Pasaba por el estante de los zumos de frutas cuando el carrito del supermercado se negó a andar. Una rueda se había atascado en una bolsa despanzurrada de magdalenas que algún crío —pensé—, inconsciente o travieso, habría arrojado al suelo. Me agaché para solucionar el problema, tiré a un lado el amasijo informe, y ya me alzaba… cuando de pronto algo me detuvo y fijó mi atención de inmediato: era el culito de una mujer que se inclinaba delante de mí dándome la espalda… su braguita era de color verde musgo y su media melena color caoba con reflejos dorados… Incluso me sorprendí de mi sorpresa paralizante… tanto es así que no supe mirarla de reojo sino con los ojos bien abiertos.
Las curvas de su trasero, sus muslos, me provocaron deliciosas sensaciones eróticas. Llevaba una falda muy corta, a todas luces insuficiente para contener la consistente redondez de sus nalgas, soportar la tensión de su gesto despreocupado al avanzar el cuerpo hacia el interior del contenedor de los mariscos congelados —¿o era una estantería con latas de oferta? (ya no recuerdo el detalle, hace tanto tiempo)… En esa postura forzada, sus piernas me parecieron realmente hermosas e interminables. Aun sin ver su rostro, quise imaginarla poderosamente atractiva, seguro de no equivocarme. En eso estaba, en inventar su belleza, cuando la mujer volteó su cara hacia mí y me miró con desprecio al adivinar mis pensamientos. Entonces me sentí avergonzado frente a sus ojos castaños almendrados… —podían haber sido también verde musgo, pensé entonces. Me había atrapado in fraganti, ay, con mi portentosa imaginación entre sus muslos… Decidida, enfiló hacia la sección de los detergentes. Yo por mi parte, una vez recuperado de aquel inesperado impacto erótico, y sintiéndome todavía algo ridículo por este lance desigual de miradas, retomé las prioridades de mi lista de la compra y me encaminé al estante de las mermeladas…
Nos volvimos a encontrar diez minutos después en el puesto de las frutas y verduras. Yo manoseaba la dureza de unos melocotones cuando ella, un poco más lejos, se disponía a pesar un racimo de plátanos de Canarias… Ausente la dependienta, tomó uno de aquellos alargados frutos amarillos, lo peló con descarada naturalidad y le dio un furtivo mordisco. Un segundo después sus ojos volvieron a encontrarse con los míos; ahora era yo quien la atrapaba en un acto clandestino y placentero… pero lejos de inmutarse, aquella hermosa mujer (que lo era, más de lo que había imaginado) empezó a acariciar el plátano con sus labios, su boca recorría de arriba abajo el alargado fruto ya mordido, mientras entrecerraba los ojos con aparente éxtasis. Era evidente que más que excitarse —que lo hacía— jugaba conmigo a seducir nuevamente mi mirada, a estimular otra vez mi imaginación… Entonces fui yo el que se dio la media vuelta y me alejé, convencido de mantener con esta actitud mi dignidad y devolverle en su justa medida aquel desprecio con el que me había regalado hacía un rato…
Circulé con el carrito hasta llegar al extremo opuesto del supermercado. Todavía confundido y desorientado por aquellos encuentros con la desconocida mujer caoba dorada-verde musgo, compré comida para cocinar en el microondas aunque lo tengo estropeado hace un par de meses, seis botes de refrescos dietéticos —aunque los detesto— y cinco docenas de pinzas para tender la ropa… entre otras inutilidades y excesos. En eso estaba, en mi aturdimiento, cuando sentí un fuerte impacto de alguien que me empujaba con carrito y todo hacia una puerta entreabierta que llevaba al almacén interior del super… Era ella, esa mujer de mis recientes deseos y turbaciones, que frenética e impaciente se abalanzaba sobre mí con todo su cuerpo y la media despensa en su carro, ambos, irrefrenables…
