Algunos conspicuos historiadores afirman que en un lejano tiempo de fecha indeterminada, cuando las antiguas culturas y religiones de cosmogonía politeísta transitaban poéticamente y sin complejos hacia una nueva concepción del mundo central, absoluta y unitaria, un selecto grupo de sacerdotes y teólogos reunidos en Concilio Universal decidieron inventar una idea recurrente, esa sustancia increíble e inverosímil que llamamos alma… —hasta hace poco no se sabía muy bien por qué les dio por complicarnos la vida.
Tradicionalmente se ha considerado que el alma —invisible e inmaterial— es la más preciada herencia recibida por el ser humano del corazón mismo de su dios. Y que bien como noción natural —representando la existencia de una energía esencial en el universo— o como metáfora teísta —al tratarse de una emanación del aliento divino— instaura una pretendida primacía del hombre sobre el resto de las criaturas de la naturaleza, por ejemplo su conciencia de ser y existir… En épocas más recientes algunos demagogos han intentado identificar “alma” con “razón” —concepto éste igualmente ambiguo, escurridizo, de variadas interpretaciones contradictorias—, atreviéndose incluso a afirmar frases tan temerarias como “Pienso, luego existo”… o componer otros malabarismos semánticos semejantes igual de pedantes, como ése “Insisto, luego existo” de tufillo inequívocamente lacaniano… —ambos, apenas ingeniosos recursos lingüísticos con los que pretenden solucionar el terrible misterio de nuestra precariedad existencial.
Aunque aquella noción tradicional de lo que era el alma puede aún convencer a quienes siguen la doctrina de los padres de la metafísica y el saber escolástico, o regala esperanza a los que desesperados sobreviven en este mundo de enigmas irresolubles, parece que fueron otros el objeto y sentido de la invención del alma… Para ser claros: en realidad no había motivo especial alguno ni necesidad teológica de fuerza mayor que obligara a aquellos parásitos de lo sagrado a plantear tal fantasmagoría como es el alma. Fueron otros motivos muy poderosos los que obligaron a tomar tal decisión de consecuencias imprevisibles, entonces, y cuyos efectos todavía hoy padecemos con resignación. Qué le vamos a hacer…
Los mismos conspicuos cronistas de las perversiones ideológicas de la humanidad aseguran que el alma fue inventada para constituir un eficaz muro de contención y defensa, una trampa, con la que proteger al mundo de las asechanzas e incursiones de un escasísimo —pero desde siempre muy activo— grupo de provocadores “iluminados” que ejercían el oficio de dibujar figuritas y pintar otras decoraciones por todas las superficies que les venían en gana; estos “pintamonas” se llamaban a sí mismos, con indisimulada y pedante vanidad, artistas… En realidad era una pandilla de vagos y timadores.
Estos autoproclamados “artistas” habían iniciado sus fechorías con algunos aparentemente ingenuos ejercicios solitarios: por ejemplo copiando sus propias manos en positivo y negativo, tomando de este simulacro el diseño básico del anagrama-símbolo formal de su presunto poder creador… Luego continuaron reproduciendo sin ton ni son todo lo que les rodeaba, lo que poseían o deseaban poseer: las fieras rivales, los animales de los que se alimentaban, los paisajes que medían con su mirada, las propias casas o las de sus vecinos, los palacios de sus gobernantes, las mujeres de sus hermanos o sus vecinos —deseadas con enfermiza obsesión— e incluso las epopeyas de sus ancestros, los recuerdos de sus progenitores… Pero el atrevimiento llegó a límites insoportables para el buen gobierno de las conciencias cuando comenzaron a inventar y dar apariencia humana a los mismos dioses del panteón sagrado… atreviéndose hasta con el mismísimo único dios en el que se había convenido concentrar y resumir todas las fuerzas de la naturaleza y lo desconocido sobrenatural… A este paso pronto estarían tentados a creerse ellos mismos dioses, a representarles con su propia efigie, a atribuirse el poder de crear desde la nada y el éter —habilidad hasta entonces reservada a las divinidades— y a convencer al resto de los mortales de su portentosa facultad más que divina: la imaginación… Muchos creyeron ver una temprana proximidad del fin de los tiempos y el peligro de que estos enfermos de soberbia —ya entonces saludados popularmente como “genios”— pudieran arrogarse la dignidad del Mesías prometido. ¡Había que hacer algo! Dicen que por tal motivo y alboroto de pasiones los celosos guardianes del orden del mundo conocido decidieron inventar el alma… Algo deliciosamente indefinido, sin consistencia real ni material, invisible, leve, múltiple, exacta sólo en sí misma, inmortal, inmutable, permanente, irrepresentable… ¡Qué delicia de invención!
