Pienso que los seres y las formas se encuentran bajo el signo del destino. El signo de su aparición y encuentro es también el signo de su desaparición y desencuentro, de su muerte y distanciamiento… Hay cosas que a uno le ocurren sin haberlas querido, y sin embargo ocurren. Es este vértigo de las personas y las cosas apareciendo y desapareciendo con una velocidad que hace inútiles nuestros pobres intentos de comprensión racional lo que nos inquieta y seduce a la vez. Siempre estamos inventando causas para conjurar nuestra manifiesta incapacidad para sentir el natural discurrir del universo. También la escritura va más deprisa que el ensamblaje de los conceptos y la comprensión de los significados. Escribimos como vivimos, aturdidos por la aparición de las palabras, los acontecimientos… La intuición —en la creación artística, en los afectos, en los más terribles presagios— y la imaginación son quienes imantan las cosas y nos revelan configuraciones inseparables, las que dan esperanza a aquellos objetos y seres erráticos que vagaban por la indeterminación del espacio sin saberse ni entenderse. Su encuentro o desencuentro dependen de su misma vocación de contigüidad, de su humilde condición de acontecimiento natural del proceso de seducción generalizado en el universo, de su misma posibilidad como catástrofe del encantamiento y la suerte, sean cuales sean sus consecuencias…
Un hombre y una mujer se encuentran en el centro sagrado del universo. Son cuerpos y almas vagamundos que han soportado en silencio la tensión entre su soledad interior y el vacío-lleno que les rodea… cuerpos y almas a la deriva en la nada. Su encuentro es un asirse a la esperanza. Sus miradas son un alivio a su ceguera e invisibilidad. Sus cuerpos se reclaman los olores, las pieles, las caricias, el sudor, el calor de las mejillas, la humedad de los besos, el escándalo de los gemidos, todos los líquidos retenidos en sus órganos y vísceras… Se regalan en el sacrificio de un abrazo inextricable… Su destino se manifiesta espléndido en el milagro de las metamorfosis de sus cuerpos y en el destierro de todo razonamiento lógico al abandonarse a su placer. El misterio del encuentro de un hombre y una mujer está en el poder insuperable de su deseo. Un hombre y una mujer se aman a pesar de sus circunstancias, de los demás, de la amenaza del olvido. Un hombre y una mujer se separan a pesar del poder narcótico de sus recuerdos… Y aunque sabemos que un encuentro nunca es para siempre, que todo finaliza más tarde o más temprano… no dejamos de desear que esta vez sea más duradero, acaso para siempre, si el destino quiere o así estaba escrito… Amén.
—Cariño, ¿recuerdas?; nos encontramos aquí por primera vez, en la T4, así nos conocimos… perdimos los aviones, por supuesto…
Un hombre y una mujer se encuentran en el centro sagrado del universo. Son cuerpos y almas vagamundos que han soportado en silencio la tensión entre su soledad interior y el vacío-lleno que les rodea… cuerpos y almas a la deriva en la nada. Su encuentro es un asirse a la esperanza. Sus miradas son un alivio a su ceguera e invisibilidad. Sus cuerpos se reclaman los olores, las pieles, las caricias, el sudor, el calor de las mejillas, la humedad de los besos, el escándalo de los gemidos, todos los líquidos retenidos en sus órganos y vísceras… Se regalan en el sacrificio de un abrazo inextricable… Su destino se manifiesta espléndido en el milagro de las metamorfosis de sus cuerpos y en el destierro de todo razonamiento lógico al abandonarse a su placer. El misterio del encuentro de un hombre y una mujer está en el poder insuperable de su deseo. Un hombre y una mujer se aman a pesar de sus circunstancias, de los demás, de la amenaza del olvido. Un hombre y una mujer se separan a pesar del poder narcótico de sus recuerdos… Y aunque sabemos que un encuentro nunca es para siempre, que todo finaliza más tarde o más temprano… no dejamos de desear que esta vez sea más duradero, acaso para siempre, si el destino quiere o así estaba escrito… Amén.
—Cariño, ¿recuerdas?; nos encontramos aquí por primera vez, en la T4, así nos conocimos… perdimos los aviones, por supuesto…
—¿Cómo no voy a recordarlo, cielo? Nos quedamos aquella noche en Madrid… Desde entonces viajamos siempre juntos. Menos mal que ahora nos hacen el descuento de mayores de 65 años acompañados, además del de residentes en Baleares. ¡Qué alivio! ¡Cómo se nota a final de año! Te quiero…
Foto: interior de la terminal T4 del aeropuerto de Barajas, Madrid; diciembre 2006
3 comentarios:
Vaya que es completo el blog, y si tu vida es como tener pies con alas, pues que honor tu visita!
Saludos puntuales.
V.
Vamos. Primera vez por aquí (Llegué por medio de Señales de Humo) y he quedado francamente impresionado.
Sobre todo, por este escrito.
Me encanta la idea de la fortuna encontrada en la mera casualidad y no en la causalidad, como generalmente la describen.
Saludos!
Volveré más seguido.
Bellos mensajes...como siempre!!!
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