lunes, marzo 31, 2008

Para ti que me sospechas y buscas afanosamente por Google...


La sospecha es una gran virtud, también un gran pecado de nuestra curiosidad insatisfecha… La sospecha, ese sentimiento ambiguo e indeterminado, esa inexplicable sensación de misterio e intuición de lo desconocido, que nos lleva a arriesgarnos sin saber muy bien qué buscamos, si buscamos algo o si sólo nos sentimos imantados y succionados por la estela de las cosas invisibles… Sospechar es dudar de que algo no sea como aparece o esconde otros sentidos más allá de los que manifiesta —como el rostro bajo la máscara. Sospechar es también considerar que lo que se esconde es de sentido contrario a lo que se muestra y hacer conjeturas con ello… —sospechas de mí y por eso me buscas por esos territorios de Google. Qué pérdida de tiempo: buscar-me mientras puedes encontrar-me en mis palabras frente a tus ojos… ¿Acaso te dirán mis otros nombres más que lo que te dice Pau Llanes? ¿Acaso te buscas en Google para encontrarte?

Quiero relacionar nuevamente esta inefable noción de sospecha y curiosidad con los celos… y los celos con las celosías. Los celos: un querer saber y no querer saber… Las celosías: que dejan ver y a la vez velan la mirada… ¿Qué son el arte y la literatura sino una teoría de celosías que ocultan y dejan ver según se esté a un lado u otro de ellas? ¿Qué son el arte y la literatura sino el resultado de una inmensa e insatisfecha curiosidad? ¿Qué son el arte y la literatura sino un sistema de creencias?... El arte, la literatura… larga cadena de respuestas y preguntas curiosas… territorios fértiles para el cultivo de la sospecha y la aventura de la interpretación… ¿Quieres que mis palabras atraviesen tus vacíos e iluminen tu oscuridad?… Deja pues penetrarte de una puñetera vez, que las palabras inseminen tus desiertos (el eco de mis palabras lejanas ocuparán el lugar de tu silencio a voces)…

Una de las principales sospechas de Nietzsche —el gran Maestro de la sospecha— se encara con el lenguaje. Sospecha que el lenguaje no dice exactamente lo que dice; o, dicho de otra manera, piensa que el sentido que se manifiesta convencionalmente en el lenguaje es un sentido menor que interviene como máscara de otra infinidad de sentidos posibles… Esta primera y fundamental sospecha nitzscheana respecto del lenguaje se extiende también a los otros estados de las cosas que hablan y no son lenguaje… En el mundo encontramos muchas cosas que hablan y que sin embargo no son lenguaje convencional; o producen sentidos y significaciones de modo no verbal. Por ejemplo las vísceras de las bestias o el vuelo de los cuervos que la pitonisa y el sacerdote mago interpretan, las series de números o palabras encriptadas que el cabalista ordena, la espuma en la cresta de las olas o el rumor de la arena en la cima de una duna que advierten y orientan al marinero y al tuareg en sus viajes por sus desiertos, o los extraños acontecimientos cósmicos que anuncian el encuentro necesario de dos seres que hasta entonces jugaban ensimismados con el humo de sus cigarrillos o sus posos de café…

Estas sospechas de Nietzsche —la del lenguaje y la de otras cosas que hablan sin ser lenguaje— coinciden en la presunción de que los signos no son nada simples ni benévolos sino algo complejo y escurridizo, encubridores de otras realidades… Hay en las palabras y en los signos algo ambiguo, el olor de lo oculto, que nos disuade de la idea de que sólo existe una única realidad tras el velo transparente de sus palabras y que detrás de ellas aparecerá un único significado indudable y definitivo… Para Nietzsche el signo, por su opacidad y vocación de máscara, adquiere una función nueva, pone en cuestión la creencia de que a cada significante le correspondería un significado más o menos elocuente y preciso. El signo pasa a ser entonces un juego de fuerzas reactivas, fuerzas al servicio de la adaptación complaciente. Estas fuerzas son evidentemente históricas y culturales, no obedecen a un destino, a una predeterminación ni a un accionar trascendente, sino al azar de una lucha desigual… Como en esta lucha estamos comprometidos los sujetos, la interpretación debe interpretarse a sí misma… El que traduce, el que interpreta —el intérprete— es el principio de la interpretación; siempre se interpreta desde alguien, desde algún lugar, desde un tiempo determinado... Es decir: por un lado la interpretación no tiene fin, y por otro se genera y reproduce en un espacio abierto que incluye al propio intérprete (en realidad se trataría de una interpretación “cuántica”)… La muerte de la interpretación consistiría en creer que hay signos originarios y arquetípicos, válidos por sí mismos, sin sujetos que los hayan inventado o sujetos que los relean desde sus múltiples perspectivas. Nosotros somos obviamente quienes sostienen los signos y por supuesto su interpretación… Son los artistas, los que escribimos, quienes sostenemos nuestro pesado mundo de signos poéticos al tiempo que robamos el fuego sagrado para dar calor e iluminar al mundo de los humanos espectadores ávidos de respuestas… Ah, los artistas, los que escriben… siempre ocupados en nuestras tareas heroicas.

Y la verdad… ¿Cómo no sospechar de la verdad?... De esa verdad tal como nos la ha legado el pensamiento tradicional, que concibe lo verdadero como algo universal indefinible y abstracto, que pretende que sólo se puede reconocer como sentimiento o sensación, que exige creencias ciegas o lealtades relativas... Sin embargo las presuntas “verdades” se enuncian y construyen desde realidades objetivas y materiales, es decir desde posiciones de poder... —como algo que en una determinada situación histórica (en un tiempo y espacio concretos) se considera verdadero, “bueno”, legítimo, dogmáticamente… Detrás de cada verdad como imagen dogmática del pensamiento está aquello de lo que hay que sospechar: lo que está oculto e interviene desde la impunidad de las sombras… Hay que sospechar de la ingenua “bondad” de ciertas “verdades” y denunciar el autoritarismo de los discursos de quienes se declaran poseedores de alguna verdad (filosófica, estética, científica, política, religiosa) que aspira a imponerse absolutamente… Yo siempre pongo en sospecha todo aquello que se manifiesta como “políticamente correcto”, por ejemplo… esas estúpidas afirmaciones de borregos y cabestros que no se detienen ni un momento a leer la historia, la ciencia, la biología, a interpretar con la lógica y el sentido común, y se dedican a trasmitir y pontificar estupideces bajo la forma de verdades absolutas (en realidad son fanáticos funcionales, tontos “útiles” de ese fanatismo al que me refería en uno de mis textos); y lo más tragicómico es que lo hacen con buena intención… Si al menos tuvieran suficiente vergüenza intelectual para reconocer sus errores… o, mejor aún, no fueran tan impacientes en escribir lo que todavía no saben leer… En fin… intentan transmitir la verdad, a veces lo hacen incluso de oficio, y no saben siquiera cuáles son algunas de sus propias verdades más relativas… Tal como enseñas, aprendes… (y viceversa)…

Entre las interpretaciones posibles yo suelo elegir aquellas vías que me llevan a espacios más abiertos, que restauran un mayor número y calidad de evocaciones de mi memoria, que estimulan mi deseo de encontrar(me) y reconocer(me)… Por ejemplo: me atraen los artistas y las obras que se expresan por metáforas, por palabras que parecen sin sentido a primera vista y luego, tras la mirada atenta, me regalan todos los sentidos posibles a elegir… incluso algunas veces con humor, con sus bromas y divertidos “juegos de manos”… Me gusta sospechar divertido… Qué voy a hacer de mí, si me gustan tanto tus pechos intactos por mis manos… —sí, mujer, esas que tanto conocen tus ojos insatisfechos y una vez soñaste no hace poco…


Foto: "Desde mi atalaya en Essaouira"; diciembre 2006

sábado, marzo 29, 2008

El monje frente al mar de C. D. Friedrich... o el elocuente silencio de los muertos frente a la Nada...


Cuando pienso en Bruno Llanes, “El hombre que mira lejos” no puedo por menos que imaginarle como el personaje de una de las más conmovedoras pinturas de la historia del arte: “Monje frente al mar”, de Caspar David Friedrich (1774-1840). La he visto tantas veces en su museo, en el Staatliche de Berlín… ¡Qué hermosa obra! Inquietante, conmovedora, sentimiento puro de lo sublime frente a lo sublime…

El monje frente al mar” (1809-10) fue considerado ya desde su primera exposición pública un cuadro memorable; adquirido por el joven príncipe heredero Federico Guillermo en la exposición anual de la Academia de Berlín —junto a su pareja “Abadía en el encinar “— causó una enorme conmoción y perplejidad en los círculos artísticos alemanes. El escritor Heinrich von Kleist, admirador de Friedrich, describió la emoción con esta elocuente frase: “parece como si te hubieran cortado los párpados”… Su composición es tan aparentemente sencilla como arriesgada: una superposición extrema de tres superficies horizontales de distinta dimensión y potencia visual —playa, mar y cielo— en un tenso equilibrio isostático, inestable e imperfecto, sin apenas otro elemento significativo que el monje en soledad. El cielo —aire húmedo y frío—ocupa casi 4/5 partes de la superficie del cuadro y constituye un muro casi impenetrable para nuestros ojos, comprimiendo con su gélida vastedad las otras franjas inferiores de realidad que contemplamos: el mar oscuro, casi negro, y sus olas espumantes… la playa levemente ondulada, grisácea. En la playa, frente al mar y el cielo desmesurados, inmerso en el espectáculo del amanecer, un monje de hábito marrón —un hombre solo— evidencia su diminuta estatura física ante la enormidad del universo… al tiempo que nos sugiere la profundidad de sus pensamientos, su grandiosidad existencial… En esta escena muda y suspendida —como la eternidad sobre su abismo— intuimos tanto el sentimiento de lo sublime de Burke —la grandeza, magnificencia, oscuridad, todo aquello que produce las emociones más fuertes que nuestra mente pueda sentir, ese “asombro suspendido en el horror”—, como la acepción que categorizó Kant: “sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos”… es decir aquello que pone de manifiesto la superioridad de nuestro espíritu sobre la Naturaleza… —ambos, sentimientos de lo sublime, simultáneos y/o sucesivos…

Desde luego la primera interpretación que Heinrich von Kleist hizo del cuadro es una de las más sugestivas y definidoras del sentir romántico: ”En infinita soledad, a orillas del mar, resulta maravilloso contemplar un desierto de agua sin límites bajo un cielo cerrado. A ese sentimiento se une la necesidad de tener que desplazarse hasta ese determinado lugar, que de él haya que regresar, el deseo de superar ese mar, saber que no es posible, y advertir la ausencia de cualquier tipo de vida, aunque oigamos su voz en el rumor de las olas, en el soplido del aire y en el movimiento de las nubes”. El arte romántico pone en escena el abismo, representa visualmente la escisión entre la naturaleza y el hombre. El papel de los personajes representados por los artistas románticos es aceptar su finitud, resistirse a la succión de lo absoluto y su propia aniquilación en él. Para el sentir romántico, paradójicamente, sólo en lo finito, en la distancia, en el espectáculo de lo estético “los dioses vuelven a hacerse presentes”... —como acertadamente señala María Rosario Acosta en Silencio y arte en el romanticismo alemán—... Pero hace falta descender al fondo del abismo, donde no hay nada que decir, donde toda palabra sobra. Allí, en el silencio, en la contemplación de la eterna escisión entre dioses y hombres, entre el hombre y la naturaleza, en la puesta en escena de la tragedia, del enfrentamiento entre lo infinito y lo finito, ahí se da el acontecimiento de la verdad. El arte, la belleza, son este acontecimiento. Sólo a través de la intuición estética se le revela al hombre, en las profundidades de la distancia, en la separación radical, la unidad primigenia, el absoluto en todo su esplendor. La verdad es aquello que acontece a través pero por fuera de la imagen, la palabra, el sonido. Eso que se revela en medio de ellos, pero que requiere del silencio, de una contemplación callada, desde la finitud del hombre, del espectáculo infinito de la verdad”… Esta relación con la verdad a través de la experiencia estética puede considerarse como mística, es decir un extasiarse en la unidad con el todo desde nuestra limitada pequeñez e insignificancia —lo que el Maestro Eckhart describía como una gota de agua en medio del océano…

