
En su escrito, Gavina Encallada —que así se apodaba su brillante “pepita grillo” literaria— le atribuía poseer ya uno de esos blogs de culto que se trasmiten de boca a oído (es un decir) por foros de internautas y aparecen en las listas de algunos gurus de la ciberblogosfera. Pablo desconfía de los halagos, conoce su narcótica dulzura, los ha disfrutado tantas veces en su vida profesional... aun con todo los agradece en silencio, le estimulan a entregarse más si cabe. No obstante le “corren” un poco esas palabras que destilan tanta admiración como agradecimiento, le sucede lo mismo con los regalos inesperados, no sabe muy bien por qué —con lo que domina el lenguaje este hombre, se queda mudo en esas situaciones; qué curioso… Luego de esta primera declaración, Gavina Encallada le confiaba una experiencia reciente: “No hace mucho, vagabundeando por Internet, fui a parar a un blog que me llamó mucho la atención y, pese a no ser comparables, lo relacioné rápidamente con el tuyo. Su autor había colgado una última entrada en noviembre de 2007 y en ella se despedía de lectores y fans (curioso paralelismo con tu blog en cuanto a la pléyade de abducidas). Después de leer allí un considerable número de entradas vencí mi incomprensible reticencia a enviar comentarios y, con la sensación de que había estado visitando la tumba de un héroe anónimo, dejé unas flores sobre ella. Todavía hoy algunos visitan ese túmulo esperando el milagro de la resurrección”… Leyendo este último párrafo Pablo supo con absoluta certeza que él también “se suicidaría” joven y héroe, en la flor de su vida como blogger; intuía qué iba a suceder pronto, todavía no conocía cuándo…
Dado su tropismo por los temas simbólicos y su carácter ritualista, de inmediato empezó a pensar en ese cuándo indeterminado. Debía corresponderse con algún número mágico, sagrado, de eso estaba totalmente seguro… Pablo piensa que ciertos números, ciertas imágenes y palabras, son la cifra del mundo, su clave secreta; a encontrarlos, a reconocerlos, ha dedicado buena parte de su vida, su tiempo libre, sus conocimientos y memoria… —podría escribir un tratado sobre sus métodos y verificaciones; incluso una novela sobre las auténticas razones, los aspectos “mágicos”, de muchas de sus decisiones profesionales, el sentido oculto de la mayoría de sus proyectos… Luego de repasar su lista de números “idóneos” para el sacrificio de su blog, llegó a la conclusión de que éste tendría que ver con el número 13. Y no sólo porque en la cultura occidental (y sus actuales ramificaciones globalizadoras) el trece sea un número fatal de mala suerte, sino precisamente por su ambigüedad y trasfondo mágico-secreto que Pablo tan bien conoce.
El folclorismo numérico cristiano supone que la fatalidad del trece proviene de la misma Cena Santa con trece comensales, antesala del sacrificio y muerte de Jesús… Ha sido tal la histeria desatada con el trece en nuestra era que se evita en muchas series corrientes: por ejemplo en las filas de asientos de los aviones, en muchos hoteles o rascacielos no existe el piso 13, algunos personajes se refieren a él como 12+1, otros evitan casarse cualquier día trece (y si es martes peor). De echo existe una fobia al número trece —triscaidecafobia—, como existe otra al 666, o número de la bestia, desde luego mucho más difícil de escribir y sobre todo pronunciar correctamente de un tirón: hexakosioihexekontahexafobia… “Peces lleva, cuando el río suena”: en el mismo Código de Hammurabi se omite el número 13; la Muerte es el número XIII del Arcano Mayor del Tarot (la única lama que no viene “nombrada”) —aunque no se trate de una carta de por sí “mala”, ya que anuncia transformación y cambio, a nadie le gusta que la muerte le venga a visitar antes de tiempo, incluso a su tiempo, ¿no?... Bueno, en México la muerte es otra cosa —es tan dulce…
Sin embargos para otras culturas, otras gentes, el trece es un número “clave”, revelador, llave maestra para desvelar múltiples secretos ocultos, verdades “sagradas” que confirman el carácter transcendental —más allá de lo meramente físico y material— del universo y todo lo que en él se contiene. Parece ser que está relacionado con lo cósmico y astrológico: el mismo niño Jesús recibió a los Reyes Magos el día 13 tras su nacimiento, cuenta la leyenda cristiana; en realidad los signos del Zodiaco son 13, ya que Géminis es doble; trece “meses” de veinte días constituyen un año —260 días— en el Calendario Sagrado Maya, esa civilización mesoamericana que tanto nos fascina a Pablo como a mí, y a Bruno Llanes, por supuesto; también trece son los ciclos lunares de 28 días que constituyen un año solar en el calendario Dreamspell, acaso más preciso que el calendario Gregoriano… El número 13 es lunar, femenino, sin duda; así como el 12 es solar, masculino. No es extraño pues que los relojes —un invento tan masculino, machista como pocos— tengan esferas divididas en doce sectores, sus horas… Las mujeres son más sabias, ellas inventaron el tiempo, no los relojes… Sus ciclos diarios siempre tienen una hora de más (ningún hombre sabe qué hace una mujer con su hora de regalo; es su capricho, su secreto). Los hombres suelen ser puntuales, es decir llegan a su punto precisamente sin retardo; la mujeres siempre llegan a tiempo… a su tiempo, que no es lo mismo.