Al atravesar el umbral del almacén, afortunadamente tropezamos y caímos sobre unos grandes sacos de legumbres y vegetales… judías verdes, berenjenas, pepinos, lechugas, calabacines, cogollos de Tudela, amortiguaron aquella derrota inesperada de nuestros cuerpos, casi sepultándonos en vida en la oscuridad del almacén trasero... No la podía ver, pero sentía su cuerpo caliente sobre el mío. Por instinto, para no rodar al suelo, me sujeté a una forma redondeada… pensé que era un hombro, luego una pantorrilla, un pecho, no sé… para darme cuenta al fin que era una de sus nalgas, una parte de su culito, ahora más prieto y tenso, atrapado a duras penas por sus braguitas (color verde musgo, recordé)… Temí por un instante que alguien del super nos hubiera visto penetrar furtiva y desordenadamente al almacén… pero mi miedo se desvaneció de inmediato al separar con mi cabeza sus piernas… El aroma de aquellas verduras era encantador y excitante: besé aquellos muslos hasta las ingles, mordisqueé las puntillas de las escarolas y los rizos de las ensaladas a la vez que orillaba con mi lengua los bordes de sus braguitas y sentía el roce delicioso de sus pelitos erizados y el sabor salado de su piel de gallina…
Volteé su cuerpo, o yo no sé qué hice… y tiré abajo, o arriba, sus braguitas de una vez… Frente a mi ceguera sentí el olor de su sexo abierto, húmedo, profundo… Recordando el episodio de la sección de frutería, comencé a solazarme en aquel festín de frutas imaginables: higos, fresas, mandarinas, kiwis, albaricoques, nísperos frescos y duros… Mis labios acariciaban y besaban sus otros labios… mi lengua se entretenía en aquel laberinto de pliegues y recovecos deliciosos… mi boca bebía sus jugos más íntimos… —qué extraño, de pronto todos mis recuerdos saben a fresa, huelen a fresa, hasta tengo semillas de fresa entre mis dientes todavía ahora… Luego de un rato, ni muy largo ni muy corto, ella comenzó a apretar más fuerte mi cabeza con sus piernas, hasta que sollozó en un evidente orgasmo que casi me cuesta la vida, tal era el poder de sus muslos y la extraordinaria ventosa de su sexo abierto asfixiándome… La hermosa mujer naufragaba de placer en un océano de vegetales...
Surgí de su sexo y de un montón de judías verdes para tomar aire… abracé a mi amante desconocida, la besé en sus labios superiores todavía intactos y puse sus pantorrillas sobre mis hombros… al tiempo que ella me desnudaba no sé cómo… A estas alturas de nuestra aventura ya poco nos importaba si había alguien alrededor o si nos miraban desde la penumbra de aquel oscuro recinto de nuestro amor inesperado. Poco a poco fui penetrando en sus húmedas profundidades, suave aunque decidido… En aquel túnel de su feminidad me moví con placer, me rocé, acaricié, salí y entré con generosidad y puntualidad exquisitas; creo que me alojé en sus más escondidos y secretos pasadizos, ella me guiaba, yo la seguía obediente, aprendiz de sus movimientos maestros... Así me encontraba de a gustito… cuando nos sentimos desfallecer en nuestros vegetales apoyos, rodando casi por tierra sobre berenjenas, alcachofas, lechugas y dios sabe que otras especies de la huerta… Apenas pude asirme a sus caderas y ella a mi cuello… apretándonos sin precaución y con el mayor placer de nuestros cuerpos… ¡Qué fantástico resbalón en estas verdes arenas movedizas!
