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lunes, mayo 05, 2008

De pintura, mecánica cuántica y espejos que se penetran... Una teoría especular sobre el arte y el amor...

El domingo pasado discutía con Marcos, Eva, Irene y Victoria Antonina acerca de pintura, de arte, y la función de los críticos y teóricos en la reflexión colectiva sobre el hecho mismo de crear. Marcos e Irene me echaban en cara la inconsistencia de nuestros argumentos, nuestra subjetividad, al enjuiciar una obra de arte. Qué curioso que sean precisamente los artistas —pura subjetividad— quienes se quejen de la presunta subjetividad de sus críticos, que les reclamen interpretaciones científicas, opiniones “objetivas”… Así que estos días he estado preparando este texto de respuesta (no sé si también como justificación)… ¿Quieres ciencia, Marcos? Pues toma ciencia y mecánica cuántica por un tubo… Ojalá entiendas así un poco mejor cual es mi posición y cual es la tuya en este triángulo amatorio-artístico que componemos tú, yo y nuestra común amante: el arte, la pintura… Arte, Ciencia, Amor… —qué hermoso triángulo equilátero sin pies ni cabeza…

Una pintura sólo es "pintura" para el pintor antes de ser vista por alguien que no es su creador… Cuando la vemos, la observamos y contemplamos, no deja de ser pintura pero se modifica con nuestra mirada; decimos que se trata de un “cuadro”, tiene unos límites determinados desde nuestro punto de vista. Los límites de una pintura para su pintor y para su observador son distintos, no coinciden. Todo esto tiene que ver con las enseñanzas de la mecánica cuántica y el complejo de teorías e hipótesis que van haciendo sus estragos “empotradas” en su autoridad. Tópicamente se ha considerado que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg —uno de los pilares de la Mecánica Cuántica matemática— supondría que el hecho mismo de observar perturbaría la realidad, es decir el instante y el estado de la cosa. No podemos pues conocer la posición exacta de una partícula —tema principal para la física—, tan sólo su trayectoria probable. La naturaleza de nuestra mirada, estrictamente visual, modificaría en algún grado al objeto observado, su espacio-tiempo.

El Principio de Incertidumbre procede de la necesidad de medir cualquier fenómeno para objetivar su realidad fenomenológica. Para ver algo, un electrón por ejemplo, es necesario que un fotón choque con él, con lo cual está modificando su posición y velocidad. Por el mismo hecho de realizar la “medida” el experimentador-observador modifica los datos, introduce un error imposible de reducir a cero, por muy pequeño que sea su desplazamiento. Y aun con todo debemos medir-observar para dimensionar una realidad física. La física no estudia la “realidad” en abstracto sino los fenómenos observables. En palabras del físico Niels Bohr, uno de los padres de la Cuántica, “Nada existe hasta que es medido”… La realidad es lo que cada observador mide… Lo que para nuestra reflexión significaría que una pintura sólo existe como realidad “cuadro” cuando es vista, observada, contemplada… su realidad es lo que cada observador ve —la realidad de una pintura “vista” es la de su observador, que es muy distinta por supuesto a la de su creador; y además hay tantas otras realidades como observadores mirones tiene… Lo que en un salto mortal interpretativo significaría que cada pintura es para cada uno en medida de sus preguntas, o sus respuestas particulares, diferenciado/as y distinto/as. Una pintura vista, interrogada, es un oráculo sin validez universal.

Además no es posible observar simultáneamente la velocidad y la posición de una partícula; algo así como que no es posible “medir” la realidad material de la cosa y su sentimiento, o uno o lo otro, o contaminarían y alterarían más si cabe nuestra percepción ya de por sí subjetiva… ¿Debemos pues tirar la toalla en nuestra pretensión de mirar al universo de una pintura, al universo mismo como imagen? Yo creo que no… —“Insisto, luego existo”—, también a Einstein le parecía un absurdo porque hay realidades concretas independientes del observador. Por ejemplo la realidad de una pintura para su pintor es una realidad concreta independiente del observador que no le observa mientras la crea; incluso podríamos aventurar la posibilidad de que hay realidades fragmentadas, momentos, estadios, en los que el propia artista no ve lo que pinta sino que se deja llevar por una especie de impulso externo y/o interior que hace que pinte sin saber, abandonado a su suerte o qué sé yo de esoterismos…