Interpreto al monje como un hombre sobrecogido, pero también lúcido, en el amanecer de sus dudas existenciales, quizás teológicas. Algunos autores, como Kleist, han especulado que el monje es el mismo Friedrich… ¿Qué misterios contempla a estas horas de la mañana el monje-pintor? ¿Es una alegoría sobre la vastedad de la muerte —nada y silencio indeterminados— que tan cerca había experimentado Friedrich con la reciente muerte de su padre? ¿Es el pintor abrumado por su responsabilidad frente a la total plenitud de la Naturaleza? ¿O, por el contrario, una alegoría del pintor ante el inmenso e indeterminado vacío de la tela desnuda? —Qué terrible sensación de soledad, dios…

Siempre que contemplo la pintura de Friedrich recuerdo con triste nostalgia a mi amigo pintor y poeta Víctor Mira, yo sé por qué… Víctor se suicidó en Seefeld, cerca de Munich, Alemania, el 18 de noviembre de 2003 —siempre quiso morir antes de tiempo: “Me horroriza no estar muerto y tener que sentir la repugnante vida latiendo en mí como un animal antiguo”… Víctor y yo nos conocimos en los años setenta, pero sólo a partir de 1984 comenzamos a fraguar una amistad más profunda, en torno al arte por supuesto, a destilar complicidades, a encontrarnos en nuestras palabras, en nuestras discusiones sobre la nada y todo lo demás, a inventar proyectos que siempre se demoraban por una u otra causa ajena a nuestra voluntad, hasta que al fin hicimos juntos algo memorable a mediados de los 90’… para otra vez alejarnos, vernos de tarde en tarde; aunque seguíamos deseando compartir nuevas aventuras, nunca llegábamos a nada concreto, divagábamos…

Nuevamente en 2002 le propuse participar en dos grandes proyectos que por aquella época estaba organizando; Víctor aceptó con desmesurado entusiasmo, como siempre hacía cuando suponía un reconocimiento a su singular trayectoria artística —él era así de emotivo y resentido: siempre tan olvidado, injustamente “ninguneado” por el “arte-organización” en España… Desde entonces nos vimos con más frecuencia, nos escribíamos, nos hablábamos, nos encontrábamos por cualquier motivo en Mallorca, en Madrid, Barcelona, Valencia o Berlín, o en su casa-taller en Breitbrunn, en la región de los lagos cerca de Munich. En Breitbrunn me confesó su obsesión por el cuadro “El monje frente al mar”de Friedrich: hacía más de quince años que retomaba intermitentemente este tema y lo abocaba en sus pinturas, dibujos, grabados y proyectos escultóricos. Víctor me regaló varios catálogos suyos de exposiciones con esas series —“El monje frente al mar, atemperado”— y por primera vez me habló de un proyecto —“Meditación acerca del agua dulce”— que tendría como protagonista al monje (el mismo Víctor) frente al agua (o la vida, o no sé qué)… Acerca de ese monje Víctor Mira escribió: “El monje junto al mar de C. D. Friedrich más que una pintura es un ejemplo de imagen mental. El cuadro aunque parezca estar dedicado al cielo, ya que el cielo cubre las cinco sextas partes de la superficie, no es tanto así, ya que es el mar reflejado en el espejo del cielo lo que se observa. La mirada atraviesa la pintura como si fuese una muralla imaginaria y se sumerge en la tensión transparente e inconmensurable de la contemplación del mundo. Friedrich se representó a sí mismo en monje junto al mar y con sus pisadas nos hizo un lugar en su interior desde el cual nos trasfiguramos en el monje y por lo tanto en el propio Friedrich. El hecho de que Friedrich sólo pintase una pequeña franja de tierra, estriba en la poca importancia que le otorgaba al lugar, ya que se trataba más que nada de un lugar imaginario donde la contemplación del mundo pudiese alcanzar una visión sobre la vida y la muerte”…

En aquellos últimos meses hablamos mucho sobre la muerte y sobre la vida, es decir el arte. De algún modo sentía que Víctor tenía prisa por “marcharse”… entonces más que nunca… En Apología del delirio había escrito: “El acto de pintar me lleva siempre al borde del suicidio, a la obsesión de sofocar la culpabilidad, de degollar al artista y dejar al hombre solo, en sí mismo”… También recuerdo que años atrás, en una entrevista de ficción que Víctor se hacía, se preguntaba y respondía: —"Por favor, dígame qué es lo que pretende... —Nada, y por eso es por lo que me refugio y fijo los ojos quietos en la pared, en esa pared de mi estudio tan blanca y tan normal, hecha por un hombre cualquiera. Esa pared es la nada en la que me refugio, sin nada de imaginación, sin nada, y sobre todo sin ser molestado por las ideas"…

¿Qué buscabas allí en Seefeld, Víctor, en “la orilla del lago”? ¿Qué ves ahora, Víctor? ¿Es la Nada, Víctor?... Qué elocuente silencio el de los muertos… Tan elocuente como locuaz…



Pintura: "El Monje frente el mar" (1809-10), Caspar David Friedrich (1774-1840). Staatliche Museum de Berlín...

jueves, marzo 27, 2008

El nombre secreto de Bruno Llanes: El hombre que mira a lo lejos...

Dado mi tropismo hermético-oriental estos días y siguiendo algunas conjeturas que apuntaba en mi anterior texto de “recuerdos y deseos japoneses”, no es de extrañar que hoy escriba lo que escribo, es decir sobre el nombre secreto de Bruno Llanes… Nuestros nombres, nuestras fechas, son factores más que significativos en el producto final de nuestro ser y estar en el mundo. Y si esto es así, en lo natural, también lo son los artefactos que creamos con tal sentido: los apodos y cifras que nos representan, las imágenes que nos damos o los avatares que nos regalan… Este “post” es el número setenta y tres (73) que compongo para “Arterapia Sentimental” y lo escribo exactamente el día sesenta (60) desde su creación… además, ahora mismo mientras escribo, son ya 3.666 los visitantes de mi perfil (y no sé cuántos las lecturas y sus lectores). Como os he enseñado: 37 x (6+6+6)= 666; 37 x (9+9+9+9)= 999... Borges señalaba en Ficciones que los judíos tienen 999 formas distintas de referirse a Dios, de nombrarLe, sin ofenderLe… No creo ofender a Bruno Llanes desvelando uno de sus nombres, quizás uno de sus más sagrados apodos: “El hombre que mira lejos”…

A Bruno Llanes le gusta que le llamen así, que pronuncien aun con errores fonéticos el tatuaje-nombre-metáfora caligrafiado en su cuello. Su apodo representa una de las cualidades más espirituales de todo viajero: se siente orgulloso, feliz, de saber mirar a lo lejos, atravesar con su mirada las montañas y sus glaciares, los bosques de gigantes abetos de hoja perenne y las selvas vírgenes entre la maraña de sus lianas, cruzar sin puentes los caudalosos ríos y surcar los mares bravos en un vistazo… incluso ir más allá de los horizontes y sus espejismos en un abrir y cerrar de ojos —horizontes color vainilla de sus áridos desiertos, azul ultramar de sus desiertos húmedos. La mirada del que mira lejos es una mirada insumisa a la curvatura del universo, a sus exigencias, pese a tener gastadas las pestañas de ver tanto a ciegas como de mirar a la vida de frente; nada de lo que ve le puede hacer sentirse ya culpable o azorado… Bruno Llanes no utiliza lentes ni largavistas; por fortuna todavía puede reconocer a simple vista y distinguir una zorra de un coyote, leer a la luz del vientre de una luciérnaga… —interpreta su virtud como un regalo del destino.

Desde hace unos años Bruno Llanes tiene un tatuaje en la nuca con su nombre secreto… Se lo compuso y creó su amigo Xu, un artista chino que seguramente es uno de los que mejor le conoce entre los hombres de arte y espíritu Tao. Xu fue quien primero le nombró con ese nombre-palabra que luego hizo caligrafía… Xu aprendió el arte de tatuar en la piel durante cerca de un año sólo para poder tatuar personalmente a Bruno Llanes: primero junto a un viejo tatuador chino medio ciego que se llamaba Lee, hoy ya fallecido, y luego con el Gran Matti Jankowski en Chinatown, en New York… Por fin la madrugada del 2 al 3 de junio de 2003, Xu creo su obra más humana en el cuello de Bruno tras seguir una ceremonia de iniciación de origen chino —rescatada de la tradición esotérica de su estirpe— en donde mezclaron su sangre y esperma en el vientre de una hermosa mujer de ascendencia medio mulata cubana, medio oriental; un ritual humedectado toda la noche con abundante vodka ruso y polaco y cerveza Brooklyn… Por supuesto Bruno eligió el lugar en su cuerpo: en la nuca —lo que es propio de su lógica, ya que al mirar tan lejos sin obstáculo es natural que su mirada culmine en su nuca después de atravesar el universo entero circular—, a la altura de su glándula pineal, es decir bajo su tercer ojo cuando su ojo descansa mirando abajo… Por deseo expreso de Bruno Llanes la tinta utilizada fue blanca… —así aseguraba el secreto de su nombre ante las miradas curiosas, promiscuas, sin fe, que todo lo quieren ver e interpretar sin amor ni compromiso con la verdad. La tinta blanca se mimetiza y confunde pues con su piel blanca... Sólo en verano, cuando Bruno Llanes lleva el cabello bien corto y el sol dora su piel, puede admirarse con cierta nitidez la belleza de la caligrafía de su nombre… Es tal la discreción y humildad de Bruno Llanes, tan respetuoso con su secreto, que nada dice sobre ello ni se muestra exhibicionista; ni siquiera para sorprender a sus amantes ocasionales o para dar gusto a las que con el tiempo han ido adquiriendo ciertos derechos sobre su cuerpo... La mayoría de ellas lamen su nuca sin darse cuenta que besan un nombre sagrado…


Dibujo: "Tatoo de Bruno Llanes, El hombre que mira a lo lejos", NY 2002

miércoles, marzo 26, 2008

Recuerdos y deseos japoneses...