Quedamos los dos cara a cara, apenas iluminados por las débiles reverberaciones de la pantallita de luz de emergencia… Le acaricié el pelo, lo retiré atrás de su frente, nos sonreímos… Enseguida ella tomo mi sexo con sus manos, lo comenzó a acariciar y a frotarlo con ese ritmo que tanto me gusta, suave pero enérgico… se agachó y lo tomó entre sus labios… arriba, abajo… con creciente energía… a veces lo mimaba con la punta de la lengua… Otra vez recordé la escena de la frutería: su boca jugando con el plátano de Canarias… sus mordiscos… sentí al máximo todas sus húmedas caricias en mi sexo tieso y duro a no poder más… —confieso que en su boca caníbal experimenté límites desconocidos de sensualidad y placer, nadie me había devorado hasta entonces con tan delicada glotonería, con hambre de alma, qué ternura la de su lengua... No pude más: aun sin querer, por instinto; salí amable de entre sus labios y la atraje otra vez hacía mí con fuerza, penetrándola al sur de su cuerpo… Ella me esperaba abierta de par en par, su sexo todavía inundado… Nos sacudimos con furia, nos estrujamos el alma a la vez que nuestros cuerpos excitados casi en el vértigo del abismo suicida... De un golpe nos derramamos, todo… —así, amor, le decía, me decía, así… dámelo todo, tómame todo, así—… y su cuerpo y el mío se estremecían en escalofríos y calenturas sin solución de continuidad jaleados por el eco escandaloso de nuestros gemidos… Ella gritó algo en una lengua extraña mientras saltaba con su culo certero sobre mi sexo todavía poderoso y se abrazaba a mi cuello... Yo ya sólo vivía para sus pechos, de ellos bebía esperanza: los exprimía solícito, succionaba sediento, mordía con mis labios sus pezones, uno y otro aleatoriamente, con las últimas fuerzas que me quedaban… En uno de aquellos espasmos incontenibles aplastamos algunas cajas de galletas sobre las que habíamos caído por fin…
Descansamos por algunos minutos en aquel lecho informe y despanzurrado, en silencio… Nos acariciábamos la punta de las yemas, los codos, los sobacos, la nuca, las rodillas, la punta de la nariz… Luego nos vestimos con cierta prisa, preocupados entonces —qué locos— que pudiera entrar alguien en el almacén arrasado por el huracán de nuestro deseo… Reconozco que me enterneció ver cómo mi felina amante se ajustaba sus braguitas verdes-musgo ante mis ojos asombrados de tanta sensualidad... fue un acto íntimo que hizo con absoluta confianza, decorándolo con una sonrisa de ángel… —sin duda el más precioso colofón posible a nuestra aventura amorosa… Salimos del oscuro almacén uno tras el otro, ya repeinados… Ella me apuntó en un papel su nombre —Véronique— y un número de teléfono… me lo dio y nos despedimos con un pícaro beso en las mejillas, todavía calientes… Nos olimos... guardamos nuestros olores en la memoria profunda… Mientras se alejaba, volteó su rostro y me sonrió nuevamente… Yo le lancé un beso con la punta de mis dedos…
Desde entonces, todas las tardes, a eso de las seis y media, más o menos, Véronique y yo nos encontramos en cualquier Mercadona que nos apetece antes de devorarnos deliciosamente donde nuestra imaginación haya convenido… Qué rabia que haya domingos en todas las semanas de nuestra vida caníbal… Todos los domingos, ayunamos… qué remedio…
miércoles, abril 23, 2008
Aventura caníbal en el supermercado... (I)
Derivados: Arte, Literatura, Viajes, Amores
Amores,
Erotismo,
Literatura
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12 comentarios:
Es simpático. Sólo le falta una pizquita de romanticismo.
Saludos.
sabes latin Pau, jeje
pensaba comprar fresas mañana pero me lo has puesto dificil...
el otro le dejo para mañana
besos
¡¡¡genial!!!! Reconozco que me has sorprendido.... hacer la compra me resulta tremendamente aburrido, aunque ahora lo miraré con "otros ojos", jajaja.
Algunos cruces de miradas eróticas he vivido en éstos espacios de consumo y ocio, pero al almacén aún no he ido.
¡Tomo nota!!!!, jejejejeje, Besos
...ummm, qué deliciosos relatos... pero no sé por qué, habría jurado que el nombre de Véronique era otro ;)...