Volviendo al observador-mirón: el Principio de Complementariedad según Bohr dice que no es posible observar algo “para verlo como partícula y onda” a la vez. Si hacemos un experimento visual: al ver algo, su complementario está oculto, está detrás… Según la relación de indeterminación de una cosa, cuanto más te fijas en una cosa más borrosa se vuelve la otra, su complementaria… El universo sería pues un lugar borroso, cuanto más te acercas más se diluyen sus contornos —como nos sucede con una pintura. Desde los científicos y filósofos griegos creíamos que podíamos comprender el universo, mirarlo, observarlo, reflexionar acerca de él, sobre sus leyes y excepciones, comprender su funcionamiento (mecánica). Pero todo esto hace aguas con la Cuántica: no podemos saber qué cosa es una cosa, dónde está, cómo de rápido se mueve, etc. Parece que cuanto mejor podemos observar —con la evolución de nuestras prótesis físicas y mentales— peor observamos “lo otro”… ¿El universo se oculta de nosotros? ¿Una pintura se oculta, se esconde, se repliega, en cuanto nuestra mirada es presuntamente más certera? ¿Ésta es la entropía de un crítico de arte: que cuanto más y más profundamente mira la pintura, ésta se repliega y no ve nada más que borroso? El crítico es aquel que enjuicia con criterio… lo que supone que está provisto de suficientes métodos e instrumentos para analizar complejamente la complejidad de una obra de arte… Pero si no puedo “medir eso” que se llama arte y además “altero y perturbo” su realidad con sólo intentarlo, ¿qué hacer?...

Ahí está la cuestión… Describir no tiene objeto, y sirve para bien poco ya que mis datos serían necesariamente erróneos. Criticar-chismorrear sus entretelas no tiene sentido, no tiene que ver con la pintura misma sino con su creador, y eso es coto cerrado de psicoanalistas lacanianos y se ponen hechos una fiera cuando alguien se entromete en sus vedados (o les confunden con su verborrea)… Sólo me quedan dos operaciones en las que por otra parte creo a pies juntillas: “Sismografíar” —que fonéticamente en castellano se parece a “chismografear” pero es otra cosa: detectar cambios de estado, “catástrofes”, temblores de inquietud— y sobre todo ESCRIBIR —que es mi particular modo de crear especularmente en diálogo con la obra de arte objeto de mi curiosidad y admiración… Eso es lo que hacemos los críticos-escritores-creadores: reflexionar y escribir nuestras reflexiones con la esperanza de que la imparable mecánica creativa del universo, del arte, de la pintura, mantengan sus movimientos constantes, más allá de la inercia de su primer impulso, y aseguren su indeterminada existencia… Todo es espejo en los límites y en su interior, todo se refleja porque todo se encuentra y cruza alguna vez surfeando sobre nuestras miradas… —Y no quiero hablar aquí y ahora de la Gorgona Medusa, que eso tiene más que ver con la representación y la figura que con la indeterminada abstracción pictórica.

