Desde el racionalismo del s. XVIII una de las mayores ilusiones de los científicos ha sido descubrir y llegar a poseer un perfecto conocimiento del conjunto de determinismos del universo. Pero con el paso del tiempo, una vez establecidos los conceptos de relatividad e incertidumbre, han debido renunciar a este conocimiento tan deseado. Frente a una compleja realidad indescifrable nuestra actitud más coherente y eficaz ha sido la de limitarnos a enumerar y cuantificar sus probabilidades, sus posibilidades. Así pues, gran parte de los esfuerzos de la ciencia han ido encaminados a describir la realidad por medio de sus probabilidades.
Al mirar hacia el universo vemos un mundo que cambia constante y permanentemente. Nuestro conocimiento es limitado; toda información, parcial; el porvenir, incierto… Aunque podamos enumerar una lista de acontecimientos posibles, no tenemos la facultad de anunciar con absoluta certeza un acontecimiento que vaya a suceder. Sin embargo la observación de los fenómenos cambiantes de este universo en expansión nos revela que algunas secuencias se repiten siempre, o se producen en ciertas condiciones, permitiéndonos simular teóricamente algunos procesos por medio del ensamblaje de evidencias sucesivas. Estas aproximaciones no son más que modelos explicativos, apenas una discontinua crónica de los acontecimientos, pero infunden una cierta confianza en nuestro sistema de conocimiento.
A pesar de la imperfección y precariedad de los datos que disponemos, hemos intentado legislar una auténtica ley de las probabilidades en la que pudiéramos creer, mantener un supuesto rigor científico que tranquilizara nuestra conciencia. Esta ley sólo puede fundamentarse en evidencias de una realidad que puede medirse, calcularse o definirse. Definir la realidad es describir las relaciones de causa y efecto por fórmulas, más seductoras en cuanto sean más simples y sencillas. La ecuación diseñada por Albert Einstein que expresa la relación entre masa y energía (E=mc2) y soporta la Teoría Especial de la Relatividad es posiblemente el ejemplo más afortunado entre todas estas fórmulas que nos fascinan por su aparente frivolidad y brevedad sígnica.
Descubrir en el caos que nos rodea, y nos incluimos, las cadenas causales que de alguna forma podemos representar con esta simplicidad algebraica constituye realmente una victoria de nuestra imaginación, más sorprendente si cabe si nos permite prever, elegir, con antelación. Cualquier trampa y jugada de ventaja ante el determinismo del universo satisface nuestro espíritu, nos divierte aunque sea por poco tiempo. En la ley de los grandes números, el azar toma todas las apariencias de un determinismo. Si todo está previsto desde el instante inicial, si toda transformación está rigurosamente canalizada y todo fluye inexorablemente hacia un futuro ya determinado, el tiempo sería una dimensión superflua… Sin embargo la experiencia y nuestro instinto de supervivencia nos dictan la presunta seguridad de que el tiempo es la materia primera y esencial de un universo siempre en proceso, en perpetuo cambio y transformación —construyéndose y deconstruyéndose casi por entero—, en donde todavía hay esperanza. A pesar de las apariencias, a pesar de su arriesgada previsibilidad, el azar sigue siendo un capricho…
El azar es el conjunto de factores que intervienen, o parecen intervenir, en la modificación de un sistema. Para el filósofo A. Cournet el azar es el encuentro de dos series causales independientes. Las causas de estos dos procesos que se encuentran son independientes y autónomas entre sí. Sólo el azar, su fatal encuentro, las esclaviza y determina para siempre. Decir siempre es como decir nunca o todo o nada… o “jamás te olvidaré”… Son las deliciosas coqueterías de los enamorados para los que un instante adquiere la dignidad e indeterminada duración de la eternidad. Dos líneas perdidas en el vacío del universo se encuentran en un punto y dejan de ser libres, es decir dejan de existir… Los amantes crean hermosas esfericidades con sus cuerpos. Dicen que los puntos son esféricos, al menos se les representa así. Todo punto es el centro de un espacio sagrado. Todo centro es el centro del universo. El amor es el centro del centro del universo. Todo, o nada, gira a su alrededor… es lo mismo. Cada amor es un agujero negro que todo lo atrae y succiona. El Amor es el agujero de todos los agujeros del universo… Punto
Al mirar hacia el universo vemos un mundo que cambia constante y permanentemente. Nuestro conocimiento es limitado; toda información, parcial; el porvenir, incierto… Aunque podamos enumerar una lista de acontecimientos posibles, no tenemos la facultad de anunciar con absoluta certeza un acontecimiento que vaya a suceder. Sin embargo la observación de los fenómenos cambiantes de este universo en expansión nos revela que algunas secuencias se repiten siempre, o se producen en ciertas condiciones, permitiéndonos simular teóricamente algunos procesos por medio del ensamblaje de evidencias sucesivas. Estas aproximaciones no son más que modelos explicativos, apenas una discontinua crónica de los acontecimientos, pero infunden una cierta confianza en nuestro sistema de conocimiento.