Dogmatizado e instituido este nuevo aparato del ser, los artistas —como era previsible, dada su desfachatez y arrogancia— se apresuraron a poner todo su oficio y destreza al servicio de representar el alma, a crear una imagen convincente con la que instalarse en la memoria colectiva de las gentes. Todos sus esfuerzos fueron inútiles, para nada les sirvió su anterior práctica o el catálogo de imágenes que siempre llevaban consigo… De sus pinceles apenas salieron unos posibles destellos de luces, tímidas aureolas espectrales, ingenuas superficies lechosas y blanquecinas, veladuras y transparencias escasamente convincentes. Los teólogos y sacerdotes parecían haber conjurado el peligro, puesto freno a la insaciable voracidad imaginativa de esta secta de iconófilos, un gremio de impíos y desvergonzados. Por fin habían logrado anunciar una idea inimaginable, invicta al acoso de estos depredadores ilusionistas fabricantes de simulacros y maravillas. ¡Qué alivio!
Pero nadie había previsto que los artistas, en su propia impotencia, no encontraran mejor solución a su penuria que la de reivindicar el alma como su más preciado don. ¡Increíble! ¡A dónde vamos a llegar! Y manos a la obra, se apropiaron de aquella inefable sustancia transparente que ellos mismos habían sido incapaces de representar, ni siquiera con el auxilio de los espejitos mágicos que utilizan para atrapar el eco de las cosas. ¡Inaudito! Desde entonces —para ocultar su frustración y calmar la ansiedad que su esterilidad les produce— van proclamando a los cuatro vientos de la historia que ellos son los únicos herederos y protectores del alma de las cosas, garantes del alma más preciosa —dicen, populistas, la del ser humano—, depositarios de la auténtica “Verdad del Alma”… Afirman que pintar es crear imágenes dotadas de alma… que su ambición de crear es nada más que expresión de su necesidad de poner el alma en todo lo que hacen, dicen o piensan, que su destino es trascender su precaria condición humana y vivir para siempre a través de sus obras y creaturas, es decir, de su alma… ¡Pero qué insolentes!
Pobrecitos “artistas”, embaucadores y engañados… No saben que el alma no existe, que sólo fue una invención para conjurarles, que no son más que unos ridículos desalmados… Y si existiera —hecho improbable como pocos, ¡Dios no lo quiera!— seguro que ya la habrían vendido al diablo hace mucho tiempo a cambio de un puñado de monedas de chocolate suizo o un folletito en papel couché para repartir en su próxima kermesse… ¡Y es que no tienen vergüenza y se venden por casi nada!... Ahora que descreen de pintar ya no les queda más remedio que ir reclamándola por ahí en voz alta —¡Almaaa! ¿Dónde estás?— que dan pena… Algunos, los más insistentes, juegan cada noche con substancias radioactivas y pixels frente a una pantallita plana por ver si la encuentran perdida o escondida en cualquier arruga del universo… —Ay, estos artistas, es que no se merecen ni soñar por sus noches…
Tradicionalmente se ha considerado que el alma —invisible e inmaterial— es la más preciada herencia recibida por el ser humano del corazón mismo de su dios. Y que bien como noción natural —representando la existencia de una energía esencial en el universo— o como metáfora teísta —al tratarse de una emanación del aliento divino— instaura una pretendida primacía del hombre sobre el resto de las criaturas de la naturaleza, por ejemplo su conciencia de ser y existir… En épocas más recientes algunos demagogos han intentado identificar “alma” con “razón” —concepto éste igualmente ambiguo, escurridizo, de variadas interpretaciones contradictorias—, atreviéndose incluso a afirmar frases tan temerarias como “Pienso, luego existo”… o componer otros malabarismos semánticos semejantes igual de pedantes, como ése “Insisto, luego existo” de tufillo inequívocamente lacaniano… —ambos, apenas ingeniosos recursos lingüísticos con los que pretenden solucionar el terrible misterio de nuestra precariedad existencial.
