¡Son más de las dos de la tarde!… He estado tan ensimismado en estos bosques de Anaga, en Taganana, abstraído en esta experiencia mística del paisaje, caminando el territorio, habitándolo no sólo con la mirada, que la tarde ha llegado por sorpresa y con ella algunas de esas necesidades humanas, demasiado humanas, que me encanta disfrutar más que padecer… ¡Tengo hambre! Ay, no sólo el hombre vive y se alimenta de belleza…
Camino cuesta abajo por la carretera hacia la costa; en unos cientos de metros llego al acantilado: el mar está bravo, va y viene con energía, ruge poderoso. Estas costas no son amables ni ofrecen playas tranquilas, lo advierto, aunque haya algún que otro remanso para descansar sin peligro por un rato; nada que ver con las playas del sur de la isla… Me asomo al abismo, miro a izquierda y derecha, y aun a simple vista descubro algunas bahías minúsculas de piedra y arena negras que no entiendo cómo se llega a ellas sino es por el mar. El espectáculo del paisaje desde aquí abajo sobrecoge tanto como desde allí arriba en las cimas de la sierra. La luz cambia a cada minuto: ahora el cielo está plomizo, gris violáceo, pero en la siguiente curva estoy seguro que descubriré otro universo de azules y verdes esmeralda… ¿Alguien duda que el mundo se transforma, cambia, a cada instante, se recrea con portentosa imaginación? Camino y el centro del universo se desplaza a mi paso, gira perezoso, apenas se deja sentir si no es por este viento húmedo y constante que arremolina el cabello y acaricia la barba con sus cinco dedos… En un par de kilómetros llego a una pequeña playa-refugio, un caserío de casas pegadas a la roca; hay bares y tascas para comer, muchas motos y coches aparcados a orillas de la carretera, gente que desafía las olas con sus tablas y trajes de neopreno: se llama Roque de las Bodegas; buen nombre para pararse un rato a beber… Tengo hambre y me conozco…
No me pregunten por qué, pero los viajeros tenemos una habilidad especial para encontrar y seleccionar buenos lugares para comer y beber, y no es sólo por olfato. En Roque de las Bodegas elegí Casa Olga, y elegí bien por muchos motivos. Exactamente son las tres de la tarde: me siento en una terraza sobre la carretera, a la sombra; no hay mucha gente fuera, quedan un par de mesas libres, y elijo una que me permite mirar a la costa y al fondo los Roques de Anaga —qué hermosa vista, es una de las mejores posibles. Al camarero que me atiende le dejo que me aconseje, nos ponemos de acuerdo de inmediato: un plato de garbanza con tropezones de manitas de cabrito o cordero (creo), papas arrugadas (borrallas, exquisitas) y mojo picón de la casa, y un “abadejo enterito para mi solito”, frito, por supuesto… Mientras me preparan la comida voy bebiendo de una garrafa de vino blanco de bodega, de la zona, que es realmente delicioso… Leo a Murakami:
—“¿Faltaba algo que propiciara nuestro reencuentro? —le pregunté.
—Exacto —respondió él. Y asintió repetidas veces. Era fundamental que ocurriera ese algo. Y entonces lo pensé. Que una coincidencia fortuita tal vez sea un fenómeno normal y corriente. Es decir, que ese tipo de cosas ocurren constantemente, a diario, a nuestro alrededor. Sólo que nosotros no solemos prestarles atención y pasamos la gran mayoría por alto. Como sucede con los fuegos artificiales a medio día, oímos un débil estallido pero, al alzar la vista al cielo, no vemos nada. Sin embargo, si estamos en una disposición de ánimo en la que necesitamos ardientemente que ocurra algo, tal vez envíen un mensaje dentro de nuestro campo visual y se hagan visibles. Que tomen una forma y un significado comprensible para nosotros. Y que nosotros, al percibirlo, exclamemos sorprendidos: “¡Menudas cosas pasan! ¡Qué raro!”. Aunque en eso, de raro, no haya nada”… —Y no me apetece añadir nada más al respecto… Sé muy bien lo que es una coincidencia, una probabilidad más o menos razonable, incluso previsible, de que se produzca algo o nos encontremos con alguien, y su cálculo matemático… Pero hay encuentros probables y otros “por necesidad” que retan a la lógica y arruinan las matemáticas… ¿O no?