Menos mal que —volviendo a la Mecánica cuántica y sus matemáticas— las definiciones y principios han sido releídos con mayor precisión y reinterpretados lejos de su primer radicalismo: por ejemplo decir que “el Principio de Incertidumbre se produce porque al medir la posición de un electrón se modifica su estado” es incompleto, por lo tanto falso… La interpretación más ajustada de las relaciones de indeterminación sería que existe “un límite fijo para la precisión conjunta de las mediciones de la posición y momento lineal del electrón”… Algo así como que el desplazamiento del centro de nuestras miradas es mínimo (aunque distinto); pero eso sí, ese desplazamiento supone discurrir por dimensiones distintas —la obra y su observador— cuya única reconciliación se produce en la experiencia del espejo… Las cosas no son idénticas, ni por supuesto la realidad y su imagen reflejada. Digamos que se necesitan una a la otra, mirarse a los ojos, pero no se “aman”, no pueden fundirse en una cosa idéntica “a sí mismas”. Sólo una cosa, una pintura, es idéntica a sí misma; lo otro son experiencias ante el espejo: cosas parecidas, semejantes en un grado suficiente para nuestras exigencias, clónica o intercambiables, plagios, símbolos, signos lingüísticos que las representan… —todo eso; pero no idénticas… Igual que cada observador es sólo idéntico a sí mismo, cada pintura es sólo idéntica a sí misma… y cada una dice las cosas de una manera distinta independientemente de lo que quiera decir… En pintura, y sobre todo la de orden abstracto, lo importante y sustancial no es “qué quiere decir” la obra, sino “cómo lo dice”…

Bueno, también están los artistas pintores que las han creado y dicen que han querido decir no sé qué… Pero ellos/as ya han tenido su tiempo, su oportunidad. Ahora es otro tiempo y otro lugar distinto al de su creación. No han sido expropiados, por supuesto; les quedan sus derechos morales, los materiales, el derecho de tanteo… Pero cuando el artista decide exhibir su creatura debe entender y asumir que inaugura un nuevo triángulo fatal “amatorio-artístico”, lo que requiere establecer un nuevo estatus de “amor-pertenencia” y convivencia: a) la esposa/marido creador/a; b) la “obra” seductora (la que atrae la mirada); c) el amante observador, sean cuales sean sus géneros y condición sexual… En el “hogar” del taller de artista es inviolable su estatuto de pareja de hecho, el que constituyen el creador y su obra. Fuera de este territorio conyugal, es el paraíso de los amantes que se miran y reflejan punto por punto, simétricos, pero no iguales, invertidos, es decir que se necesitan penetrar y complementar para constituir un todo-mínimo —un agujero negro en el centro del universo que atraiga hasta la luz que quisiera escapar de su gravedad… El Amor absoluto es ese “punto negro” que crean, penetrándose, dos seres ciegos e invisibles. Más o menos lo que sucede cuando disponemos dos espejos cara con cara, superficie con superficie: nada se refleja, nada se ve, nada se dice…

Escribir amar es como escribir saber… Un aforismo taoísta dice: “No podemos ver el color del cántaro porque estamos dentro de él”… —qué desconcertantes estas metáforas taoístas. Del mismo modo —continúo— tampoco podremos saber qué hay dentro del cántaro si no nos asomamos… —aun con riesgo de perecer en el intento ahogados en el pozo-cántaro; algo así como en el mito de Narciso. Pero no el más común que se cuenta, sino en la versión de Pausanias, geógrafo y escritor griego, quien refiere que Narciso tenía una hermana gemela que murió joven dejando a su hermano desconsolado. Un día Narciso creyó ver a su hermana en su propio reflejo (eran gemelos) y no sabiendo de esta experiencia especular de la imagen gemela cayó al pozo intentando recuperar a su hermana; es decir en un acto de amor, compasión y melancolía… La vida es eso ni más ni menos: amar, recordar, disfrutar y/o padecer solo y/o acompañado… Mientras te reconozcas en el espejo estás vivo… Vivir es mirarme en tus ojos cada mañana al despertar… —un “miracle”. Cuando los demás te recuerden sólo en tus reflexiones escritas y tus imágenes reflejadas habrás muerto hace tiempo… Morir es transformarse en un “miroir”…


(Este texto se lo dedico a Malena la Porteña y a sus alumnos que sé que me leen y discuten en sus clases; a Paulina, que participa en una exposición que se inaugura este próximo jueves en Lima... y a todos que han hecho del arte y escribir sobre arte su modo particular de ser y estar en el mundo... Ah, se me olvidaba... y a Marcos e Irene que se casan en julio).

Fotos: "Roma Mirall", mayo 2007. "Tokyo Mirror Night", junio 2004