio pedagógico entre dos seres que “se enseñan” y “aprenden” al tiempo que se complacen… Para hacerse sexo se requiere sobre todo querer aprender tanto como querer enseñar. Los cómplices sexuales que se disfrutan al máximo son quienes se entregan a su juego sin competir, compartiendo sus habilidades, disfrutando tanto de sus sorpresas como de la curiosidad de sus respectivos cuerpos. Lo ideal es poder alternar sin solución de continuidad los papeles de maestro/a y aprendiz/a en el juego sexual… para ello nada mejor que tener suficientes “conocimientos técnicos”, experiencia y “know how”. El mejor sexo se obtiene aplicando en cada situación el método más adecuado: inductivo, deductivo, analítico y/o sintético. Se folla metódicamente, con método y técnica… Sin embargo para amar no hay método ni experiencia que valgan: se ama holísticamente, en totalidad, pura intuición… Se ama aun sin conocer… Conocer no es lo mismo que saber… ¿Me expliqué bien? ¿Me entiendes?

Bueno… te cuento más cosas: ayer estuve en el campo: caminando, oliendo, compartiendo sensaciones con mi compañía, recolectando paisajes… Hablamos mucho de paisajes escritos y paisajes pintados, representados, resumidos en imágenes. Todavía están calientes las palabras que nos hemos dicho al respecto, los pensamientos que las indujeron. Me gustaría compartir contigo todo esto —estás tan lejos, como invisible. Ahora quiero escribirte sobre paisajes… Por principio, desconfío de las palabras demasiado totalizadoras que lo quieren abarcar todo, mostrar todo, decir todo: Arte, Cultura, Naturaleza, Paisaje… Qué fácil sería escribir “Todo es paisaje”, pero sería una estúpida pedantería, una afirmación sin garantías… Es necesario encontrar algún punto de partida eficaz que nos ayude a construir lenguaje (literatura). Borges lo hacía preferentemente a partir de los diccionarios y enciclopedias, porque allí las palabras están ordenadas al menos por su contigüidad léxica que no de significados. A mí también me gusta consultar los diccionarios, exprimirlos, como a Borges. Y de entre todos ellos, declaro mi especial admiración y confianza por el Diccionario de Uso de Español de Doña María Moliner; casi siempre encuentro en sus definiciones un argumento suficiente… No es así en este caso. La mayoría de definiciones y acepciones de “paisaje” que plantea Doña María son muy parciales, hace demasiadas referencias a lo rural, al campo. No obstante hay una que me da que pensar: “El campo considerado como espectáculo”… Sí, de eso hablábamos, de paisajes para ver y sentir.

Se me ha ocurrido ensayar una definición propia sobre el paisaje que quiero regalarte: “Paisaje: una visión fragmentada de la naturaleza y el mundo que nos rodea e incluye”… Es decir el paisaje como algo que se ve y por supuesto se interpreta —elegimos nuestro punto de vista, los ángulos de visión, acotamos su amplitud (“enmarcamos” nuestra mirada)… Se trata de fragmentos de realidad que ordenamos, componemos, relacionamos, comparamos… Fragmentos de la naturaleza: pero no sólo la espontánea y libre, la que se entiende como no construida ni intervenida directamente por el hombre, sino también la alterada mínimamente todavía comparable en muchos aspectos a la naturaleza salvaje, o domesticada con cierto amor y compromiso (aunque utilitarios), como por ejemplo el campo, lo rural… Y también fragmentos del mundo que serían el resto que no es naturaleza extendida, donde aparece lo construido, lo urbano, el interior de nuestros territorios domésticos, nuestras casas y sus patios, los parques y jardines… Una naturaleza y un mundo que nos rodean e incluyen, escenarios de nuestros pasos, donde caminamos o nos movemos… ese círculo vital cuyos radios son nuestras miradas y sentimientos particulares y su centro un eje móvil que se desplaza, parásito, con nuestro cuerpo… Un mundo-paisaje-circular que nos afecta e incluye, nos pertenece y le pertenecemos, como un punto pertenece por igual a su circunferencia y la línea tangente que le acaricia…

Es evidente que esta idea sobre el paisaje parte de una convicción profunda: “El paisaje es humano, o no lo es”. Lo que quiero decir es que el paisaje sólo existe en cuanto es visto, leído e interpretado —por el contrario la Naturaleza, el resto del mundo, siguen existiendo aun sin nuestras miradas e interpretaciones. El paisaje sólo es un estado circunstancial, no una condición esencial en la Naturaleza… Los paisajes en cuanto humanos están habitados, han sido habitados o lo serán. Ya habitamos un paisaje con sólo verlo; nuestros ojos son una prótesis, nuestras máquinas para grabarlos y reproducirlos, las prótesis de una prótesis fisiológica. Deseamos y hacemos todo lo posible por grabar sus rasgos —apuntes del natural, fotografías, videos, esos escritos a vuela pluma—, inventamos intangibles mnemotécnicos antes que desaparezcan sus efímeras sensaciones, acaso con la secreta intención de restaurar con su magia los sentimientos que nos conmovieron… Ay, esos recuerdos tan volátiles, tan distraídos que por nada se confunden entre ellos, intercambian sus secretos con total promiscuidad. Si no fuera por las imágenes, esas cosas que llenan los museos, los libros, las bibliotecas, nuestra vida de buhoneros, todo sería un irresoluble caos de recuerdos confundidos… —hasta los deseos más esperanzados serían sólo recuerdos olvidados.

Pero no nos engañemos: no hay imagen que represente al mundo en su totalidad. Igual que el arte no es una copia facsímile del mundo tampoco lo es un paisaje. Repito: lo que vemos y seleccionamos fragmentariamente de la naturaleza y el mundo que nos rodea sólo es una interpretación, una representación visual, desde un precario punto de vista determinado —todo punto de vista tiene tiempo y espacio concretos, coordenadas provisionales; nos movemos demasiado… Acaso esta fragilidad de la realidad contemplada, de la naturaleza “vista e interpretada” en sus paisajes, conmovió al arte y su mirada hacia este tema-sujeto. El arte siempre ha querido crear imágenes perdurables, incluso signos emblemáticos que nos encadenen a su recuerdo a perpetuidad. Para ello debió liberarse de los detalles insignificantes, las prolijas descripciones, las trampas de las ciencias analíticas y la física óptica. La visión del arte es más bien una pura interpretación extrasensorial que una percepción estrictamente de los sentidos… Es más bien una sospecha que hay algo invisible dentro o más allá de lo que se ve… Ya sabes —te lo he dicho en otras ocasiones— que al Arte lo represento emblemáticamente por medio de una celosía —que deja ver y no deja ver— y lo dramatizo en una escena de celos —cuando quiero saber y me duele saber… En fin, no sigo por este camino; ya ves a dónde me puede llevar mi pasión por los paisajes, por sus representaciones: lejos, muy lejos, arriba, quizás sobre las nubes y la niebla…

Todo paisaje es subjetivo —como estado de necesidad del “yo” que aspira a reconocerse en él—, una pura interpretación… “El ojo en el arte es ciego”, afirmaba con evidente exageración Gombrich. Tampoco en el paisaje es posible una visión puramente física. No es posible una hipotética mirada mecánica desprovista de intención, pura y descontaminada de memoria, de recuerdos, en la que esté ausente la facultad de la imaginación. La mirada del paisaje, como en el arte, es subjetiva… Con frecuencia confundimos lo que es un mero reconocimiento visual con el puro conocimiento (científico o no), lo que ha supuesto múltiples y persistentes errores y paradojas sobre la realidad. Lo que vemos es sólo un fragmento parcial de una realidad más compleja, apenas un estímulo precario en un contexto determinado, que descubrimos no siempre ingenua y autónomamente sino más bien al contrario. Comúnmente consideramos el sentido de la vista como el primero y el más inmediato de nuestros sentidos, el que nos comunica con mayor eficacia con el mundo exterior; pero esto no es cierto. Mirar, ver y conocer se entremezclan peligrosamente, a veces se contradicen cuando vibran a su antojo, insolidarios…

