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jueves, marzo 27, 2008

El nombre secreto de Bruno Llanes: El hombre que mira a lo lejos...

Dado mi tropismo hermético-oriental estos días y siguiendo algunas conjeturas que apuntaba en mi anterior texto de “recuerdos y deseos japoneses”, no es de extrañar que hoy escriba lo que escribo, es decir sobre el nombre secreto de Bruno Llanes… Nuestros nombres, nuestras fechas, son factores más que significativos en el producto final de nuestro ser y estar en el mundo. Y si esto es así, en lo natural, también lo son los artefactos que creamos con tal sentido: los apodos y cifras que nos representan, las imágenes que nos damos o los avatares que nos regalan… Este “post” es el número setenta y tres (73) que compongo para “Arterapia Sentimental” y lo escribo exactamente el día sesenta (60) desde su creación… además, ahora mismo mientras escribo, son ya 3.666 los visitantes de mi perfil (y no sé cuántos las lecturas y sus lectores). Como os he enseñado: 37 x (6+6+6)= 666; 37 x (9+9+9+9)= 999... Borges señalaba en Ficciones que los judíos tienen 999 formas distintas de referirse a Dios, de nombrarLe, sin ofenderLe… No creo ofender a Bruno Llanes desvelando uno de sus nombres, quizás uno de sus más sagrados apodos: “El hombre que mira lejos”…

A Bruno Llanes le gusta que le llamen así, que pronuncien aun con errores fonéticos el tatuaje-nombre-metáfora caligrafiado en su cuello. Su apodo representa una de las cualidades más espirituales de todo viajero: se siente orgulloso, feliz, de saber mirar a lo lejos, atravesar con su mirada las montañas y sus glaciares, los bosques de gigantes abetos de hoja perenne y las selvas vírgenes entre la maraña de sus lianas, cruzar sin puentes los caudalosos ríos y surcar los mares bravos en un vistazo… incluso ir más allá de los horizontes y sus espejismos en un abrir y cerrar de ojos —horizontes color vainilla de sus áridos desiertos, azul ultramar de sus desiertos húmedos. La mirada del que mira lejos es una mirada insumisa a la curvatura del universo, a sus exigencias, pese a tener gastadas las pestañas de ver tanto a ciegas como de mirar a la vida de frente; nada de lo que ve le puede hacer sentirse ya culpable o azorado… Bruno Llanes no utiliza lentes ni largavistas; por fortuna todavía puede reconocer a simple vista y distinguir una zorra de un coyote, leer a la luz del vientre de una luciérnaga… —interpreta su virtud como un regalo del destino.

Desde hace unos años Bruno Llanes tiene un tatuaje en la nuca con su nombre secreto… Se lo compuso y creó su amigo Xu, un artista chino que seguramente es uno de los que mejor le conoce entre los hombres de arte y espíritu Tao. Xu fue quien primero le nombró con ese nombre-palabra que luego hizo caligrafía… Xu aprendió el arte de tatuar en la piel durante cerca de un año sólo para poder tatuar personalmente a Bruno Llanes: primero junto a un viejo tatuador chino medio ciego que se llamaba Lee, hoy ya fallecido, y luego con el Gran Matti Jankowski en Chinatown, en New York… Por fin la madrugada del 2 al 3 de junio de 2003, Xu creo su obra más humana en el cuello de Bruno tras seguir una ceremonia de iniciación de origen chino —rescatada de la tradición esotérica de su estirpe— en donde mezclaron su sangre y esperma en el vientre de una hermosa mujer de ascendencia medio mulata cubana, medio oriental; un ritual humedectado toda la noche con abundante vodka ruso y polaco y cerveza Brooklyn… Por supuesto Bruno eligió el lugar en su cuerpo: en la nuca —lo que es propio de su lógica, ya que al mirar tan lejos sin obstáculo es natural que su mirada culmine en su nuca después de atravesar el universo entero circular—, a la altura de su glándula pineal, es decir bajo su tercer ojo cuando su ojo descansa mirando abajo… Por deseo expreso de Bruno Llanes la tinta utilizada fue blanca… —así aseguraba el secreto de su nombre ante las miradas curiosas, promiscuas, sin fe, que todo lo quieren ver e interpretar sin amor ni compromiso con la verdad. La tinta blanca se mimetiza y confunde pues con su piel blanca... Sólo en verano, cuando Bruno Llanes lleva el cabello bien corto y el sol dora su piel, puede admirarse con cierta nitidez la belleza de la caligrafía de su nombre… Es tal la discreción y humildad de Bruno Llanes, tan respetuoso con su secreto, que nada dice sobre ello ni se muestra exhibicionista; ni siquiera para sorprender a sus amantes ocasionales o para dar gusto a las que con el tiempo han ido adquiriendo ciertos derechos sobre su cuerpo... La mayoría de ellas lamen su nuca sin darse cuenta que besan un nombre sagrado…


Dibujo: "Tatoo de Bruno Llanes, El hombre que mira a lo lejos", NY 2002

viernes, febrero 22, 2008

De cómo conocí a Bruno Llanes...