Ayer tuve un día, por así decirlo, “japonés”… La noche anterior fui a ver la película Seda, basada en la preciosa joyita de Alessandro Baricco del mismo título; decir que salí del cine totalmente defraudado es poco… Ni el director ni los actores han entendido el alma de la novela, sus sutilezas, su “tempo”… Es una pena; algo por otra parte muy frecuente en las adaptaciones cinematográficas de textos originales, novelas, de la gran literatura… Excepciones las hay, por supuesto; un día de estos escribiré sobre este tema: sobre la relación entre literatura y cine, sus mutuas “traducciones” y miradas especulares…

Mi frustración ante la versión cinematográfica de Seda me llevó no sé por qué a pasarme todo el día entresacando y entremetiendo libros y documentación de la sección “Oriente” de mi biblioteca, ojeando capítulos memorables, copiando citas que tengo en los originales subrayadas, rebuscando carpetas y cuadernos de fotografías, rescatando recuerdos de mi memoria… Con respecto a Japón no es que tenga muchas publicaciones, al menos no las que me gustaría tener; aun con todo son suficientes y me sirven para seguir mi proyecto de una novela futura sobre los amores de Bruno Llanes, mi “personaje alquimista", y una joven diseñadora de jardines japoneses que algún día comenzaré a escribir —todavía no sé cómo llamar a la protagonista, y eso en una novela “japonesa” es una decisión fundamental: el nombre, su fecha de nacimiento, son la primera revelación de su destino, el anagrama de su vida futura… Tengo poco menos de un centenar de libros sobre Japón, su arte y cultura, y de ellos una docena acerca de jardines japoneses y su estética zen; en literatura destacaría las novelas de Yukio Mishima.

Desde hace unos años cuando voy a Tokio me alojo precisamente en el hotel Yamanoue, conocido como el Hilltop Hotel —porque se encuentra sobre una pequeña colina, ahora rodeado por una de las universidades de Tokio… De allí salió Mishima —que en realidad se llamaba Kimitake Hiraoka— con sus discípulos para hacerse el hara-kiri —mejor dicho el seppuko (ya que hara-kiri es un término vulgar) que consiste en abrirse en canal el vientre de izquierda a derecha y luego otra vez al centro y desde allí hacia arriba hasta el esternón, todo ello según un ritual preciso según las reglas del bushido, el código de los samurais. Quiero señalar que este dolorosísimo suicidio debe hacerse sin mancharse de sangre las propias manos del suicida (lo que sería su deshonra) y con la intervención de alguien de su confianza, un compañero o kaishaku (caballero), que ha de cortar la cabeza al suicida por honor si ve que sufre “lo insufrible”. En el caso del suicidio ritual de Mishima, su compañero falló los tres primeros intentos de decapitación… que sólo pudo culminar otro amigo, Hiroyasu Koga… Qué “jodido” narcisista y grandísimo escritor éste Mishima, y que vida y muerte tan sublimes (lo escribo como categoría estética romántica); murió joven, es decir héroe, por su voluntad existencialista, su desmedida pasión por la belleza…

Habitar este hotel en mis viajes a Tokio es un verdadero regalo para mi proverbial fetichismo existencial, mi búsqueda de sentidos simbólicos a lo que ordinariamente llamamos “vida corriente”. En realidad resulta excitante, estéticamente hablando, habitar de vez en cuando la habitación de Mishima en el Yamanoue, hacer el amor allí, aquella en la que parece ser acabó de escribir su última novela —La corrupción de un ángel— poco antes de suicidarse haciéndose el seppuko frente a sus discípulos y camaradas el 25 de noviembre de 1970. Cerca del hotel hay tiendas que venden instrumentos musicales, sobre todo guitarras eléctricas de segunda mano —por ejemplo una vez estuve a punto de comprar una presunta guitarra de Eric Clapton, eso que no sé tocar ni las castañuelas, aunque de jovencito tocaba en un grupo aficionado “de oído” e incluso me atrevía con la rítmica de “La Casa del Sol Naciente” o algún solo al estilo de King Crimson… jajaja… —lo que tiene uno que hacer de jovencito para enamorar a una colegiala de las Teresianas con rebeca azul y cortísima falda plisada, qué reclamos los de la primavera…

Por cierto… El primer libro de Mishima que compré —Sed de Amor— se lo regalé a una chica que me quería ligar un día de San Valentín; pensaba que el título de la novela era suficientemente explícito para que entendiera mis intenciones… —que las entendió. Cinco años después me casé con ella, es la madre de mi hijo, nos divorciamos de mutuo acuerdo, yo me quedé el libro… Ya dije antes que son muy importantes los nombres, los títulos, las fechas… Yo nunca querré tener ningún affaire amoroso con una mujer hinoe uma (“caballo de fuego” según el horóscopo chino-japonés), es decir nacida en 1966… es una fatalidad, un tabú en Oriente. Ya me enamoré una vez de una “yegua de fuego” y todavía me estoy recuperando de las heridas, de su fuego, cicatrizadas pero dolientes todos los días con excesiva humedad. Los nombres son importantes, las fechas no digamos: por ejemplo tener un hijo que nazca el 30 de marzo, fecha del nacimiento de Goya, o enamorarme de una mujer que haya nacido un 28 de julio o un 2 de octubre, fechas del nacimiento y muerte de Duchamp, o el 18 de diciembre o 29 de junio, fechas que señalan la vida de Paul Klee, por ejemplo… En cuanto al nombre, mis favoritos empiezan por la partícula “mar” o la contienen… —lo que es una suerte vivir en España y haber viajado tanto por Latinoamérica, que tantas mujeres tienen un “María” entre sus nombres aunque no lo utilicen… El problema viene ahora con las jovencitas que todas se llaman Raquel, Rebeca, Silvia o Paula a secas… Con las demás nacionalidades, las demás lenguas, soy un promiscuo sentimental, lo confieso, me da igual cualquier nombre con tal que tenga alguna vocal entre sus consonantes…

Bueno… volvamos al asunto “Japón”… Japón no es mi país ni cultura preferidos en Asia, pero sí mi primera experiencia en Oriente, algo así como mi primer amor, mi primera amante “prohibida”… De hecho mi primer viaje largo, especial, fue a Japón, en los ochenta… —ay, dios, cuánto tiempo. Estuve tres semanas; era septiembre cuando llegué, final de septiembre: los parques, los bosques, amarilleaban y luego anaranjeaban, por días, por horas, se hacían oro viejo antes incluso que el tiempo les reclamara su deuda con la vida... Además de Tokio, estuve entonces en Kamakura, en Nara, en Kyoto y en Osaka. En mi primera noche en Tokio estuve alojado en un hotel en Ginza, en una habitación absolutamente cool y “supertechno” en donde experimenté el trance de mi primer terremoto y la sorpresa de sentir cómo mi cama se movía aun sin querer —tampoco es que haya aprendido desde entonces a moverla queriendo; bueno, sí, un poco… queriendo se puede mover hasta el universo a tu alrededor… Pues eso, que vaya susto… —nuestro primer terremoto, como otros primeros estremecimientos del cuerpo, son inolvidables… ¿no?

Me fascinó Kamakura, sus bosques, la bahía y por supuesto sus templos: el Buda Amida Nyorai —el Buda de la luz infinita, su sonrisa— en el templo de Kotokouin, que fue el primero que visité… y los demás templos budistas y sintho de la ciudad y sus alrededores… —en especial el templo dedicado al buda niño, no recuerdo su nombre, en donde precisamente estuve el 21 de septiembre, día del equinoccio de otoño, día para honrar los familiares y amigos muertos… Imaginad las laderas de ese templo con miles de figuritas de budas niños con sus vestiditos de colores y sus pañuelos de seda al cuello; una niebla de incienso entre sus veredas, bruma sagrada… y cientos de padres llevando sus ofrendas a estos buditas niños que representan sus propios hijos muertos recién nacidos, sus bebés, incluso los que nunca vieron la luz… —una experiencia mística, de verdad… Qué maravilla ese olor a incienso impregnando el bosque, extendiéndose invisible con el solo pestañear de las hojas y el roce de mi silueta sobre sus troncos… ummm... ver despedirse la tarde frente a la bahía de Kamakura desde un bosque de bambúes gigantes, el cielo violeta perfecto… la eterna belleza, es decir suspendida en el instante, sublime… de escalofrío.

En Kamakura compré algunos de mis souvenirs más queridos: un juego de recipientes de laca color rojo cinabrio, mi primer rakú; y un par de antigüedades: una bandeja para el té de laca negra con incrustaciones de madreperla y una pipa para fumar opio de concha de tortuga, caña de bambú y latón dorado… —qué pena que no las tenga a la vista, salvo el rakú en donde sigo tomando té alguna tarde… He vuelto otras veces a Kamakura y he podido recorrer creo que todos sus templos y veredas sagradas: el Engaku-ji, el Hase Kannon, y el Toke-jui —ese templo que era utilizado por las mujeres que querían divorciarse de sus maridos—, el santuario Kamakura-gu… ¡Tantos lugares hermosos y santos! También recuerdo un viaje a Japón invitado por quien es uno de los mayores coleccionistas privados del mundo del arte, Katsuta, un buen tipo; no os podéis imaginar qué colecciones tiene de Klee, Miró, Tanguy, Chagal… Estuve alojado en un hotel de su propiedad, en el Kamakura Prince Hotel, y comí y cené varias veces en el restaurante del hotel —Le Trianon— que era entonces, hace unos años, uno de los mejores restaurantes de cocina francesa del mundo… sí, del mundo, en Kamakura. Por poner un ejemplo, Katsuta me regaló el día de mi llegada una cena regada, es un decir, con el beaujolais del año… que para mi sorpresa había sido galardonado hacía poco, menos de una semana, en Paris, y Katsuta había comprado veinte cajas que trajo de inmediato en avión directamente desde Francia.

Luego de Tokio y Kamakura el destino me regaló en aquel primer viaje a Japón las maravillas de Nara y Kioto: el parque de Nara: el Todaiji, el Gran Buda Vairocama, el santuario Kasuga… Y qué decir de Kyoto: el Kinkakuji, el Templo del Pabellón Dorado, la casita de té, su estanque-espejo —una vez leí un fragmento de Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino, el capítulo de Valdrada, a su orilla; qué hermosa analogía del espejo y la experiencia especular a orillas de la casita de té; qué caprichos tenemos los diletantes, sorry … Ah… y el Templo Kiyomizu y su balcón sobre la belleza abismal; los Honganji del este y del oeste; el Pabellón Plateado; el jardín sagrado del santuario Heian; el jardín de Ninimaru… y la extrema y conmovedora belleza del jardín de Ryoanji, en donde tantas veces me atreví a desear lo invisible… —ay, qué hermoso tener hermosos recuerdos, recordar…

He vuelto a Japón una docena de veces más, y siempre que puedo regreso a mis lugares especiales, inolvidables, de aquel primer viaje —los viajeros de verdad sabemos que siempre volvemos, aunque sea en medio de otras rutas, a nuestros lugares inolvidables… es que somos unos melancólicos. La condición del viajero es regresar algún día… a nuestro lugar de origen, a nuestros escenarios preferidos, a las ciudades y los territorios inolvidables en donde escribimos nuestros deseos más íntimos sobre una hoja en cualquier árbol o en la arena de una playa aquel nombre deseado… —vete tú a saber por qué los viajeros siempre volvemos a donde sea que nuestro recuerdo nos lleva… ¿O es el deseo mirándose al espejo?… Ay, con tanto recuerdo japonés se me ha abierto el apetito… Lo que daría ahora por comerme unas buenas raciones de pescado fresco en los chiringuitos alrededor del mercado de pescado de Tokio, el Tsukiji, uno de los espectáculos más fascinantes que pueden verse en el mundo… Siempre que voy a Tokio al menos voy una vez al Tsukiji; tienes que estar allí no más tarde de las cinco de la mañana (aprovecho mis noches de jet lag)… —quédate durmiendo, amor, volveré cuando despiertes; voy a intentar suicidarme nuevamente con fugu, el pescado venenoso… no temas, no me he muerto todavía y mira que lo he intentado… creo que estoy inmunizado a ese veneno y a la muerte heroica… ¿Serán tu amor y nuestras petit mort de cada día el antídoto perfecto, no?...