Muchas de nuestras ideas y convicciones avaladas sólo por el sentido de la vista son superficiales apariencias de imagen, construcciones mentales a partir de modelos visuales dados, asumidos y aprendidos sin reservas. Y es que además de visto todo paisaje debe ser leído: es un texto visual que requiere su propio código de interpretación de la realidad, un complejo sistema de trascripción que relacione formas y contenidos aparentemente dispares, incluso excepciones, algo así como una fórmula infalible para ordenar el mundo en todas sus facetas y posibilidades; pero a su manera, según su lengua familiar. Desde la destrucción de la Torre de Babel cada uno interpreta el mundo como le dicta su lenguaje —lo que explica los convencionalismos culturales, estéticos, nada universales, que dieron lugar a los paisajes pintados de Oriente y Occidente, su particular evolución divergente hasta estos tiempos de presunta indiferenciación y globalización genérica…

—¡Vaya! Me he pasado… te he escrito demasiado; cuánto tiempo te he hecho perder… Bueno, otro día te escribiré un poco más de mis paisajes favoritos, esos que fui recolectando por mi vida de viajero compulsivo, nomadeando, vagamundeando, antes de encontrarte al fin cuándo y dónde sea… ¿Dónde estás? Envíame por favor tu paisaje favorito; descríbemelo o regálame una de sus imágenes —tal vez así te encuentre más fácilmente y comience a vivirlo, a habitarlo, aun en tu ausencia… Te esperaré allí mientras te desembarazas de tus bagajes inútiles… No tardes. O pensaré que no me has leído hasta el final, hasta estos tres últimos puntos suspensivos…


Fotos: de la Serie "Paisajes de Mallorca"; enero-julio 2004

viernes, abril 25, 2008

Sobre los "románticos profesionales" y sus peligros...

¿Os habéis encontrado alguna vez con un/a romántico/a profesional en vuestra vida? Seguro que sí… los hay por todas partes; tienen un especial olfato para oler tragedias existenciales, momentos de debilidad… Desde luego no todos los “románticos” son “románticos profesionales”, su tipología es muy variada, la mayoría son inofensivos, incluso entrañables: los “melancólicos”, los “literarios”, los “estéticos”, los “enamorados del amor”, etc.; es de los “profesionales” de quienes te tienes que guardar, son peligrosos, te pueden hacer daño, mucho daño, si les dejas entrar en tu vida y “okuparte” sin solución… Te voy a definir y describir por encima a un romántico de esos, para que te cuides…

Pero antes voy a apuntarte algo sobre el romanticismo no sea que confundamos las palabras y nos hagamos un lío… Una cosa es tener impulsos románticos de vez en cuando, vivir situaciones amorosas idealizándolas, como de novela —“roman” en francés— y otra cosa vivir en un permanente estado romántico… Todos somos románticos funcionales, pero algunos lo son por necesidad… y entre ellos algunos por oficio… Una cosa es “estar” romántico y otra “ser” romántico… Ser romántico es abandonarse a lo desconocido, a lo inconsciente, a lo irracional. Es un estado de ánimo que se vive con total voluptuosidad, sin reparos ni subterfugios, disfrutando cada momento de una especie de naufragio existencial en el que la realidad va a la deriva y amenaza estrellarse contra las crestas de la vida… Por lo general, para un romántico no cabe la hipótesis de que pueda existir “un hoy”, una realidad inmediata, que puedan ser considerados motivo de interés o desee contemplar con ilusión. Sólo el pasado —recordado con amargura— y el futuro, siempre incierto, que intuye desgraciado y terrible, poseen la dignidad y gravedad suficientes para ser tenidos en cuenta, para conmoverle… Su tragedia es la de no saberse confinado en los estrechos territorios de su memoria —mordisqueada— y su deseo —volatilizándose—, ambos angustiosos y abismales… no sabe vivir el tiempo real, el que es, el que debería compartir con “los otros”. El romántico aspira a solucionar su angustia, a salvarse, sin apenas un compromiso moral que le reconcilie con su tiempo y con los demás… Es un egoísta por carácter y necesidad —es su naturaleza—, aislado y atemporal…

El “romanticismo profesional” es una perversión del romanticismo, su grado más patológico y dañino. En primer lugar es un espectáculo que requiere actores excepcionalmente dotados para la auto compasión y la soledad. Sus protagonistas pasan todo el tiempo lamentándose de las injusticias, las villanías, las adversidades del destino irremediable… Tantas veces han puesto a prueba la lealtad y amor de sus víctimas que al final sólo han quedado a su lado las traiciones e indiferencia de sus amantes… Ni siquiera les vale el suicidio a estos bufones del amor… tan aparentemente dueños de sí, tan comediantes. El suicidio es un pretexto que se escribe, se confiesa con lágrimas en los ojos, se amenaza, pero que nunca ha de tomarse en serio en labios de estos embaucadores de sentimientos. El suicidio es un último remedio que exige no obstante algún tipo de remordimiento… —algo que el suicida romántico no está dispuesto a sufrir; nada que no esté estrictamente estipulado en su ventajoso contrato con la vida.

Para quienes crean que la humanidad es estúpida, ser “romántico profesional” es su mejor opción posible. No hay nadie más ambicioso e implacable que esos románticos. Su aparente y bien estudiado carácter auto destructivo reducirá a escombros todas las ilusiones de quienes tuvieron la temeridad de compadecerles e intentar su salvación. La proverbial avidez de poseer que delata a estos enfermos del espíritu sólo es comparable a su disposición natural a abandonar maltrechas todas aquellas almas que han manoseado y despilfarrado. Y no les importa haberlo perdido todo, al contrario… en esta indigencia, en esta insensatez, se convencen de que han triunfado, aplacan su ansiedad, al menos momentáneamente, antes de pertrechar nuevos horrores, más sutiles profanaciones en la ingenuidad de sus víctimas…

El “romántico profesional” reclama para sí todo el afecto y ternura que le salen al encuentro, sin merecerlos. Con ellos fabrica trampas inverosímiles, espejismos confortables, mentiras en las que enredar y confundir a cualquier idiota que haya pretendido salvarle con su piedad y ridícula esperanza. Con los románticos no se juega ni se puede sufrir en broma. Su estrategia más eficaz consiste en hacernos creer que necesitan nuestro amor, nuestra admiración desembarazada de toda sospecha… que somos —dicen— el único refugio seguro en donde poder depositar sus solemnes confesiones… Cuánta falsedad y astucia para hacerse amar por quien sólo aspira a hacerse odiar después tras su traición… Qué perversa inteligencia, dios… Y qué placer tan refinado el de conquistar nuevamente la confianza de quien se ha abandonado (únicamente por capricho, sin importarle lo más mínimo su amargura) para multiplicar su sufrimiento hasta límites insospechados con el miedo de un último y definitivo abandono… —¿recuerdas el libro, la película, Amistades peligrosas? Las víctimas de un “romántico profesional” sobreviven lastimosamente aquejadas de miedo al amor para siempre…

El “romántico profesional” vive en un continuo desamor camuflado de hermosas palabras y estudiadas caricias. No hay nada más despreciable que un poema de amor escrito por tales mercenarios de la mezquindad —ni tan doloroso como el recuerdo de sus orgasmos. Deliciosos orgasmos y palabras de un romántico seductor: cicatrices abiertas, ácidos desgarros que el tiempo dejará intactos sin cura, para los que nada sirve el simulacro de la venganza o la heroicidad del olvido. ¡Cómo hace el amor, como escribe del amor, un “romántico profesional”!

Estos románticos depredadores son maestros en el arte de creerse sus mentiras. Nadie sabrá nunca cuando sufren o cuando gozan realmente. Sus gargantas encadenan carcajadas y gemidos con la misma sonoridad... Dicen ¡ay, qué dolor! como podrían decir “te quiero” o “soy el ser más feliz del mundo”… Su sentimentalismo es un narcótico que anestesia a las víctimas y les impide escapar mientras todavía hay tiempo. Destilan una poderosa droga sentimental de sabor agridulce que, propagada por lenguas y pabellones auriculares, adormece los sentidos, sobre todo el sentido común... Un susurro, apenas una sílaba, pueden derribar la más sólida arquitectura humana y la más firme de las voluntades. Dejarse seducir por la voz de un romántico apasionado o por su mirada es saberse infeliz más tarde o temprano, enteramente suyo, humillado… No hay nadie que merezca tal sacrificio, ni siquiera quien te hizo soñar de verdad por primera vez… Al fin y al cabo un sueño es un milagro por el que no vale la pena suicidarse… ¿O sí?... El Amor es otra cosa… ¿no?


Dibujo: de "Libro de Horas", 1991-92

miércoles, abril 23, 2008

Lo prometido es deuda... Pórtico a dos relatos eróticos después de mis conversaciones sobre estética... Disculpen la frivolidad: es primavera...

