
¡Por fin se acabó la melancolía del día de San Valentín y la ñoñería de sus vísperas y vigilias! No digo que no me guste ese sabor agridulce de la nostalgia, que me gusta, sobre todo escribiendo… pero ya vale, o lo agridulce se convertirá en amargor masticando recuerdos… Me gusta reír y sonreír a su tiempo, hacer reír y sonreír a la gente tanto como hacerles pensar y encandilarse con la belleza, o narcotizarles con palabras para que no sufran más de lo debido… Ojalá disfrutara de la virtud de hacer reír con solo leer mis palabras, una por una, como la poseen las fotografías y las imágenes… ¿Habéis pensado en esto alguna vez? La risa y las sonrisas tienen ese poder simpático que nada más verlas nos contagian y acabamos sonriendo también —es lo mismo que con un bostezo, qué curioso…
A estas alturas nadie duda de los efectos benéficos de la risa, con ella se obtiene no sólo una satisfacción placentera, sino también una descarga emocional y un cierto alivio de la angustia y la tensión, y es seguro que tiene propiedades curativas, no ya sólo en sentido psicológico, sino también en el fisiológico. Una risa siempre es contagiosa, es decir contagia sus terapéuticos efectos al resto de humanos aquejados de angustia emocional y/o existencial. La ciencia moderna ha sabido interpretar aquella sabiduría antigua que parece estaba atesorada en el libro perdido sobre “La Comedia” de Aristóteles, reconocer y evaluar las virtudes terapéuticas de la risa. En la actualidad se tratan a través de la risa problemas tales como la depresión, el estrés, la apatía, la falta de comunicación, esa especie de autismo social en la que nos hemos abocado… Una buena carcajada puede mover hasta cuatrocientos músculos, dicen, y favorece la secreción de serotonina, una neuro hormona con efectos calmantes que nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos, aumenta la hemoglobina —lo cual previene el infarto—, beneficia el aparato digestivo, ayuda a reducir los ácidos grasos, a eliminar toxinas —lo que favorece la pérdida de peso— y cuántas cosas más... Reír retrasa el envejecimiento de la piel y el rostro —aunque a algunos benditos de “risa floja” les marque para siempre en la comisura de los labios y los ojos y les haga parecer más felices de lo que son en realidad. Cómo me gustaría ser un “sanador”, un chaman, escribiendo palabras que hicieran reír: difundir universalmente mis saberes y técnicas para provocar la risa universal; no sé, a través de un blog personal recomendado por El País o la Petite Claudine, por ejemplo, o en ediciones de libro de bolsillo con tiradas masivas estratosféricas esponsorizadas por Telefónica, por qué no… Lo fundamental es hacer reír a la gente, ¿no?, como sea o con quien sea… Chaplin lo hizo imitando y ridiculizando a Hitler… “Gato negro o gato blanco… lo importante es que cace ratones” —pontificó Felipe González citando a Deng Xiaoping que a su vez se refería a un antiguo proverbio chino de origen confuciano.
La teoría de la risa como liberación se halla estrechamente ligada a Sigmund Freud: El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). Según Freud, la técnica del chiste opera mediante incongruencias, absurdos, juegos de palabras, exageraciones, dobles sentidos, etc., y es la misma que la de los sueños. Como los sueños —y también el juego o la literatura—, el humor y el chiste constituyen una suerte de regresión a modos infantiles de actuar y pensar, una forma de escapar de la realidad y sus exigencias; lo mismo que las neurosis y las psicosis, pero no una forma patológica, como éstas, sino gratificante… Por una parte el chiste nos proporciona placer mediante procesos mentales que permiten liberarnos de la necesidad de ser lógicos, morales, realistas, y por otra nos libera también de deseos e impulsos prohibidos de carácter inconsciente, que el chiste disfraza, aliviando así la ansiedad asociada a la manifestación de tales deseos e impulsos. En un chiste, al menos por un momento, la agresividad, la obscenidad o el absurdo nos están permitidos. Para Freud la risa sería un mecanismo de defensa que el Yo utiliza para protegerse de la ansiedad y la frustración...
