Hidetoshi Nagasawa (Tonei, Manchuria, 1940) es uno de los artistas con mayor reconocimiento internacional y admiración en el ámbito de la escultura y los proyectos de arte público, especialmente en Europa y Japón. Nacido casualmente en Manchuria mientras la ocupación japonesa de aquellos territorios, a Nagasawa se le podría adjetivar objetivamente como “artista universal”, tanto por sus múltiples intereses estéticos y existenciales —orientales u occidentales, indistintamente— como por su trayectoria humanista, sus experiencias vitales en todo caso alejadas de cualquier particularismo cultural o simplificación nacionalista.
Tras un primer periodo de formación en arquitectura e interiorismo en la prestigiosa Taima Daigaku de Tokio, y antes de decidirse definitivamente por el camino del arte en vez de ejercer de arquitecto, Nagasawa realizó en 1966-1967 un “heroico” viaje en bicicleta que le llevó de Japón a Italia en dieciocho meses —como un peregrino en búsqueda de su propio camino de “iniciación”— atravesando toda Asia y parte de Europa. Este viaje iniciático le dio a conocer, entre otras distintas realidades culturales y paisajes, Tailandia, India, Pakistán, Irak, Afganistán, Siria, Turquía, Grecia y finalmente Italia, orientando decisivamente su vida posterior y por supuesto el sentido de su arte. Una vez alcanzada la “meta” inesperada de su viaje, Milán —en donde le robaron su bicicleta, acaso por voluntad del destino—, Nagasawa inició allí su ejemplar biografía artística: primero en el campo del performance y el conceptualismo, y desde 1972 en el más extenso territorio de la escultura y las instalaciones y ambientes (con cierto espíritu constructivo y arquitectónico, lo que le caracteriza significativamente). Desde mediados de los años 90’ Nagasawa viene desarrollado un nuevo proyecto estético que nos ha proporcionado hasta ahora más de una veintena de obras realmente excepcionales: se trata de espacios estéticos animados en muchos aspectos por el alma del jardín japonés de origen zen, por su complejo universo referencial, pero a su modo de sentir y manera de hacer. En sentido estricto, podemos afirmar que Nagasawa es el renovador del jardín japonés tradicional, el creador del jardín japonés contemporáneo, más allá de las copias anteriores más o menos afortunadas de modelos de jardín del siglo XVIII o sus mixtificaciones elaboradas sobre todo por jardineros —ilustrados, por supuesto— o paisajistas de cualquier sensibilidad. En mi opinión, los espacios-jardín “mentales” creados por Nagasawa son algunas de las realizaciones más hermosas y sugestivas del arte de las últimas décadas. Su personalísimo proyecto artístico ha sido reconocido y valorado en grandes muestras internacionales tales como la Bienal de Venecia, en donde ha sido invitado a participar en numerosas ocasiones desde 1972, la Documenta de Kassel de 1992 y decenas de exposiciones individuales y colectivas en Europa y Japón. Su primera exposición individual en España la realizó en la Fundación Miró de Mallorca, en 1996.
Reconocemos fácilmente las obras de Nagasawa por su particular sentido minimalista —en muchos aspectos distinto del estilo internacional—, por sus inquietudes constructivas, esa proverbial búsqueda del equilibrio natural de las cosas, los volúmenes, su significativo lirismo, y sobre todo su magistral técnica escultórica en piedra… Se trata de obras hermosas y serenas, seguras de su capacidad de atraer y seducir la mirada del espectador por su belleza y equilibrio, a la vez que sorprender y maravillar por su esencialidad formal, por esas excepcionales calidades que nuestro escultor alcanza en cualquier material, sobre todo en mármol. Pero además de lo que vemos y percibimos, de la evidente belleza y perfección material de las esculturas de Nagasawa, en sus obras siempre hay un cierto halo de misterio, una estela de poesía metafísica. Nagasawa reflexiona en sus esculturas e instalaciones sobre lo visible y lo invisible, sobre el vacío, sobre la tensión y el proceso dinámico de las cosas esencialmente en tránsito, transformándose y transformando el mundo que las contiene pese a su aparente estatismo y equilibrio… Su afán constructivo, casi arquitectónico, es sobre todo una estrategia para explorar y alcanzar los límites, incluso aquellos que parecen irracionales… más o menos como se comporta la naturaleza instintivamente. Desde luego sus intereses y preocupaciones filosóficas respiran aires originales de oriente, especialmente aromas de pensamiento Zen, pero también inspiraciones de estética taoísta, y otras de origen más próximo a nuestra sensibilidad, como el idealismo platónico o las teorías científicas sobre los números y las proporciones, etc. En todo caso vibraciones del alma universal de Nagasawa, silencios tan elocuentes como locuaces…
A Hidetoshi le llamo “amigo maestro”, que lo es… Es uno de mis maestros… Es uno de mis más íntimos amigos… —Hace tiempo que deseaba escribir sobre ti, Toshi; esto sólo es el prólogo de algo mayor y más profundo que preparo y espero terminar antes del verano. A lo mejor entonces te lo leo cara a cara, en capítulos diarios, mientras nos regalamos erizos de mar en el Salento, esos bichitos que nos gustan tanto y devoramos docenas y docenas cada día cuando estamos juntos; allí o en la costa siciliana, mirando al mar y las islas de ese inmenso jardín mediterráneo frente a tu casa… Tú ya sabes de qué hablo.