Lo prometido es deuda y quien avisa no es traidor… Llevaba yo un tiempo queriendo publicar alguna historieta erótica, incluso ligeramente pornográfica, y no encontraba ocasión… Desde luego no quería se entendiera como una frivolidad, que significara mi blog a los ojos de cualquier curioso como un blog de relatos eróticos… Me gusta leer de vez en cuando relatos eróticos; me los encuentro sin mayor esfuerzo cada vez que paseo por estos mundos comunales de blogs y bitácoras, los disfruto… Durante un tiempo fui incluso coleccionista de videos y DVD’s pornográficos paradójicamente intelectuales… Pero debo confesar que le tengo mucho respeto a la literatura erótica, y mira qué he leído: desde mi venerado Marqués de Sade a Almudena Grandes y Eduardo Mendicutti, a Henry Millar y Anaïs Nin, todo Bukovsky y Jean Genet, a Alberto Ruy Sánchez y Melissa Panarello, a Kawabata, a Osvaldo Lamborghini y Diamela Eltit, el Satiricón de Petronio y el Decamerón de Bocaccio, la Historia de O de Dominique Aury —el más erótico, el mejor, a mi entender—… y hasta la correspondencia amorosa de Joyce, entre otras joyas… Pero me cuesta escribir un relato erótico con sexo explícito, lo confieso… Debe ser por las palabras típicas de cualquier historia erótica medianamente descriptiva: que si hacer el amor o joder o follar… que si coño, polla, verga o vagina o concha o cualquiera de los sinónimos y neologismos que nombran nuestros genitales y sus contigüidades físicas o léxicas, qué más da… que si teta, poto o culo; que si meter o sacar; chupar, mamar o penetrar… y tantas otras que conforman el thesaurus especializado de palabras-recurso para cualquier relato erótico y/o pornográfico que se precie… Tampoco es por pudor, que no lo tengo más de lo debido —y en mi caso es bien poco lo que debo a la vergüenza social… No sé por qué pero no me siento cómodo escribiendo historias erótico-pornográficas… —pasajes eróticos sí, apuntes, sensaciones, instantes, impromptus… Creo que, en erotismo, lo que más me gusta y mejor me define es escribir haikus eróticos, soy una especie de coleccionista de erotismo bonsái… Un día de estos os doy a leer algunos ejemplos... ¿vale?

Bueno, pues aquí estoy otra vez a juicio de vuestros comentarios (con letritas o en silencio, qué más da)… Son dos relatos erótico-pornográficos que conforman un díptico, que es como me gusta representar el amor y el erotismo —recordad por ejemplo el que considero mi mejor relato escrito para este blog: Historia de un amor que vivieron unas horas y sobrevivió toda una vida... El primero lo empecé a escribir hace unos años como una versión algo exagerada de un episodio autobiográfico; no fue exactamente en un supermercado —esa imagen me la dio otro relato erótico que leí entonces—, pero la secuencia de los hechos fue muy semejante a la que describo… El segundo es muy reciente, prácticamente de cuando empecé a escribir este blog. Ambos los he retocado y adoptado a este formato en que nos leemos: reducidos y ahorrando pasajes innecesarios… No sé por qué, pero el segundo lo siento más íntimo que el primero, y eso que es un ejercicio minuciosamente descriptivo de detalles; acaso también más mío —¿será por su tono decididamente irónico? Qué cosas tiene la mimesis, proyectarnos y reconocernos en el otro…

Pienso que es el momento oportuno para darlos a leer colectivamente: habéis pasado estoicamente toda una iniciación en los desiertos de la estética tras haber leído “a pelo” mis últimas tres entregas acerca del arte, la belleza, etc. Os habéis empachado (supongo) de todas esas citas y reflexiones de Platón y Aristóteles, de Kant y Hegel, de Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Lyotard y tantos otros… Me habéis acompañado mientras escribía de la muerte, de la vida y la maceración del deseo… sobre las utopías y las atopías… comulgado conmigo y con Bruno Llanes e incluso compartido nuestro viaje místico, nuestro exilio existencial, también tuaregs a vuestra manera… Así que os merecéis un descanso, seguro que sí… Son dos historias intrascendentales… acaso lo mejor que pienso de ellas es que son divertidas, o me lo parecen… —el amor y el erotismo deben ser divertidos, dar risa, dibujar sonrisas, o no hay quien los aguante… No creo que resistan la criba estrictamente literaria cuando decida antologizarme; pero de lo que estoy seguro, absolutamente seguro, es que cuando vayáis al supermercado, por el sector de frutas y verduras, y veáis un hombre o una mujer que os mira con cierto descaro, recordareis esta aventura erótica de Pau Llanes… —qué cosas tiene la literatura… Ojalá algún día alguien me pregunte si soy Pau Llanes mientras hago la compra dos veces por semana en Mercadona… Eso es mejor que el Cervantes… ¡Feliz día del Libro, de la lectura! Rose=Eros para ti…

Los dos relatos eróticos Aventura caníbal en el supermercado I y II los podéis leer a continuación, más abajo, en los anteriores post… Los he compuesto así para vuestra comodidad… primero uno y luego el otro, por supuesto… jajaja

Foto: "Mercado de verduras y frutas en Belem", Brasil; abril 2006

Aventura caníbal en el supermercado... (I)

Pasaba por el estante de los zumos de frutas cuando el carrito del supermercado se negó a andar. Una rueda se había atascado en una bolsa despanzurrada de magdalenas que algún crío —pensé—, inconsciente o travieso, habría arrojado al suelo. Me agaché para solucionar el problema, tiré a un lado el amasijo informe, y ya me alzaba… cuando de pronto algo me detuvo y fijó mi atención de inmediato: era el culito de una mujer que se inclinaba delante de mí dándome la espalda… su braguita era de color verde musgo y su media melena color caoba con reflejos dorados… Incluso me sorprendí de mi sorpresa paralizante… tanto es así que no supe mirarla de reojo sino con los ojos bien abiertos.

Las curvas de su trasero, sus muslos, me provocaron deliciosas sensaciones eróticas. Llevaba una falda muy corta, a todas luces insuficiente para contener la consistente redondez de sus nalgas, soportar la tensión de su gesto despreocupado al avanzar el cuerpo hacia el interior del contenedor de los mariscos congelados —¿o era una estantería con latas de oferta? (ya no recuerdo el detalle, hace tanto tiempo)… En esa postura forzada, sus piernas me parecieron realmente hermosas e interminables. Aun sin ver su rostro, quise imaginarla poderosamente atractiva, seguro de no equivocarme. En eso estaba, en inventar su belleza, cuando la mujer volteó su cara hacia mí y me miró con desprecio al adivinar mis pensamientos. Entonces me sentí avergonzado frente a sus ojos castaños almendrados… —podían haber sido también verde musgo, pensé entonces. Me había atrapado in fraganti, ay, con mi portentosa imaginación entre sus muslos… Decidida, enfiló hacia la sección de los detergentes. Yo por mi parte, una vez recuperado de aquel inesperado impacto erótico, y sintiéndome todavía algo ridículo por este lance desigual de miradas, retomé las prioridades de mi lista de la compra y me encaminé al estante de las mermeladas…

Nos volvimos a encontrar diez minutos después en el puesto de las frutas y verduras. Yo manoseaba la dureza de unos melocotones cuando ella, un poco más lejos, se disponía a pesar un racimo de plátanos de Canarias… Ausente la dependienta, tomó uno de aquellos alargados frutos amarillos, lo peló con descarada naturalidad y le dio un furtivo mordisco. Un segundo después sus ojos volvieron a encontrarse con los míos; ahora era yo quien la atrapaba en un acto clandestino y placentero… pero lejos de inmutarse, aquella hermosa mujer (que lo era, más de lo que había imaginado) empezó a acariciar el plátano con sus labios, su boca recorría de arriba abajo el alargado fruto ya mordido, mientras entrecerraba los ojos con aparente éxtasis. Era evidente que más que excitarse —que lo hacía— jugaba conmigo a seducir nuevamente mi mirada, a estimular otra vez mi imaginación… Entonces fui yo el que se dio la media vuelta y me alejé, convencido de mantener con esta actitud mi dignidad y devolverle en su justa medida aquel desprecio con el que me había regalado hacía un rato…