Sigmund Freud plantea su análisis del chiste bajo una premisa lingüística brillante: las palabras constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Existen algunas que llegan a perder totalmente su primitiva significación cuando se emplean en un determinado contexto —es decir, se desemantizan, “desimantan” sus originales significados. Según el padre de la psiquiatría moderna, el chiste ahorra gasto psíquico, ya que frente al poder limitador del pensamiento coercitivo, el juicio crítico, el humor desinhibe. Para Freud, el humor nos restituye a la infancia, “cuando éramos felices”, restablece el buen ánimo, nos posibilita extraer de él placer. La sorpresa es un elemento clave para la eficacia del chiste: cuando ya conocemos el chiste se pierde la fuerza que supone la sorpresa de lo inesperado —“la esencia de toda sorpresa está en no lograrse por segunda vez”—, y por lo tanto buena parte de su capacidad de provocar placer. Si reímos cuando contamos un chiste que ya hemos contado otras veces es para crear la atmósfera que motive la recepción, estamos pues actuando… No reímos dos veces del mismo chiste —acaso, como mucho, sonreímos; por eso el que cuenta el chiste suele preguntar a su auditorio si lo conoce… —algunas veces reímos por pura formalidad, “por educación”… También para Darwin la causa de la risa adulta parece residir en la sorpresa, lo incongruente e inexplicable: “La causa más común es el hecho de algo incongruente o inexplicable que provoca sorpresa y cierto sentimiento de superioridad al que ríe, siempre que este se encuentre en un estado de ánimo alegre”. Observa Darwin que de la misma forma que nadie puede hacerse cosquillas a sí mismo, porque el lugar estimulado ha de resultar desconocido e inesperado, “de igual modo, respecto a la mente, algo inesperado —una idea nueva o incongruente que rompa la cadena habitual del pensamiento— parece ser un factor de peso para la hilaridad”.
Herbert Marcuse por su parte defendía la posición de que la cultura popular critica mediante su humor y lenguaje “al idioma oficial y semioficial”, y que tal vez fuera la manera más “natural” de protestar y poner al alcance de cualquier persona la “distante altura” y alejamiento de los poderes establecidos. Es en las esferas menos intelectuales en dónde se manifestaría con mayor fuerza y menor auto-represión la libertad de pronunciar “palabras feas” y altisonantes en las historias orales. De algún modo coincide con Freud, para quien la expresión oral grosera con palabras soeces desagradaría enormemente a cualquier persona culta, le produciría vergüenza y sonrojo ajeno… Es por la influencia de la educación —según Marcuse— y las buenas costumbres de la convivencia, lo convencional, que lo que debiera ser placentero —la libertad en el lenguaje— se vuelve objeto de censura y auto represión.
Arthur Schopenhauer —Parerga und Paralipómena; El mundo como voluntad y representación; Estética del pesimismo, etc.— ha sido uno de los pensadores que más lucidamente ha reflexionado sobre la risa y el humor, aun siendo el filósofo por excelencia del pesimismo, o por eso mismo. En su opinión, la risa se provoca ante la evidencia de la “incongruencia entre el pensamiento y la realidad”, es decir, la causa de la risa no es otra que la súbita percepción de la incongruencia entre un concepto y el objeto real… Cuando se busca deliberadamente lo “risible” se produce la broma, y cuando ésta se oculta tras lo serio o su apariencia nos hallamos ante la “ironía”. En muchos aspectos la ironía es lo opuesto al humorismo, en el que lo serio se oculta en este caso tras la broma… —la ironía comienza en serio y acaba en risas; mientras que el humor sigue un proceso inverso. Para Schopenhauer la ironía generalmente va dirigida contra los demás y el humor tiene su principal referente a uno mismo. Por último, el filósofo considera que reír nos resulta agradable y nos proporciona placer porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo —forma natural de conocimiento— sobre el pensamiento abstracto, dada su incapacidad para asumir todos los matices de lo real: “ha de resultarnos grato ver de cuando en cuando cogida in fraganti y acusada de deficiente a la razón, ese domine severo, perpetuo y molesto. Por esto la risa está emparentada estrechamente con la alegría”…