A pesar de la imperfección y precariedad de los datos que disponemos, hemos intentado legislar una auténtica ley de las probabilidades en la que pudiéramos creer, mantener un supuesto rigor científico que tranquilizara nuestra conciencia. Esta ley sólo puede fundamentarse en evidencias de una realidad que puede medirse, calcularse o definirse. Definir la realidad es describir las relaciones de causa y efecto por fórmulas, más seductoras en cuanto sean más simples y sencillas. La ecuación diseñada por Albert Einstein que expresa la relación entre masa y energía (E=mc2) y soporta la Teoría Especial de la Relatividad es posiblemente el ejemplo más afortunado entre todas estas fórmulas que nos fascinan por su aparente frivolidad y brevedad sígnica.
Descubrir en el caos que nos rodea, y nos incluimos, las cadenas causales que de alguna forma podemos representar con esta simplicidad algebraica constituye realmente una victoria de nuestra imaginación, más sorprendente si cabe si nos permite prever, elegir, con antelación. Cualquier trampa y jugada de ventaja ante el determinismo del universo satisface nuestro espíritu, nos divierte aunque sea por poco tiempo. En la ley de los grandes números, el azar toma todas las apariencias de un determinismo. Si todo está previsto desde el instante inicial, si toda transformación está rigurosamente canalizada y todo fluye inexorablemente hacia un futuro ya determinado, el tiempo sería una dimensión superflua… Sin embargo la experiencia y nuestro instinto de supervivencia nos dictan la presunta seguridad de que el tiempo es la materia primera y esencial de un universo siempre en proceso, en perpetuo cambio y transformación —construyéndose y deconstruyéndose casi por entero—, en donde todavía hay esperanza. A pesar de las apariencias, a pesar de su arriesgada previsibilidad, el azar sigue siendo un capricho…
El azar es el conjunto de factores que intervienen, o parecen intervenir, en la modificación de un sistema. Para el filósofo A. Cournet el azar es el encuentro de dos series causales independientes. Las causas de estos dos procesos que se encuentran son independientes y autónomas entre sí. Sólo el azar, su fatal encuentro, las esclaviza y determina para siempre. Decir siempre es como decir nunca o todo o nada… o “jamás te olvidaré”… Son las deliciosas coqueterías de los enamorados para los que un instante adquiere la dignidad e indeterminada duración de la eternidad. Dos líneas perdidas en el vacío del universo se encuentran en un punto y dejan de ser libres, es decir dejan de existir… Los amantes crean hermosas esfericidades con sus cuerpos. Dicen que los puntos son esféricos, al menos se les representa así. Todo punto es el centro de un espacio sagrado. Todo centro es el centro del universo. El amor es el centro del centro del universo. Todo, o nada, gira a su alrededor… es lo mismo. Cada amor es un agujero negro que todo lo atrae y succiona. El Amor es el agujero de todos los agujeros del universo… Punto
Fotos: derviches bailando la danza cósmica; verano 2006
2 comentarios:
1969
Después de la
cuenta regresiva
se elevó
la imaginación
por el vacío;
en la luna
se recogieron
muestras
para
poder
seguir amando.
La realidad y el azar como la tierra, gira sobre si misma y mudan lentamente, casi invisiblemente para nuestros ojos, como la vida de las rocas, para cuando las quieren volver a analizar ya no se encuentran en el mismo sitio.
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