Circulé con el carrito hasta llegar al extremo opuesto del supermercado. Todavía confundido y desorientado por aquellos encuentros con la desconocida mujer caoba dorada-verde musgo, compré comida para cocinar en el microondas aunque lo tengo estropeado hace un par de meses, seis botes de refrescos dietéticos —aunque los detesto— y cinco docenas de pinzas para tender la ropa… entre otras inutilidades y excesos. En eso estaba, en mi aturdimiento, cuando sentí un fuerte impacto de alguien que me empujaba con carrito y todo hacia una puerta entreabierta que llevaba al almacén interior del super… Era ella, esa mujer de mis recientes deseos y turbaciones, que frenética e impaciente se abalanzaba sobre mí con todo su cuerpo y la media despensa en su carro, ambos, irrefrenables…

Al atravesar el umbral del almacén, afortunadamente tropezamos y caímos sobre unos grandes sacos de legumbres y vegetales… judías verdes, berenjenas, pepinos, lechugas, calabacines, cogollos de Tudela, amortiguaron aquella derrota inesperada de nuestros cuerpos, casi sepultándonos en vida en la oscuridad del almacén trasero... No la podía ver, pero sentía su cuerpo caliente sobre el mío. Por instinto, para no rodar al suelo, me sujeté a una forma redondeada… pensé que era un hombro, luego una pantorrilla, un pecho, no sé… para darme cuenta al fin que era una de sus nalgas, una parte de su culito, ahora más prieto y tenso, atrapado a duras penas por sus braguitas (color verde musgo, recordé)… Temí por un instante que alguien del super nos hubiera visto penetrar furtiva y desordenadamente al almacén… pero mi miedo se desvaneció de inmediato al separar con mi cabeza sus piernas… El aroma de aquellas verduras era encantador y excitante: besé aquellos muslos hasta las ingles, mordisqueé las puntillas de las escarolas y los rizos de las ensaladas a la vez que orillaba con mi lengua los bordes de sus braguitas y sentía el roce delicioso de sus pelitos erizados y el sabor salado de su piel de gallina…

Volteé su cuerpo, o yo no sé qué hice… y tiré abajo, o arriba, sus braguitas de una vez… Frente a mi ceguera sentí el olor de su sexo abierto, húmedo, profundo… Recordando el episodio de la sección de frutería, comencé a solazarme en aquel festín de frutas imaginables: higos, fresas, mandarinas, kiwis, albaricoques, nísperos frescos y duros… Mis labios acariciaban y besaban sus otros labios… mi lengua se entretenía en aquel laberinto de pliegues y recovecos deliciosos… mi boca bebía sus jugos más íntimos… —qué extraño, de pronto todos mis recuerdos saben a fresa, huelen a fresa, hasta tengo semillas de fresa entre mis dientes todavía ahora… Luego de un rato, ni muy largo ni muy corto, ella comenzó a apretar más fuerte mi cabeza con sus piernas, hasta que sollozó en un evidente orgasmo que casi me cuesta la vida, tal era el poder de sus muslos y la extraordinaria ventosa de su sexo abierto asfixiándome… La hermosa mujer naufragaba de placer en un océano de vegetales...

Surgí de su sexo y de un montón de judías verdes para tomar aire… abracé a mi amante desconocida, la besé en sus labios superiores todavía intactos y puse sus pantorrillas sobre mis hombros… al tiempo que ella me desnudaba no sé cómo… A estas alturas de nuestra aventura ya poco nos importaba si había alguien alrededor o si nos miraban desde la penumbra de aquel oscuro recinto de nuestro amor inesperado. Poco a poco fui penetrando en sus húmedas profundidades, suave aunque decidido… En aquel túnel de su feminidad me moví con placer, me rocé, acaricié, salí y entré con generosidad y puntualidad exquisitas; creo que me alojé en sus más escondidos y secretos pasadizos, ella me guiaba, yo la seguía obediente, aprendiz de sus movimientos maestros... Así me encontraba de a gustito… cuando nos sentimos desfallecer en nuestros vegetales apoyos, rodando casi por tierra sobre berenjenas, alcachofas, lechugas y dios sabe que otras especies de la huerta… Apenas pude asirme a sus caderas y ella a mi cuello… apretándonos sin precaución y con el mayor placer de nuestros cuerpos… ¡Qué fantástico resbalón en estas verdes arenas movedizas!

Quedamos los dos cara a cara, apenas iluminados por las débiles reverberaciones de la pantallita de luz de emergencia… Le acaricié el pelo, lo retiré atrás de su frente, nos sonreímos… Enseguida ella tomo mi sexo con sus manos, lo comenzó a acariciar y a frotarlo con ese ritmo que tanto me gusta, suave pero enérgico… se agachó y lo tomó entre sus labios… arriba, abajo… con creciente energía… a veces lo mimaba con la punta de la lengua… Otra vez recordé la escena de la frutería: su boca jugando con el plátano de Canarias… sus mordiscos… sentí al máximo todas sus húmedas caricias en mi sexo tieso y duro a no poder más… —confieso que en su boca caníbal experimenté límites desconocidos de sensualidad y placer, nadie me había devorado hasta entonces con tan delicada glotonería, con hambre de alma, qué ternura la de su lengua... No pude más: aun sin querer, por instinto; salí amable de entre sus labios y la atraje otra vez hacía mí con fuerza, penetrándola al sur de su cuerpo… Ella me esperaba abierta de par en par, su sexo todavía inundado… Nos sacudimos con furia, nos estrujamos el alma a la vez que nuestros cuerpos excitados casi en el vértigo del abismo suicida... De un golpe nos derramamos, todo… —así, amor, le decía, me decía, así… dámelo todo, tómame todo, así—… y su cuerpo y el mío se estremecían en escalofríos y calenturas sin solución de continuidad jaleados por el eco escandaloso de nuestros gemidos… Ella gritó algo en una lengua extraña mientras saltaba con su culo certero sobre mi sexo todavía poderoso y se abrazaba a mi cuello... Yo ya sólo vivía para sus pechos, de ellos bebía esperanza: los exprimía solícito, succionaba sediento, mordía con mis labios sus pezones, uno y otro aleatoriamente, con las últimas fuerzas que me quedaban… En uno de aquellos espasmos incontenibles aplastamos algunas cajas de galletas sobre las que habíamos caído por fin…

Descansamos por algunos minutos en aquel lecho informe y despanzurrado, en silencio… Nos acariciábamos la punta de las yemas, los codos, los sobacos, la nuca, las rodillas, la punta de la nariz… Luego nos vestimos con cierta prisa, preocupados entonces —qué locos— que pudiera entrar alguien en el almacén arrasado por el huracán de nuestro deseo… Reconozco que me enterneció ver cómo mi felina amante se ajustaba sus braguitas verdes-musgo ante mis ojos asombrados de tanta sensualidad... fue un acto íntimo que hizo con absoluta confianza, decorándolo con una sonrisa de ángel… —sin duda el más precioso colofón posible a nuestra aventura amorosa… Salimos del oscuro almacén uno tras el otro, ya repeinados… Ella me apuntó en un papel su nombre —Véronique— y un número de teléfono… me lo dio y nos despedimos con un pícaro beso en las mejillas, todavía calientes… Nos olimos... guardamos nuestros olores en la memoria profunda… Mientras se alejaba, volteó su rostro y me sonrió nuevamente… Yo le lancé un beso con la punta de mis dedos…

Desde entonces, todas las tardes, a eso de las seis y media, más o menos, Véronique y yo nos encontramos en cualquier Mercadona que nos apetece antes de devorarnos deliciosamente donde nuestra imaginación haya convenido… Qué rabia que haya domingos en todas las semanas de nuestra vida caníbal… Todos los domingos, ayunamos… qué remedio…

Aventura canibal en el supermercado... (II)