Me como las garbanzas en un santiamén dejando el plato como una patena de limpio… Luego traen el abadejo, dorado y torradito por fuera, tierno y blanco por dentro, que voy diseccionando con paciencia quirúrgica mientras alterno sus bocados con las papas arrugadas untadas en el mojo rojo… y todo me sabe a gloria… —Pero qué fácil estar felices; nos complicamos por nada, pienso, rechupándome los dedos… El camarero me visita de nuevo para jalearme y de paso me trae otra garrafita de vino… ummm… qué delicia… —esta comida es un regalo de dios, otro; ¿cuántos van hoy?, me pregunto por preguntar… —Y entonces pasa lo que tenía que pasar: una exacta verificación de los caprichos del destino y la prueba suficiente de que las matemáticas enmudecen con silencio sepulcral cuando les toca representar los extraños acontecimientos de nuestras vidas, por ejemplo que alguien aparezca por segunda vez en tu vida mientras comes un abadejo frito en Casa Olga un día después de su primera aparición a 3.500 m. de altura…
¡Hola, qué sorpresa! —saludo con una enorme sonrisa a los recién llegados; es la pareja que me fotografió y les fotografié ayer arriba en el Teide, nos reconocemos sin esfuerzo… Conversamos unos segundos con nuestras anchas sonrisas y alguna frase que otra de fondo: yo les digo que el abadejo está buenísimo… y ellos que van a hacerme caso… insisto en la sorpresa… y ellos en que “la buena gente se encuentra en buenos sitios”… ¿Será eso?... En fin… no sé… qué cuestiones tan complejas en estos trances, ¿no?… Así que sigo con mi abadejo y ellos a lo suyo: a sentarse, a mirar la carta, a pedir al camarero y a cuchichear —sobre mí, por supuesto… Casi no puedo con las papas… pero no sé negarme a una ración de queso de cabra semicurado y una copita de malvasía de la casa de postre… —paso de café; y termino el banquete con medio litro de agua bien fresca, el mejor final de fiesta para esta fantástica comida… ummm… realmente inolvidable por tantas cosas…
Antes de marcharme y mientras me preparan la cuenta me acerco a la pareja de “conocidos”… Nos saludamos nuevamente… insisto en mis comentarios sobre las coincidencias y las sorpresas —lo hago por coquetería; cómo voy a decirles lo que sé acerca de los encuentros necesarios y los desencuentros inevitables mientras están comiendo unas garbanzas tan ricas… Él me pregunta si es mi primera vez en la isla, en la Anaga... si soy un turista o he venido por trabajo, etc. Yo le contesto que sí, que sí, que no y que no… Él me cuenta que trabaja y vive en Tenerife desde hace un par de años, que hace tiempo no “viaja” por la isla… pero que su amiga ha venido a pasar unos días y ha querido mostrarle lo que más le gusta… "¡Y aquí estamos!" —concluye con un inequívoco acento vasco-navarro que le sale del alma... Entonces aprovecho para lanzarle un torpedo bajo su línea de flotación; le digo a bocajarro: “Qué bien… Me alegro coincidir con vosotros en los mejores sitios de la isla… Yo vine oliendo belleza, misterio, dejándome llevar… No sé si sabéis que el cociente de probabilidades de encontrarnos ayer y hoy en estos lugares es de 1/112.358.132.134, por decir una cifra, y que lo divertido será cuando nos encontremos una tercera vez… porque esa tercera vez seguro que marcará nuestros dispares destinos y entonces tendremos que compartir una parte de nuestras vidas… A lo mejor hacemos juntos algo memorable, sorprendente, quién lo sabe… acaso por eso el destino nos va educando… No obstante, de lo que estoy absolutamente seguro es que cuando nos volvamos a encontrar, que lo haremos, dónde y cuándo sea, sabremos cabalmente que no se trata de una mera coincidencia, aunque lo diga Murakami… y entonces tendremos que discurrir juntos por qué le somos tan necesarios al universo para llevar a cabo sus planes”… —ufff… me salió de un tirón… Sin perder su sonrisa, él me dice: “Yo soy astrofísico, no hace falta que me cuentes más”… Yo le contesto: “Yo escribo, te contaré un día”… Nos dimos la mano y nos despedimos hasta luego… Ella no abrió la boca: se sentía como un pretexto…