Fotos: "Issey Miyake store", "Escena en el Tsukiji", "Habitación en el Yamanoue Hotel"; Tokio, junio 2004

martes, marzo 25, 2008

Para quienes leen y traducen la lengua de los pájaros; o quieren aprender... a olvidar otras lenguas.


Ayer ensayé un juego de prestidigitación verbal con las palabras “miedo” y “medio”; ya sabéis que me gusta “jugar”, por así decir, con las palabras y tensar sus significados… Los que me hayan seguido hace tiempo —lo que es una pura coquetería por mi parte, porque este Blog cumple hoy cincuenta y cinco días— saben cuánto me gusta escribir según la “lengua de los pájaros”… lo vengo haciendo casi desde mi primera entrada; os regalé por ejemplo un inmenso texto sobre Duchamp casi al principio… Los franceses, con Fulcanelli a la cabeza, han reivindicado la “langue des oiseaux” como procedente de las lenguas antiguas que dieron origen al francés actual, incluso a partir del valor jeroglífico de su alfabeto —¿Quién dijo que el francés, su lengua, sólo es un beso?... En la lengua de los pájaros se describirían pues los procedimientos secretos y las operaciones ocultas del Arte Mayor de la Alquimia y también del Tarot de Marsella. La “langue des oiseaux” es por lo tanto un método de criptografía empleado desde la antigüedad por los alquimistas. Por ejemplo Artephius, celebre alquimista medieval, señalaba: “¿No saben que nuestro arte es un arte cabalístico? Quiero decir que sólo se revela “de boca” y que está lleno de misterios. ¿No crees que sería demasiado simple que enseñáramos clara y abiertamente el más grande e importante de todos los secretos tomando únicamente nuestras palabras y letras?”… Sin embargo, a veces, el secreto no está en lo que está escrito… incluso hace mentir o fingir a “lo escrito” para ocultar las verdades secretas.

La práctica de la lengua de los pájaros consiste en separar el sonido de las palabras y las letras de cómo han sido escritas, transcribir nuevamente esos sonidos creando una nueva agrupación de letras que nos muestre entonces un nuevo mensaje, revelando otros sentidos. Este método secreto nos estimula a ir más allá de las apariencias fonéticas y la superficial lectura de las letras y las palabras reconocibles a primera vista; nos muestra que existe una creación silenciosa —dicha sin palabras—, conocida, pero muda… “Las palabras dichas vuelan, pero los escritos permanecen”… Se trata de una lengua hablada y escrita con juegos de palabras y dobles sentidos, transliteraciones —representación de los sonidos de una lengua con los signos alfabéticos de otra—, homofonías, construcción de acrósticos, caligramas, con sus propios métodos de encriptación y desciframiento, etc… constituyendo de hecho un inmenso sistema de transmisión del "Saber ocultado” —más correcto que decir “oculto”… El lenguaje de símbolos de la pintura y el arte visual sería en muchos aspectos también una lengua de los pájaros en imágenes, pero siempre algo más mental que puramente retiniano… —pero ésa es otra historia que os contaré otro día si seguís viniendo por aquí al atardecer, bajo la niebla.

Estos conocimientos se adquieren por iniciación entre aquellos que “ya han viajado por la memoria colectiva”, se trata de una iniciación “para destinados”, trasmitida biológicamente o por “el aire” —los iniciados son seres también migratorios, como las aves que les prestaron su lengua (los pájaros son mensajeros de los dioses, como Mercurio). Los iniciados en esta lengua sutil conocen los métodos de encriptar el “Saber” detrás de la simbología particular del lenguaje utilizado, y descifrarlo; su lengua es un “ultrasonido” y un “ultra escrito”… De algún modo estas ideas presuponen la preexistencia de una realidad invisible, “algo que está en el aire”, que nos permite “reconocer” las cosas, “encontrar” una idea, “descubrir” algo oculto, “presentir” algo que será en el futuro, “mirar a lo lejos” y ver con certeza… —un día de estos os hablaré de los “Archivos Akasha”, qué tienen que ver con todo esto; recordádmelo, por favor…

El Tarot es un vehículo esotérico, un juego hermético, que habla y emite sonidos para ser entendido, además de sus imágenes. Obedece a las reglas de la transmisión oral y comunica su saber por el sonido —qué pena tanto charlatán utilizando sus naipes; no dejan escuchar a veces ese puro canto de pájaros al amanecer de una tirada de Tarot… Su gran fuerza reside en utilizar el procedimiento de la “langue des oiseaux”. La práctica de esta lengua hermética nos permite conocer y entender el sentido, la esencia misma, de todas las palabras… palabras que trasmiten simbólicamente el “Saber” y los secretos que formaron parte de la concepción misma del juego. Los pájaros, las aves, sólo están presentes en cuatro de las ilustraciones del Tarot, pero su “lengua hermética” nos desvela todo tipo de registros aparentemente velados por la fuerza hipnótica de sus imágenes. Hay que saber leer el Tarot en sus palabras de doble intención, en sus sonidos, no tanto en sus imágenes…

En épocas antiguas, cuando los libros eran raros, voluminosos, costosos, el "Saber" viajaba y era transmitido por otros medios, principalmente a través de los métodos contenidos en el Arte de la Memoria. Se trata de métodos, de técnicas, basados en asociaciones de ideas, palabras, imágenes, sonidos, que “vibran” entre ellos según ciertas reglas que hay que respetar; constituyen también una cierta gimnasia del espíritu: por ejemplo se eligen imágenes no habituales para rememorar las cosas. Entre estos métodos, el Tarot fue uno de los más afortunados durante siglos y el más extensamente utilizado —desde luego era fácil de transportar y transmitir… El Tarot es sobre todo un Arte de la Memoria —el Arte de Tot (Hermes)— y a la vez algo que ver y leer codificado en 22 cartas —al igual que las letras del alfabeto hebreo. El poder y la eficacia del Tarot se fundamentan en que se puede transmitir y comprender aun en ausencia del soporte con la ayuda de la “langue des oiseaux”. La nemotecnia subyacente en el doble sentido de las palabras nos permite preservar y recordar lo esencial de sus mensajes… El Maestro del Tarot tiene el don y la habilidad de describir, de escribir y enseñar a escribir, los arcanos a su discípulo, dibujarlos de memoria. Desde los pequeños detalles puede reconstruir toda una memoria; la simple visión de las cosas revela (por evocación) cosas invisibles pero evidentes a sus ojos… La alquimia de las palabras operada por la lengua de los pájaros nos permite afirmar y trasmitir el "Saber", incluso sin saberlo —como decía Duchamp—, o sin saber qué hay que saber… Y es que siguiendo el sentido de las letras —“le sens des lettres”— llegaremos a la esencia del Ser —“l’essence de l’être"— y transmitir su más profundo conocimiento… —¿Me vas siguiendo, mi querida chela?

A las cartas del Tarot se les llama “lama” ("une lame"), o láminas, porque en origen sus dibujos eran grabados sobre lamas (tablillas) de madera y reproducidos por xilografía… —y llegados a este punto no puedo por menos que regalaros otras palabras que me vienen al encuentro: “l’àme” (el alma), “je l’aime” (yo la amo), “l’amant” (el/la amante), “lament” (lamento), “la menthe” (menta, hierbabuena), “lama” (maestro mago budista), “la mère” (la madre), la mar… —lámeme el alma ahora mismo, mi amor, mi amadora… El Tarot nos permite la lectura de “l’être” (el ser) más allá de la visión de “les lettres” (las letras), pero a su través, en lo escrito… la comprensión de sus designios (“desseins”) más allá de las imágenes “dessinés” (dibujadas)… la visión de las cosas ocultas, en sombra —“dans l’ombre”—, más allá de la lectura de su nombre… Hay otro mundo, otra realidad profunda, detrás de las apariencias, en la sombra. Quizás por eso a la “langue des oiseaux” se la conoce también como la lengua secreta de los filósofos, de quienes aman y siguen los caminos de la sabiduría, a veces (h)ermitaños… Viajeros, a ratos ermitaños, que se dejan encontrar y reconocer desde lejos, qué te voy a decir de cerca...


Fotos: "Tirada de Tarot"; Mallorca, 23 de marz0, 2008

domingo, marzo 23, 2008

Desear no es lo mismo que atreverse...


Hace un par de días estuve a punto de marcharme a Marruecos, a Essaouira, a mi refugio en Mogador, por un tiempo. El problema de cada viaje a Essaouira es que después me cuesta mucho volver, me demoro sin causa, argumento cualquier motivo para permanecer. Tengo que hacer muchas cosas las próximas semanas; una buena parte de mi futuro depende de lo que proyecte estos días, cómo articule mis ideas, que sean convincentes y verosímiles… en eso estoy. El alma me reclama alejarme; la cabeza, tener paciencia y concentrarme en esas prolijas tareas de reinventarme de nuevo.

Cuando aflora la nostalgia por mi casa en el sur del sur suelo conjurarla con estrategias literarias; por ejemplo rebuscando en mis cuadernos de notas, ensayando una vez más cómo redondear alguna de mis historietas allí —con la intención de coleccionarlas algún día en un libro de relatos góticos marroquíes— o releyendo algunos de mis libros favoritos ambientados en Marruecos o en sus desiertos. Así recordé que ahora hace quince años visité y me encontré por primera vez en la melancólica Tánger con Paul Bowles, el viejo maricón de las manos blancas y pómulos sonrosados —por supuesto no soy homófobo; a Paul le gustaba presentarse así, nos provocaba haciéndolo, y yo respeto sus adjetivos. Entonces Bowles estaba terminando de corregir la partitura para su Salomé que presentó meses después… Hablamos de Salomé, del drama que escribió Oscar Wilde basándose en dos pasajes bíblicos que se refieren a ella y a Juan “El Bautista” —representado en el drama “wildeano” por la figura del profeta Jokanaan—, y en los cuadros sobre la “pérfida” Salomé que pintó Gustave Moreau. Luego este drama fue adaptado casi sin variaciones por Richard Strauss para componer su ópera Salomé, que es una de mis favoritas, sobre todo la versión de Georg Solti de 1962 dirigiendo la Filarmónica de Viena, con Birgit Nilsson, Eberhard Wächter, Gerhard Stolze y Waldemar Kmentt interpretando sus personajes principales…

Pero volvamos con Paul Bowles y su literatura… Ayer mismo releí una serie de páginas escogidas de uno de sus mejores libros, seguramente el más popular de todos: El cielo protector… —¿Lo has leído? ¿Viste la película de Bertolucci, una de mis preferidas? Estoy seguro que sí... a veces preguntamos escribiendo obviedades sin razón aparente, simplemente por el placer de pulsar los signos de interrogación, tan deliciosamente sensuales, tan parecidos a un par de serpientes de coral preparadas al ataque… ¿Recuerdas a Port, uno de los personajes protagonistas de la novela y sus siempre enigmáticas palabras? ¿O en la película, al mismo Bowles dirigiéndose a la cámara en el viejo café de Tánger, en penumbra?—… Port había dicho... “La muerte está siempre en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa precisión terrible. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, todas las cosas ocurren sólo un cierto número de veces, en realidad muy pocas”… —Ves, mujer, qué cosas tiene la vida… Pasas media vida esperando y cuando por fin llega lo que tenía que llegar tienes miedo ese día y dejas pasar tu hilo de plata… Aún hoy no entiendes por qué coño no prendiste ese cabo y te fuiste entonces a correr mundo, a derrochar la vida, ceñida a su cintura por ese camino que nunca será sino un sueño; no hay día que pase que no maldigas tu estúpida cobardía. Media vida esperando y la otra mitad, indeterminada, cuesta abajo, recordando arrepentida…

Esperas, encuentros, desencuentros… No se arrepiente el valiente ni siquiera en su infortunio… El que vive “en medio” por seguridad o estrategia es que tiene miedo… Miedo y medio —¡Cuánto se parecen algunas palabras!... A veces —muy pocas, eso sí— la permutación de las letras no altera el significativo producto de sus palabras. No es lo mismo la cábala de las palabras que la de los números… No es lo mismo desear que atreverse (oser).