Aunque aquella noción tradicional de lo que era el alma puede aún convencer a quienes siguen la doctrina de los padres de la metafísica y el saber escolástico, o regala esperanza a los que desesperados sobreviven en este mundo de enigmas irresolubles, parece que fueron otros el objeto y sentido de la invención del alma… Para ser claros: en realidad no había motivo especial alguno ni necesidad teológica de fuerza mayor que obligara a aquellos parásitos de lo sagrado a plantear tal fantasmagoría como es el alma. Fueron otros motivos muy poderosos los que obligaron a tomar tal decisión de consecuencias imprevisibles, entonces, y cuyos efectos todavía hoy padecemos con resignación. Qué le vamos a hacer…
Los mismos conspicuos cronistas de las perversiones ideológicas de la humanidad aseguran que el alma fue inventada para constituir un eficaz muro de contención y defensa, una trampa, con la que proteger al mundo de las asechanzas e incursiones de un escasísimo —pero desde siempre muy activo— grupo de provocadores “iluminados” que ejercían el oficio de dibujar figuritas y pintar otras decoraciones por todas las superficies que les venían en gana; estos “pintamonas” se llamaban a sí mismos, con indisimulada y pedante vanidad, artistas… En realidad era una pandilla de vagos y timadores.
Estos autoproclamados “artistas” habían iniciado sus fechorías con algunos aparentemente ingenuos ejercicios solitarios: por ejemplo copiando sus propias manos en positivo y negativo, tomando de este simulacro el diseño básico del anagrama-símbolo formal de su presunto poder creador… Luego continuaron reproduciendo sin ton ni son todo lo que les rodeaba, lo que poseían o deseaban poseer: las fieras rivales, los animales de los que se alimentaban, los paisajes que medían con su mirada, las propias casas o las de sus vecinos, los palacios de sus gobernantes, las mujeres de sus hermanos o sus vecinos —deseadas con enfermiza obsesión— e incluso las epopeyas de sus ancestros, los recuerdos de sus progenitores… Pero el atrevimiento llegó a límites insoportables para el buen gobierno de las conciencias cuando comenzaron a inventar y dar apariencia humana a los mismos dioses del panteón sagrado… atreviéndose hasta con el mismísimo único dios en el que se había convenido concentrar y resumir todas las fuerzas de la naturaleza y lo desconocido sobrenatural… A este paso pronto estarían tentados a creerse ellos mismos dioses, a representarles con su propia efigie, a atribuirse el poder de crear desde la nada y el éter —habilidad hasta entonces reservada a las divinidades— y a convencer al resto de los mortales de su portentosa facultad más que divina: la imaginación… Muchos creyeron ver una temprana proximidad del fin de los tiempos y el peligro de que estos enfermos de soberbia —ya entonces saludados popularmente como “genios”— pudieran arrogarse la dignidad del Mesías prometido. ¡Había que hacer algo! Dicen que por tal motivo y alboroto de pasiones los celosos guardianes del orden del mundo conocido decidieron inventar el alma… Algo deliciosamente indefinido, sin consistencia real ni material, invisible, leve, múltiple, exacta sólo en sí misma, inmortal, inmutable, permanente, irrepresentable… ¡Qué delicia de invención!
Dogmatizado e instituido este nuevo aparato del ser, los artistas —como era previsible, dada su desfachatez y arrogancia— se apresuraron a poner todo su oficio y destreza al servicio de representar el alma, a crear una imagen convincente con la que instalarse en la memoria colectiva de las gentes. Todos sus esfuerzos fueron inútiles, para nada les sirvió su anterior práctica o el catálogo de imágenes que siempre llevaban consigo… De sus pinceles apenas salieron unos posibles destellos de luces, tímidas aureolas espectrales, ingenuas superficies lechosas y blanquecinas, veladuras y transparencias escasamente convincentes. Los teólogos y sacerdotes parecían haber conjurado el peligro, puesto freno a la insaciable voracidad imaginativa de esta secta de iconófilos, un gremio de impíos y desvergonzados. Por fin habían logrado anunciar una idea inimaginable, invicta al acoso de estos depredadores ilusionistas fabricantes de simulacros y maravillas. ¡Qué alivio!
