Creo que el turismo es el aspecto generalizado más problemático de nuestra realidad actual mediterránea. Si el turismo fue —sigue siendo todavía para muchos lugares— una fuente de bendiciones materiales y progreso, estoy seguro que actualmente se ha alcanzado el límite soportable de su desordenado crecimiento durante décadas. El Mediterráneo ya no es sólo el destino de millones y millones de turistas procedentes del norte cada verano... es sobre todo un fenómeno excesivo insostenible. Todos somos turistas casi por necesidad. Ya no es sólo la “fe en el sur” la que mueve a los viajeros temporales a aventurarse a estas costas. Ahora todo es sur; ahora todos somos creyentes de las bondades terapéuticas del ir a cualquier parte lejos de nuestros orígenes y madrigueras cotidianas. Parece que el placer sólo sea posible fuera y lejos (de nosotros mismos). ¿Buscamos paz, relajación, tranquilidad, “dolce far niente”, o todo lo contrario: excitación, insomnio, cansancio, hipermovilidad? Cada vez me resultan más complejas y paradójicas estas cosas del ocio —en especial ese híbrido peligroso, lobo con piel de cordero, que llaman “ocio cultural”. ¿Por qué, para qué, se mueve tanto la gente, tanta gente? Deben ser cosas del marketing y la nueva economía, seguramente… —qué paradójica es esta nueva economía, ¿no? Y qué decir del negocio del ocio —vaya travesura lingüística tan provechosa y terrible—… ya nadie se cree que la palabra negocio procede etimológicamente de “nec-ocio”, la negación del ocio, del tiempo libre… ¡Pero si no hay mayor negocio que el del ocio!
El turismo es la clave para entender con nuestros propios ojos —por oposición— qué es eso de la identidad y la pervivencia de lo que nos es propio, acumulado y heredado desde siempre…. Hoy el turismo es un espectáculo masivo de canibalismo cultural y material, de consumo excesivo de adrenalina y compulsiva búsqueda de sensaciones, un derroche extraordinario de energías por casi nada y en una fracción de tiempo insignificante… El viajero romántico buscaba siempre lo lejano, desconocido, original; aspiraba a bañarse en las aguas puras de la memoria, a alimentarse de tradiciones y tesoros guardados celosamente, incontaminados. Los turistas de hoy son otra cosa. Se alimentan exclusivamente de ese “fast food” cultural que indiferenciadamente les ofrecen las guías y los catálogos turísticos más comunes. Les gusta hacerlo, les encanta ese “potaje” pseudo cultural preparado y listo para ser consumido sobre la marcha —seguramente su estómago, sus entrañas, no soportarían algo diferente, más puro; esas ridículas comedias nuestras tan picantes, por ejemplo, o el sabor acre del vómito de nuestras tragedias familiares… Y es que son como yonquies habituados a dosis cada vez más adulteradas, cortadas con sacarina, con estricnina efervescente, supercherías… Los turistas por definición consumen cosas que son lejana y vagamente originales.
La identidad cultural, dicen, se fundamenta en la memoria colectiva. Sin embargo el turismo colecciona “souvenirs” y “pastiches”, momentos fragmentarios, efectos superficiales, sentimientos efímeros. No hay profundidad ni fijación en su mirada; el turista no sabe “contemplar” (es decir como se miran los prodigios y milagros que acontecen en un templo)… A veces se diría que la mirada del turista es simplemente la de su cámara fotográfica, la de su vídeo digital; que prefiere coleccionar imágenes para recordar en la distancia a vivir momentos inolvidables… ¿Cuál es la condición necesaria de un turista; cuál su personal y significativa identidad? Posiblemente sea la de alguien que siente que ha dilapidado el tesoro de su memoria y aspira a reconstruirlo (a fabricarlo de nuevo) por medio de esos burdos artificios y objetos mnemotécnicos… Lo triste y terrible es que todos vamos siendo cada vez más turistas. Ya no sólo son los otros los que “presuntamente” vienen al Mediterráneo, al sur, a bañarse en estas aguas de gran densidad de memoria, a alimentarse por los ojos, los oídos, el olfato, la boca, con paisajes inolvidables, guardar exquisitas sensaciones como recuerdos. Hace tiempo que vamos todos de un lugar a otro, también los del sur, también forasteros, turistas ocasionales, coleccionando “souvenirs” más allá de nuestras costas… Parece que la amnesia es el mal de nuestro tiempo. Olvidar es muy distinto a no poder o no saber recordar… Qué terrible paradoja: cuantos más recuerdos y souvenirs vamos coleccionando y trajinando como colgajos, más toneladas de memoria vamos perdiendo por los agujeros de nuestra alma… La memoria y los recuerdos son vasos comunicantes a su manera… Se nos secó la memoria —agotada, saqueada, por esa infernal planta embotelladora de recuerdos y “souvenirs” diet, sin alcohol ni cafeína, a nuestra costa… El Mediterráneo sufre de Alzheimer, muere poco a poco de viejo sin saber ni entenderse, sin remedio (sin esperanza), perdido en los laberintos deconstruidos de su memoria vacía —vagando desorientado por el vasto desierto desolado e indeterminado de su locura, su miedo… ¿Qué podemos hacer? Pues lo que se hace con los enfermos de Alzheimer: amar y manifestarle nuestro cariño, soportar sus extravagancias, contarle historias y cuentos, mostrarle fotografías antiguas… rezar con compasión para que muera pronto.