Por último señalar que los etólogos consideran que la sonrisa se derivaría del “mordisco lúdico”, como en otros primates no humanos… es decir, de la intención no consumada de morder, se trataría pues de una “sonrisa amistosa sumisa” —algunas veces también motivada por el miedo. Sin embargo la risa es otra cosa, es amigable y de algún modo agresiva; podría cumplir una doble función: por una parte “unir al grupo” —los que ríen juntos— frente al otro, objetivo de nuestras risas; y por otra parte “acosar” al enemigo o extraño —que se sentiría acosado, incluso atemorizado, por el ruido escandaloso de las risas y los movimientos espasmódicos y violentos de los que ríen. También la risa podría estar asociada a la pulsión de juego, un modo de liberar tensiones, provocar contactos físicos y bromas “permitidos” sin el riesgo de respuestas violentas, ejercitarse en alguna destreza en común, sociabilizar el grupo y estrechar lazos de ayuda mutua y competencia limitada, ofrecer estímulos suficientes para el progreso, la superación y la obtención de metas, etc.
—Ah… me faltaba referirme a esas risas compulsivas e irrefrenables que las mujeres tenéis algunas veces al derramaros de placer, o inmediatamente después mientras todavía vuestro cuerpo se estremece… Sí, ya sabes, ese atragantarse con la risa y la saliva que nuestro último beso no pudo o no supo beber… Es una risa de boca y ventrílocua, simultánea y sucesiva, de dientes afuera y con el vientre y en el vientre… Ay, qué delicia, esas risas sin carcajadas, espasmódicas y escandalosas entre nosotros… Por cierto, escribiendo de risas y específicamente de estas risas “orgasmales”… tengo una pregunta “extrema” que haceros: ¿Qué siente, qué le sucede a una mujer, cuando después del éxtasis de su placer, esa petite mort de los afrancesados, y casi sucesivamente a estas risas espasmódicas, llora…? No hay nada más conmovedor que unas lágrimas de mujer tras el amor derramado… ¿Llora por todo o por nada? ¿Es feliz? ¿Tiene miedo a la felicidad? ¿Alguna mujer quiere iniciarme en este gran misterio? Se lo agradecería toda mi vida...
A estas alturas nadie duda de los efectos benéficos de la risa, con ella se obtiene no sólo una satisfacción placentera, sino también una descarga emocional y un cierto alivio de la angustia y la tensión, y es seguro que tiene propiedades curativas, no ya sólo en sentido psicológico, sino también en el fisiológico. Una risa siempre es contagiosa, es decir contagia sus terapéuticos efectos al resto de humanos aquejados de angustia emocional y/o existencial. La ciencia moderna ha sabido interpretar aquella sabiduría antigua que parece estaba atesorada en el libro perdido sobre “La Comedia” de Aristóteles, reconocer y evaluar las virtudes terapéuticas de la risa. En la actualidad se tratan a través de la risa problemas tales como la depresión, el estrés, la apatía, la falta de comunicación, esa especie de autismo social en la que nos hemos abocado… Una buena carcajada puede mover hasta cuatrocientos músculos, dicen, y favorece la secreción de serotonina, una neuro hormona con efectos calmantes que nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos, aumenta la hemoglobina —lo cual previene el infarto—, beneficia el aparato digestivo, ayuda a reducir los ácidos grasos, a eliminar toxinas —lo que favorece la pérdida de peso— y cuántas cosas más... Reír retrasa el envejecimiento de la piel y el rostro —aunque a algunos benditos de “risa floja” les marque para siempre en la comisura de los labios y los ojos y les haga parecer más felices de lo que son en realidad. Cómo me gustaría ser un “sanador”, un chaman, escribiendo palabras que hicieran reír: difundir universalmente mis saberes y técnicas para provocar la risa universal; no sé, a través de un blog personal recomendado por El País o la Petite Claudine, por ejemplo, o en ediciones de libro de bolsillo con tiradas masivas estratosféricas esponsorizadas por Telefónica, por qué no… Lo fundamental es hacer reír a la gente, ¿no?, como sea o con quien sea… Chaplin lo hizo imitando y ridiculizando a Hitler… “Gato negro o gato blanco… lo importante es que cace ratones” —pontificó Felipe González citando a Deng Xiaoping que a su vez se refería a un antiguo proverbio chino de origen confuciano.