Pero nadie había previsto que los artistas, en su propia impotencia, no encontraran mejor solución a su penuria que la de reivindicar el alma como su más preciado don. ¡Increíble! ¡A dónde vamos a llegar! Y manos a la obra, se apropiaron de aquella inefable sustancia transparente que ellos mismos habían sido incapaces de representar, ni siquiera con el auxilio de los espejitos mágicos que utilizan para atrapar el eco de las cosas. ¡Inaudito! Desde entonces —para ocultar su frustración y calmar la ansiedad que su esterilidad les produce— van proclamando a los cuatro vientos de la historia que ellos son los únicos herederos y protectores del alma de las cosas, garantes del alma más preciosa —dicen, populistas, la del ser humano—, depositarios de la auténtica “Verdad del Alma”… Afirman que pintar es crear imágenes dotadas de alma… que su ambición de crear es nada más que expresión de su necesidad de poner el alma en todo lo que hacen, dicen o piensan, que su destino es trascender su precaria condición humana y vivir para siempre a través de sus obras y creaturas, es decir, de su alma… ¡Pero qué insolentes!
Pobrecitos “artistas”, embaucadores y engañados… No saben que el alma no existe, que sólo fue una invención para conjurarles, que no son más que unos ridículos desalmados… Y si existiera —hecho improbable como pocos, ¡Dios no lo quiera!— seguro que ya la habrían vendido al diablo hace mucho tiempo a cambio de un puñado de monedas de chocolate suizo o un folletito en papel couché para repartir en su próxima kermesse… ¡Y es que no tienen vergüenza y se venden por casi nada!... Ahora que descreen de pintar ya no les queda más remedio que ir reclamándola por ahí en voz alta —¡Almaaa! ¿Dónde estás?— que dan pena… Algunos, los más insistentes, juegan cada noche con substancias radioactivas y pixels frente a una pantallita plana por ver si la encuentran perdida o escondida en cualquier arruga del universo… —Ay, estos artistas, es que no se merecen ni soñar por sus noches…
Foto: Graffiti en SoHo, New York, 1997
17 comentarios:
Buenas noches, ya a punto de irme a dormir me acorde y vine a ver si habias actualizado, y me encuentro con algo que me parece una lectura agradable y deliciosa, que me aleja un poco de lo liviano y me dara que pensar esta noche...
Sabes, cuando niña pensaba que era malo no tener alma, y no entendía cuando me decían que los perros no se iban al cielo por que no tienen alma, Luego cuando el alma paso a ser una cuestion de gran peso moral, más incluso que aquellos principios que defendía quise saber de donde venía y cuando lo supe,me declare abiertamente desalmada...
Un beso
Buenas noches, ya a punto de irme a dormir me acorde y vine a ver si habias actualizado, y me encuentro con algo que me parece una lectura agradable y deliciosa, que me aleja un poco de lo liviano y me dara que pensar esta noche...
Sabes, cuando niña pensaba que era malo no tener alma, y no entendía cuando me decían que los perros no se iban al cielo por que no tienen alma, Luego cuando el alma paso a ser una cuestion de gran peso moral, más incluso que aquellos principios que defendía quise saber de donde venía y cuando lo supe,me declare abiertamente desalmada...
Un beso
Ay de los artistas, creerse el centro del cosmos, por un claroscuro, un trazo carmesí, no se dan cuenta que sólo son médiums.
Paul tus textos son frutas maduras.
Te abrazo.
MaLena.
el arte existe por si mismo creo yo, los artistas (aquellos que realmente lo son, y no los que dicen serlo), son intrumentos, como bien dice malena.
Me ha gustado el blog, enhorabuena. Un saludo
Querido Pau.
Leo con la atención que puedo, mejor dicho que me dejan, ya sabes a que me refiero, tu reflexión sobre el alma.
Me dejas circunspecta. ¿no existe el alma en tu concepción del Ser?.
Yo creo que nos componemos de cuerpo y alma (en el fondo soy profundamente clásica, como ves).
La teoría platónica y aristotélica sobre el Hombre.
El alma, creo yo, es necesaria. También puede llamarse sensibilidad, razón, no sé.... Sí los artistas hacen arte con el alma?: supongo que como todo en la vida, depende: unos sí y otros no.
Hay fontaneros que trabajan con las manos y el alma, le ponen pasión a las coasas y otros no... así en todos los ámbitos mundanos...
