Suena la alarma del teléfono: son las cuatro de la madrugada… He dormido casi ocho horas de un tirón, qué milagro. Descansé profundamente, me siento totalmente recuperado del esfuerzo y las emociones de ayer. ¿Y hoy? ¿Qué voy a hacer hoy, día de las elecciones?
Hace dos días recibí un e-mail de una personita que no conozco pero que siento cerca. Nos leemos desde hace unas semanas. Me dice que sus orígenes están en Tenerife aunque vive en otro país, que añora su isla, que sus ancestros proceden de un pueblo en la costa norte, de Taganana… Sólo leer ese nombre deseé conocer el lugar… Así que hoy me voy hacia Taganana, a descubrir los secretos del lugar, a recorrer su territorio. Al levantarme tan pronto tengo tiempo para planear el viaje e incluso elegir la ruta. En vez de ir directamente en autobús desde Santa Cruz elijo salir desde La Laguna y atravesar en autobús buena parte del Parque Rural de La Anaga, que la recepcionista del hotel me ha dicho que es espectacular y con espléndidas vistas. Llego a La Laguna pronto, todavía me queda tiempo para pasear un rato por la ciudad antes de tomar el autobús hacia La Anaga; el cielo está medio nublado, incluso puede llover, hace fresco. A los pocos kilómetros entiendo que mi elección ha sido la mejor: Se trata de una zona montañosa y escarpada cubierta casi en su totalidad de vegetación, la excepcional “laurisilva” de la Macaronesia, el original bosque subtropical atlántico que apenas resta en alguna pequeñas zonas de Canarias, en Madeira y poco más, y que aquí en La Anaga tiene algunos de sus mejores ejemplos. El autobús está atestado de niños excursionistas y maduros senderistas, es la mejor señal.
Me apeo en un sector elevado de la carretera —cerca de Las Casas de la Cumbre— y allí pregunto sobre posibles caminos y senderos para ir a Taganana; la gente es muy amable y en mi mapa y en cualquier papel me dibujan planos y rutas… Subo, bajo, me interno en el bosque por pistas y senderos, retrocedo, hago auto-stop, sigo caminando, subo a las alturas, desciendo por los barrancos, me llevan, voy sólo… así paso cerca de tres horas hasta que diviso allá abajo Taganana. Estoy cerca de lo que llaman la Casa Forestal: sigo un camino que se dice de Las vueltas de Taganana —luego me entero que es el antiguo camino construido poco después de la conquista castellana que unía Taganana y La Laguna—, atravieso un sector de laurisilva realmente fantástico; qué vegetación, es un paraíso: laurel, tilos, palo blanco, marmorán, naranjero salvaje, viñátigo, fayas, brezos; y vegetación de colores que esperan su primavera: tejos, siemprevivas, malva de risco… ummm… Respiro hondo, dejo que la mirada revolotee de arriba abajo, de izquierda a derecha a su gusto, del mar a las cumbres escalando los riscos verticales, del bosque a los cultivos en terrazas, de las nubes a sus fondos de azul profundo… No llueve, no creo que vaya a llover, pero el cielo se cubre y descubre con total coquetería, a veces me quema el sol y otras tengo escalofríos (también de belleza). Leo a Murakami: “No tengo la menor idea de por qué un domingo como aquél una tía pobre, precisamente, tuvo que robarme el corazón. A mi alrededor no había ninguna tía pobre, ni siquiera había nada que me sugiriera su existencia. Pero a pesar de ello, la tía pobre llegó y se marchó. Fue sólo durante unas centésimas de segundo, pero estuvo en mi corazón. Y al marcharse dejó atrás un extraño vacío con forma humana. Una sensación parecida a cuando alguien pasa un instante por debajo de tu ventana y desaparece. Tú corres a la ventana y te asomas hacia fuera. Pero allí ya no hay nadie”… Luego de leer a Murakami, no pienso, no escribo… Sólo intento imaginar a la mujer que me ha dicho “Ven a Taganana, hazlo por mí”
Llego al pueblo en poco más de una hora; el paisaje hasta allí conmueve como pocos… Atravieso las primeras casas, algunas realmente hermosas y antiguas; bajo por las calles empinadas hasta cruzar el barranco que divide el pueblo, la vegetación aquí parece selva virgen por lo frondosa: yedra y madreselva, plataneros, palmeras, creo que hasta cañas de azúcar, bugambilias, dragos de todas dimensiones y edades. A la izquierda, el mar azul-azul; al frente la iglesia (antigua, noble y austera); al fondo de la plaza, una ermita encalada festoneada de toba roja… Entro en la iglesia, no hay nadie ni en su interior ni en su puerta —estarán votando, pienso. Me arrodillo sin fe pero con emoción… Qué paz, qué silencio, dios… Me vacío y siento encima del olvido, no sé cuánto tiempo transcurre… Al salir, reparo en un retablito, un tríptico, en el muro… —qué preciosidad, es flamenco, seguro, me digo… del XVI y de muy buena mano… en la tabla central se representa la Adoración de los Magos… Salgo a la calle y me siento en un banco de madera pintado de verde bajo cuatro imponentes árboles, a su sombra, en el costado de la iglesia… La iglesia está dedicada, como esta plaza, a Nuestra Señora de las Nieves… la vista desde aquí es espectacular: arriba los riscos —los roques—, más abajo el mar excepcionalmente azul… Traigo la paz ceñida a la cintura y enroscada a la cabeza… Contemplo el tiempo, la luz, los colores, incluso contemplo, más que escuchar, los cantos de los canarios y los mirlos: mi tarea ahora es contemplar en el templo abierto de Taganana… ¿Por qué me has traído aquí, mujer?