La teoría de la risa como liberación se halla estrechamente ligada a Sigmund Freud: El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). Según Freud, la técnica del chiste opera mediante incongruencias, absurdos, juegos de palabras, exageraciones, dobles sentidos, etc., y es la misma que la de los sueños. Como los sueños —y también el juego o la literatura—, el humor y el chiste constituyen una suerte de regresión a modos infantiles de actuar y pensar, una forma de escapar de la realidad y sus exigencias; lo mismo que las neurosis y las psicosis, pero no una forma patológica, como éstas, sino gratificante… Por una parte el chiste nos proporciona placer mediante procesos mentales que permiten liberarnos de la necesidad de ser lógicos, morales, realistas, y por otra nos libera también de deseos e impulsos prohibidos de carácter inconsciente, que el chiste disfraza, aliviando así la ansiedad asociada a la manifestación de tales deseos e impulsos. En un chiste, al menos por un momento, la agresividad, la obscenidad o el absurdo nos están permitidos. Para Freud la risa sería un mecanismo de defensa que el Yo utiliza para protegerse de la ansiedad y la frustración...
Sigmund Freud plantea su análisis del chiste bajo una premisa lingüística brillante: las palabras constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Existen algunas que llegan a perder totalmente su primitiva significación cuando se emplean en un determinado contexto —es decir, se desemantizan, “desimantan” sus originales significados. Según el padre de la psiquiatría moderna, el chiste ahorra gasto psíquico, ya que frente al poder limitador del pensamiento coercitivo, el juicio crítico, el humor desinhibe. Para Freud, el humor nos restituye a la infancia, “cuando éramos felices”, restablece el buen ánimo, nos posibilita extraer de él placer. La sorpresa es un elemento clave para la eficacia del chiste: cuando ya conocemos el chiste se pierde la fuerza que supone la sorpresa de lo inesperado —“la esencia de toda sorpresa está en no lograrse por segunda vez”—, y por lo tanto buena parte de su capacidad de provocar placer. Si reímos cuando contamos un chiste que ya hemos contado otras veces es para crear la atmósfera que motive la recepción, estamos pues actuando… No reímos dos veces del mismo chiste —acaso, como mucho, sonreímos; por eso el que cuenta el chiste suele preguntar a su auditorio si lo conoce… —algunas veces reímos por pura formalidad, “por educación”… También para Darwin la causa de la risa adulta parece residir en la sorpresa, lo incongruente e inexplicable: “La causa más común es el hecho de algo incongruente o inexplicable que provoca sorpresa y cierto sentimiento de superioridad al que ríe, siempre que este se encuentre en un estado de ánimo alegre”. Observa Darwin que de la misma forma que nadie puede hacerse cosquillas a sí mismo, porque el lugar estimulado ha de resultar desconocido e inesperado, “de igual modo, respecto a la mente, algo inesperado —una idea nueva o incongruente que rompa la cadena habitual del pensamiento— parece ser un factor de peso para la hilaridad”.
Herbert Marcuse por su parte defendía la posición de que la cultura popular critica mediante su humor y lenguaje “al idioma oficial y semioficial”, y que tal vez fuera la manera más “natural” de protestar y poner al alcance de cualquier persona la “distante altura” y alejamiento de los poderes establecidos. Es en las esferas menos intelectuales en dónde se manifestaría con mayor fuerza y menor auto-represión la libertad de pronunciar “palabras feas” y altisonantes en las historias orales. De algún modo coincide con Freud, para quien la expresión oral grosera con palabras soeces desagradaría enormemente a cualquier persona culta, le produciría vergüenza y sonrojo ajeno… Es por la influencia de la educación —según Marcuse— y las buenas costumbres de la convivencia, lo convencional, que lo que debiera ser placentero —la libertad en el lenguaje— se vuelve objeto de censura y auto represión.