Acababa de poner en el carrito cuatro cajas de zumo de frutas y me encaminaba sin prisa hacia la sección del pescado y mariscos frescos mientras observaba distraída las estanterías de las salsas de tomate, de tomate triturado, los pimientos morrones y los de piquillo enlatados, y luego todas esas salsas embotelladas o en sobrecitos: pesto, boloñesa, carbonara, bechamel, roquefort, guacamole, romesco, al curry, salsa rosa, Chutney… y las mayonesas y mostazas… Cuántas botellitas, cuántos frascos, pensaba, y qué ricas combinaciones con el pescado que voy a comprar y los mariscos… ummm… Ojala encuentre peces frescos, nada de congelados, para regalarme este fin de semana, sola al fin, en mi casita… Ay, cómo me encantan estos sabores a mar salada y jugar en mi boca con unos trocitos suficientemente duros y consistentes, unos fríos, otros templados, marearlos con mi lengua y mis labios antes de masticar y estrujarlos definitivamente en mi paladar… ummm… —se me hacía la boca agua, rebosaba saliva salada, de tanto placer gastronómico con sólo imaginarlo… En eso estaba cuando me paré frente a una repisa baja con grandes cestas de metal con latas y más latas amontonadas de atún natural y caballa, mejillones en salsa de vieira, calamares y chopitos en aceite de oliva, sardinas y sardinillas, y no sé cuántas especialidades de una marca muy conocida que recientemente había cerrado tras una huelga demasiado salvaje, según leí en los periódicos… ¡Qué bien! Estaban al 50%, dos por una del mismo tipo y calidad… me puse a revolver para hacer parejas —pero qué incómodas estas cestas tan bajas…

Estaba así inclinada, rebuscando, cuando presentí la mirada de alguien detrás recorriendo la piel de mis piernas, desde los tobillos a las cimas redondeadas de mis muslos, es decir mi culo… Recordé que llevaba una faldita un poco corta, sí, acaso demasiado corta para estos ejercicios dentro de las cestas metálicas… De pronto un súbito calor monzónico y un ligero terremoto desde el centro de mi vientre, inesperados, se pusieron de acuerdo para conmoverme y sacarme desconcertada del feliz ensimismamiento en que me encontraba: me quemaba la piel y temblaban las piernas sólo con imaginar esa mirada imaginaria… —pero si sólo era un presentimiento…

Sin embargo prolongué un poco más mi postura, forzándola ligeramente, agitando levemente mi faldita de pequeñas palas por ver si su aleteo abanicaba mis nalgas y daba un respiro a mi piel enrojecida; necesitaba un alivio para mis piernas… Entonces experimenté esa dulce sensación, la calma tensa tras el primer trueno de la tormenta, y me gustó sentirme observada por detrás: al mismo tiempo vestida por la mirada de un hombre y desvestida por sus pestañas… Estaba guapa aquella tarde, con el cabello recién lavado, bien peinado y relucientes mis reflejos dorados, con la faldita que había comprado en Caramelo que me sentaba estupendamente… Una faldita suficiente, ni muy corta ni tampoco larga, a esa altura de mis muslos en la que yo sé que los hombres se arrojan al vacío o se encaraman a mis pechos en un pis pas… Ah, y las sandalias de tiritas estampadas de piel de guepardo con la cuña japonesa y una pulserita de abalorios sobre el tobillo… Mi vientre se estremeció —ay, pensaba en mi braguita tanga de color verde musgo… Y sentí que aquella (todavía) imaginaria mirada se bañaba en mar salada, nadaba en la superficie de mi piel surfeando sobre las olas de mi sudor… —qué sofoco… No sé qué hacer… Voy a darme —y a darle, si existe “él”— un poco más de tiempo, me dije… Quise imaginar cómo de penetrantes eran sus ojos, hasta dónde habían llegado en su atrevimiento, si eran antiguos o inexpertos, brillantes como soles o apagados como estrellas en la niebla… No pude aguantar más mi curiosidad y me giré de pronto con una torsión violenta de cuello sacudiendo mi media melena como hacen las chicas en los documentales de Play Boy —estoy segura que a cámara lenta todavía se podrían apreciar algunos restos microscópicos de champú desprendiéndose sobre las ondas de mi cabello desplegado en un delicado fractal de reflejos iriscentes…

Sí, un hombre: “él”, me estaba mirando —lo presentía, lo intuía, estás cosas las sabemos no sé por qué las mujeres… “Y ahora qué”… le dije con mis ojos retadores… Los suyos estaban abiertos de modo tan absurdo, sorprendidos por mi reacción, tan expectantes… que casi se corre pero de vergüenza y de sentirse así de ridículo desojado entre mis muslos… Mantuve la mirada unos segundos como pude, más por curiosidad que por afán de torturarle y hacer pagar su descaro; no me sentía incómoda ante aquel desconocido… Era un hombre maduro pero de aspecto juvenil, barba corta, fuerte cuello, ojos profundos, de mediana estatura y complexión atlética, vestido informal con un suéter negro y pantalones de loneta caquis… —“No está mal el pollo”, me dije, sin perdonarle la mirada—… y seguí mi camino como si nada… Si el destino lo quiere ya nos encontraremos más adelante, donde sea, cuando sea…

Dejé el pescado y el marisco para más tarde y viré hacia la sección de los detergentes, más neutra y segura que la de las langostas, bogavantes, almejas, navajas, gambas rojas de Denia y atunes mediterráneos… Entre los detergentes, suavizantes y lejías no dejé de pensar en el desconocido —“qué descaro, me gusta”… Sabía que nos íbamos a encontrar, ensayaba qué le diría… Así se me pasaron los minutos en un santiamén divagando entre mis preguntas y sus respuestas imaginarias. Hasta que lo vi de nuevo en la frutería… ay, qué suerte, en la frutería… Él estaba manoseando unos melocotones y entonces se me ocurrió provocarle sin compasión… Tomé un racimo de plátanos de Canarias y los fui a pesar a su vista. Antes de depositarlos sobre la balanza automática cogí uno, el más grande, y comencé a pelarlo como distraída, a mordisquearlo sólo la puntita, para luego embocarlo más decididamente todo lo largo de su cuerpo duro deliciosamente curvado… Me estremecí consciente de lo que hacía, mis pezones se erizaron autónomos, disfruté de la fruta tanto como de que me mirase complacido “mi” extraño… Pero qué rabia; en un cerrar de ojos (aún en éxtasis) advertí sorprendida que se alejaba, que me daba la espalda… Ahora me sentía yo ridícula con un plátano casi entero en mi boca y sus maltrechas peladuras rebosando mi mano desnuda, puño en rostro…

Otra tempestad de calor monzónico y un nuevo terremoto interiores revolvieron mis entrañas y enrojecieron mi piel avergonzada… pero no sólo por vergüenza o su desaire… Sentía la necesidad de poseer a este hombre, no sé si a cualquier otro hombre, aquella tarde en el supermercado… Basta de dudas, juegos infantiles e ingenuas picardías —cómo me excitaba aquel juego erótico, más de lo que jamás hubiera imaginado… Aturdimiento, urgencia, tensión, ceguera, deseo… y yo qué sé… Estaba resuelta a terminar como dios manda lo que había iniciado hace un rato aun contra mi voluntad… Sería gula, lujuria, no sé… o todos los pecados capitales campando al unísono por Mercadona… “pero a ese tipo me lo hago como sea”, me dije convencida… “va a conocer en carne propia lo peligroso y letal que es abrir la caja de Pandora de una mujer como yo, y más en primavera”, le advertía en silencio, “será memorable o no será”, concluí con un mantra…

Cerca de la sección de carnes y embutidos descubrí una puerta entreabierta que daba al almacén. Imaginé de inmediato que la descuidada abertura daba a un paraíso en penumbra apenas transitado, lleno de corredores y cámaras secretas en donde perdernos, un laberinto de cajas y lechos de verduras en donde yacer, una fantástica máquina de sensaciones, de olores fundiéndose y confundiéndose con los de nuestras pieles y sexos exhalando sus más íntimos perfumes… Y así, sin pensarlo dos veces, arrebatada me fui directa hacia el madurito y lo arrollé con mi carro mientras le tomaba por el brazo y arrastraba hacia el interior del santuario sin palabras, para qué… Ya dentro, tropezamos o no sé si le empujé yo, irrefrenable y fuera de mis casillas. Por fortuna caímos sobre unos grandes sacos de legumbres y vegetales que amortiguaron el trompazo seguro; era como una inmensa cama con sus cojines y almohadas de berenjenas, lechugas, endivias, calabacines… un lecho de lentejas y judiones de La Granja, que lejos de incomodarme masajeaban todos mis músculos con inusitada eficacia antes de aquella batalla de cuerpos que deseaba fuera campal y sin treguas… Me abracé a él con todos mis miembros (no sé cuántos, perdí la cuenta), lo atrapé con mi tela de araña de pelitos erizados, me refroté hasta hacer fuego con las rodillas en sus muslos… Ay, me cogió el culo con sus manos, qué felicidad… cómo me gusta que mis nalgas se transformen en un culo con todas sus letras por la gracia de las manos de un hombre… —qué magos algunos hombres…