El turismo es la clave para entender con nuestros propios ojos —por oposición— qué es eso de la identidad y la pervivencia de lo que nos es propio, acumulado y heredado desde siempre…. Hoy el turismo es un espectáculo masivo de canibalismo cultural y material, de consumo excesivo de adrenalina y compulsiva búsqueda de sensaciones, un derroche extraordinario de energías por casi nada y en una fracción de tiempo insignificante… El viajero romántico buscaba siempre lo lejano, desconocido, original; aspiraba a bañarse en las aguas puras de la memoria, a alimentarse de tradiciones y tesoros guardados celosamente, incontaminados. Los turistas de hoy son otra cosa. Se alimentan exclusivamente de ese “fast food” cultural que indiferenciadamente les ofrecen las guías y los catálogos turísticos más comunes. Les gusta hacerlo, les encanta ese “potaje” pseudo cultural preparado y listo para ser consumido sobre la marcha —seguramente su estómago, sus entrañas, no soportarían algo diferente, más puro; esas ridículas comedias nuestras tan picantes, por ejemplo, o el sabor acre del vómito de nuestras tragedias familiares… Y es que son como yonquies habituados a dosis cada vez más adulteradas, cortadas con sacarina, con estricnina efervescente, supercherías… Los turistas por definición consumen cosas que son lejana y vagamente originales.
La identidad cultural, dicen, se fundamenta en la memoria colectiva. Sin embargo el turismo colecciona “souvenirs” y “pastiches”, momentos fragmentarios, efectos superficiales, sentimientos efímeros. No hay profundidad ni fijación en su mirada; el turista no sabe “contemplar” (es decir como se miran los prodigios y milagros que acontecen en un templo)… A veces se diría que la mirada del turista es simplemente la de su cámara fotográfica, la de su vídeo digital; que prefiere coleccionar imágenes para recordar en la distancia a vivir momentos inolvidables… ¿Cuál es la condición necesaria de un turista; cuál su personal y significativa identidad? Posiblemente sea la de alguien que siente que ha dilapidado el tesoro de su memoria y aspira a reconstruirlo (a fabricarlo de nuevo) por medio de esos burdos artificios y objetos mnemotécnicos… Lo triste y terrible es que todos vamos siendo cada vez más turistas. Ya no sólo son los otros los que “presuntamente” vienen al Mediterráneo, al sur, a bañarse en estas aguas de gran densidad de memoria, a alimentarse por los ojos, los oídos, el olfato, la boca, con paisajes inolvidables, guardar exquisitas sensaciones como recuerdos. Hace tiempo que vamos todos de un lugar a otro, también los del sur, también forasteros, turistas ocasionales, coleccionando “souvenirs” más allá de nuestras costas… Parece que la amnesia es el mal de nuestro tiempo. Olvidar es muy distinto a no poder o no saber recordar… Qué terrible paradoja: cuantos más recuerdos y souvenirs vamos coleccionando y trajinando como colgajos, más toneladas de memoria vamos perdiendo por los agujeros de nuestra alma… La memoria y los recuerdos son vasos comunicantes a su manera… Se nos secó la memoria —agotada, saqueada, por esa infernal planta embotelladora de recuerdos y “souvenirs” diet, sin alcohol ni cafeína, a nuestra costa… El Mediterráneo sufre de Alzheimer, muere poco a poco de viejo sin saber ni entenderse, sin remedio (sin esperanza), perdido en los laberintos deconstruidos de su memoria vacía —vagando desorientado por el vasto desierto desolado e indeterminado de su locura, su miedo… ¿Qué podemos hacer? Pues lo que se hace con los enfermos de Alzheimer: amar y manifestarle nuestro cariño, soportar sus extravagancias, contarle historias y cuentos, mostrarle fotografías antiguas… rezar con compasión para que muera pronto.