Me han contado que en las afueras de Deià, en Mallorca, vive desde hace unos meses un tipo curioso. Vive como un ermitaño en una casa algo destartalada, aunque grande y con hermosas vistas sobre la costa; seguramente tiene la visión del horizonte alto, la sensación inefable del abismo y la urgencia de su llamada, sobre todo los días de temporal. Algunos comentan que es médico o biólogo o científico solitario, ocupado en investigaciones sobre nervios, neuronas, hormonas y esas cosas. No habla mucho cuando baja al pueblo tres veces por semana, pero un día se le escapó alguna confidencia de más y por eso se conoce algo de él. Casi no recibe correspondencia; debe ser que se comunica siempre por Internet, lo que despierta más si cabe la curiosidad de quienes ya sólo se emocionan con las vidas ajenas desconocidas. Un día me lo encontré paseando por el acantilado mientras buscaba higos silvestres sin dueño. Nos saludamos con cortesía pero ahorrando nuestro tiempo, ensimismados. Las típicas preguntas y respuestas sobre el tiempo, el calor, la sequía… Aun con todo me fijé en las tapas del libro que llevaba en la mano y con mayor curiosidad en una especie de escudo o emblema que lo decoraba. —Estoy seguro… esa imagen la he visto otras veces entre mis libros raros… Sí, debe ser un libro de Fulcanelli, o sobre él… Ese escudo lo recuerdo, se ha especulado tanto sobre su autoría, acerca de su dueño, sobre el mensaje que debería contener—… Nos miramos a los ojos, apenas unos segundos, pero sentí que era un hombre que mira lejos, que tiene la mirada larga y melancólica. Intuyo que guarda secretos dolorosos y recuerdos agridulces. Y además sé que sabe… —¿Y ese escudo? Es un caballito de mar… Me gustan los juegos de palabras, los anagramas, la heráldica parlante; para pasar el tiempo, nada más… Creo que ese caballito de mar hay que leerlo en inglés, o en alguna lengua que desconozco… No sé… a lo mejor Sea Horse… ummm… Se me ocurre cada tontería… “sijosss”… "sea orse=eros=amor"... “sí o sí”… ¿por qué no? ¿Y si la respuesta está en la pregunta? Cómo me fascinan los enigmas. Me gusta su nombre, sí: Bruno Llanes… Es un nombre que le pertenece, seguro… Me gustaría llamarme Bruno Llanes…



Foto: Cala Deià, Mallorca; agosto 2004

lunes, febrero 11, 2008

Alegato sobre la poligamia tres días antes de San valentín...


Hace unos meses cayó en mis manos una fascinante autobiografía novelada de un desconocido neurólogo y psiquiatra junguiano —y a su parecer, alquimista postmoderno— llamado Bruno Llanes; confieso que en un principio me llamó la atención por referirse a un protagonista con el que coincido en apellido o pseudónimo, que para el caso es lo mismo… En las más de cuatrocientas páginas de esta singular novela, que es también una antología de sus ensayos e investigaciones, he podido seguir con creciente entusiasmo la vida y milagros de ese desconocido personaje y saber de sus ideas e intereses intelectuales —personaje de ficción o real del cual no he encontrado la más mínima referencia en la Internet, ni siquiera del libro en cuestión, qué extraño. Se trata de un libro publicado a expensas del autor y preciosamente encuadernado a mano, que para más señas tomé “prestado” de la biblioteca de un hotelito rural aquí en Mallorca en el cual me había escondido unos días por historias que no vienen a cuento ni quiero perder ni un segundo en recordar nuevamente. Entre sus textos teóricos y repertorio de ensayos originales he disfrutado especialmente de algunos en particular, por ejemplo: un extenso trabajo sobre la enfermedad de Alzheimer aplicada al amor y las causas neurofisiológicas y neurobiológicas del olvido amoroso; un ensayo sobre la memoria de los peces, con especial atención a la de los atunes del Mediterráneo; una sugestiva colección de ensayos cortos acerca de una especie de “teología amorosa” del placer y el dolor simultáneos y sucesivos, de algún modo interactivos e interdependientes, a la que el autor se dedicó casi dos años en exclusividad; uno muy extenso y documentado sobre el SAD. (Seasonal Affective Disorder) —una enfermedad diagnosticada muy recientemente en los Estados Unidos que relaciona la melancolía con la disminución estacional de la luz solar, los ajustes de nuestro reloj biológico y la cantidad de melatonina segregada por nuestra glándula pineal y su mayor o menor presencia en el fluido sanguíneo; una documentada teoría sobre el poder alquímico de las palabras y sus valores terapéuticos; otro extenso artículo sobre métodos y técnicas de hipnosis mediante palabras escritas (realmente hipnótico y sugestivo); y especialmente un apasionado alegato a favor de la poligamia, seguramente inspirado por las ideas y ejemplos biográficos de Jung y Otto Gross, artículo en muchos aspectos coincidente con las descripciones proporcionadas por Marianne Weber sobre las teorías de este último.