En un momentico sentí el sexo duro de mi presa sobre mi vientre; el mío latía ya rítmicamente bajo el escaso vestido, terso y duro también, creciendo hacia dentro, más dentro de la carne incluso… Le sentí suspirar cuando arrancó el pequeño triángulo de mi tanga verde musgo que guardaba, es un decir, mi umbral más estrecho… Temblé, me estremecí un poco, y no pude hacer otra cosa sino entregarme completamente al tacto (al suyo, al mío) con todas las potencias de mi piel y mis membranas… Mi boca fue directa a su boca, certera… Era una boca sabia, ardiente, repleta de dientes mordedores y una lengua decididamente invasiva, pero suave, ligeramente azucarada… Sorbió mis labios hasta la última gota de silicona (es una metáfora, claro)… Mientras, nuestros dedos hacían y deshacían en la oscuridad trampas y nudos salomónicos como si nada, a veces eran garras, otras lianas de plumón… tejían alfombras voladoras para nuestros sentidos desbocados…

En una de esas cayó sobre su espalda una caja de frutas, liviana, pensé, pues ni se inmutó… Tanteé a su lado y descubrí que eran fresones —de Ubrique, deduje por su textura, tersos y duros… Cogí uno por el rabo verde y me lo metí en la boca para compartirlo con mi amante… ummm, qué hambre teníamos, dios… Luego cogí uno más, gigante, y lo encajé en el pequeño umbral de mi hendidura más íntima; con un enérgico tirón de cabeza abajo le invité a un delicioso banquete de fresa, no hizo falta que le explicara más, entendió este gesto con inteligencia y se dispuso a devorarme caníbal, qué dientes… Quitó el inútil rabo con sus blancas ferocidades e introdujo todo el fresón en mi cuerpo abriendo de par en par mis labios grandes con los suyos no menos grandes bajo sus bigotes… Qué delicia, entraba y salía con ritmo preciso, una vez y otra empujado por el poderoso émbolo de su lengua… después se lo comió entero privándome por un momento de aquel dulce amasijo de fruta ya despachurrada —qué vacío, aunque sólo fue un instante… No sé si por compasión o por gula volvió a meterme su lengua hasta no más poder mientras bebía el zumo de nuestras frutas y rechupaba cualquier carnosidad de mi sexo macerado… Se lo bebió todo, se lo comió todo, qué hambre este hombre…

A estas alturas yo toda era un mar dulce y rojo, imposible de cruzar sin quedar ahogado para siempre… No podía contener el tsunami que se avecinaba, ni quise… Tomé más fuerte su cabeza con mis manos y le apresé con mis muslos… —qué sofoco, qué rico orgasmo voy a tener, si lo sé… ay, qué posturita más tonta… Fue intenso, integral, un orgasmo de raíces y hasta en los ovarios… Deseé que su lengua entrase hasta la mía escalando por dentro por mis entrañas, que se quedara allí para siempre —sí, ya sé, que para siempre es un decir— o al menos no se retirara en un par de horas… ummm… no lo hizo, fue lo mejor que hizo en su vida sin saberlo…

Por primera vez nos miramos directamente a los ojos sin otro pretexto que hacerlo y nos sonreímos aún mudos… Nos desnudamos rápidos y experimentados —bueno, lo que quedaba por desvestir… Me puso las piernas verticales sosteniendo el cielo y de inmediato me penetró como si supiese el camino de sobras, qué decisión… Yo por mi parte también le metí mis dulces dedos en su boca que me lo agradeció sediento chupándolos hasta los huesos… Entraba y salía como si fuera su casa —qué okupa, señor—…unas veces enérgico, otras suavemente, unas lento, otras aceleraba… era un delirio… así, mi reciente orgasmo se prolongaba y multiplicaba con cada una de sus sacudidas… Me exprimía los pechos como si fueran naranjas de Xativa, redondas y tiesas, todo jugo… y yo le pellizcaba sus pezones que me parecieron pequeños clítoris y le gustaba, cómo le gustaba… Qué bien entraba por mis valles inundados, por los más estrechos cañones de mis ríos interiores, qué placer cuando me rozaba con la proa de su barco… Ay, me estaba corriendo nuevamente, mejor aún, no había dejado de correrme ni con su lengua húmeda ni con su espada de fuego… —ay, otra vez—… qué posturita más tonta… —“vamos”, “vamos”, “dámelo todo”, le decía ya con palabras, en francés de la Martinique…

Así estaba otra vez estremecida cuando no sé cómo nos dimos un revolcón y caímos por un costado de nuestro lecho improvisado —qué orgasmo, qué ostia, señor, si no hubiera sido por aquellos sacos de vegetales de la huerta… Menos mal que me había corrido un microsegundo antes… El pobrecito no, tenía cara de asustado; pero ni se le notaba en su sexo —qué valiente este barco y sus marinería… Así que me puse a recompensarle por su bravura, su decisión pirata… Lo tomé entre mis labios y lo metí de una vez hasta mi garganta profunda, qué rico, qué tieso… con la punta de mi lengua lo mimaba, con mis dientes corregía sus desviaciones, arriba y abajo, lo comía como el plátano de Canarias —qué dulce, como su lengua… Cómo le gustaba, cómo nos gustaba, ambos caníbales carismáticos… Su ritmo se aceleraba en cada mamada —reconocía esos movimientos compulsivos que anteceden al éxtasis de un macho—, me disponía a beberle yo ahora hasta la última gota… qué rico… Su sexo también sabía a fresa…

Pero no, mi víctima tenía sangre fría y su lechecita no estaba todavía a punto por suerte… Salió su sabroso músculo de mi boca sin violencia, al contrario, y me atrajo otra vez hacia él, penetrándome desde abajo… Yo le esperaba con mi sexo abierto —hacia ya no sé cuándo era puerto franco para este huésped de barba recortada—, desde luego hidratado y lubricado, a sus órdenes y dictados… Me penetró con un sencillo movimiento de esgrima y yo me agarré a su cuello para no caer despeñada en aquel abismo de sensaciones increíbles… Mi culo comenzó a moverse alrededor y arriba-abajo de su mástil, entonces el eje de nuestro universo; sus manos me guiaban… Nos sacudimos con furia, nos estrujamos lo que quedaba de nosotros, nos jaleábamos cada uno en su lengua: “Vamos, vamos, sigue, amor… dámelo todo, tómalo todo… así, un poco más, no falta nada, vamos a corrernos, sí, sí, ya… ya…dios, amor”… —y nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo inextricable, consumidos por la misma calentura, acoplados nuestros gemidos; no cabía ni una paja entre su vientre y el mío (¿y para qué nos íbamos a meter una paja ahora en esta situación? —qué cosas tiene la literatura… Pues eso, que nos corrimos y estremecimos con inmenso escalofrío… Más que una pequeña muerte nos regalamos un chorro de vida… —que falta nos hacía, pienso hoy…

Descansamos por algunos minutos en aquel lecho informe y despanzurrado, en silencio… Nos acariciábamos la punta de las yemas, los codos, los sobacos, la nuca, las rodillas, la punta de la nariz. Luego nos vestimos con cierta prisa, preocupados entonces que pudiera entrar alguien en aquel almacén arrasado por el huracán de nuestro deseo… Me ajusté como pude mi tanga color verde musgo ante sus ojos asombrados... Lo hice como colofón de nuestra aventura y regalo a sus ojos, un acto íntimo, testimonial, de felicidad, qué menos… Al fin y al cabo todo había comenzado al mirar mis braguitas, ¿O no?... Salimos del almacén uno tras el otro, ya vestidos y repeinados… Le miré fijamente por unos segundos que me parecieron una eternidad y descubrí que tenía ojos de distinto color, uno azul oscuro y el otro marrón avellana; me conmovió esa mirada tan desigual, me enamoró como me miraba… Le apunté en un papel mi nombre —Véronique—y el número de mi teléfono móvil… Lo tomó con una dulce sonrisa y nos despedimos con un pícaro beso en las mejillas, todavía calientes, ardiendo… Nos olimos… todavía guardo su olor, aquel olor, en mi memoria profunda… Mientras me alejaba, volteé mi rostro y le regalé mi sonrisa más desnuda. Él me lanzó un beso con la punta de sus dedos —qué precisión, me dio en medio de la diana del coeur— y me dijo con voz grave, seguro de sí: “Me llamo Pau, no me olvides”…