Foto: "Escena de café", Essaouira, Marruecos; diciembre 2006

martes, marzo 18, 2008

Saludo y Portada a mi librito de viaje sentimental a Tenerife, la ballena-isla-volcán...


Esta imagen que veis arriba es la portada que he compuesto para el “librito” de relatos de mi viaje a Tenerife —la ballena-isla-volcán—, del que ya sabéis su origen y motivos todos los que me leéis con mirada generosa y corazón limpio hace tiempo… Para los que vengan por primera vez a esta “casa” o se hayan demorado por ahí hace días les aconsejo lean antes mi declaración de intenciones en el texto: Dónde y qué voy a hacer los próximos días, meses, años…http://arterapiasentimental.blogspot.com/2008/03/dnde-y-qu-voy-hacer-los-prximos-das.html

He articulado la historia de mi “viaje sentimental” en cinco capítulos independientes, consecutivos en el tiempo, que podéis ya leer y seguir uno tras otro tal como los he escrito para el Blog desde esta entrada hacia abajo, es decir los anteriores cinco postah... puse las mayúsculas porque recibí algún comentario en el que me agradecían la información y decían que esperaban leerme cuando los escribiera... jajajaja…
Es mi regalo para vuestros ojos esta Semana Santa… Los próximos días estaré en silencio leyendo vuestros comentarios y vuestras literaturas… Disfrutaré entretiempo de la amabilidad de mi isla, de sus costas y territorios, y de algo más por supuesto (que no contaré si no es realmente excepcional)… Pau Llanes renacerá el próximo domingo… Ave Fénix, guerrero reinventado.

Vuelan mis últimas palabras para quien me lee bajo los volcanes de Xela, en Guatemala, y me envía mensajes con cariño desde sus selvas… para quien realiza ceremonias de ausencia en México en mi recuerdo y me hace presente en su casa, en su cuerpo, en su alma, bajo la forma de pétalos de flores blancas, que la echo en falta… para quien anda perdida en su isla de adopción y busca volcanes en mi nombre, que no sabe todavía que mi nombre es su volcán… A todas ellas y a ti, que me lees, viajan mis palabras como fina lluvia de primavera… Te amo es decir poco…



Dibujo: Libro de Horas, 1991-1992

sábado, marzo 15, 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (I)




Llegando a la isla, veo por primera vez el volcán despuntando sobre las nubes. Sólo se entiende su enormidad a esta altura, enfrentados, con su estatura. La tarde era ámbar dulce, la noche me supo a carbón de azúcar… Luego de dejar mis cosas en el hotel y tomar posesión de sus vistas, paseé hasta la media noche dejándome llevar por la gente y sus estelas; así me llevaron a sus calles antiguas, en volandas a los alrededores de La Concepción, a sus terrazas al aire libre en donde se come, bebe e intercambian miradas descaradas. Cené papas arrugadas con mojo picón, por supuesto, bacalao de cualquier manera y una torta que no terminé de seca que estaba; bebí de todo un poco: copas de vinos jóvenes afrutados: tinto —Cráter 2005—, blanco —Viñatigo—, y un delicioso licor dulce de postre: Humboldt 2002… —¡qué maravilla!— Bebí mejor que comí; me fui a la cama con una sonrisa que no me cabía…

Me desperté pronto, al amanecer, y eso marcó el resto de mis días en Tenerife. Tomé decisiones importantes: me movería por la isla sólo en autobuses públicos y caminando, nada de guías turísticas, sólo un buen plano de la isla y mi olfato como brújula, sin itinerarios previos, sin horarios convencionales, prohibido el shopping, comer y beber a mi gusto y con mis ganas, detenerme de vez en cuando para escribir “sensaciones-telegrama”, leer a ráfagas —me había llevado la colección de relatos de Haruki Murakami: Sauce ciego, mujer dormida— y pensar lo justo, sólo lo suficiente, pensamientos-haiku; apenas buscar, dejarme encontrar, reconocer… En suma, moverme como explorador, actuar como cazador, sentir como guerrero…

El primer día, el viernes 7, lo dediqué por entero a la ciudad extendida Santa Cruz-La Laguna. Comencé desayunando en la calle, bebiendo zumos de frutas y miradas de transeúntes. Luego me desperecé por las calles recién inauguradas: me asomé a los escaparates, coqueteé en un par de librerías, seguí inadvertido a un par de preciosas mujercitas a ver dónde me llevaban hasta que me topé con una especie de mercado colonial —La Recova— en donde pasé un buen rato merodeando los puestos de frutas y verduras —pero qué derroche de colores, de sabores conocidos y de los otros que pregunté por curiosidad: papas negras, coloradas, azucenas, de ojo de perdiz, calabaza, habichuelas, ñame, bubango, batata, chayote, tomates y pimientos en todas sus variedades, plátanos, papayas, mangos… ummm… Y luego los quesos, que fui picando y probando uno a uno de un sitio a otro: un queso fresco, tierno, de cabra ahumado de Benijos; una tapa de queso semicurado con pimentón de Flor de Guimar, un queso semicurado de cabra con corteza de gofio, un Queso de Flor de Gran Canaria mantecoso y con regusto amargo, un queso de La Gomera ahumado con brasas de tabaiba, jara y brezo, picante y de sabor recio… y por fin un delicioso queso de cabra ácido y algo picante, un majorero de Fuerteventura, uno de mis quesos favoritos… —almorcé pues a media mañana, de pie y transitando por el mercado. Luego, otra vez a la sombra de La Concepción, me detuve a refrescarme con un par de cervezas y a leer a Murakami: “Por decirlo de la forma más sencilla posible, para mí escribir novela es un reto, escribir cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín. Los dos procesos se complementan y crean un paisaje completo que atesoro”. Un pensamiento-haiku: los poetas árabes se refieren al corazón de sus enamoradas como “un jardín cambiante bajo el imperio de las estaciones”; pero también su sexo es un jardín, la promesa de un tesoro por descubrir, el placer de sus misterios, sus aromas, el reto para el jardinero que con paciencia lo siembra y cultiva… Escribo recordando a Don Juan de Castaneda: “Un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere”.

Descansado y bien leído me dirijo al Museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife: un caserón imponente con excelentes colecciones y aparatoso montaje audiovisual presuntamente didáctico: consumo un buen rato viendo videos y diaporamas, me mareo con tanto pajarito isleño, los nombres de las lagartijas, el photoshop de las flores y plantas del lugar… ufff… que ya casi no tengo fuerzas para recorrer sus yacimientos arqueológicos, ojear el resto de sus restos, saber de la vida de los guanches… Me entretengo un poco más en las cámaras frigorífico de las momias: miro a la muerte de frente, con respeto, me abismo en las cuencas vacías de sus calaveras, cuento sus dientes haciendo cábalas, mido a ojo la longitud de sus huesos… No me intimida la pornografía de la muerte, pero me asquea su espectáculo. Yo no quiero ser estiércol para las miradas-gusano de los turistas; quiero ser ceniza y viento cuando me toque, invisible a las miradas, oler a resina de sándalo, hierbabuena, vainilla… No quiero fosilizarme en tu memoria, amor, ni permanecer momificado en tus recuerdos, árido y estéril, deshidratado de mis líquidos más íntimos, con los que te bañaba: mi saliva, mi semen, mi sangre en tus uñas, en tu boca, a dentelladas… Escribo: “Cuando uno no tiene nada que perder se vuelve valiente. Sólo somos tímidos mientras nos queda algo a lo que aferrarnos”…

Salgo a la calle —qué luz tan africana, dios—… surfeo sobre la brisa de los alisios y continúo paseando a izquierda y derecha: primero a la estación de gua-guas para aprenderme las rutas y sus horarios; luego a los muelles para oler el mar estancado, a las plazas de la ciudad para catalogar sus arquitecturas, por las calles a leer sus nombres y deletrear sus rotulaciones… La media tarde me sorprende en la Plaza Weyler leyendo a Murakami: “…las personas que ven fantasmas los ven con frecuencia, pero no tienen presentimientos, y las personas que sí tienen presentimientos no suelen ver fantasmas”… Y entonces recuerdo las palabras de Jassiba, la mujer-jardín de Mogador: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Estar enamorado es estar poseído por alguien. Cuando una desea se vuelve como una casa llena de fantasmas”…

Descansado y atemperado, me pongo en marcha nuevamente. Ahora a La Laguna: ciudad antigua y Patrimonio de la Humanidad, dicen… y desde luego Universidad. En tranvía (rápido y comodísimo) el centro de La Laguna está a poco más de media hora. Recorro la ciudad vieja en un santiamén, hago fotos al atardecer, recuerdo otras arquitecturas coloniales: en Montevideo, Quito, Santiago de Chile, Santo Domingo, Cuba, el golfo mexicano… Paseo, tasqueo… Ya de noche encuentro un restaurante italiano detrás de la catedral: ceno bien, buena pasta fresca y cocina con imaginación (aunque recalentada); buen vino blanco de cepas a más de mil quinientos metros de altura. Converso un rato con el simpático maître hablando de vinos de altura: de Chile, del Somontano, los Riesling alsacianos, y sobre todo de los de Tenerife, de las comarcas de Abona, de Tacoronte-Acentejo, las excelencias del valle de Güímar, del valle de la Orotava y de Icod y Guía de Isora, de sus variedades blancas —listán blanco, la vijariego blanca, la bermejuela (me encantó un vino joven de esa uva)— y especialmente de la malvasía blanca que da un vino excepcional de color oro viejo, dulce natural, por el que Falstaff era capaz de vender su alma al diablo… De postre, por supuesto, dos copas de malvasía, pero rosado: Brumas de Ayosa, qué delicadeza, me sabe a guayaba fresca, memorable…