Al pagar la cuenta —¡Veintidós euros ese banquete!— le pregunto al camarero dónde y cuándo sale el próximo autobús hacia Santa Cruz… “A las 6,15 h.; y puedes tomarlo aquí o en Almáciga, el siguiente pueblo a menos de un kilómetro”… ¿Almáciga? ¡Almáciga!... Ese nombre me interesa, cómo no… Salgo a la carretera y asciendo la cuesta que me encamina hacia Almáciga… A unos cientos de metros, al girar a la derecha la carretera, descubro en una sola mirada el resto de la costa con sus Roques y sus playas más accesibles, una tras otra, y el caserío de Almáciga sobre aquella. Voy bien comido y la cuesta me cuesta, valga la redundancia… Por fin me encuentro en el pueblo, busco una plaza y un poco de sombra para sentarme… saco mi Moleskine y escribo: “Almáciga: plantío, semillero, vivero, donde se plantan brotes para luego trasplantarlos… Almáciga: resina aromática que proviene de una variedad del lentisco… La almáciga o tinta medicinal ya la utilizaba Paracelso en su medicina, posee propiedades medicinales conocidas desde antiguo La infusión de hojas y tallo de lentisco son un remedio para la diarrea; su resina, realmente la almáciga o “mástique”, tiene propiedades antisépticas y se utilizaba como goma de mascar para fortalecer las encías y perfumar el aliento, incluso, endurecida, como empaste temporal para dientes deteriorados… hoy se utiliza mucho menos, aunque esté presente como principio activo en algunos dentífricos. También se utilizaba para el tratamiento de afecciones de la piel y la cicatrización de úlceras, heridas y furúnculos… Los egipcios la empleaban en el embalsamamiento de las momias. La almáciga también se usa como barniz, y al igual que la trementina, que procede del Terebinto o Cornicabra, se utiliza sobre todo en la pintura artística para su mejor conservación… La isla jonia de Quío ha sido y es la mayor productora de almáciga del mundo; allí se elaboran cientos de preparados y productos con la resina y con las ramas y frutos de su variedad particular de lentisco —la especie Pistacea lentiscus; esta especie es del mismo género que la Pistacea vera, o árbol del pistacho, y ambos de la misma familia botánica, las Anacardiáceas, como el anacardo, el mango, el molle y el zumaque… Algunos autores creen que entre sus ácidos base o sustancias primarias se encuentran algunos de similar acción a la corteza del Cuauchalalate o Macerán mexicano, también conocido como el “árbol de la chachalaca” o del pájaro hablador chachalatli… —Y también con la Mirra, pero ése es otro misterio que no te voy a contar hoy—… Igual que existe una Alquimia Mayor, de minerales y metales, existe una Alquimia Vegetal: la medicina Espagírica… Todo remedio está en la Naturaleza, pero la Espagiria se diferencia de las demás medicinas, incluso la homeopatía, en su acción de separar lo puro de lo impuro, y ésta a través de la muerte, la litúrgia de los misterios de Thanatos, el renacer del Ave Fénix… Toda enfermedad del cuerpo es reflejo de una enfermedad del alma… En la muerte se esconde el secreto de la salud del alma”…
Son las 6,15 h., tomo el autobús a Santa Cruz… El paisaje de Anaga en ese sentido sigue siendo espectacular. Vuelvo al hotel ensimismado repensando Taganana, Almáciga y su relación con la Mirra que le ofrece el mago al niño-dios… Apenas ceno un bocadillo de jamón ibérico y una ensaladilla rusa… En la TV están con sus cábalas sobre las elecciones… Me duermo sin saber seguro que Rosa Díez entra en el Congreso… Mañana me levantaré cuando me dé la gana…
Foto: "Costa de Anaga desde Roque de las Bodegas"; Tenerife, marzo 2008
sábado, marzo 15, 2008
Mi aventura en Tenerife, la ballena-isla-volcán, en cinco capítulos... (IV)
Derivados: Arte, Literatura, Viajes, Amores
Fotos,
Literatura,
Tenerife,
Viajes
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8 comentarios:
un beso pau.
hoy te elegi de libro-mesilla,ultima lectura antes de desaparecer...
dormire pensando en los encuentros probables y en los necesarios
Oh... creo que he estado en casa olga, pero no estoy segura...
me encanta que le hayás soltado semejante parrafada, seguro que le hizo mucha gracia.
Con todos mis respetos...
Pero que haya quien valore perder el tiempo tirado en una playa...
En fin...
Asomada al abismo.
Admirando el panorama.
Ese mar rugiendo, o maullando, murmurando, ronroneando. He de decir que me da envidia. Está vivo. Mutando. Ah... Hoy soñaré con eso.
Y la buena comida.
Te he robado dos frases y media.
Las coincidencias, casualidades, siempre me han gustado,para mí son como la magia que querríamos que estuviera siempre allí....aunque a fin y al cabo sólo esté a pellizcos, ratos, minutos eternos...
Me gusta quedarme un rato colgada del punto y final del post y saborear lo que he aprendido... gracias. :-)
Vaya cuando tocas el tema de Mexico veo cosas buenas porque recuerdo que me dijiste de lo bien que la pasaste que bueno que te llevaras algo de mi pais en tus recuerdos...!
la medicina epagirica, interesante, investigaré sobre el tema, me encantan tus descripciones, parece como si estuviera allí, me contagio de los colores y sabores, sin duda eres un buen sibarita de la vida, y sigo leyendo...
y x cierto, cada vez pienso más q las casualidades no existen
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