(...vale, a ver si no se duplicó el comentario porque mandó error... )... besos
Jurrrrl!..cuando vaya al Hipercor, tendré los ojos bien abiertos!!!.O_O
Tomando nota: no hay que ir NuNcA al súper con pantalones...=_O
Voy a por el nº 2
Petonets
Mmmm¡¡¡ delicioso¡¡¡, encantador, maravilloso¡¡¡¡, para mí siempre ha sido muy erótico ir de compras, sobre todo cuando se trata de escoger frutas y verduras, me encanta acariciar especialmente los aguacates, tocarlos, olerlos, medir su consistencia con toda mi mano y después elegir al más guapo y caderón, jejeje, es de las cosas más bonitas de la vida¡¡¡
Me hiciste recordar que yo alguna vez quedé impactada por un hombre al que perseguí hasta llegar un supermercado y en el pasillo de los jugos le declaré mi amor y atracción desenfrenadamente, y bueno pues me regaló un hermoso beso que aún guardo en la alacena de mis labios, aunque nunca lo haya vuelto a ver.
Me sentí enamorada con este post, no he dejado de suspirar¡¡¡, gracias por las endorfinas que vienen incluídas en este exquisito relato.
He leído tus relatos erótico, por orden, según lo has clasificado.
Bien, tengo que decirte acerca del primero que me pareció extraordinariamente bien escrito.
Una historia con una estructura narrativa muy lograda, con riqueza de vocabulario, un ritmo adecuado y progresivo en cuanto al interés. Las frutas dotan el cuento de sensualidad, de olor y color, con lo cual me parece más que un acierto su inclusión en medio del encuentro amoroso.
Muy bien construidos los personajes y un traslado preciso de los sentimientos que ambos iban desarrollando a lo largo de la trama.
En resumen, me parece que es un relato editable, publicable y susceptible de ganar cualquier concurso literario de género erótico.
A continuación leo el segundo y sorpresivamente noto como mi interés decae. Es interesante el punto de vista de la protagonista femenina, pero no tanto como para que me hubiese absorbido como el primer relato. Así que ya mis sentidos no se mostraron tan agudos, ya no existía el factor sorpresa y eso influyó definitivamente en la percepción que tuve de su lectura.
Seguro que el nivel es igual que el anterior, no tengo duda. Es más, si lo hubieses publicado dentro de dos meses el impacto hubiese sido igual de fuerte que tuve con la primera lectura.
Dicho lo cual, no me queda más que felicitarte efusivamente y alentarte en la escritura, lo haces muy bien.
Un besito
pues para mí también fue un poco repetitivo el segundo. yo soy una criticona y tú siempre "perdonas" no pau?
pero es cierto que leí el relato -que imprimí- en un bus pequeñito y que era extraño tener mis piernas apretujadas prácticamente al frente de un hombre que por poco tenía las suyas en tijeras para las mías... acá se llaman "combis" esos buses... igual el señorcete este no era apetecible, pero inmediatamente que bajé fui a comprarme algo de desayuno en el supermercado y de hecho no me sentí muy inocente entre las manzanas y las piñas... ;)
Demasiado creativo, te adentra a la lectura... saludos!
Vaya... Nunca pensé encontrarme esto por aquí. Es cierto que no es romántico, pero ¿quien lo necesita? (os remito al último post de Pau). Como dijo alguien, el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero como experiencia vacía es de las mejores.
Recuerdos desde el espejo
Cuando dijiste que publicarías un cuento erótico, creo que me imaginé que sería muy diferente de lo que he leído. (tengo pendiente leer los instantes que sobrevivieron toda una vida)
No sé porqué he vuelto a equivocarme y lo he leído en orden inverso. Te confieso que me he reído mucho, y además, como yo casi nunca voy a los hipermercados (digamos que soy de pueblo-pueblo jejeje) el surrealismo lo he visto por doquier. A veces creo que he nacido a destiempo o en un lugar que no encajo, no sé, sensación de bicho raro a veces. :-)
un beso.
Genial Pau, no esperaba menos de ti, la verdad que en tus relatos hasta lo soez se convierte en simplemente delicioso.
Vecino... nos vemos en el mercadona :)))
Besos^^
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