Son casi las once de la noche y vuelvo a Santa Cruz. Estoy cansado pero feliz, y más después de esa rosada dulzura… Llego al hotel en un pis pas… todavía falta media hora para la media noche. Preparo mis cosas para mañana, para ir al volcán; me levantaré a las seis de la madrugada… Leo un cuento corto de Murakami —El año de los espaguetis: “Pero quiero que me comprendas. En aquella época, yo no quería mantener ninguna relación con nadie. Justamente por eso iba yo haciendo espaguetis un día tras otro. En aquella enorme olla donde habría cabido un perro pastor alemán”… Me dormí como un bendito con regusto a malvasía. No tuve tiempo ni para pensarte…


Fotos: "Habitación con vistas", Iglesia de la Concepción-Santa Cruz de Tenerife, Palacio de los Capitanes-San Cristobal de La Laguna; marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (II)




A las seis en punto, arriba… todavía es de noche. A las siete ya estoy de camino hacia la estación de autobuses; a las 7,30 h. salgo hacia Puerto La Cruz, en la costa noroccidental de la isla, en donde tendré que tomar otro autobús que me llevará hacia el Teide. Recién amanece el día veo que no hay nubes, el cielo está totalmente despejado; es un “regalo de dios” se mire como se mire… En la autovía a Puerto La Cruz descubro el volcán a lo lejos: está nevado, o al menos hay grandes placas de hielo en su parte superior. La costa por esta zona desciende suavemente hacia el mar azul; se ven muchas construcciones nuevas en medio de campos y plataneras; en general se trata de arquitecturas brutas, sin alma, a las que ni siquiera salva el color de su maquillaje —qué mal gusto el de sus propietarios, sus constructores, pero qué fortuna la de vivir en este paraíso frente al mar, los muy cabrones… Llegamos puntuales al puerto turístico, la ciudad se despereza, compro un periódico y me entero entonces del último asesinato de ETA… —en ese mismo momento pensé en recomponer para este blog mi Manifiesto contra el fanatismo. Sólo tengo palabras para combatir la barbarie y el fanatismo, sea cual sea su pretexto; pero no crean los fanáticos que mis palabras son de fogueo aunque no maten como las suyas, ni siquiera les dejen malheridos. Mis palabras son terribles para ellos y sus cómplices, jamás las podrán olvidar: tatúan al rojo vivo una sola palabra en sus frentes… ASESINOS… Qué más puedo decir…

A las 9,15 h. salimos hacia el Teide escalando sus laderas, atravesando el valle de Orotava y demás pueblos de sierra. Ascendemos a buen ritmo, apenas hay coches en la carretera. El valle, que debió ser una preciosidad hace un tiempo, un vergel, hoy es una masa informe y continua de casas y arquitecturas a cual peor y más esperpéntica; hay bloques de adosados horribles que arruinan la escala rural, el paisaje natural; yo a esto también le llamo terrorismo… A partir de los mil metros de altura comienza un denso bosque de pinos canarios y brezos que se espesa más y más y apenas deja pasar la luz: es la llamada Corona Forestal, estamos en pleno Parque Nacional de las Cañadas del Teide… De vez en cuando el cono del Teide se deja ver —imponente—, coquetea con nuestras miradas y deseos… Los pinos crecen bien alto y rectos: compiten por el sol sobre el mar de nubes; creo que también se aupan para ver mejor el volcán, árboles curiosos más que humanos, enraizados… Qué fatal destino el de los árboles, sin pies, sin alas ni aletas, siempre fijos en sus lugares de nacimiento hasta su muerte: para un viajero su peor destino es ser en una próxima transformación un árbol cualquiera, un vegetal “aterrado”, cualquier planta que tenga raíces… —incluso la yedra que escala los muros hacia tu terraza, mi amor.

Por encima de los 1.500 m. la vegetación se achica y escasea: arbustos, matorrales, retama; a partir de los 2.200 la lava caprichosa y las dunas de cenizas petrificadas se adueñan del paisaje, estamos en el borde del paisaje lunar, en los labios del volcán, ascendiendo por sus estrías… Un par de paradas logísticas y en unos minutos nos encontramos en la base del teleférico a 2.350 m. Por fortuna todavía no han llegado los autobuses turísticos, así que puedo subir pronto a la “máquina” que me lleva a la cumbre (bueno, a sus proximidades). Apenas son diez minutos de ascenso casi vertical; el panorama es indescriptible, me faltan las palabras. Colgado sobre el abismo miro en derredor y descubro los hitos principales de un horizonte de casi 360º; la soledad aquí arriba es sobrecogedora. Por fin llegamos a la Terminal, la Rambleta, a 3.350 m. de altura, a un tiro de piedra de la cima-cráter. Se siente la falta de oxígeno, la presión aconseja andar poquito a poquito, hacer lentos movimientos, disfrutar la altura y sus vistas sin demasiados excesos físicos —los pensamientos, los sentimientos del alma, que se desboquen, por supuesto.

A estas alturas del relato confío que todos los que me leen saben qué he venido a hacer a Tenerife, al Volcán, hoy 08/02/2008. Si alguien entró por casualidad a esta casa le remito a mi texto Dónde y qué voy a hacer los próximos días, meses años: http://arterapiasentimental.blogspot.com/2008/03/dnde-y-qu-voy-hacer-los-prximos-das.html Estoy en la ballena-isla-volcán para oficiar mi ceremonia de dedicación y entrega al destino en el umbral de un nuevo periodo de mi vida que intuyo y ciertas señales me anuncian. Estar aquí y ahora ya es en sí parte del ritual: “el hombre que mira a lo lejos” está sobre su atalaya más elevada dispuesto a ver venir su futuro de lejos, a reconocer sus signos, a culminar su metamorfosis última desde el estado de crisálida al de mariposa, ser alado que todo lo recrea con el batir de sus alas y el torbellino de sus colores… El guerrero asciende a la montaña-volcán a purificarse, a pedir perdón a los que hirió sin querer o en un arrebato de pasiones; luego descenderá al desierto a caminar y recorrer los laberintos de espacio y tiempo indeterminados, a buscar su salida hacia el otro laberinto construido que será su hogar y habitará los próximos tiempos, haciendo sus magias convencido, elaborando sus arterapias benéficas, atrayendo las miradas del mundo y sus devotos, diseminando con generosidad sus palabras y su voz de durazno… Aquí estoy en el altar bajo la cima del volcán…

Lo primero que hago es escribir en un papel los nombres de todos aquellos a los que quiero pedir perdón y sus justas causas. Luego rompo ese papel en los más pequeños fragmentos que puedo hacer con mis manos; busco un lugar en donde depositarlos en secreto esperando que el viento de la montaña los expanda un día de estos, arremolinados, para que viajen a sus destinos… No es fácil, ya hay mucha gente aquí arriba, también guardianes que vigilan el cumplimiento de las más convencionales prohibiciones, como no arrojar “cosas” al espacio natural, etc. No obstante me siento en paz; la escritura de esos nombres y mi más sincero arrepentimiento y petición de perdón por mis excesos de orgullo o vanidad o soberbia, mis faltas de piedad o comprensión, mis venganzas, surten el efecto de descargar de golpe buena parte de mi tristeza… Por fin los guardo entre la nieve helada con la esperanza de que se conserven mientras llegue el deshielo y vuelen luego a su aire. Me siento feliz, yo sé por qué… Entonces busco a alguien que me haga una foto, me retrate con esa expresión de paz interior y alegría que se exterioriza sin más motivo que ser feliz a mi manera —también son importantes las imágenes memorables que expresan estas emociones; son recuerdos para compartir… Pido el favor a una pareja que conversa mirando al vacío; con una sonrisa me retrata el hombre. Les pido me dejen devolverles el favor, aceptan que les retrate con la cima del volcán sobre sus cabezas. Nos despedimos con sonrisas y comentarios amistosos… Una vez oficiada la primera ceremonia, dedico unos largos minutos a contemplar el magnífico espectáculo de la Naturaleza ante mis ojos: al oeste, el mar de nubes sobre el mar de olas; enfrente el observatorio astrofísico que mira y vigila el universo; a lo lejos las montañas de Gran Canaria sobre su propio mar de nubes; abajo y al este, sierras y campos de lava, llanuras de cenizas y valles lunares, los Roques de García, el trazado de una carretera y caminos en medio del desierto y la estepa de retamas; en un punto de la carretera la arquitectura minúscula del Parador Nacional del Teide… —¡Qué sublime, dios!… qué regalo para quien su nombre secreto es “el hombre que mira a lo lejos”. Antes de bajar al valle de lava y sus desiertos llamo por teléfono y envío mensajes a gente que quiero, que me importan —ay, si supiera tus números, amor, tu nombre por lo menos… siento que vienes pronto, te presiento, te huelo… pero no sabemos todavía de nuestras voces, de sus sabores, sólo podemos leernos aquí de tiempo en tiempo… Qué daría porque me leyeras, me escucharas, con sólo pensarte…

En unos minutos estoy en la base del teleférico y comienzo a descender caminando hacia el desierto a los pies del volcán. Sé interpretar los mapas y los signos de los desiertos —llevo media vida haciéndolo, son como mi jardín doméstico. A unos cientos de metros encuentro un camino, unas instrucciones para caminantes; sigo adelante, dibujo en mi mapa mental las direcciones y sus posibilidades. Avanzo confiado y feliz, sólo llevo conmigo agua, nada de comida, ayunaré antes de llegar a la meta que me he fijado, el Parador. Sigo un camino a veces frecuentado por otros caminantes entre campos de lava roja y negra y dunas de cenizas volcánicas; parece que en primavera desflorará la vegetación típica del territorio: retamas, tamajiste, alhelíes, tenástica, violeta del Teide, hierba pajonera. Hay un hermoso silencio; hablamos de nuestras cosas mi sombra y yo… En un punto determinado, alejado de miradas por sorpresa, en soledad, inicio mi segunda ceremonia: la de los deseos… Traigo conmigo tres copias de los dibujos de Izabella Jagiello; escribo sobre ellos dedicatorias para los deseos de tres personas que de algún modo me lo han expresado, los guardo en una bolsa, acompaño a los dibujos una postal del volcán en donde escribo una nota por si alguien los encuentra antes que sus destinatarios los recojan para sí —lo que significará que sus deseos se han cumplido—, le explico a ese hipotético “encontradizo” de qué se trata, le pido que respete esta ceremonia, le remito a este blog para saber más y saciar su curiosidad… Guardo la bolsa bajo piedras de lava bermeja en una oquedad natural; miro al volcán desde abajo y le ruego interceda al destino nos regale estos deseos y muestre el camino para ir a su encuentro… Así sea; así será…

En un recodo de la senda me siento sobre una roca y leo a Murakami en su cuento El hombre de hielo:Yo no tengo pasado. Yo conozco el pasado de todas las cosas. Conservo el pasado de todas las cosas. Pero “en mí” no hay pasado. No sé dónde he nacido. No conozco el rostro de mis padres. Ni siquiera sé si realmente los he tenido. Ni siquiera sé cuántos años tengo. Ni siquiera sé si, en verdad, tengo edad”. Recuerdo a Castaneda: “Un guerrero no necesita historia personal. Un día descubre que ya no le es necesaria, y la abandona”… Pienso y escribo: “No hay regreso posible a la ignorancia inocente. ¿Nuestra felicidad depende de nuestra sabiduría o de nuestra ignorancia?” Llego al Parador en poco menos de tres horas desde que abandoné el teleférico. Falta más de una hora para que llegue el autobús de vuelta. Me siento algo deshidratado pero no cansado. Bebo y bebo más agua, y un sándwich para reponer fuerzas. El resto del tiempo antes de partir paseo por la zona de los Roques de García —conmovedores fantasmas petrificados— y fascinado extravío la mirada sobre el Llano de Ucanca, un auténtico valle lunar en donde experimento nuevamente el sentimiento de lo sublime ante su vastedad y desnudez… Cuántos sentimientos de lo sublime en mi vida; y qué distintos, aun con el mismo sobrecogimiento ante la inmensidad de la naturaleza y sus caprichos…

Por fin llega el autobús puntual. En un santiamén abandonamos la llanura árida y reingresamos en el bosque de pinos, para luego rozar el mar de nubes casi pegado a la montaña. Antes de las seis ya estoy paseando por Puerto La Cruz husmeando el ambiente y scaneando cafeterías para descansar un poco, hacer tiempo. Aquí el cielo está nublado, hay fuerte brisa, siento frío. Sentado en una terraza oigo las gracias de un par de cubanas de piel canela llamando la atención. “Lo siento, hoy no es nuestro día”, pienso para mis adentros. Pago y me voy rápido hacia la estación de autobuses. A las ocho en punto estoy en mi hotel. No ceno, por supuesto. Me quema la cara… Esta noche no hay ni Murakami, ni Castaneda ni Pablo Llanes que valgan… Bona nit, cara...
Fotos: Serie "El Teide y sus paisajes", "Deseos-dibujos"; Tenerife, marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (III)


Suena la alarma del teléfono: son las cuatro de la madrugada… He dormido casi ocho horas de un tirón, qué milagro. Descansé profundamente, me siento totalmente recuperado del esfuerzo y las emociones de ayer. ¿Y hoy? ¿Qué voy a hacer hoy, día de las elecciones?