Desde entonces, todas las tardes, a eso de las seis y media, más o menos, Pau y yo nos encontramos en cualquier supermercado antes de devorarnos deliciosamente donde nuestra imaginación haya acordado… Qué rabia que haya domingos en todas las semanas de nuestra vida caníbal. Todos los domingos, ayunamos… Bueno, no importa, se me ha ocurrido cómo solucionar este despropósito laboral. He encontrado un 24 horas en Santa Catalina y ya he pactado con la dueña que haga la vista gorda los domingos cuando vayamos a hacer la compra (ahora ya juntos, de la mano)… Qué contento se va a poner Pau; los domingos sólo comeremos dulces y pasteles… Sí, ya sé, Pau es diabético… pero yo soy su insulina: nada mejor que tenerme a mano para siempre… —uy, sí, lo siento: “siempre” es una coquetería… jajaja… ¿Y qué?… me da igual lo que escribió Kundera en La insoportable levedad del ser acerca de la coquetería… Lo nuestro es Amor Caníbal

martes, abril 15, 2008

Ascesis en la vida como en el amor… —deberías leerme hasta el final aunque te dé asco…

Releo un texto del joven Mircea Eliade y encuentro una cita de Baudelaire: “L'ironie considérée comme une forme de la macération” (La ironía considerada como una forma de maceración)… Eliade la relaciona con Kierkegaard; entiende que esa “maceración” es algo así como una forma de ascesis laica, la descomposición del hombre profano… Ser irónico con uno mismo o con los otros sería como disolver una cierta vulgaridad o ingenuidad espiritual, para “exorcizar, humillándola, una comodidad demasiado humana”. Eliade interpreta que se trata de una técnica perfectamente ascética, un macerar la carne… No sé… a veces Mircea Eliade se pasa tres pueblos… Aun con todo reconozco que me hace pensar acerca de un Baudelaire que se maceraba y humillaba con su voluptuosidad… o que Emil Cioran sea un trágico ejemplo de “maceración de sí mismo a través de la paradoja y la invectiva”. Es cierto que Cioran se encerraba en su soledad construyendo laberintos de paredes resbaladizas, muros de sarcasmo patinados de pura bilis de su humor melancólico… y también que no hay mejor antioxidante que el mismo óxido superficial inducido por nuestra orina; la repulsión dicen que es un admirable instrumento de autodefensa del ser…

Mircea Eliade afirma, y acierta en la analogía, que todas las formas de ascesis utilizan la repulsión como instrumento de contemplación: “La meditación sobre cadáveres (en la India, encima de ellos), la meditación en los lugares abandonados o en los cementerios son prácticas obligatorias. La suciedad del cuerpo, la agitación febril de los parásitos, los harapos, las enfermedades repugnantes (la lepra, el lupus, la viruela, etc.), son técnicas ascéticas fervorosamente recomendadas, por lo menos como ejercicios introductorios. El neófito tiene que realizar el asco hasta la médula de su ser: sentir que todo se descompone en este mundo de ilusiones y dolor, que todo deviene; es decir, «pulula». Solamente después de haber alcanzado esta pesimista intuición, el asceta podrá instalarse en la indiferencia y la quietud, indiferencia y quietud que le hacen mirar de la misma forma «un pedazo de tierra o una joya de oro, un trozo de carne en la carnicería o el suave muslo de una mujer», como rezan los antiguos tratados hindúes”…

¿Y la ascesis en el amor? Esa ascesis de la cual hablaba el personaje principal de la obra de teatro “Víctor” —personaje que representaba al mismo Duchamp— escrita por su amigo y cómplice Henri-Pierre Roche: “El amor, una ascesis. Su supresión, otra ascesis. (...) Hay que evitar vivir mucho tiempo juntos. Es preciso saber abandonarse para poderse reencontrar. Hay que evitar devorar al otro o desear ser devorado”… —Yo sé que es así; la practico de tiempo en tiempo. También sé que no compartes mi radical silencio y absoluta ausencia, aislarme de la noche a la mañana como un muerto en vida… No sabes cuán duro es hacerse el indiferente (sin serlo exactamente)… A veces cuesta demasiado volver como si nada…


Fotos: "Il Babuino" (estatua de sileno) y "Memento Moris del arquitecto Giovanni Battista Gisleni (Gislenus)" Iglesia de Santa Maria del Popolo; Roma, marzo 2007

domingo, abril 13, 2008

Topofilia de tu cuerpo... —Vamos, no tengas pudor, miedo; dime dónde...

Yi-Fu Tuan —el más prestigioso geógrafo contemporáneo— considera la experiencia y las emociones modos privilegiados para conocer y sentir el espacio geográfico. Con ese sentido elaboró los conceptos de “topofilia” y “topofobia”, asociados a valores sentimentales de atracción o negación a ciertos lugares… “Topofilia” sería el conjunto de relaciones emotivas y afectivas positivas que unen al hombre con un determinado lugar, por ejemplo su casa, su barrio, su pueblo o la ciudad en donde reside; tiene que ver con sensaciones y sentimientos tales como “confortable”, “hogareño”, “relajado”, “sin tensiones”… —se trata de experiencias estáticas tanto en lugares naturales como construidos. Si la topofilia alcanza el grado de sentimiento reverencial, Tuan la denomina “topolatría”. Por el contrario, “topofobia” implicaría relaciones emotivas negativas; provocadas por ambientes, lugares o paisajes que nos son de alguna manera desagradables o inducen a la ansiedad y depresión —desgraciadamente, un sentimiento generalizado en muchas caóticas metrópolis modernas, desestructuradas y alienantes. Otro término inventado por Tuan es la “toponegligencia”, que vendría a ser la falta de arraigo, de sentido de pertenencia, la carencia de identidad, que a veces experimentamos en nuestras ciudades, regiones u otros territorios conflictivos.

Para Yi-Fu Tuan, “lugar” se corresponde con un mundo de significados organizado. Es esencialmente un concepto estático —en realidad un punto fijo de encuentro en común de experiencias diferentes. El “lugar” es un centro de significación insustituible para la fundación de nuestra identidad como individuos y como miembros de una comunidad, asociándose por ello al sentimiento de hogar (“home place”)… Para Tuan los “lugares” varían grandemente en tamaño: una mecedora en la terraza es un lugar, pero también lo es un estado-nación… Conocemos y sentimos los pequeños lugares a través de nuestra experiencia directa, incluso mediante sensaciones tan íntimas como tocarlos y acariciarlos; sin embargo una región, por ejemplo, está lejos de la experiencia directa de la mayoría de la gente pero también puede ser transformado en lugar —como localización de lealtades apasionadas— a través de la educación, la política, incluso del arte, una fotografía…

Ay, mis lugares: espacios-refugio en mi viaje a través del mundo, de la vida… privilegiados centros de observación y reflexión desde los cuales miro —también metafóricamente— el paisaje en derredor, a lo lejos… Pero mis lugares no tienen por que ser los tuyos y viceversa… Es nuestra pura subjetividad la que hace que algunos lugares tengan un especial significado para cada uno: el lugar de nacimiento o el escenario de nuestros amores más deliciosos o aquellos lugares que recordamos de un viaje memorable… Es necesario un compromiso entre lo individual y subjetivo y lo social para establecer lugares de encuentro en donde compartir experiencias… lugares vividos en común, aunque luego los recordemos separados… —¡Vamos, no tengas pudor, miedo! Dime un sitio que quieras transformar en lugar arropada por mis brazos… un lugar en el que habitarnos y mirarnos tan lejos como nos dejen nuestras pestañas enredadas… Pero por favor, que no sea un lugar común… Aborrezco los fantasmas alrededor de mi cama…

Foto: "Essaouira: zocos"; diciembre 2006

jueves, abril 10, 2008

La decadencia de la mentira y sus utopías... O cómo hago alquimias con mi cuerpo al atardecer.