En la Cábala judía cada letra representa un número; si sumamos los números de la palabra UNO en hebreo nos da como resultado 13… Para los masones el trece es el número de las grandes transformaciones y grandes cambios, de algún modo el símbolo de la vida eterna. El dólar norteamericano es un buen ejemplo de este “decir” y “saber” ocultados; algo obvio dada la fundación del nuevo estado y sus símbolos por fracmasones e intelectuales ocultistas. En la parte posterior del billete de un dólar —la imagen más vista, a la vez que menos leída de la cultura visual estadounidense— podemos ver el águila blanca “agarrando” por un lado 13 flechas y por otro una rama de olivo con 13 hojas y 13 frutos; la coraza del águila es un escudo con 13 barras y sobre su cabeza reconocemos una aureola-constelación de 13 estrellas, por cierto componiendo una estrella de David, la formada por dos triángulos equiláteros invertidos atravesándose superpuestos; al otro lado del águila vemos la pirámide escalonada que lleva hacia el conocimiento gnóstico, simbolizado por el gran ojo que todo lo ve y mira a lo lejos —la pirámide tiene 13 escalones o peldaños… Y como slogan central: ONE —UNO— es decir trece… Qué curioso que para unos —quizás entre los más sabios— el trece signifique unión (simbolon), sea un número “clave” que une… y para otros —la mayoría indiferenciada— signifique lo contrario, implique desunión (diábolon), fatalidad negativa… En alemán, por ejemplo, del trece se dice “Dreizhen its des Teufels Dutzend” (trece es la docena del diablo)…
Una vez que Pablo decidió que el trece sería el número base, le fue fácil adivinar cual sería la cifra final incluida en esta serie: 13, 26, 39, 52, 65, 78, 91, 104, 117, 130, etc… Dado que hacía tiempo había publicado su entrada número 52 —cuyo críptico simbolismo evidentemente sus lectores no habían entendido— su mejor elección posible sería 104. Es decir, se convenció “suicidar” su blog coincidiendo con la entrada número 104, que además debería concordar con el día 104 desde la creación de su blog. Nada más tomar esta decisión Pablo abrió su archivo de Blogger para consultar su posición en este calendario cuenta-atrás… Faltaría a la verdad si no dijera que le inquietó más de lo esperado descubrir que faltaban pocos días y escasas entradas para alcanzar esa fatídica (aunque voluntaria) cifra que pondría fin a su existencia como personaje y autor de un “blog de culto”, quien sabe si también para siempre en la blogosfera. Esta certeza sumió en tal tristeza a Pablo que durante tres días con sus correspondientes noches no pudo articular palabra alguna ni escribir una sola letra; aquellos días fueron ni más ni menos un estar en coma, o peor aún: un ser enterrado en vida (paralizado por el miedo, mudo; consciente de su destino, aterrorizado)…
Antes comenté que la civilización Maya poseía un conocimiento matemático-astrológico realmente excepcional y disponía de varios calendarios que lo expresaban. Seguramente el más significativo es el Calendario Sagrado —Tzolkin o Cholquij— de 260 días (trece ciclos de veinte días cada uno). La observación astrológica y su sistematización teórica llevaron a los mayas a conocer el movimiento de los planetas, sus ciclos anuales alrededor del sol, por ejemplo Venus. Parece ser que la importancia del número trece vendría dada por la combinación del año venusino (de 584 días terrestres) con el terrestre (de 365 días). El máximo común divisor de ambas cifras es 73 —584/73=8; 365/73=5—, la suma de sus productos sería 13 (8+5)… La combinación del sistema vigesimal maya con este módulo 13 da como resultado 260 —lo que coincide casi plenamente con el ciclo de dos cosechas de maíz en las tierras mayas, y lo que es más sorprendente, con el ciclo de gestación de un ser humano… La combinación de años sagrados de 260 días y solares de 365 días da como resultado ciclos unitarios de 52 años llamados “haz” o “nudo” —xuihmolpilli—… El final de cada ciclo de 52 años era un tiempo de miedo y malos presagios, se pensaba que podía ser el final del cosmos, del mundo conocido. Así mismo, el total de días en cinco años venusinos igual al de ocho años terrestres nos proporciona interesantes sugestiones: si se entiende que el día de nacimiento de una persona es su “día signo” (tonalli), las características matemático-astrológicas de este día-signo concurren sólo exactamente cada 65 ciclos de Venus, cada 37.960 días, lo que es lo mismo 104 años solares… Lo más sorprendente es que los ciclos solares de 365 días, el “Sagrado” de 260 días y el de Venus de 584 días coinciden sólo tras haber transcurrido dos “siglos” mayas de 52 años, es decir exactamente cada 104 años…