A primera vista este texto sobre la poligamia —que el autor dice publicó por primera vez en italiano y ahora reproduce su original en castellano— parece un texto juvenil romántico e impulsivo, sin embargo Bruno Llanes lo escribió según sus notas a la edad de cuarenta y ocho años. Creo que tiene que ver con algún suceso de su vida personal, me atrevo a suponer; acaso un intento de entenderse y justificarse escribiendo y leyendo sus palabras —desde luego un remedio homeopático sentimental tan eficaz como cualquier otro que usa las palabras como principal componente activo… No me resisto a transcribir un fragmento de sus argumentos; a lo mejor le sirve a alguien que me lee en este blog. El prólogo del texto dice así:

Un joven psiquiatra discípulo de Jung, de mente brillante y magia en el corazón, había sentido el deber de propagar sus ideas radicales sobre una nueva ética existencial, proclamando la necesidad de una exacerbada libertad sexual que confirmara las profecías de sus iluminados maestros sobre la redención del mundo. Su doctrina podría sintetizarse en una serie de vehementes argumentos sobre el valor revitalizador del erotismo y la sexualidad, que debían permanecer al margen de toda ley o consideración general de carácter protector tendente a conservar el status monogámico de la sociedad tradicional burguesa. El erotismo sin complejos y la libertad sexual debían quedar ajenos y al margen de toda estrategia perversamente integradora de nuestras pulsiones naturales en la trampa de la “normalidad” cotidiana. Si bien es cierto que hasta ahora el matrimonio ha sobrevivido como un referente fundamental para establecer vínculos “familiares” de alianza y mutua protección, y sostener eficazmente durante el máximo de tiempo las relaciones entre parejas y padres e hijos, el amor debería celebrar sus éxtasis y extender su poder liberador fuera de estos dominios cada vez más en crisis... Los maridos y las esposas no deberían reprocharse mutuamente los estímulos eróticos y el amor que cada uno busca o encuentra en su vida. Los celos son mezquinos. Al igual que uno/a tiene diversos amigos, y mantiene con ellos distintos niveles de amistad, también es posible tener uniones sexuales, enamoramientos, y sentimientos permanentes de amor con distintas parejas, acaso durante un tiempo determinado, o sin urgencias, y ser “fiel” (o mejor, leal) a todas ellas... Es iluso creer en la permanencia de los sentimientos hacia un único ser humano y, por lo tanto, la exclusividad de la pertenencia sexual de las parejas monogámicas es un embuste. El poder del amor se ve necesariamente debilitado si se dirige siempre a la misma persona. La sexualidad en la que se basa requiere una satisfacción plural. La limitación monógama reprime los impulsos naturales y pone en peligro la salud emocional... Así pues, rompamos las cadenas que impiden a una persona realizarse en nuevas experiencias si no es con la mentira y la ocultación... el amor libre salvará al mundo. Ama y haz lo que quieras”.

Confieso que permanecí profundamente pensativo y confuso durante unos días después de leer las reflexiones de Bruno Llanes —aunque el autor las atribuya a un anónimo joven profesor junguiano en el que se representa. Yo también había pensado siempre de este modo, incluso reconozco como propios estos u otros similares argumentos, parecidas palabras, para justificar algunas situaciones conflictivas en mi vida —por otra parte extremadamente generosa en amores y enamoramientos simultáneos y/o sucesivos, y sexualmente muy activa, seguramente demasiado— y soportar las condiciones sentimentales y secuelas de mi comportamiento a veces excesivamente promiscuo… Pero hoy tengo mis dudas al respecto… No sé, estoy hecho un lío… me explico... En tres días los enamorados festejarán San Valentín… Yo siempre lo hacía ese día escribiendo una dedicatoria personal sobre el amor, difundiéndola masivamente a mis amigos y a mis amores (pasados, presentes o futuros) por e-mail o por sms, y sobre todo directamente con mi pareja o mi amante más próxima —con quien y donde me tocara por el mundo ese día— inventando un rito del amor especial para consumar esa tarde juntos, sin reloj y el teléfono apagado… El problema, lo que me hace pensar y cuestionarme tantas cosas, es que este año, por ahora, no estoy enamorado de nadie ni nada en particular… Sigo enamorado del amor, pero no es lo mismo… Ojalá este Bruno Llanes me dé algún remedio con el que narcotizar esta angustia, alguna propuesta razonable para recuperar mi ánimo sentimental… No sé… O que el destino me regale alguna palabra inesperada de alguien todavía desconocido… o una llamada telefónica de una voz que sepa a canela o miel de azahar… O tu voz; sí, tu voz, ¿por qué no? —nos amamos tanto que todavía duele… Añoro tus caricias, etc.