Hace dos días recibí un e-mail de una personita que no conozco pero que siento cerca. Nos leemos desde hace unas semanas. Me dice que sus orígenes están en Tenerife aunque vive en otro país, que añora su isla, que sus ancestros proceden de un pueblo en la costa norte, de Taganana… Sólo leer ese nombre deseé conocer el lugar… Así que hoy me voy hacia Taganana, a descubrir los secretos del lugar, a recorrer su territorio. Al levantarme tan pronto tengo tiempo para planear el viaje e incluso elegir la ruta. En vez de ir directamente en autobús desde Santa Cruz elijo salir desde La Laguna y atravesar en autobús buena parte del Parque Rural de La Anaga, que la recepcionista del hotel me ha dicho que es espectacular y con espléndidas vistas. Llego a La Laguna pronto, todavía me queda tiempo para pasear un rato por la ciudad antes de tomar el autobús hacia La Anaga; el cielo está medio nublado, incluso puede llover, hace fresco. A los pocos kilómetros entiendo que mi elección ha sido la mejor: Se trata de una zona montañosa y escarpada cubierta casi en su totalidad de vegetación, la excepcional “laurisilva” de la Macaronesia, el original bosque subtropical atlántico que apenas resta en alguna pequeñas zonas de Canarias, en Madeira y poco más, y que aquí en La Anaga tiene algunos de sus mejores ejemplos. El autobús está atestado de niños excursionistas y maduros senderistas, es la mejor señal.

Me apeo en un sector elevado de la carretera —cerca de Las Casas de la Cumbre— y allí pregunto sobre posibles caminos y senderos para ir a Taganana; la gente es muy amable y en mi mapa y en cualquier papel me dibujan planos y rutas… Subo, bajo, me interno en el bosque por pistas y senderos, retrocedo, hago auto-stop, sigo caminando, subo a las alturas, desciendo por los barrancos, me llevan, voy sólo… así paso cerca de tres horas hasta que diviso allá abajo Taganana. Estoy cerca de lo que llaman la Casa Forestal: sigo un camino que se dice de Las vueltas de Taganana —luego me entero que es el antiguo camino construido poco después de la conquista castellana que unía Taganana y La Laguna—, atravieso un sector de laurisilva realmente fantástico; qué vegetación, es un paraíso: laurel, tilos, palo blanco, marmorán, naranjero salvaje, viñátigo, fayas, brezos; y vegetación de colores que esperan su primavera: tejos, siemprevivas, malva de risco… ummm… Respiro hondo, dejo que la mirada revolotee de arriba abajo, de izquierda a derecha a su gusto, del mar a las cumbres escalando los riscos verticales, del bosque a los cultivos en terrazas, de las nubes a sus fondos de azul profundo… No llueve, no creo que vaya a llover, pero el cielo se cubre y descubre con total coquetería, a veces me quema el sol y otras tengo escalofríos (también de belleza). Leo a Murakami: “No tengo la menor idea de por qué un domingo como aquél una tía pobre, precisamente, tuvo que robarme el corazón. A mi alrededor no había ninguna tía pobre, ni siquiera había nada que me sugiriera su existencia. Pero a pesar de ello, la tía pobre llegó y se marchó. Fue sólo durante unas centésimas de segundo, pero estuvo en mi corazón. Y al marcharse dejó atrás un extraño vacío con forma humana. Una sensación parecida a cuando alguien pasa un instante por debajo de tu ventana y desaparece. Tú corres a la ventana y te asomas hacia fuera. Pero allí ya no hay nadie”… Luego de leer a Murakami, no pienso, no escribo… Sólo intento imaginar a la mujer que me ha dicho “Ven a Taganana, hazlo por mí

Llego al pueblo en poco más de una hora; el paisaje hasta allí conmueve como pocos… Atravieso las primeras casas, algunas realmente hermosas y antiguas; bajo por las calles empinadas hasta cruzar el barranco que divide el pueblo, la vegetación aquí parece selva virgen por lo frondosa: yedra y madreselva, plataneros, palmeras, creo que hasta cañas de azúcar, bugambilias, dragos de todas dimensiones y edades. A la izquierda, el mar azul-azul; al frente la iglesia (antigua, noble y austera); al fondo de la plaza, una ermita encalada festoneada de toba roja… Entro en la iglesia, no hay nadie ni en su interior ni en su puerta —estarán votando, pienso. Me arrodillo sin fe pero con emoción… Qué paz, qué silencio, dios… Me vacío y siento encima del olvido, no sé cuánto tiempo transcurre… Al salir, reparo en un retablito, un tríptico, en el muro… —qué preciosidad, es flamenco, seguro, me digo… del XVI y de muy buena mano… en la tabla central se representa la Adoración de los Magos… Salgo a la calle y me siento en un banco de madera pintado de verde bajo cuatro imponentes árboles, a su sombra, en el costado de la iglesia… La iglesia está dedicada, como esta plaza, a Nuestra Señora de las Nieves… la vista desde aquí es espectacular: arriba los riscos —los roques—, más abajo el mar excepcionalmente azul… Traigo la paz ceñida a la cintura y enroscada a la cabeza… Contemplo el tiempo, la luz, los colores, incluso contemplo, más que escuchar, los cantos de los canarios y los mirlos: mi tarea ahora es contemplar en el templo abierto de Taganana… ¿Por qué me has traído aquí, mujer?

Quiero escribirte una carta sentado frente a esta pequeña parcela del paraíso habitado: “He venido a la tierra de tus ancestros a encontrarte, señora. Gracias por desvelarme uno de tus secretos y atraerme con tal señuelo a este íntimo mirador de tu alma. Me siento bien a tu sombra, en paz conmigo mismo y con el mundo, con placer desarmado de mis prejuicios y cautelas, expectante de tus otras señales, tu rostro por ejemplo, las otras sorpresas que guardas para mis ojos, tus manos… He llegado aquí imaginándote por el camino, he ido pues inventado tus otros avatares con fragmentos de laurasilva y espuma de mar; pintándote de azul y verde y tierras bermejas; no sé si ahora eres niña o mujer, o ambas a la vez. Entregado a tu causa me he dejado rodear por tus raíces, tus lianas desde lejos, y que trepes a mi cuello para caligrafiar lo que desees y como quieras, sumiso a tus palabras y dictados: con los labios, las uñas, tus blancas ferocidades, la punta de tu lengua roma… ¿Qué has imaginado para mí? ¿Qué otras tareas has pensado regalarme para hacer en tu nombre? ¿Cuál es tu nombre fuera de la celda de los leones que te acompañan y sirven? Me conmueve el silencio de este lugar habitado tanto como el de tu voz esta tarde de domingo… ¿Cómo te contaría este silencio en Taganana ahora mismo? ¿Es el que tú recuerdas? ¿Cómo es tu silencio allí arriba en tu terraza desde la que me miras lejana pero a mi costado? Aquí y ahora el silencio es puro rumor sordo de hojas y pétalos acariciados por la brisa, como mis pestañas acariciando tu vientre desacostumbrado… ¿Lo recuerdas; me recuerdas después de tanto tiempo?... ¿Nos conocimos en algún tiempo; nos amamos alguna vez? Ay, no quiero saber y quiero saber y aprenderte… ¿Soy yo el mago oriental de ese retablo? ¿Eres tú mi virgen aun habiendo transitado por las ciénagas y la desesperanza?... ¿Quién traería tal belleza a este paraíso escondido entre peñascos y protegido por la bravura de un océano? ¿Con qué objetivo, mi niña-mujer? ¿Son estas gentes las que te guardaron para mí, mi tesoro?... Ya ves, vine a tu llamada dulce aunque imperiosa… Estoy en tu isla-volcán sembrándote de mariposas… Mañana entraré en el vientre de la ballena, recorreré sus laberintos… en su centro desearé nuevamente encontrarte (pronto, más pronto de lo que te imaginas)… Soy el mago que elegiste… En la dorada copa traigo tu vida, que es mi vida, señora… No tardes más de lo debido; ahora el que espera soy yo… —en Taganana”…

Luego de escribir esta carta que me dictaron las ramas más altas de los árboles de la plaza de Nuestra Señora de las Nieves de Taganana seguí mi camino hacia la costa cercana cuyo azul a esas horas era un puro escándalo… Antes de salir del pueblo reconocí un cartel antiguo de chapa verde en el lateral de una casa: una enorme S constituía toda su imagen a lo lejos; de cerca se lee SINGER… ummm… las palabras, los mensajes a interpretar… ¿La serpiente tentadora?... ¿Alguien que canta; el canto del loco?... ¿Algo sobre nosotros, los de alma sufí, quienes “hilamos” y tramamos tapices voladores?... Quiero aprenderte… ¿Sí? Sí… —¿por qué no?...