Oscar Wilde criticaba al realismo por su vana intención de representar únicamente la realidad; lo que para él no tenía ningún mérito y, además, con el paso del tiempo dejaría de ser verosímil e inteligible… Para el genial autor irlandés, el objetivo del arte debe ser la mentira, es decir dar a conocer la belleza de las cosas falsas (inventadas, de ficción, ideales). Wilde defiende la mentira en el arte: sólo se puede representar la belleza mintiendo y falseando la realidad. Sin mentira no hay arte; es decir la mentira y la poesía son artes… Aún más radical, argumenta que a la larga la vida y la naturaleza imitan al Arte, y no al contrario, como se ha entendido tradicionalmente: “Mirar una cosa es muy distinto a verla. No se ve nada hasta que no se ve en algo su belleza. Entonces, y sólo entonces, la cosa comienza a existir. Actualmente la gente ve la niebla no por sí misma, sino porque los poetas y pintores han mostrado la misteriosa belleza de sus efectos. Probablemente ha habido niebla por siglos en Londres… Pero ninguna la vio hasta ahora, ni sabíamos casi nada de ella”… Con estas premisas Oscar Wilde planteaba aspectos de gran interés, por ejemplo la preeminencia de la interpretación sobre el hecho en sí mismo, una interpretación de la realidad según códigos establecidos, aprendidos, incluso asuntos relativos a la mecánica cuántica y a las condiciones de observación de los fenómenos. La realidad no es necesariamente como la creemos ver, sino lo que interpretamos de ella o cómo la representamos… —por lo que adquiere total sentido la reivindicación de Wilde de una mirada artística, la necesidad de un canon artístico, sobre otras consideraciones meramente naturalistas.

La decadencia de la mentira fue uno de los textos predilectos de Wilde, sin duda uno de los mejores de crítica estética. Es un brillante alegato contra el arte realista de su tiempo, que mediante el “culto monstruoso de los hechos” pretendía ser el espejo de la vida y se arrogaba capacidad suficiente para representarla con mayor precisión… Para Wilde, sus cultivadores “acaban por escribir novelas tan semejantes a la vida que no hay modo de creer en su verosimilitud”. Por eso el Arte nunca debe imitar a la vida, pues “el Arte no expresa nunca otra cosa que a sí mismo”. Oscar Wilde cree que cuando el Arte renuncia a su medio principal, la imaginación, está abocado a un completo fracaso. Su propuesta es “intentar la renovación del antiguo arte de la Mentira” —un deber irrenunciable, ya que la mentira es el modo más elevado y el fin propio de todo Arte que se precie…

Acusando al arte naturalista de fines del siglo XIX, Wilde llega a sostener que el Arte es superior a la Naturaleza, incluso que la vida misma es “alumna” del Arte, que aprende de nuestra mirada artística. Su elogio a la mentira tiene que ver con su reivindicación de la belleza más allá de su realidad natural —cuando Wilde habla de mentira hay que entender “reelaboración” de la realidad, idealización, ficción, recreación de una nueva realidad artística “inventada”, es decir en muchos aspectos mentiras, construcciones mucho más que descriptivas de la naturaleza y la realidad de los hechos que acontecen. Oscar Wilde reclama la necesidad de “artistas totales”, completos, que sepan ser también críticos de su propia expresión. Reclama un arte fuera de la moral —amoral, no inmoral—, ocupado sobre todo en crear estados de ser, de ánimo, existenciales, universales, que no pueden estar mediatizados por la moral ni las costumbres de cada tiempo, sus convencionalismos. Un arte y una estética “amorales” que operen en el sentido de crear la utopía de una sociedad libre de constricciones prácticas, dedicada a la contemplación, al placer. En esta “amoralidad” entendida por Wilde como violación de las reglas, está el progreso… Su Utopía era una sociedad artística no materialista, sostenida por la alegría, el placer, los valores artísticos de la imaginación y la invención, con tiempo necesario para la reflexión y la propia expresión, ese impulso incontenible de la expresión artística, de revelar aquello que todavía la naturaleza, la vida, el mismo arte, no han mostrado… la voluntad de auto realizarse a través de la creatividad individual y el espíritu crítico… —Miénteme, mi amor, y dime que yo soy tu Utopía… hay días en las que una mentira mueve más que cien carretas, es decir que un par de tetas bien puestas…


Fotos: "Alquimias en el río Negro", Amazonas, Brasil; abril 2005

sábado, abril 05, 2008

Bastante tengo yo con hacerte soñar cada dos días... ¿Dime, cerraste los ojos?


Quiero regalar un sueño antiguo a una amiga reciente. Es un regalo para el día después de su cumpleaños. Somos amigos y confidentes hace tan poco que todavía no sabe que me gusta regalar un día después —no el del aniversario, ni la vigilia, sino el día después—, el del ayuno, cuando los labios han quedado fríos de decirse tanto y derrocharse con tanta gracia; es un beso diferente que sabe diferente… Y sé que mi amiga no es indiferente a estas cosas: ella es especial y especiada; es Aries, una cabra loca, una llama… Por ejemplo lee a Rilke… —me lo devuelve a bocanadas alguna madrugada de esas que nos vamos juntos de parranda al club de las luciérnagas muertas a emborracharnos con absenta y spleen hasta el amanecer—… y borda catástrofes, cómo las borda al borde de su cama. Qué arte tiene con sus zalamerías mi Lou-chica…

Éste es un sueño en el que fui mirón, que no voyeur, del amor de una pareja de amadores; en el que miré tanto de lejos como de cerca, y no dejé de correrme de vergüenza todas horas que estuve junto a sus sombras acechando… No me arrepiento de haberles contemplado esa noche, como no me arrepiento haberlo visto todo antes y después —el amor, como los desastres de la guerra; la desnuda belleza y la lepra vendada hasta los dientes; las maravillas y miserias a ambos lados de la Puerta de Tanhäusser… No, no es eso… —no se arrepiente el que se atreve a todo y todo lo desea en su vientre antes que en su cabeza… Pero sí he dudado si debería contar lo que vi o lo que quise ver en realidad; en esas estoy a estas alturas… Al fin al cabo un cuento es una historia que no nos pertenece del todo, no suficientemente… Aunque éste es mi sueño ellos fueron mis soñadores…

“Se amaron olvidando deliberadamente y sin consenso previo todo lo que habían aprendido hasta entonces en sus desiguales viajes por la vida como por el amor, incluso la maestría de aquellos cuerpos en donde fueron huéspedes por un tiempo… Todos sus besos y caricias les fueron desconocidos desde el principio… Tras sus primeras sorpresas y curiosos descubrimientos —contiguos, sucesivos, silenciosos—, atentos ya sólo a la próxima caricia imprevisible, se dejaron llevar confiados al dictado de sus dedos (que ellos saben de poemas y del placer de escribirlos digitales)… En un instante se rindieron al acontecimiento de su tacto, al imperio de sus urgencias, sin importarles ni dónde ni cómo… Aún no sé qué anagramas simbólicos crearon con sus cuerpos —o si fue la química de sus líquidos mezclados sin medida o la alquimia de sus olores trenzados en un único perfume venenoso— lo cierto es que a su capricho compusieron un volumen absolutamente refractario a cualquier recuerdo anterior que les perteneciera, una figura informe y portentosa que enmudecía al mismo eco siempre tan inoportuno… Poco más puedo contar en concreto de aquel sueño de amantes —de tan puro, diamante en bruto— porque nada fue en él concreto ni imaginable… Fue un amarse en abstracto, un abolir por decreto y en secreto cualquier referencia verosímil: nada que se hubiera escrito o leído se les parecía o representaba… ni un solo fotograma en movimiento ni una imagen congelada ha retratado hasta ahora este amarse sin recuerdos… —ni siquiera una pintura de esas que inventan los más surreales pintores, amantes también a ratos libres, soñadores a perpetuidad… Se amaron sentados en el olvido, ajenos al tiempo, al lugar, a mis palabras impacientes… En algún momento creo que durmieron y en otro despertaron, aunque ni ellos ni yo recordamos los detalles ni la secuencia del prodigio, o si fue antes o después lo uno de lo otro… Luego se recostaron sobre el vacío abrazados por miedo a desvanecerse, perderse, de ligeros que se sentían… fue un abrazo perezoso, de esos que se demoran una eternidad”…

Qué fantástica esta aventura, ¿no?; qué hermoso triángulo equilátero de benditos amnésicos componemos, narcolépticos por placer, ¿verdad?… No me preguntéis si siguen o no aún enredados en sus nudos, nudo sobre nudo, desnudos… lo desconozco; además no me interesa… Ésa es otra historia: su historia, no la mía… Bastante tengo yo con hacerte soñar cada dos días… —y ahora dime si cerraste los ojos…


Foto: Escena del Ramayana. What Phra Keo (Templo del Buda Esmeralda), Bangkok, Thailandia; diciembre 1995