Foto: Mar de Cerdeña, Bahía de Cagliari; octubre 2006
8 comentarios:
El problema de la "identidad cultural", si me permiten la sugerencia, es que es uno de los efectos -uno más- no sólo tolerado por las sociedades modernas y sus modos particulares de producción-reproducción, sino que es alimentado, avivado, haciendo que sus límites sufran contracciones-dilataciones, convirtiéndolo en membrana dúctil a través de la que se producen corrientes en una y otra dirección... y desembocando en dinámicas de double bind, paradojas, contradicciones. La pregunta ¿qué es el Mediterráneo? ¿Cuál es su identidad cultural?, es una pregunta por preguntas que le preceden y que sólo pueden mantenerse como pregunas, ajenas, indiferentes a intentos de totalización, de cierre categorial (lo que demandaría una identidad, la condición sine qua non del juego entre los elementos que necesariamente debieran componerla).
Un diagnóstico muy acertado el de sus entradas, Pau, y un placer su lectura. Saludos.
Gracias por tu comentario, Renard... Leo tu entrada “Caos/Cosmos 19. El dogma de reflexividad e identidad” y entiendo que tiene que ver con tu comentario acerca de mi texto “Reflexiones mediterráneas” y la difusa noción de “identidad cultural”... He buscado tu e-mail pero lo tienes oculto. Si quieres proporcionármelo te enviaría un texto complementario que escribí sobre eso de la “identidad” y sus zarandajas... Creo que es demasiado largo para ponerlo en este blog... Gracias... Un saludo… Pau.
paulkleellanes@gmail.com
Tengo una relación de conveniencia con la identidad, no nos soportamos en cuestiones de perseguir un definitivo, pero nos queremos cuando significa salvar el tiempo que fue algo para no olvidarnos mutuamente… creo porque no es una cuestión facial de cambio, que la identidad es un packaging… quizá solo quede la reproducción, la traducción de un tiempo no vivido, quizá un arte escénica, quizá una pequeña parte del argumento, ¿Cuanto reconocimiento dan por un par de llaveros y una playera?
Hola Pau, interesantísimo blog, pasaré a leerte mas amenudo.
Después de viajar durante varios años por Francia,Holanda, Bélgica y Alemania: siempre pensé que eran paises tristones, sin vida en las calles y que lo que buscaban entre nosotros era "el secreto" de nuestra alegría.
Saludos
De acuerdo hasta cierto punto con Psiko. Sin embargo pienso que este fen�meno va mucho m�s all� y que para profundizar en las razones de esta b�squeda habr�a que estudiar el modo de vida de los pa�ses n�rdicos. Ya no es tanto (en mi opini�n) querer encontrar el secreto de nuestra "alegr�a" que por otra parte es un t�pico al uso que por suerte est� desapareciendo, sino la atracci�n por el ritmo de vida, el cambio de horario, las costumbres a la hora de las comidas, etc.
Adem�s, como bien dice Pau, el viajero rom�ntico de anta�o buscaba conocimiento y quien trate de viajar de esta manera en la actualidad por desgracia se topa siempre con la tienda de regalos a la salida.
Gracias por tu visita. Esta es la primera entrada tuya que leo y me ha causado muy buena impresi�n. Leer� el resto con m�s tiempo.
Saludos
Hola Pau, expectacular entrada , al igual que todo tu blog.
Bueno yo tengo un regalito para ti en mi blog , me harías el honor de recogerlo?
Es por tu buen hacer en el blog.
Quiero compartir contigo un trocito de mi VIP.
Está en la entrada "NO TOCO EL SUELO!!"
Besos!!
Silvia^^
¿Te he dicho que a mí me visita el alemán de vez en cuando? Hala a contarme cuentos, aguantar a ésta ladydrama y seguir mostrándome sus fotografías, por cierto, hablando de mi querido Mediterráneo, Valencia se duplica en Fallas!!! Qué alguien me haga un hueco!!!
Muack! un beso ausente desde el Mediterráneo.
M'ha agradat com has anat desfilant el mot "negocio del ocio"
El tema de les identitats, la identitat cultural... Pau, esbufego. Fa anys que aquest tema surt a converses amb amics antropòlegs, i sempre em dic, que m'hauré de posar les piles amb aquest tema i al dia, perquè sempre acabo dient-los que siusplau, paraules planeres, que sóc músic...! (demano perdó per aquest "rampell", precisament el text que has escrit s'entén molt bé)
Diria que l'intent de definir, emmarcar, una identitat cultural, ja sigui individual o col.lectiva, és proporcional al treball de camp o vivència. Com més proximitat hi ha, més llunyana es troba la suposada definició (si més no, això és el que a mi em passa)
En fi...
:-)
un plaer llegir-te.
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