Arthur Schopenhauer —Parerga und Paralipómena; El mundo como voluntad y representación; Estética del pesimismo, etc.— ha sido uno de los pensadores que más lucidamente ha reflexionado sobre la risa y el humor, aun siendo el filósofo por excelencia del pesimismo, o por eso mismo. En su opinión, la risa se provoca ante la evidencia de la “incongruencia entre el pensamiento y la realidad”, es decir, la causa de la risa no es otra que la súbita percepción de la incongruencia entre un concepto y el objeto real… Cuando se busca deliberadamente lo “risible” se produce la broma, y cuando ésta se oculta tras lo serio o su apariencia nos hallamos ante la “ironía”. En muchos aspectos la ironía es lo opuesto al humorismo, en el que lo serio se oculta en este caso tras la broma… —la ironía comienza en serio y acaba en risas; mientras que el humor sigue un proceso inverso. Para Schopenhauer la ironía generalmente va dirigida contra los demás y el humor tiene su principal referente a uno mismo. Por último, el filósofo considera que reír nos resulta agradable y nos proporciona placer porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo —forma natural de conocimiento— sobre el pensamiento abstracto, dada su incapacidad para asumir todos los matices de lo real: “ha de resultarnos grato ver de cuando en cuando cogida in fraganti y acusada de deficiente a la razón, ese domine severo, perpetuo y molesto. Por esto la risa está emparentada estrechamente con la alegría”…
Por último señalar que los etólogos consideran que la sonrisa se derivaría del “mordisco lúdico”, como en otros primates no humanos… es decir, de la intención no consumada de morder, se trataría pues de una “sonrisa amistosa sumisa” —algunas veces también motivada por el miedo. Sin embargo la risa es otra cosa, es amigable y de algún modo agresiva; podría cumplir una doble función: por una parte “unir al grupo” —los que ríen juntos— frente al otro, objetivo de nuestras risas; y por otra parte “acosar” al enemigo o extraño —que se sentiría acosado, incluso atemorizado, por el ruido escandaloso de las risas y los movimientos espasmódicos y violentos de los que ríen. También la risa podría estar asociada a la pulsión de juego, un modo de liberar tensiones, provocar contactos físicos y bromas “permitidos” sin el riesgo de respuestas violentas, ejercitarse en alguna destreza en común, sociabilizar el grupo y estrechar lazos de ayuda mutua y competencia limitada, ofrecer estímulos suficientes para el progreso, la superación y la obtención de metas, etc.
—Ah… me faltaba referirme a esas risas compulsivas e irrefrenables que las mujeres tenéis algunas veces al derramaros de placer, o inmediatamente después mientras todavía vuestro cuerpo se estremece… Sí, ya sabes, ese atragantarse con la risa y la saliva que nuestro último beso no pudo o no supo beber… Es una risa de boca y ventrílocua, simultánea y sucesiva, de dientes afuera y con el vientre y en el vientre… Ay, qué delicia, esas risas sin carcajadas, espasmódicas y escandalosas entre nosotros… Por cierto, escribiendo de risas y específicamente de estas risas “orgasmales”… tengo una pregunta “extrema” que haceros: ¿Qué siente, qué le sucede a una mujer, cuando después del éxtasis de su placer, esa petite mort de los afrancesados, y casi sucesivamente a estas risas espasmódicas, llora…? No hay nada más conmovedor que unas lágrimas de mujer tras el amor derramado… ¿Llora por todo o por nada? ¿Es feliz? ¿Tiene miedo a la felicidad? ¿Alguna mujer quiere iniciarme en este gran misterio? Se lo agradecería toda mi vida...
Foto: Ayhuthaya, Thailandia; diciembre 1995