Todas estas condiciones simbólicas y correspondencias numéricas decidieron por completo a Pablo a “suicidar” su blog bajo el signo del 104. Con aplomo consultó el calendario, contó los días desde que apareció Trébol de cuatro hojas —que así se llamaba su Cuaderno de Bitácora— y fijó el día exacto de su “magnicidio”. Luego en Wikipedia interpretó los oráculos del día “D” que le confirmaron lo propicio del día para desaparecer; más aún: ese día también era múltiplo de 13, precisamente el día medio de un año “sagrado” según el calendario Maya… —esta verificación, además de dejarle estupefacto y asombrado, le produjo un intenso escalofrío que recorrió todo su cuerpo con exasperante lentitud… Es un escalofrío de muerte, pensó, sin equivocarse…
No hay que dar más vueltas o buscar otros motivos o razones (sic) para este “suicidio anunciado” de Trébol de cuatro hojas —y si los hay, creo que debemos respetar el silencio e intimidad del suicida… Sí, Pablo podría haber tomado otra decisión menos radical: por ejemplo continuar su vida como personaje de blog hasta su segura muerte como ser humano —lo que de algún modo hubiera conferido status de natural a su muerte virtual… Tampoco era una actividad que le consumía mucho tiempo; disponía del suficiente y con casi total libertad para seguir una buena temporada más, si no al mismo ritmo de creación, sí al menos con exquisita constancia y notable calidad formal… Por supuesto no estaba frustrado en sus expectativas: su éxito y aceptación, el gran interés, incluso devoción, de muchos de sus lectores por sus textos superaba con creces lo que había soñado o esperado apenas tres meses antes… Quizás ese sentimiento de aceptación y reconocimiento de los demás le proporcionaba, paradójicamente, el suplemento de convicción que necesitaba para llevar a cabo su plan sin previsibles debilidad o arrepentimiento… Aun con todo algunos signos en los últimos días le confirmaron que era lo mejor que podía hacer…
No sé… pequeños detalles, alguna escaramuza dialéctica, cosas aparentemente nada graves pero que ahora le herían más que antes: la desaparición y cierre de algunos blogs que frecuentaba, el silencio de algunos de sus más “leales” lectores y lectoras o su falta de comentarios —en algunos casos parecía ser una “represalia” a su propio silencio y desatención ante algunos textos ajenos tan estupidamente provocadores como innecesarios —¿tendría que ver con los celos?; qué cosas tan raras a la vez que corrientes suceden en este mundo… Tampoco entendía muy bien cómo algunos blogs realmente mediocres eran tan frecuentados por gente inteligente, con evidentes criterios literarios, que depositaban en ellos enormes comentarios siempre elogiosos… Pablo no entendía cómo podían hacer esto a la vez que se excusaban de la incomparecencia a su propio blog por falta de tiempo… También estaba un poco cansado de hacer periódicas rondas de “visita” a sus blogs favoritos (u otros con cierto interés) para recordarles que “todavía existía”… A Pablo le gustaba leer tanto como escribir, recorría los blogs siempre con atención y la esperanza de encontrar textos e imágenes memorables, en estos meses tuvo suerte de encontrar auténticas maravillas que le conmovieron, proporcionándole grandes momentos de placer y anónima complicidad… Pero entendía que no era posible continuar así indefinidamente en ese ir y venir “protocolario”… A lo peor había confiado excesivamente en la lealtad de los lectores, incluso más que la de una amante… —pero si Pablo sólo quiere que le dejen al menos un “hola” de saludo… o un adjetivo singular: ¡Hermoso! por ejemplo… poco más...
Los días siguientes a su decisión Pablo se dio pena y le dieron pena sus lectores más entusiastas… Se prometió no dejarles huérfanos por un tiempo, escribirles a sus correos personales, enviarles algún original de vez en cuando, frecuentarles en sus blogs aun con un segundo pseudónimo. Algo así como permanecer cerca de ellos como un fantasma bueno o un ángel de la guarda literario… No lo tiene claro todavía a escasos días de su suicidio. Espera decidir al respecto poco a poco según vaya viendo sus comentarios… Qué duro es decir adiós, poner punto final, qué miedo, dios… Y aun con todo sabemos que un día moriremos sin importar nuestra opinión ni nuestros sentimientos… Que todo libro tiene sus últimas palabras; toda pintura su caligrafía definitiva… Quizás la diferencia es que un escritor de libros o un artista no necesitan morir al terminar su obra, inmolarse con ella… Un escritor de blogs sí, Pablo sí: necesita morir para renacer… es el Ave Fénix, la reencarnación de Nahahuátl… tu medicina, su veneno… su víctima, su verdugo…
—¿Si el día-signo en que nacemos condiciona nuestro destino, el día-signo de nuestra muerte condicionará nuestro recuerdo? Qué misterios tienen la vida como la muerte…
Dibujo: "Libro de Horas", 1991-92