Un beso por hacernos pensar y decir lo que pensamos.
Quizá quitándolo todo, desnudándose de cuerpo, quede el residuo necesario, ese algo incompleto del que se sospecha. Misterioso ? Eso último que exhala el último aliento... Quizá pese 21 gramos. Puede que incluso menos...
Un saludo.
"Dicen que el peso de una persona al morir pierde 21 gramos de peso corporal. Dicen que eso es justo el peso del alma. Dicen que ello ocurre cuando el alma abandona nuestro cuerpo". Es de la película '21 gramos', de Iñárritu.
Parte de un mítico experimento que demostró “científicamente” la existencia del alma humana. En algún momento del impreciso pasado, el Doctor MacDougall habría acometido la macabra tarea de pesar a personas agonizantes, encontrando que éstas perdían, en el preciso instante de la muerte, 21 gramos.
En su artículo, el Dr. MacDougall comenzó esbozando una muy materialista hipótesis sobre la “sustancia del alma”, partiendo del supuesto de que “si las funciones psíquicas continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede existir como un cuerpo ocupante de espacio”. Y como se trata de un “cuerpo separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso, igual que el resto de la materia. Esa sustancia, obviamente, se desprende del cuerpo en el momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida de peso debe ser medible.
El segundo párrafo completo lo tomé del siguiente enlace:
http://www.escepticospr.com/Archivos/21%20gramos.htm
Un saludo.
Y Gracias a ti...
Buen texto Paul, teoria del evolucionismo emergentista...
besos....
..que sea una simple invención, que se la hayan querido apropiar los artistas, que pese apenas 21 gramos, si alma es lo que me hace sentir, reflexionar sobre lo sentido y buscar la mejor expresión para tocar a otra alma con mi propio sentimiento...se llame alma, razón o "nada"...celebro que haya existido...
Interesante blog.
Un beso
Viajar consiste en poner el alma en el camino para recordar después los sueños que hayas vivido si has conseguido encontrarla en algún bello lugar, muy lejos de tu propia vida.
Manuel Vicent
Si crees que no hay alma y crees que no somos dioses...
qué hago yo aquí?
;-)
"Sin arte la vida sería un error" (F. Nietzshe), por lo tanto me pregunto ¿qué más da? Sin arte no hay vida y sin vida no hay alma.
(Un cariñoso saludo para Kleeperactivo)
Yo sé que tengo una , pequeñita, en alguna parte.Y de cuando en vez se me desborda entre palabras y pensamientos.No es inaprensible, sino libre...
Gracias por tu visita y por tus palabras.Me ha encantado descubrirte .
jaja... los artistas son geniales: resuelven la equación sin grandes desarrollos matemáticos pues no los necesitan y devuelven "la pelota" a teólogos y religiosos que en el fondo saben tienen las de perder.
Lógica frente sentimientos.
Anhelamos lo infinto, lo intangible...
delicioso. cómo lo haces? y se que aun sabida la receta no sabrá igual el pastel.será el ingrediente secreto, tu alma?
un beso
Muy bueno Pau
Provocador sin duda
¿y dónde está el alma?
(secreto: yo tengo una...)
Yo anhelaria convertirme en creadora de imagenes...pero no me veo capaz. Quizás algun consejo tuyo me serviria. Saluditos, Pau. Para mi eres un creador inimaginable. :-)
Es por eso que:
1.- La belleza está en los ojos de quien mira.
2.- "Cuando el hombre trabaja, Dios lo respeta, pero cuendo el hjombre crea, Dios lo ama"
3.- "Arte no e srepresentar lo bello, si no bellamente las cosas"
4.- ..."Sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el sol/El poeta es un pequeño Dios"
Creo, mi estimado Pau, que has dado justo en el clavo. Te envío mis saludos cordiales, recién hoy pude ver tus mensajes, lamentablemente he sido víctima de un accidente que me tiene medio postrada y, por lo tanto medio aislada también.
Lo que escribiste me puso contenta, me parece que todos los que intentamos crear, decir, contar, mostrar, cantar algo hacemos del mundo un lugar más tolerable, aún cunado a muchos no nos acompañe el talento suficiente, al menos nos acompañan las ganas y el espíritu ¿no?
Saludos y Salud!!
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