Fotos: Nagasawa, erizos del Salento, esculturas-instalaciones-jardín mentales de Nagasawa en la isla de Ischia, Italia; verano de 2006
Tras un primer periodo de formación en arquitectura e interiorismo en la prestigiosa Taima Daigaku de Tokio, y antes de decidirse definitivamente por el camino del arte en vez de ejercer de arquitecto, Nagasawa realizó en 1966-1967 un “heroico” viaje en bicicleta que le llevó de Japón a Italia en dieciocho meses —como un peregrino en búsqueda de su propio camino de “iniciación”— atravesando toda Asia y parte de Europa. Este viaje iniciático le dio a conocer, entre otras distintas realidades culturales y paisajes, Tailandia, India, Pakistán, Irak, Afganistán, Siria, Turquía, Grecia y finalmente Italia, orientando decisivamente su vida posterior y por supuesto el sentido de su arte. Una vez alcanzada la “meta” inesperada de su viaje, Milán —en donde le robaron su bicicleta, acaso por voluntad del destino—, Nagasawa inició allí su ejemplar biografía artística: primero en el campo del performance y el conceptualismo, y desde 1972 en el más extenso territorio de la escultura y las instalaciones y ambientes (con cierto espíritu constructivo y arquitectónico, lo que le caracteriza significativamente). Desde mediados de los años 90’ Nagasawa viene desarrollado un nuevo proyecto estético que nos ha proporcionado hasta ahora más de una veintena de obras realmente excepcionales: se trata de espacios estéticos animados en muchos aspectos por el alma del jardín japonés de origen zen, por su complejo universo referencial, pero a su modo de sentir y manera de hacer. En sentido estricto, podemos afirmar que Nagasawa es el renovador del jardín japonés tradicional, el creador del jardín japonés contemporáneo, más allá de las copias anteriores más o menos afortunadas de modelos de jardín del siglo XVIII o sus mixtificaciones elaboradas sobre todo por jardineros —ilustrados, por supuesto— o paisajistas de cualquier sensibilidad. En mi opinión, los espacios-jardín “mentales” creados por Nagasawa son algunas de las realizaciones más hermosas y sugestivas del arte de las últimas décadas. Su personalísimo proyecto artístico ha sido reconocido y valorado en grandes muestras internacionales tales como la Bienal de Venecia, en donde ha sido invitado a participar en numerosas ocasiones desde 1972, la Documenta de Kassel de 1992 y decenas de exposiciones individuales y colectivas en Europa y Japón. Su primera exposición individual en España la realizó en la Fundación Miró de Mallorca, en 1996.
Reconocemos fácilmente las obras de Nagasawa por su particular sentido minimalista —en muchos aspectos distinto del estilo internacional—, por sus inquietudes constructivas, esa proverbial búsqueda del equilibrio natural de las cosas, los volúmenes, su significativo lirismo, y sobre todo su magistral técnica escultórica en piedra… Se trata de obras hermosas y serenas, seguras de su capacidad de atraer y seducir la mirada del espectador por su belleza y equilibrio, a la vez que sorprender y maravillar por su esencialidad formal, por esas excepcionales calidades que nuestro escultor alcanza en cualquier material, sobre todo en mármol. Pero además de lo que vemos y percibimos, de la evidente belleza y perfección material de las esculturas de Nagasawa, en sus obras siempre hay un cierto halo de misterio, una estela de poesía metafísica. Nagasawa reflexiona en sus esculturas e instalaciones sobre lo visible y lo invisible, sobre el vacío, sobre la tensión y el proceso dinámico de las cosas esencialmente en tránsito, transformándose y transformando el mundo que las contiene pese a su aparente estatismo y equilibrio… Su afán constructivo, casi arquitectónico, es sobre todo una estrategia para explorar y alcanzar los límites, incluso aquellos que parecen irracionales… más o menos como se comporta la naturaleza instintivamente. Desde luego sus intereses y preocupaciones filosóficas respiran aires originales de oriente, especialmente aromas de pensamiento Zen, pero también inspiraciones de estética taoísta, y otras de origen más próximo a nuestra sensibilidad, como el idealismo platónico o las teorías científicas sobre los números y las proporciones, etc. En todo caso vibraciones del alma universal de Nagasawa, silencios tan elocuentes como locuaces…
A Hidetoshi le llamo “amigo maestro”, que lo es… Es uno de mis maestros… Es uno de mis más íntimos amigos… —Hace tiempo que deseaba escribir sobre ti, Toshi; esto sólo es el prólogo de algo mayor y más profundo que preparo y espero terminar antes del verano. A lo mejor entonces te lo leo cara a cara, en capítulos diarios, mientras nos regalamos erizos de mar en el Salento, esos bichitos que nos gustan tanto y devoramos docenas y docenas cada día cuando estamos juntos; allí o en la costa siciliana, mirando al mar y las islas de ese inmenso jardín mediterráneo frente a tu casa… Tú ya sabes de qué hablo.
Fotos: Nagasawa, erizos del Salento, esculturas-instalaciones-jardín mentales de Nagasawa en la isla de Ischia, Italia; verano de 2006
2 comentarios:
No están aquí verdad, esas partes prometidas posteriores a Hidetoshi...
seguro ya se las leíste...
Que hermosos los erizos de Salento, aquí en Limón, se encuentran ya fosilizados, solo una cascarita blanca con huequitos y dibujos en estrellas, son como los gorritos de un hongo, seguro los conoces... muy lindos y frágiles... se deshacen en la mano...
Beso con fresas y crema
Tots els dies serien esplèndids per observar i deixar-se contagiar per els móns de Hidetoshi Nagasawa, però ara mateix tinc dos moments predilectes: imagina't un dia ventós amb núvols que van i vénen, que regalen o prenen ombres, i l'altre, un dia boirós que s'escola per tots els espais imaginats.
M'agraden les escultures a l'aire lliure.
I...saps una cosa?...no m'agraden gens els eriçons de mar... (bé, només n'he menjat una vegada...potser no convé que sigui tan categòrica...:-)
Publicar un comentario