Fotos: Series "Parque de Anaga" y "Taganana"; Tenerife, marzo 2008

Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (IV)

¡Son más de las dos de la tarde!… He estado tan ensimismado en estos bosques de Anaga, en Taganana, abstraído en esta experiencia mística del paisaje, caminando el territorio, habitándolo no sólo con la mirada, que la tarde ha llegado por sorpresa y con ella algunas de esas necesidades humanas, demasiado humanas, que me encanta disfrutar más que padecer… ¡Tengo hambre! Ay, no sólo el hombre vive y se alimenta de belleza…

Camino cuesta abajo por la carretera hacia la costa; en unos cientos de metros llego al acantilado: el mar está bravo, va y viene con energía, ruge poderoso. Estas costas no son amables ni ofrecen playas tranquilas, lo advierto, aunque haya algún que otro remanso para descansar sin peligro por un rato; nada que ver con las playas del sur de la isla… Me asomo al abismo, miro a izquierda y derecha, y aun a simple vista descubro algunas bahías minúsculas de piedra y arena negras que no entiendo cómo se llega a ellas sino es por el mar. El espectáculo del paisaje desde aquí abajo sobrecoge tanto como desde allí arriba en las cimas de la sierra. La luz cambia a cada minuto: ahora el cielo está plomizo, gris violáceo, pero en la siguiente curva estoy seguro que descubriré otro universo de azules y verdes esmeralda… ¿Alguien duda que el mundo se transforma, cambia, a cada instante, se recrea con portentosa imaginación? Camino y el centro del universo se desplaza a mi paso, gira perezoso, apenas se deja sentir si no es por este viento húmedo y constante que arremolina el cabello y acaricia la barba con sus cinco dedos… En un par de kilómetros llego a una pequeña playa-refugio, un caserío de casas pegadas a la roca; hay bares y tascas para comer, muchas motos y coches aparcados a orillas de la carretera, gente que desafía las olas con sus tablas y trajes de neopreno: se llama Roque de las Bodegas; buen nombre para pararse un rato a beber… Tengo hambre y me conozco…

No me pregunten por qué, pero los viajeros tenemos una habilidad especial para encontrar y seleccionar buenos lugares para comer y beber, y no es sólo por olfato. En Roque de las Bodegas elegí Casa Olga, y elegí bien por muchos motivos. Exactamente son las tres de la tarde: me siento en una terraza sobre la carretera, a la sombra; no hay mucha gente fuera, quedan un par de mesas libres, y elijo una que me permite mirar a la costa y al fondo los Roques de Anaga —qué hermosa vista, es una de las mejores posibles. Al camarero que me atiende le dejo que me aconseje, nos ponemos de acuerdo de inmediato: un plato de garbanza con tropezones de manitas de cabrito o cordero (creo), papas arrugadas (borrallas, exquisitas) y mojo picón de la casa, y un “abadejo enterito para mi solito”, frito, por supuesto… Mientras me preparan la comida voy bebiendo de una garrafa de vino blanco de bodega, de la zona, que es realmente delicioso… Leo a Murakami:

—“¿Faltaba algo que propiciara nuestro reencuentro? —le pregunté.
—Exacto —respondió él. Y asintió repetidas veces. Era fundamental que ocurriera ese algo. Y entonces lo pensé. Que una coincidencia fortuita tal vez sea un fenómeno normal y corriente. Es decir, que ese tipo de cosas ocurren constantemente, a diario, a nuestro alrededor. Sólo que nosotros no solemos prestarles atención y pasamos la gran mayoría por alto. Como sucede con los fuegos artificiales a medio día, oímos un débil estallido pero, al alzar la vista al cielo, no vemos nada. Sin embargo, si estamos en una disposición de ánimo en la que necesitamos ardientemente que ocurra algo, tal vez envíen un mensaje dentro de nuestro campo visual y se hagan visibles. Que tomen una forma y un significado comprensible para nosotros. Y que nosotros, al percibirlo, exclamemos sorprendidos: “¡Menudas cosas pasan! ¡Qué raro!”. Aunque en eso, de raro, no haya nada
”… —Y no me apetece añadir nada más al respecto… Sé muy bien lo que es una coincidencia, una probabilidad más o menos razonable, incluso previsible, de que se produzca algo o nos encontremos con alguien, y su cálculo matemático… Pero hay encuentros probables y otros “por necesidad” que retan a la lógica y arruinan las matemáticas… ¿O no?

Me como las garbanzas en un santiamén dejando el plato como una patena de limpio… Luego traen el abadejo, dorado y torradito por fuera, tierno y blanco por dentro, que voy diseccionando con paciencia quirúrgica mientras alterno sus bocados con las papas arrugadas untadas en el mojo rojo… y todo me sabe a gloria… —Pero qué fácil estar felices; nos complicamos por nada, pienso, rechupándome los dedos… El camarero me visita de nuevo para jalearme y de paso me trae otra garrafita de vino… ummm… qué delicia… —esta comida es un regalo de dios, otro; ¿cuántos van hoy?, me pregunto por preguntar… —Y entonces pasa lo que tenía que pasar: una exacta verificación de los caprichos del destino y la prueba suficiente de que las matemáticas enmudecen con silencio sepulcral cuando les toca representar los extraños acontecimientos de nuestras vidas, por ejemplo que alguien aparezca por segunda vez en tu vida mientras comes un abadejo frito en Casa Olga un día después de su primera aparición a 3.500 m. de altura…

¡Hola, qué sorpresa! —saludo con una enorme sonrisa a los recién llegados; es la pareja que me fotografió y les fotografié ayer arriba en el Teide, nos reconocemos sin esfuerzo… Conversamos unos segundos con nuestras anchas sonrisas y alguna frase que otra de fondo: yo les digo que el abadejo está buenísimo… y ellos que van a hacerme caso… insisto en la sorpresa… y ellos en que “la buena gente se encuentra en buenos sitios”… ¿Será eso?... En fin… no sé… qué cuestiones tan complejas en estos trances, ¿no?… Así que sigo con mi abadejo y ellos a lo suyo: a sentarse, a mirar la carta, a pedir al camarero y a cuchichear —sobre mí, por supuesto… Casi no puedo con las papas… pero no sé negarme a una ración de queso de cabra semicurado y una copita de malvasía de la casa de postre… —paso de café; y termino el banquete con medio litro de agua bien fresca, el mejor final de fiesta para esta fantástica comida… ummm… realmente inolvidable por tantas cosas…

Antes de marcharme y mientras me preparan la cuenta me acerco a la pareja de “conocidos”… Nos saludamos nuevamente… insisto en mis comentarios sobre las coincidencias y las sorpresas —lo hago por coquetería; cómo voy a decirles lo que sé acerca de los encuentros necesarios y los desencuentros inevitables mientras están comiendo unas garbanzas tan ricas… Él me pregunta si es mi primera vez en la isla, en la Anaga... si soy un turista o he venido por trabajo, etc. Yo le contesto que sí, que sí, que no y que no… Él me cuenta que trabaja y vive en Tenerife desde hace un par de años, que hace tiempo no “viaja” por la isla… pero que su amiga ha venido a pasar unos días y ha querido mostrarle lo que más le gusta… "¡Y aquí estamos!" —concluye con un inequívoco acento vasco-navarro que le sale del alma... Entonces aprovecho para lanzarle un torpedo bajo su línea de flotación; le digo a bocajarro: “Qué bien… Me alegro coincidir con vosotros en los mejores sitios de la isla… Yo vine oliendo belleza, misterio, dejándome llevar… No sé si sabéis que el cociente de probabilidades de encontrarnos ayer y hoy en estos lugares es de 1/112.358.132.134, por decir una cifra, y que lo divertido será cuando nos encontremos una tercera vez… porque esa tercera vez seguro que marcará nuestros dispares destinos y entonces tendremos que compartir una parte de nuestras vidas… A lo mejor hacemos juntos algo memorable, sorprendente, quién lo sabe… acaso por eso el destino nos va educando… No obstante, de lo que estoy absolutamente seguro es que cuando nos volvamos a encontrar, que lo haremos, dónde y cuándo sea, sabremos cabalmente que no se trata de una mera coincidencia, aunque lo diga Murakami… y entonces tendremos que discurrir juntos por qué le somos tan necesarios al universo para llevar a cabo sus planes”… —ufff… me salió de un tirón… Sin perder su sonrisa, él me dice: “Yo soy astrofísico, no hace falta que me cuentes más”… Yo le contesto: “Yo escribo, te contaré un día”… Nos dimos la mano y nos despedimos hasta luego… Ella no abrió la boca: se sentía como un pretexto…

Al pagar la cuenta —¡Veintidós euros ese banquete!— le pregunto al camarero dónde y cuándo sale el próximo autobús hacia Santa Cruz… “A las 6,15 h.; y puedes tomarlo aquí o en Almáciga, el siguiente pueblo a menos de un kilómetro”… ¿Almáciga? ¡Almáciga!... Ese nombre me interesa, cómo no… Salgo a la carretera y asciendo la cuesta que me encamina hacia Almáciga… A unos cientos de metros, al girar a la derecha la carretera, descubro en una sola mirada el resto de la costa con sus Roques y sus playas más accesibles, una tras otra, y el caserío de Almáciga sobre aquella. Voy bien comido y la cuesta me cuesta, valga la redundancia… Por fin me encuentro en el pueblo, busco una plaza y un poco de sombra para sentarme… saco mi Moleskine y escribo: “Almáciga: plantío, semillero, vivero, donde se plantan brotes para luego trasplantarlos… Almáciga: resina aromática que proviene de una variedad del lentisco… La almáciga o tinta medicinal ya la utilizaba Paracelso en su medicina, posee propiedades medicinales conocidas desde antiguo La infusión de hojas y tallo de lentisco son un remedio para la diarrea; su resina, realmente la almáciga o “mástique”, tiene propiedades antisépticas y se utilizaba como goma de mascar para fortalecer las encías y perfumar el aliento, incluso, endurecida, como empaste temporal para dientes deteriorados… hoy se utiliza mucho menos, aunque esté presente como principio activo en algunos dentífricos. También se utilizaba para el tratamiento de afecciones de la piel y la cicatrización de úlceras, heridas y furúnculos… Los egipcios la empleaban en el embalsamamiento de las momias. La almáciga también se usa como barniz, y al igual que la trementina, que procede del Terebinto o Cornicabra, se utiliza sobre todo en la pintura artística para su mejor conservación… La isla jonia de Quío ha sido y es la mayor productora de almáciga del mundo; allí se elaboran cientos de preparados y productos con la resina y con las ramas y frutos de su variedad particular de lentisco —la especie Pistacea lentiscus; esta especie es del mismo género que la Pistacea vera, o árbol del pistacho, y ambos de la misma familia botánica, las Anacardiáceas, como el anacardo, el mango, el molle y el zumaque… Algunos autores creen que entre sus ácidos base o sustancias primarias se encuentran algunos de similar acción a la corteza del Cuauchalalate o Macerán mexicano, también conocido como el “árbol de la chachalaca” o del pájaro hablador chachalatli… —Y también con la Mirra, pero ése es otro misterio que no te voy a contar hoy—… Igual que existe una Alquimia Mayor, de minerales y metales, existe una Alquimia Vegetal: la medicina Espagírica… Todo remedio está en la Naturaleza, pero la Espagiria se diferencia de las demás medicinas, incluso la homeopatía, en su acción de separar lo puro de lo impuro, y ésta a través de la muerte, la litúrgia de los misterios de Thanatos, el renacer del Ave Fénix… Toda enfermedad del cuerpo es reflejo de una enfermedad del alma… En la muerte se esconde el secreto de la salud del alma”…

Son las 6,15 h., tomo el autobús a Santa Cruz… El paisaje de Anaga en ese sentido sigue siendo espectacular. Vuelvo al hotel ensimismado repensando Taganana, Almáciga y su relación con la Mirra que le ofrece el mago al niño-dios… Apenas ceno un bocadillo de jamón ibérico y una ensaladilla rusa… En la TV están con sus cábalas sobre las elecciones… Me duermo sin saber seguro que Rosa Díez entra en el Congreso… Mañana me levantaré cuando me dé la gana…


Foto: "Costa de Anaga desde Roque de las Bodegas"; Tenerife, marzo 2008