Quiero escribirte una carta sentado frente a esta pequeña parcela del paraíso habitado: “He venido a la tierra de tus ancestros a encontrarte, señora. Gracias por desvelarme uno de tus secretos y atraerme con tal señuelo a este íntimo mirador de tu alma. Me siento bien a tu sombra, en paz conmigo mismo y con el mundo, con placer desarmado de mis prejuicios y cautelas, expectante de tus otras señales, tu rostro por ejemplo, las otras sorpresas que guardas para mis ojos, tus manos… He llegado aquí imaginándote por el camino, he ido pues inventado tus otros avatares con fragmentos de laurasilva y espuma de mar; pintándote de azul y verde y tierras bermejas; no sé si ahora eres niña o mujer, o ambas a la vez. Entregado a tu causa me he dejado rodear por tus raíces, tus lianas desde lejos, y que trepes a mi cuello para caligrafiar lo que desees y como quieras, sumiso a tus palabras y dictados: con los labios, las uñas, tus blancas ferocidades, la punta de tu lengua roma… ¿Qué has imaginado para mí? ¿Qué otras tareas has pensado regalarme para hacer en tu nombre? ¿Cuál es tu nombre fuera de la celda de los leones que te acompañan y sirven? Me conmueve el silencio de este lugar habitado tanto como el de tu voz esta tarde de domingo… ¿Cómo te contaría este silencio en Taganana ahora mismo? ¿Es el que tú recuerdas? ¿Cómo es tu silencio allí arriba en tu terraza desde la que me miras lejana pero a mi costado? Aquí y ahora el silencio es puro rumor sordo de hojas y pétalos acariciados por la brisa, como mis pestañas acariciando tu vientre desacostumbrado… ¿Lo recuerdas; me recuerdas después de tanto tiempo?... ¿Nos conocimos en algún tiempo; nos amamos alguna vez? Ay, no quiero saber y quiero saber y aprenderte… ¿Soy yo el mago oriental de ese retablo? ¿Eres tú mi virgen aun habiendo transitado por las ciénagas y la desesperanza?... ¿Quién traería tal belleza a este paraíso escondido entre peñascos y protegido por la bravura de un océano? ¿Con qué objetivo, mi niña-mujer? ¿Son estas gentes las que te guardaron para mí, mi tesoro?... Ya ves, vine a tu llamada dulce aunque imperiosa… Estoy en tu isla-volcán sembrándote de mariposas… Mañana entraré en el vientre de la ballena, recorreré sus laberintos… en su centro desearé nuevamente encontrarte (pronto, más pronto de lo que te imaginas)… Soy el mago que elegiste… En la dorada copa traigo tu vida, que es mi vida, señora… No tardes más de lo debido; ahora el que espera soy yo… —en Taganana”…
Luego de escribir esta carta que me dictaron las ramas más altas de los árboles de la plaza de Nuestra Señora de las Nieves de Taganana seguí mi camino hacia la costa cercana cuyo azul a esas horas era un puro escándalo… Antes de salir del pueblo reconocí un cartel antiguo de chapa verde en el lateral de una casa: una enorme S constituía toda su imagen a lo lejos; de cerca se lee SINGER… ummm… las palabras, los mensajes a interpretar… ¿La serpiente tentadora?... ¿Alguien que canta; el canto del loco?... ¿Algo sobre nosotros, los de alma sufí, quienes “hilamos” y tramamos tapices voladores?... Quiero aprenderte… ¿Sí? Sí… —¿por qué no?...
Fotos: Series "Parque de Anaga" y "Taganana"; Tenerife, marzo 2008
11 comentarios:
Te dejo un beso madrugador guapo!
Me gusta leer tus vacaciones :)
Besos
termino de leerte y queda este saborcillo de tus palabras, de ser un poco tú.
un saludo
Hola Pau
Vengo muy entretenida leyéndote,
una pausita y regreso
solo para dejarte una señal de que vine a saborearte
Un beso
Lo que más me ha gustado de todo, la verdad, es que quisieras conocer el lugar de donde viene esa personita, es hermoso que alguien te impulse de esa manera :-)
Sublime la segunda foto como acompañante de tus palabras.
Cada vez que veo montañas recuerdo mi hogar, allá en el país vasco. Siempre tan verde, siempre madera.
Gracias por las palabras. Por cierto, si en tus viajes encuentras el violeta perfecto, recoge un poco.
Hola!!!Esta hermoso tu blog, tus fotos, todo lo que escribis!!Super lindo!!!Me encanta lo que escribis!!Segui asi!!!x0x0
"traigo la paz ceñida a la cintura y enroscada a la cabeza"....
aprender, aprehender la belleza, dejarse cazar por ella...
Me gusta que intercales textos de Murakami, a él no lo conozco aún, aunque a otros escritores japoneses sí, y la belleza que rezuma de sus letras es... :-)
(creo que estoy leyendo del revés tu viaje, pero no lo tomes a mal, a veces hago estas cosas, cantar del revés una partitura, por ejemplo :-), y también dice, dice muchas cosas...)
Son simplemente especiales tus textos eh?
sigo esta incursión por tu viaje, aunque algo tarde, me hace bien sumergirme en el remanso de tus palabras azules, te sigo en esta travesía, en este viaje al alma verdad?
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